En el autobús ella iba dejando atrás sus estaciones (primavera y verano). Y el "ting" sólo marcaba una parada más, inútil. De nuevo no se atrevía a bajar. Fue haciendo la línea circular alrededor de los tiempos y con el billete obsoleto, añejo, no se atrevió a bajar a su vida, no fuera a quedarse para siempre, esclavizada, en ella.
Llevo observándola cada mañana, en ese autobús que no cojo nunca, que ha cambiado de asiento, quizás nunca vio lo que estaba más allá de la ventana izquierda. Un día agarró un papel y me lo tiró, pensando que yo sería capaz de aceptar su invitación entre los anuncios del periódico. Vi sumarse a ella a millones de desconocidos que le hablaron, sabida ya su extravagante vida móvil. Nunca tuvo ojos para enloquecerse sola, necesitó de tantos otros, mirada amarillenta, cansada, ojos como películas que siempre olvidan el comienzo.
La incorrección, la locura, en lo de todos los días, y nos miró durante décadas enteras nuestra quietud en su movimiento imparable. A veces he pensado que alguna vez pueda llegar al punto donde todo empezó para ella, pero la ciudad ha cambiado tanto que ya todo le será desconocido o se perderá matando para recuperar lo suyo, loca, muerta de pánico. Quizás le enturbia la proximidad de una obsesión, de preguntarse por mí, de por qué no he aceptado acompañarla. No lo he hecho. Creo que no lo haré nunca.
He pensado en comprar un adoquín y presentarlo en medio de su línea monótona, destruyendo esta maldita inercia, para que todo acabe ya...
No he podido. Y ahora escribo todo esto en esta mierda de papel que te acabo de tirar desde una ventanilla del autobús y que tú lees mientras te preguntas por qué hoy has estado a punto de subirte en él. No lo hagas. Que no lo haga nadie. No levantéis la mano, no pidáis que nos detengamos a por vosotros.