La
mesa de doña Mari era un agasajo. No había visto tantos platillos donde los
nopales fueran el elemento principal: nopalitos picados, con cebolla y
cilantro; tortitas de camarón con nopales, bisteces de res con nopales en salsa de
jitomate, nopales en chile guajillo, nopales en escabeche, charales con
nopales… El queso de tuna estaba para chuparse los dedos.
—¿Y
qué me dice del maguey? —la voz rasposa del presidente municipal sacó al señor
Valencia de su ensimismamiento—. En mi entender, esa es la planta más
representativa de nuestra tierra. El maguey nos da el pulque, que podemos
disfrutar solo o curadito; además, sin sus pencas, la barbacoa de chivo o de
borrego no sería la misma.
Guillermo
Valencia no pudo menos que sonreír al recordar la eterna disputa en el pueblo:
que si los nopales, que si los magueyes debían de ser considerados el símbolo
de la región.
—Señores:
me parece que doña Mari García al fin ha zanjado la disputa con este curadito de tuna. ¡Brindemos por ello!
Esa misma noche, al volver a su casa, el señor Valencia agregó al escudo de Doctor Mora un maguey y un nopal.