Nos contaba el maestro Umbral, quien tal vez fuera nuestro mejor columnista en lengua castellana/española, que el artículo y/o columna tiene que ser un rastro de actualidad, algo que se enciende como una noticia, se remonta como un ensayo y se resuelve en una metáfora o un endecasílabo conceptual. Esto que a primera vista podría parecer harto sencillo, en modo alguno lo es. Y se requiere mucho entrenamiento para llegar a escribir columnas o textos breves como lo hacía el propio Umbral.
Umbral, que era un magnífico poeta escribiendo en prosa, entiende por endecasílabo conceptual esa frase final, rúbrica, que sintetiza todo lo anterior y, en ello, una idea del mundo, una verdad momentánea, una iluminación tan intensa como las que tuviera Rimbaud, por veracidad o por estilo.
A uno, dicho sea de paso, le gustaría parecerse a Rimbaud en lo que tiene de iluminado y aventurero, y a Henry Miller en su modo de contar y emocionarnos con su prosa, en su vida bohemia y libertaria.
Sabido es que Miller reconoce en Rimbaud a uno de sus maestros. Léase ese revelador ensayo, El tiempo de los asesinos. Por su parte, Umbral se sentía deudor de Miller.
En la columna del columnista profesional tiene que haber una idea central -según Umbral-, o argumento secreto, o un anillo finísimo de oro/plata/cobre que presida o articule toda la aparente dispersión snob de lo que se cuenta o reflexiona, pues, de no ser así, caeríamos en lo que Unamuno llamaba “una prosa desmedulada”, un escribir por escribir, que es en lo que uno no debe caer, pues de ser así la columna sería una mierda pinchada en un palo. Y tal vez no sería ni siquiera una mierda.
Escribir por escribir es algo que hacían durante los años 40 del franquismo muchos articulistas de la Prensa del Movimiento, y lo que hacen hoy algunos enchufados ilustrados del sainete nacional, sin preocuparse jamás de que aquello tenga una composición circular, coherente, porque el artículo, como el soneto -nos sigue recordando Umbral- es una rosa tipográfica, una cosa geométrica.
El articulista nato suele ser manierista porque nunca ataca frontalmente las grandes ideas o los grandes hechos de la actualidad, sino que les entra por el costado sangrante de una minucia, de un detalle mínimo, de una anécdota sobre la que, luego, su oficio o su talento, hará descender el cielo dorsiano -o antidorsiano- de las categorías.
El articulista nato suele ser manierista porque nunca ataca frontalmente las grandes ideas o los grandes hechos de la actualidad, sino que les entra por el costado sangrante de una minucia, de un detalle mínimo, de una anécdota sobre la que, luego, su oficio o su talento, hará descender el cielo dorsiano -o antidorsiano- de las categorías.
Partir de lo pequeño para alcanzar lo grande, dar más importancia al bodegón o naturaleza muerta de lo que se va a comer, que a la escena central (y remota) que motiva el cuadro, es un perspectivismo típicamente manierista, y que todo buen escritor de periódicos aplica, sabiéndolo o sin saberlo, con más o menos éxito, según los casos.
D’Ors, por la suya, también nos deja sus Glosari (hazaña casi nunca superada en el periodismo peninsular).