Imagínate una oficina. Una empresa relativamente moderna. Todas las paredes pintadas de blanco con enormes litografías de Jawlensky. Mesas con pantallas enormes y delante de ellas, las más eminentes promesas en diseño y márketing trabajando codo con codo. La mezcla perfecta entre talento y farlopa.
Un día les llama la Fundación del Moderno. ¿No te suena? Pues que sepas que están detrás del festival de cine fantástico de Carbayín, de la invención del Post-Rock o de los creadores del tabaco Pueblo como rebeldía al Chester. Como ves, surten de bienes básicos para todo avant-garde que se precie, así como de los que algún día quieren ser modernos y epatar en la cola del Alimerka con su pintaza.
Pues bien, tras una reunión en las oficinas de la empresa se les encarga el diseño conceptual de un medio de transporte para el moderno. No puede ser de motor de explosión (ser eco-friendly es una de las máximas), la relación calidad-precio debe estar descompensada (para así alejarlo del mass-media) y tiene que estar para esta primavera. Y estamos a mediados de diciembre.
Uno que hizo una FP de informática en Arsenio Toral y que se encuentra presente en la reunión para hacer bulto y porque tiene cara de achinao, toma la palabra y con sus cojones sugiere que eso ya está inventado y propone al adopción del Segway por parte de la Fundación. El Quality Surveyor vomita en una papelera y la Consejera Delegada tiene que adelantar al medio día su primera dosis de dexidrina.
Tras redirigir al ponente a RRHH a por su carta de despido, se vuelve a los temas serios. Se pactan unos plazos y se promete un boceto conceptual en menos de una semana.
Esa misma tarde se convoca una reunión interna con los diseñadores y demás cabezas pensantes. No les alarma el proyecto. Ya han vivido épocas y desafíos de este nivel. Joder, que con sus cojones relanzaron el vinilo cuando Apple se sacó de la manga el primer iPod. Esto no puede ser tan difícil.
Va pasando la semana y el Jefe de Proyectos ve como los bocetos que le mandan sus lacayos parecen trabajos de fin de curso de pre-tecnología de un instituto laico del extrarradio. Lo mejor que tienen hasta ahora es un monociclo que lleva acoplada como una suerte de tabla de planchar de bazar chino forrada de tweed y en la que, con el equilibrio suficiente, se puede ir horizontal y así recostado compaginar el pedaleo con la lectura, por ejemplo, de la novela inédita de Corín Tellado que se ha filtrado que saldrá casi al tiempo que este ingenio del transporte en los albores de la primavera.
Vamos, que están bien jodidos.
Jornadas interminables, maquetas y más diseños y nada pasa el control interno de calidad de la empresa. A saber, Arno. Natural de Bohadilla del Monte, aunque la versión oficiosa es que nació en un orfanato Bauhaus de Renania y educado en un ballenero noruego por una pareja de nihilistas positivos. Arno va torciendo el gesto mientras le enseñan uno tras otro los partos del departamento creativo. Nada le hace tilín al exigente de Arno.
El día de entrega del boceto preliminar, en el briefing de la mañana en la sala 'azul 88' le da por aparecer a uno de los enchufados farloperos en plantilla que no se sabía nada de él desde hacía 6 semanas. Teóricamente de viaje en Bulgaria ejerciendo de cool-hunter empapándose de la herencia comunista, pero con Conrado cualquiera sabe. No se puede descartar que en la T4 en vez de embarcar hacia Sofía, optara por visitar las fuentes del Narcea y pasar las 6 semanas fumando vilortos con algún parroquiano y disertando sobre la pataca y el orujo mezclado con Jajeffmeiter.
Conrado se sienta con un Frapuchino de moka de 12 euros y atiende a las caras de pánico de sus iguales. Objetos que desafían al menos dos leyes de la teoría de la gravedad de Newton, acaban en la carpeta de 'posibles', mientras el Jefe de Proyecto empieza a morder las uñas de la secretaria a falta de las suyas, ya a nivel de muñón, debido al estress acumulado.
Él lo ve claro y se levanta y con voz ronca pide una cuartilla y un Faber-Castell HB negro y amarillo de los de toda la vida. Se hace el silencio en la sala. Con la lengua mordida a un lado de la boca empieza a garabatear unos trazos. En menos de un minuto está su más reciente creación sobre el proyector.
Parece una bicicleta.
Joder, es una puta bicicleta de toda la vida. Una cosa es la moda de llevar maillots de equipos de los 70 como complemento casual, y otra es querer hacer que un moderno se mueva en bicicleta como haría cualquier gilipollas el sábado por la mañana para autoengañarse creyendo que es persona sana. El moderno sacrifica su salud si hace falta con tal de estar en la cresta. ¿Qué tomadura de pelo es ésta, Conrado?
Es perro viejo. Deja que sus compañeros empiecen a llamarle de todo, a criticar su diseño y que de paso, que alivien presión. Se está sacrificando por el grupo mientras traga un sorbo del nectar del Starbucks de la esquina. El Jefe de proyectos no se desmarca todavía. Le mira fijamente con los brazos cruzados a la espera. Es su último cartucho y con estos politoxicómanos de bachiller científico-técnico, cualquiera sabe.
Tras acallar los gritos, Conrado vuelve a tomar la palabra. El concepto básico es, efectivamente, la bicicleta. Pero tiene unas características únicas que la hacen apta para un moderno. Lo primero, el revival. Cuadro de corredor de los 60. Acero y que pese, nada de tonterías high-tech de carbono. Lo segundo, prescindir de marcas ni logos. Colores uniformes y llantas a juego o en combinación. Se abre la puerta a gamas cromáticas Di Stijl, o fluorescencias ochenteras. Y por último la concesión decadente y ultramoderna. Piñón fijo, sin marchas y ojito: sin frenos.
Silencio en la sala 'azul 88'. No parece ya tan pijada la idea de Conrado. De hecho en 15 minutos ya están dos diseñadores con llenos de aros por el focico haciendo una serie de la bicicleta en distintos colores el el Corel. Al rato se saca a Arno de la habitación oscura donde pasa su media jornada y se le enseña el parto creativo de Conrado. No solo le vale, sino que apuntilla que un buen medio de difusión del la bicicleta moderna puede ser a través de peluquerías modernucias, tiendas vintage e incluso mercerías de barrio. Pre-ordena tres para él mismo. Éxito total.
Esa misma noche el Jefe de Proyecto cena con los representantes de la Fundación en un Thai de comida manchega siendo felicitado efusivamente. ¡Los has vuelto a hacer, Valbuena'. Mientras tanto, Conrado carga a la VISA de la empresa un un cuartín que kilu de harina Villafranquina y acto seguido se le conceden 3 semanas de vacaciones pagadas mientras en la empresa empieza la producción del diseño final de lo que va a ser el éxito del 2011.
El resto, amigos, es historia.
Emociones fuertes por unos 500 euros y ser la comidilla en la cuesta del Cholo o en asambleas de barrio está al alcance de tu mano. La posibilidad de dejar la ortodoncia por el asfalto al no poder frenar, no es nada en comparación por estar ahí, entre los que van a triunfar. Este año en Gijón no sé que va a pasar en los aledaños del Centro San Agustín en el Festival de Cine con tanta bici aparcada fuera.
Y es que las tendencias se crean a golpe loncha de Conrados, amigos.