I La aprehensión
Cuando llegué a casa, ahí estaba la policía.
―Queda detenido por el asesinato de Pedro Antonio Pando ―espetó el agente al mando mientras un grupo de hombres armados me rodeaba. Era una escena tan de película gringa que cualquier intento de respuesta habría sido un crimen. Esposado, vituperado por quienes hasta hoy habían sido vecinos cordiales, fui empujado al interior de una patrulla.
―Debe haber un error, oficial, no tengo idea por qué se me acusa.
―¿Ya oíste, pareja?―. ¡Ahora resulta que es un pinche santo!
―¡Lo juro!
―Pues dícelo al ministerio público, y deja ya de estar chillando ―terció el tipo al volante.
―Aunque de nada va a servir: tenemos un testigo.
II Testigo de la nada
El testigo dijo que vio salir de casa del finado a un hombre con la ropa ensangrentada.
―¿Está aquí en este momento? ―preguntó el agente del Ministerio Público.
―Sí ―ratificó, señalándome.
―Que conste en actas.
Las cosas continuaron mal.
―Mi clienta solicita el divorcio; no puede cohabitar con un criminal ―demandó el abogado de mi mujer.
Casados por bienes mancomunados, al menos me correspondía la mitad de todas nuestras posesiones. Bueno, eso era lo que yo creía.
III Como en un laberinto
Tras un largo juicio que se prolongó tres años y medio, quedé en libertad por falta de elementos. "A nombre del Pueblo, le ofrezco una disculpa por las molestias causadas. Puede irse".
No ha venido nadie a recibirme. Me adentro en la ciudad como en un laberinto que parece eterno. Después de caminar sin rumbo todo el día me siento cansado, pero antes de marcharme de aquí debo hacer dos visitas. Detengo un taxi.
IV Primera visita
Parece que la reclusión ha reblandecido mi carácter. "Te has vuelto sentimental", me digo al observar la que fuera mi casa y esperar que de un momento a otro asome mi ex mujer… Pero no sucederá, antes de la firma del divorcio vendió todo y desapareció. “Así son las viejas, se llenan los bolsillos a costa tuya y después te mandan a la chingada”, me dijo en prisión un convicto que asesinó a tres de sus cinco esposas. Quizás, sólo que en mi caso el dinero siempre fue suyo, ¿qué podría reclamarle?
V Segunda visita
El Pinto abrió la puerta.
―Te esperaba desde temprano.
―No hay plazo que no se cumpla, dice el dicho y dice bien. Aquí me tienes.
―Tengo algo para que te animes ―el Pinto abrió una maleta llena de dinero.
―¿Y mi mujer? Perdón, mi ex mujer…
Una sonrisa maliciosa asomó al rostro del Pinto.
―Dicen que se deshizo de todas sus cosas y se fugó con su abogado, dejándote en la ruina. Desde entonces, nadie ha vuelto a saber de ellos. Y yo menos.
―Que Dios los tenga en su Santa Gloria y se apiade de sus pecados… ―cerró la maleta y apuró el resto de cerveza. Con el dinero ganado en este último negocio podrían retirarse tranquilamente―. No más muertos ni testigos falsos, Pintito, no más.
Imagen tomada de la red.