Ilustración de Luján.
Regalos
Voy a hacer un spoiler navideño: esta noche, en la cena de mi pandilla de Primaria, mi amigo invisible tendrá un libro, concretamente un cómic. También lo tendrá mañana mi sobrino segundo veinticinco años más joven, aunque en su caso será un libro de dinosaurios adecuado a su edad. No es ninguna sorpresa que suelo regalar libros.
A los que tenéis hijos o sobrinos, os pregunto si tendrán libros por Navidad o respondéis que no. Creedme que os lo he preguntado a unos cuantos, y la mayoría respondéis o bien que ya tienen muchos regalos, o que no han pedido ninguno. Es que no les gusta leer, vaya.
Pero ignoráis que está científicamente demostrado que no hay un solo niño en el mundo al que no le guste leer: solamente es que no han encontrado todavía su libro. Un libro es... No voy a decir todo lo maravilloso que es un libro, pero basta decir que cualquier cosa divertida y flipante que imaginéis, cabría en la imaginación de un lector con un libro delante. Por eso es imposible que uno no encuentre su libro preferido, incluso si no le gustaba leer de antes.
Sí, muchas veces cuesta dar con el libro correcto. A veces imponemos nuestros propios gustos a los de los niños. Pero si en un día tan especial como Navidad o Reyes no hay sitio para la literatura, si el niño no cuenta con lectura entre los demás entretenimientos, el libro acabará marginado a la lectura de clase, y de ahí os quedará irremediablemente un niño al que no le guste leer. Un niño que, por desgracia, viajará mucho menos, soñará más corto, un niño que no vivirá vidas de los demás como lo hace un lector.
A veces no se acierta a la primera. Hay que escuchar sus gustos, pensar con un libro que sea un anzuelo (¿le gusta el fútbol? ¿Los animales? ¿Los videojuegos? ¿La danza? Hay libros relacionados), y regalárselo como algo extraordinario, no como una imposición. Preguntad a los libreros. Dejaos aconsejar. No importa si el libro no es una maravilla: a veces ese libro es la puerta a otros mejores, el billete de ida a una pasión lectora sin vuelta.
Si queréis que los niños lean, regaladles (por lo menos) un libro por Navidad. Si no ponéis la lectura en valor, ellos nunca la apreciarán.
Esta entrada fue publicada primero en facebook el 23 de diciembre de 2016.
#Nosotras
martes, 20 de diciembre de 2016
Las opiniones que más nos gustan son aquellas con las que estamos de acuerdo. Normalmente.
Nunca he sido partidario de las cuotas de ningún tipo, y por supuesto, tampoco de las de la mujer. Siempre he creído que las mujeres valen suficiente para llegar a lo más arriba. Lo merecen, y si no están todavía en lo más alto, es solo cuestión de tiempo. Basta con que las nuevas generaciones tengan tiempo de demostrar su valor para que las mujeres dirijan sin necesidad de cuotas impuestas. Al menos esa era mi opinión hasta hace dos días.
El domingo se emitió en televisión #Nosotras, un especial de Salvados dedicado a la mujer. Yo, que no estoy acostumbrado a que la caja tonta me convenza de nada, y que ingenuamente pensaba que iba a ver un programa que contaría lo ya resabido y con el que estaría de acuerdo con todo, todavía me llevé sorpresas.
Un grupo de mujeres de perfiles muy diferentes (aunque principalmente muy formadas) se apuntó enseguida a la cuota. Yo pensé rápidamente aquello de: «Pero si es contraproducente. Si las mujeres lo valen, una cuota solamente va a ensombrecer sus méritos». Tuve que pensar eso muy rápidamente, ya os digo, porque la escritora del grupo me pilló por sorpresa. Calaf lo expresó más o menos así.
Antes, ella era contraria a las cuotas. Pensaba que [lo que ya he dicho antes]. Pero descubrió que la meritocracia era una utopía. Ya había mujeres capacitadas, desde hacía tiempo. ¿Por qué no estaban en los puestos de dirección? Porque no existe la igualdad. No se les deja subir ni cuando son mejores. No es verdad, como venimos pensado los buenistas, que las mujeres con talento van a llegar igual de lejos que los hombres con el mismo talento. La realidad, basta mirar arriba, es bien distinta.
Y me convenció. Echó de un plumazo todas mis teorías por tierra. Hemos vivido engañados si pensábamos que el talento iba a bastar.
Otra mujer del grupo, directiva, quitaba hierro al hecho de que se «cuele» alguna mujer incompetente con eso de las cuotas. Parafraseo: «Después de todo, hay un montón de hombres directivos incompetentes y tenemos que vivir con ello. Porque haya una mujer incompetente entre muchas competentes, no va a pasar nada». Y de nuevo, joder, tuve que reconocer que tenía razón. ¿Por qué íbamos a poner el grito en el cielo por una tarada, cuando asumimos con normalidad que manden un millón de tarados?
En otro momento, hablaron de la brecha salarial. Y yo, igual que Jordi Évole, reconozco que el hecho de que una mujer cobre menos por el mismo trabajo, me parece poco menos que ciencia ficción.
Y ahí también arrojaron luz a un tonto como yo.
La directiva Berra lo explicaba muy bien (permitidme el parafraseo de nuevo): «Cuando se ofrece una nueva oportunidad laboral, el hombre pregunta cuándo va a ganar. La mujer pregunta qué va a hacer». No sé si se considerará sexista decir que los hombres, generalmente, negocian mejor. Pero no se puede culpar a las mujeres por pensar antes en responsabilidad y funciones que en el dinero.
El programa abarcó lo que pudo abarcar, poquito, pero fue muy interesante en muchos aspectos. No suelo decir esto, pero me convencieron. Ha cambiado mi opinión en varios aspectos. Pero supongo que el feminismo, como todo, es un proceso. Aquí tenéis el programa completo por si queréis echarle un vistazo. Merece la pena. http://tinyurl.com/zsuedp7
Esta entrada se publicó primero en facebook el 20 de diciembre de 2016.
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