Casi, pero no. Cuando era pequeña e íbamos de vacaciones a Portugal (año tras año al mismo sitio), a veces cenábamos en una bolera: no una bolera como la que se imagina uno, enorme, ruidosa, un poco hortera, a la americana: ésta era pequeña, adosada a un restaurante sencillo que atendía un camarero portugués delgado, canoso y elegante que siempre nos traía nuestro plato de spaghetti y albóndigas con una sonrisa, nos hacía alguna broma y cruzaba algunas palabras con mis padres. Llevaba una chapita con su apellido, Faria (así le llamaba mi padre); le recuerdo con mucho cariño, y a menudo me pregunto qué habrá sido de él.
Más tarde la bolera cerró, nos hicimos mayores, Faria se jubilaría y ya no supimos más de él. Yo he estado mucho tiempo sin acordarme de estas cenas, hasta que en alguna serie americana (seguramente, en Los Soprano) vi un plato de pasta con albóndigas, la recordé y me dieron unas ganas locas de prepararla en casa.
No es el plato de mi infancia: aquellos eran spaghetti cocidos (seguramente demasiado) con tres enormes albóndigas encima y un poco de salsa, muy poca, de modo que yo normalmente acababa echando algo de ketchup (los niños no tenemos ni idea de lo que hacemos...), pero como una tiene derecho a idealizar las cosas de su infancia, en mi recuerdo son algo delicioso.
Mi versión es algo más elaborada: la salsa es una salsa de tomate casera, muy espesa, hecha para gastar los tomates del huerto que no nos daba tiempo a consumir en ensalada o gazpacho; las albóndigas son pequeñitas. La pasta deberían ser spaghetti pero en casa la que había era ésta, así que es la que he puesto; tampoco le va mal. Para 2 raciones (de plato único) se necesitan:
-160-200 g de pasta, según el apetito de los comensales
-200 g. de carne picada (ternera o mezcla, también se puede añadir carne de salchicha)
-1 vaso de salsa de tomate, mejor casera, o de tomate triturado
-1 chorrito de vino blanco
-1 tacita de caldo, o agua en su defecto
-los extras que queramos añadir a las albóndigas: ajo, perejil, miga de pan, huevo...
-los extras que queramos añadir a la salsa: ajo, cebolla, albahaca...
-sal, aceite, pimienta
Como veis soy muy imprecisa, pero es el tipo de receta que uno prepara con lo que hay; cuantas más cositas se pongan mejor, pero se puede hacer con lo básico. Yo no he añadido cebolla ni nada a la salsa porque estaba muy rica tal cual, sólo he aprovechado los restos de un guiso de carne y se los he añadido al final.
Se prepara la masa de las albóndigas con lo que queramos añadir y se hacen bolitas del tamaño deseado. Se fríen en aceite, dorándolas bien por todos los lados, y se añade el vino. Se deja evaporar, y se echa entonces la salsa de tomate y el caldo (o el agua); se deja a fuego medio-bajo, hasta que la salsa vuelva a espesar y las albóndigas se hayan quedado tiernas. Si queremos poner cebolla, sacaríamos las albóndigas, doraríamos la cebolla, y después pondríamos la salsa, el caldo y de nuevo la carne.
Se cuece la pasta y se sirve con unas generosas cucharadas de salsa, las albóndigas y, si queremos, queso rallado.
El truco de hoy es, como ya dije, una salsa de tomate muy rica, una especie de passata de tomate que hice hace ya algunos días con el excedente de tomates del huerto. Estuvo cociendo a fuego lento durante horas, casi sin aceite y sin añadir nada más que sal y una pizca insignificante de azúcar; los tomates eran tan dulces que no les hacía falta nada más, la pena es que redujo tanto que después de pasar una tarde lavando, pelando y cortando tomates daba risa ver lo poquito que salió, pero el sabor hace que merezca la pena.
Éstos fueron; el huerto, con la temperatura que está haciendo este verano en Badajoz, está totalmente abandonado, parece el Amazonas; por eso sorprende tanto que sin hacerle caso cada vez que vamos nos regale una bolsa como ésta, no quiero ni imaginar lo que sería si lo estuviéramos cuidando como es debido. No sé la variedad del tomate (nos regalaron los plantones), parecen bastante corrientes pero están estupendos, posiblemente no tanto por el tipo como por el hecho de cogerse cuando ya están totalmente maduros; una de las pocas cosas que atenúan mi deseo de que vuelva el frío.