Me lo decía mi madre cuando llegaba del colegio frustrada porque algún compañero se reía de mí por ser la más bajita de la clase.
Y yo pensaba "Sí, claro".
"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio"
Supongo que es lo que piensan las cuatro señoras que sentadas en una terracita ignoran a la mujer que con un cartelito en la mano, y una expresión en la cara mezcla de aburrimiento y desafío, las contempla.
La veo desde lejos, no se mueve, el cartel es de esos que las mafias fabrican en serie, de los que te informan de que tiene nosecuantos hijos y que no tiene con qué criarlos.
Sigue en la misma postura cuando yo paso de largo, en todo ese rato, ninguna de las cuatro señoras la mira, ninguna se digna a decirle siquiera un magro "No".
"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio"
En el parque juegan unos niños a la pelota, deben ser hermanos porque van todos conjuntados, mismos colores, mismo modelo de zapatos, mismo caballito en las camisetas.
Se acerca a ellos otro niño, con otros zapatos, otra ropa, les pregunta si puede jugar con ellos.
El mayor de los de la pelota le mira de arriba a abajo, nunca he visto tanto desprecio en unos ojos tan jóvenes.
No le contesta, no le vuelve a mirar, sigue jugando con sus hermanos, que estratégicamente han dado la espalda al nuevo.
"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio"
En una fiesta, veo una chica al fondo, conozco su mirada, es triste, yo la he tenido así una vez, hace tiempo, busco en la dirección hacia la que mira. Hay una parejita bailando muy pegados, juraría que hace pocas semanas vi ese mismo chaval abrazado a la chica triste, aunque en aquel momento ella tenía toda la luz de las estrellas en sus ojos. El chaval mira a la chica triste, juro que pude sentir el frío que transmitían sus ojos, juro que la vi estremecerse.
"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio"
Finalmente, mamá, tendré que darte la razón.
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