En tu nombre hay un centro de sombra, bóveda apretada como la noche a tientas, un escudo de frío, pero ni tú lo sabes. Es un temblor preciso que te diferencia, como una absolución, como esa música de no pensar en nada. Te veo sin que me veas, con la tristeza suspendida del tren que nunca marcha, recordando estaciones en mitad de los adioses, el seguro andén en auge, el estruendo del vagón partiendo las palabras allá donde la vida sólo es huella y apenas una fiebre de sal desdibujada, apenas un paisaje por la ventana quieta. Te alejas mientras duermes y el deseo despliega su metralla. Todo es vainilla por venir, laberinto encendido, párpado que guarda en su fondo una muerte contigua, una grieta de horas sin mañana, ese espléndido asombro de los viajes y aquella emoción errante. La madrugada es un cuerpo pronunciado como lo siento ahora, una derrota evidente. Quiero grabar en la noche tu sístole minuciosa, que la estrecha arquitectura de tu mano no pierda la alegríade ser araña ciega por mis sienes, feliz como lo que no va a repetirse. Dentro de ti suena una luz astillada, una humana oquedad de ceniza cayendo, un mar que suplica, mientras me das la espalda, un fuego en el centro y su huracán diario. Todo lo voy mirando como por vez primera: la huida que es el sueño, su abstracta construcción, su líquida verdad donde avivar ausencias, su inflamable ternura de costumbre inédita...hasta que llegas de la nada con un corazón de esponja entre los dientes, con tu miedo, sin dolor, hasta que vuelve tu edad con su melena mojada de orillas cegadoras, en un recuerdo de lentas tardes en los trenes. Has dejado en la noche una herencia vulnerable, un humo sin testigos, porque esta intemperie habita en andenes que no existen si antes tú no los pisaste. ¿Somos ahí más ciertos?
En tu nombre hay un centro de sombra. Es un temblor preciso que te diferencia.
¿De qué renuncia ha nacido?¿De qué habitada niebla?
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Texto: Antonio Lucas
Foto: Terry Ward