Como
precediendo al otoño, la canción de sus aguas se adorna con multicromáticas hojas de chopos y fresnos.
Aguas que
horadaron la piedra a través de los años dibujan ahora en la mente de pintores
un paisaje que habla de los hondos surcos en el transcurrir de río y huellas
intemporales en la caras de sus habitantes.
Su aguas son
gasas de tul en movimiento tan claras que a veces parecerían desaparecer en
algunos tramos, los animales que sacian
su sed parecen hacerlo con aire si no fuera por la eterna canción cuando acarician
la piedra de la orilla, y las asombradas retinas, y la boca abierta…..y la
mente que sueña y recuerda.
Tierra de
gente sencilla esculpida por la rudeza de vidas pasadas, tierra acostumbrada a
luchar cada jornada, gente con olor a bosque……tierra de gancheros.
Por este río,
discurría la “maderada” guiada por manos expertas con la vida en venta por unos
pocos reales.
Gente ruda,
trabajadora hasta la extenuación y en algunos casos despreciada y temida a su
paso por los pequeños pueblos ribereños.
Pieles morenas, curtidas por el hielo de la
madrugada, manos que ya no eran manos sino instrumentos y callos moldeados para
el trabajo, y a pesar de la humedad….ojos secos de lágrimas por la familia
dejada, por los compañeros que tributaron con sus vidas al Tajo por una manera
de existir en el que algunas veces la muerte era la única forma de vida.
Y a pesar de
todo el ganchero era persona orgullosa de su cometido.
Respiraba la
neblina, el aliento del río, sus eternamente mojados pies formaban ya parte de
la corteza arbórea sobre la que cabalgaba eternas jornadas. Ecos de voces en el
discurrir entre los barrancos anunciaban
su llegada al tiempo que las grullas anunciaban la del Astro Rey sobre
los congelados riscos.
En las
noches hogueras y pan (cuando lo había)
eran preludios de las anécdotas del día, el vino siempre recordó los pechos de
aquellas mozuelas que cantaban en las orillas mientras lavaban las ropas, saludando
con la mano a su paso a estos hombres, sin
miedo, casi…..con provocación.
Y ya
momentos antes del sueño siempre había alguien que se retiraba entre las jaras con el pretexto de una meada a mezclar la sal de sus retinas con las aguas del río, siendo a la vez testigos de su eterno amor con la luna que sembraba besos en los
remansos de las aguas.
Aún hoy si
paseas solitario por las pistas cercanas te das cuenta de que el viento
aprendió a imitar la voz de los gancheros, sus risas exageradas. Detectas entre
los pinos un flujo de camaradería necesaria para sobrevivir esa vida, que en
cierto modo envidiamos los que hoy hemos llegado hasta aquí.
La libertad
de los cantos, el aire que alimentaba cuando la escasez de comida dejaba
patente el vacío de las ruidosas tripas, la dominancia de los maderos, domarlos cabalgando en sus costados, la
admiración de las mozas, el temor de los hombres, la caricia al borriquillo que cargaba sin
protestas la escasa comida del día, el abrazo sincero, sincero, sincero…….la
libertad dentro del cauce.
*Y uno
piensa ¿donde ha ido a parar la pasión por la vida en esta que llevamos hoy?.
*y uno
calibra lo que tiene y se da cuenta de que al final no tiene nada.
* y uno
envidia la dureza ganchera que formaba parte del paisaje y de la poesía del
Tajo.
Y uno quiere, cabalgar las
eternidades sobre la libertad del río.
Uno quiere
ser ganchero, jinete de pinos que nadan ente canciones, "ganchero inmortal", al menos……..hasta
que muera.
Basado en la obra de mi admiradísimo Jose
Luis Sampedro “El rio que nos lleva”
HACEDME EL
FAVOR DE SER FELICES KARRAS.