martes, 25 de junio de 2013

Andrés Trapiello: Crónica familiar, malvados retratos y muchas cosas más

Miseria y compañía
Andrés Trapiello
Pre-Textos. Valencia, 2013
  
Familiar, en el doble sentido de la palabra, resulta la nueva entrega de los diarios que Andrés Trapiello viene publicando, primero cada año, después cada dos años, desde 1990, Tras tantos miles de páginas, familiar nos resulta su manera de entender el género del diario, que él quiere aproximar a una dilatada novela por entregas; estamos más que acostumbrados a sus X que velan los nombres propios, a sus paseos por el Rastro, a su retiro extremeño de Las Viñas, a sus bromas y veras sobre la vida literaria.
            Pero también son estos diarios, y muy especialmente Miseria y compañía, una crónica familiar en el más estricto sentido de la palabra. Su mujer, a la que denomina M., y sus hijos, R. y G., resultan protagonistas. Unos hijos ejemplares, una mujer modélica (a ratos nos recuerda a la Paola de las novelas de Donna Leon protagonizadas por el comisario Brunetti). Juntos hacen un viaje a Italia, visitando las villas de Palladio a la orilla del Brenta, y esas páginas viajeras constituyen uno de los capítulos más representativos del libro.
            Miseria y compañía es, entre otras muchas cosas, un libro de viajes, la mayor parte de ellos profesionales, debidos a una conferencia o la promoción de alguna novela del autor. El lector habitual sabe que en la crónica de estos viajes –a Munich, a Bruselas, a Milán–  no suele faltar la burla de los anfitriones ni tampoco impresionistas evocaciones que, a menudo, van más allá de la consabida postal turística.
            La guerra de guerrillas literarias se encuentra, como siempre bien representada, para malicioso regocijo de determinados lectores (quizá los mismos a los que aburre el exceso de rosadas intimidades familiares) y para irritación de otros. Reprocha Trapiello al autor de “cierto libro sobre el mundo de los editores del que forma parte” que elogie sus diarios sobre todo por sus “malvados retratos”.
            Esos “malvados retratos”, esas vengativas semblanzas, abundan en este tomo tanto como en los otros, pero su extensión se reduce. Aparte de Jorge Herralde (que no quiso publicar la primera entrega de los diarios), aparecen los habituales Gimferrer y Gil de Biedma, Carlos Castilla del Pino, Javier Marías (a través de La fiera literaria), Víctor de la Concha, Luis María Anson… En unos casos con sus iniciales, otras veces tras una X o sin indicar el nombre, pero siempre con los suficientes datos como para que puedan ser identificados (se habla, por ejemplo, del “cura relapso que ahora dirige la Academia”).
            Tiene razón Trapiello cuando se queja de que se reduzcan su diarios a esas llamativas, y con frecuencia injustas, “maldades”; abundan también las semblanzas de amigos y maestros (ejemplares resultan las páginas que este tomo dedica a Ramón Gaya, Muñoz Rojas, Rosa Chacel). Pero no la tiene cuando afirma que las personas a las que censura o caricaturiza aparecen “siempre como parte de una ficción, veladas por su X”. El nombre de los personajes de una novela no suele ocultarse; el que se oculta a veces en crónicas o reportajes, para evitar problemas, es el de las personas reales.
            Las incómodas y caprichosas X no convierten a estos diarios en ficción. Demuestran por ello más conocimiento de los géneros literarios los vecinos de Trujillo, cuando se quejan de ciertas alusiones malévolas, que el propio autor al defenderse con la peregrina razón de que lo que escribe es una “novela” (una novela de no ficción, en todo caso, aunque no falten las fantasiosas imaginaciones).
            “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona” afirmó Hölderlin. El Andrés Trapiello que teoriza –sobre los diarios o sobre cualquier otro asunto– resulta inferior al que se limita a hacer literatura, con frecuencia espléndida literatura, como ocurre con los intermedios líricos o aforísticos que separan los fragmentos más narrativos de sus diarios.
            Al lector de Miseria y compañía le sorprende encontrarse con una curiosa innovación tipográfica: “Tendría que estar prohibido ponerle a las calles el nombre de militares, de alcaldes, de aristócratas, de polític*s, de reyes y reinas, de obispos y de escritor*s”. En la solapa del volumen el autor la explica así: “L*s lectores de este libro hallarán también aquí esta estrella o asterisco manipulado, que hemos dado en considerar nueva vocal o vocal doble, tras haber descartado por diferentes razones el empleo de sucedáneos y equívocos, como la arroba o la xuá. El autor, tipógrafo aficionado, considera que el uso de un lenguaje inclusivo, no es ocioso ni mucho menos nocivo para la literatura escrita ni para la literatura en general. El hecho de que esta * sirva para lo escrito y no para lo hablado, no quiere decir sino que se contenta con ser leída, lo que no es poco trecho, en un camino tan largo aún”.
            ¿Y cómo puede “ser leída” esa “estrella o asterisco manipulado”?, le preguntaríamos al autor de pronto converso al feminismo linüístico. ¿”Ele”, “estrella”, “ese” lectores de este libro? ¿De “politic”, “estrella”, “ese”?
            El asterisco que propone Trapiello no es una “nueva vocal” o “vocal doble” sino una manera gráfica de representar a la vez a dos vocales, la “o” y la “a”, o la “e” y la “a”, cuando sirven para diferenciar masculino y femenino, pero la pronunciación no puede ser simultánea, por lo que de poco vale esa pintoresca abreviatura. Si rechazamos utilizar el masculino como género no marcado (que incluya al masculino y al femenino), podemos hacer lo que siempre se ha hecho cuando nos dirigimos a un auditorio mixto: decir “señoras y señores” (y no solo “señores”, que gramaticalmente –pero no socialmente– sería igualmente correcto).
            Recuento del año 2004, con su brutal atentado y sus elecciones y su boda principesca, crónica familiar y cuaderno de ejercicios de un escritor capaz de los más hondos lirismos, pero que no desdeña las trapacerías de la literatura comercial ni los enredos de los premios literarios, Miseria y compañía no defraudará ni a los partidarios ni a los detractores de Andrés Trapiello, cada vez más numerosos los primeros y no enteramente inmerecidos los segundos.

lunes, 17 de junio de 2013

Antonio Gamoneda, un poeta a contracorriente


Antología poética
Antonio Gamoneda
Selección e introducción
de Tomás Sánchez Santiago
Alianza Editorial. Madrid, 2013
  
Comienza Tomás Sánchez Santiago, excelente poeta él mismo, el prólogo a la Antología poética de Antonio Gamoneda aludiendo a su “caso”, “insólito en los usos habituales del mundo literario español”. Y ciertamente Antonio Gamoneda es un poeta insólito, pero quizá no por las razones que Sánchez Santiago señala.
            Anecdótico resulta el mayor o menor encaje del poeta con su generación (la del cincuenta, la de los niños de la guerra), sus declaraciones contra este y aquel (Benedetti, José Hierro, Ángel González), su decidida toma de partido en la lucha de banderías en que a veces se convierte la vida literaria, o una aireada marginación que no resulta incompatible con la obtención de los más altos galardones oficiales.
            Antonio Gamoneda es un poeta insólito por otras muy diversas razones. Se trata (pocos casos más hay en la historia literaria) de un poeta a contracorriente de sí mismo, de un poeta que ha hecho lo mejor –y quizá también lo menos logrado de su obra– luchando contra su tendencia natural al realismo, al dolido testimonio autobiográfico.
            Durante muchos años pareció que Antonio Gamoneda iba a ser autor de un único libro, Sublevación inmóvil, correctamente impersonal, muy en la línea de la colección Adonáis en que apareció. Antes y después había escrito más poemas, pero durante diecisiete años solo se le conocería por sus críticas de arte y su eficaz labor cultural en la diputación leonesa. La colección Provincia, que dirigía, le había puesto en contacto con los nuevos poetas españoles, y esa misma colección reapareció convertido en un poeta distinto. Descripción de la mentira había comenzado a escribirse a finales de 1975, poco después de la muerte de Franco, pero era un libro que prescindía de la anécdota, que enlazaba con el nuevo clima estético –más proclive al hermetismo y al irracionalismo– que habían puesto de moda los novísimos.
            Descripción de la mentira llamó la atención de los más avisados; Blues castellano, aparecido en 1982 en una editorial gijonesa de muy limitada difusión, defraudó a los mismos que habían admirado el libro anterior: directo, emocionante, contundente, constituía un buen ejemplo de la poesía social, que entonces parecía superada para siempre (renegaban de ella algunos de sus más conspicuos cultivadores, como José Agustín Goytisolo).
            Todo el trabajo posterior de Antonio Gamoneda va en contra de la línea representada por Blues castellano, pero él, sin embargo, ha querido mantenerlo tal cual, corrigiendo algún poema (eliminando, por ejemplo, redundancias e imprecisiones), pero sin desvirtuar su sentido ni su intención, al contrario de lo que gusta hacer con sus textos anteriores a Descripción de la mentira.
            Lápidas, de 1986, es un libro de transición y una obra que nos permite entrar en el laboratorio del poema. La mayor parte de los poemas tienen un origen circunstancial: el catálogo de un pintor, el prólogo amical a un libro de poemas, un homenaje, un libro sobre León en el que participan también José María Merino y Luis Mateo Díez. Al reunirlos en volumen se reduce al mínimo ese pretexto, se busca un máximo de universalidad. Pero queda la huella del origen y el autor la aclara en las notas finales. Tras leerlas, volvemos al libro y muchas brumas se disipan.
            En la parte tercera de Lápidas evoca Gamoneda el León de su infancia y su infancia misma, con todo su dolor y su desvalimiento. Al lector le llega, para decirlo con palabras de Antonio Machado, “confusa la historia / y clara la pena”. La misma historia, pero ya sin ninguna veladura, y sin ninguna muestra de piedad hacia sí mismo, se nos cuenta en el volumen de memorias Un armario lleno de sombra (alguna anécdota cruel ya se nos había contado en Blues castellano).
            Tras los anteriores titubeos, Antonio Gamoneda, se reinventa y se reescribe (una de sus tareas favoritas) en Edad (1987). Críticos como Miguel Casado le ofrecen la justificación teórica, y el propio Gamoneda intenta teorizar su rechazo del realismo en libros como El cuerpo de los símbolos.
            En la edición de su poesía completa, Esta luz, desaparecen las referencias al origen de los poemas de Lápidas, como si el poeta –que, sin embargo, tanto gusta de las minuciosas precisiones–  tratara de borrar pistas.
            Libro de frío (1992) y Arden las pérdidas (2003) ejemplifican a la perfección la estética que el poeta ha querido hacer suya: eliminación de la anécdota, irracionalismo metafórico, poesía que no quiere ser “literatura” sino aproximarse a la capacidad de sugerencia y falta de referencias de la música.
            En sus ejemplos más extremos, Antonio Gamoneda recuerda a aquella paloma de la que hablaba Kant, una paloma que soñaba con eliminar la resistencia del aire para poder volar más libremente, sin darse cuenta de que era precisamente esa resistencia lo que la permitía volar.
            Antonio Gamoneda ha querido huir del realismo, borrar cualquier referencia concreta, moverse en el terreno del símbolo que se simboliza a sí mismo, que no remite a nada externo. Pero la realidad le alcanza y titula Cecilia, el nombre de su nieta, un hermoso libro, que no se avergüenza de su origen, de la emoción tan común y tan humana que le da origen.
            Esa aceptación de sí mismo continúa en Canción errónea, donde ya no se tachan los nombres que dan origen al poema (“Hoy he visto a Cecilia. Su melena está llena de luz”) y el lenguaje se hace a menudo directo, coloquial, cercano al de tantos otros poetas de su denostada generación realista: “Has cruzado despacio la ciudad. / Por una vez, tú no vas a trabajar / ni a comprar una medicina ni a entregar una carta: / has salido a la calle para estar en la noche”.
            No quiere esto decir que el mejor Gamoneda sea el de Blues castellanos o el de Canción errónea, aunque en este último libro estén algunos de sus más conmovedores poemas. Gamoneda da lo mejor de sí mismo cuando trata de reescribir sus versos para eliminar de ellos toda la ganga, para dejar que las palabras vuelen solas, para esconder cualquier referencia a la prosaica realidad que está en su origen, y no lo consigue del todo. Si lo consigue, el poema se le escapa de las manos, se aleja del lector de poesía y ya solo sirve como pretexto para las elucubraciones de su corte de críticos afines.

martes, 11 de junio de 2013

Blas de Otero, poesía e historia


Blas de Otero
Obra completa (1935-1977)
Edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Barcelona, 2013

No deja de resultar sorprendente que un poeta tan reconocido y admirado como Blas de Otero, un poeta que muy pronto adquirió la condición de clásico contemporáneo (algo tuvo que ver con ello una resonante lección inaugural de Emilio Alarcos), dejara tanta obra inédita. Solo en 2012 –habían pasado ya treinta años largos desde su muerte– se publicó el más extenso y, para muchos, el mejor de sus libros, Hojas de Madrid con La galerna, y no se agotaba con ese título final y magistral el arca de los inéditos, como tendrán ocasión de comprobar quienes se acerquen a su recién aparecida Obra completa.
            Una Obra completa que, afortunadamente, no es completa ni tampoco una edición crítica. Sabina de la Cruz y Mario Hernández, editores y prologuistas, se han resistido a los malos usos de las habituales ediciones académicas y nos ofrecen un volumen ejemplar, lo más cercano posible a las intenciones del autor, lo más respetuoso posible con el lector de poesía.
            Una Obra completa no debe incluir todo lo que escribió el autor, lo hiciera o no con intención literaria, se tratara de borradores o de textos acabados, sino solo aquello que dio o habría dado –la seguridad nunca es total– por válido. Los actuales editores de Fernando Pessoa tienen mucho que aprender de Sabina de la Cruz y de Mario Hernández.
            Cierto que en un poeta tan exigente, y que comenzó a publicar relativamente tarde, hay muchos poemas de interés que quedaron fuera de sus libros. Una selección de ellos se nos ofrece al final como “Complemento”. Habría sido un error colocarlos en el lugar cronológico correspondiente, algo habitual en los estudiosos que carecen de sensibilidad literaria y de respeto por las intenciones del autor.
            Lo que habitualmente se entiende por una edición crítica suele ser la peor de las ediciones posibles: aquella en la que un aplicado doctorando nos informa a pie de página de las erratas de ediciones anteriores, de las variantes que encuentra en borradores, para amontonar luego toda la información que logra acarrear de diccionarios y enciclopedias. El resultado es un poema sepultado por erudiciones varias, y a menudo impertinentes, del que resulta imposible hacer una lectura estética.
            La nota a la edición nos aclara cuanto es necesario saber sobre la intervención de los editores, siempre razonada y respetuosa. Los poemas se ofrecen luego limpios en la página para que se defiendan solos ante el lector.
            ¿Los poemas? Sí, esta Obra completa es, fundamentalmente, unas poesías completas. Aparte de sus poemas, Blas de Otero escribió muy pocas cosas y algunas de ellas –como unas conferencias pro pane lucrando–  no figuran aquí porque él no habría querido que figuraran. Cierto que también negó que Historias fingidas y verdaderas –ahora complementadas con Nuevas historias fingidas y verdaderas– fuera una colección de poemas en prosa. Pero lo sean o no lo sean, no desentonan junto a sus poemas: tienen la misma tensión, brevedad, intensidad. Prueba de ello la encontramos en “El espectro de Neruda”, un texto en prosa que forma parte del libro inédito Poesía e historia, aunque no encaja en su cronología, pero que igualmente podría formar parte de las Nuevas historias fingidas y verdaderas.
            Algo similar podría decirse de la Historia (casi) de mi vida, otra de las sorpresas del volumen, una magistral autobiografía escrita con las idas y venidas, con la mezcla de tiempos y lugares, de tantos poemas autobiográficos.
            Blas de Otero, el poeta más admirado de la posguerra española, pasó a su muerte, como suele ser habitual, un tiempo de purgatorio. El rechazo de la poesía social afectó a una parte de su obra.
            Y sigue afectándola, aunque mínimamente. Hay un Blas de Otero propagandista de los logros del socialismo real, panfletario y doctrinario. Es el Blas de Otero de “Entrada al comunismo”, con versos como “Entonces Lenin anunció / el primer plan quinquenal de la economía socialista” o “Una tercera parte de la humanidad / construye el socialismo”.
            Pero incluso en la etapa más comprometida con la directrices del Partido (así, con mayúsculas), la etapa que se inicia con Pido la paz y la palabra y sigue con En castellano, Que trata de España y el inédito Poesía e historia, el poeta puede al ideólogo y al propagandista, y los poemas se llenan de juegos de palabras, de referencias literarias, de segundas y terceras intenciones, de intensidad y magia.
            Los años le fueron añadiendo a Blas de Otero sabiduría y humor. Al melodramático poeta inicial, que ahuecaba un poco la voz, al cantor de los logros de China, la Unión Soviética o Cuba, les sucedió un maestro que gustaba de disimular su maestría, que parecía dejar que los poemas se hicieran solos, que citaba una y otra vez a su Machado y a su Rubén, a su Cervantes y a su Fray Luis, que hacía lo que quería con el soneto y con cualquier estrofa, con el verso y con la prosa.
            El mejor Blas de Otero es el de los últimos años en Madrid, el que vuelve derrotado y apaleado, aunque siguiera hasta el fin fiel a sus ideas, de sus andanzas por los países comunistas, como un don Quijote que tardíamente recobra la cordura. Pero en todos sus libros hay motivos de asombro y maravilla.
            Completan esta Obra completa unas pocas traducciones indirectas –una curiosidad, la traducción no formaba parte del trabajo de Blas de Otero–  y una serie de entrevistas que nos permiten seguir su evolución a lo largo de los años; en ellas nos habla de su vida y de su obra, defiende la poesía social, se nos muestra como un hombre de su tiempo.
            Un hombre de su tiempo fue Blas de Otero, con sus errores y sus aciertos, y un poeta de cualquier tiempo. Esta ejemplar edición de su Obra completa nos lo muestra por fin en toda su plural grandeza. “¿Dónde está Blas de Otero?”, se preguntaba a sí mismo en un poema famoso. Está, por fin, donde debe estar, junto a los clásicos que tenía siempre en la punta de la lengua. Y con la inmensa mayoría, como siempre quiso estar.

            

miércoles, 5 de junio de 2013

Fernando Pessoa y la independencia de Cataluña


Fernando Pessoa
Iberia. Introducción a un imperialismo futuro
Traducción, introducción y notas de Antonio Sáez Delgado
Epílogos de Humberto Brito y Pablo Javier Pérez López


Fernando Pessoa no solo fue el gran poeta que todos conocemos; también fue un intelectual atento a los problemas del tiempo turbulento que le tocó vivir. Sus reflexiones sobre los más diversos asuntos, sus apuntes filosóficos, sociológicos, políticos, económicos –sobre todo lo humano y lo divino–, solo muy tardíamente se han ido dando a conocer. Y aún no los conocemos en su integridad, debido a su carácter fragmentario y a la dificultad de organizar adecuadamente el selvático archivo del escritor.
            En 1980, en el volumen Ultimátum e Páginas de Sociología Política, se publicaron por primera vez, bajo el título “Da Ibéria e do iberismo”, unas sorprendentes reflexiones sobre las relaciones entre las diversas naciones peninsulares.
            “De los problemas que hoy agitan la indisciplinada vida europea –escribe Pessoa en torno a 1918–, el problema del separatismo catalán es tal vez el que más flagrantemente aborda el conflicto fundamental que se desarrolla hoy en el mundo y, por tanto, el que más enseñanzas curiosas contiene”. Para Pessoa no hay ninguna duda de que “Cataluña es una nación, un país con carácter propio”, una verdadera nación y no “una pseudo-nación como, por ejemplo, Bélgica o Suiza”.        
            En 1930, al final de la dictadura de Primo de Rivera, considera que la situación de España, es muy semejante a la de Portugal en 1910, poco antes de la proclamación de la República. Pero junto a esas semejanzas habría una importante diferencia: “Portugal es un país completamente unificado” mientras que España no sería “siquiera un país”, sino “por lo menos” cuatro: Castilla y las otras provincias donde se habla español, “aunque sea notablemente dialectal en algunas de ellas”, Cataluña, las Provincias Vascas y Galicia.
            Lo que mantiene unidos a esos diversos países es la monarquía. Por eso, tras la proclamación de la República, considera Pessoa que “la desintegración de España es un hecho definitivo” y, para compensarlo, propone, no una Federación Ibérica, sino la fragmentación de la Península en naciones independientes, entre las cuales se establecería una alianza “ofensiva y defensiva”, otra cultural, a la vez que abolirían las fronteras aduaneras.
            No es de extrañar que las reflexiones iberistas de Pessoa despertaran un interés especial en Cataluña, donde ya en 2007 aparecieron con el título de Escrits sobre Catalunya i Ibèria. A portugueses y a catalanes siempre les unió su rechazo al “imperialismo” español o –en su origen– castellano.
            Por España mostró siempre Pessoa poca curiosidad y menor simpatía, y los escritores españoles de su tiempo que se interesaron por las cosas de Portugal –Miguel de Unamuno, Eugenio d’Ors, Ramón Gómez de la Serna–  le ignoraron por completo.
            En el prólogo a Iberia. Introducción a un imperialismo futuro (el original portugués, que añade numerosos inéditos a los textos ya conocidos, se publicó en 2012), Antonio Sáez Delgado hace un minucioso repaso a las relaciones de Pessoa con la cultura española. Si los grandes nombres le dieron la espalda, Adriano del Valle le conoció en Lisboa y, a través de él, mantuvo correspondencia con algunos poetas ultraístas. Pero se trata de contactos que no tuvieron ninguna trascendencia y que solo dejaron un mínimo eco en algún diario provinciano.
            Antonio Sáez Delgado, que no deja escapar ninguna minucia erudita, muestra ideas un tanto confusas en lo que se refiere a la periodización literaria. Pessoa, afirma, “fue contemporáneo, al menos, de tres grandes momentos generacionales de la literatura española”: modernismo y 98 (“con Unamuno a la cabeza”), “el tiempo de la vanguardia histórica, marcado por el signo del ultraísmo, y el momento generacional del Veintisiete”. Pero los poetas del ultraísmo y los poetas del 27 forman dos grupos distintos –con varias coincidencias–, no dos generaciones distintas. La otra generación con la que coincidió Pessoa sería la de los novecentistas –Gómez de la Serna, Ortega, d’Ors–, sus estrictos coetáneos.
            Señala Pessoa que no hay en España “una figura que destaque por su genialidad: lo más que hay son figuras de gran talento: un Diego Ruiz, un Eugenio d’Ors, un Miguel de Unamuno, un Azorín”. Sáez Delgado, que se ocupa de anotar nombres bien conocidos, deja al lector con la incógnita de quien sería ese “Diego Ruiz”, que para Pessoa tenía la misma importancia de Unamuno y que no pasaba de un pintoresco médico y publicista de la época (primero afirmaba ser de origen gitano, luego judío y descendiente de los Álvarez de Toledo), hoy olvidado. La presencia de ese nombre junto a los otros nos ilustra bien sobre el poco preciso conocimiento que Pessoa tenía de la literatura española de su tiempo.
            Atinadas una veces, sorprendentes y paradójicas otras (“solo separados estamos unidos”, dice de los pueblos peninsulares), confusas a menudo, estas divagaciones pessoanas sobre Iberia y el imperialismo cultural se dirigen a un público bastante más restringido que sus poemas, ortónimos o heterónimos, y las prosas del Libro del desasosiego.
            Una algo enrevesada “nota filológica”, firmada por Jerónimo Pizarro, pretende “hacer explícitos algunos criterios editoriales”. Lo consigue a medias, muy a medias. Según nos indica, “se ha tenido a bien revisar la edición original del volumen Ibéria, sopesar la inclusión de algunos apéndices y preparar una edición más comercial del libro que salió en Portugal, el cual, en muchos aspectos, se puede describir como una edición crítica, algo que esta no pretende ser”. No se nos indica cuáles son exactamente esas revisiones, ni quedan claras las diferencias entre una edición “comercial” y una edición crítica. El resultado se queda a medio camino entre una edición para especialistas y una edición para todos los lectores, y quizá por eso no satisfaga ni a unos ni a otros.
Los apuntes incompletos y contradictorios para un libro que no se llegó a escribir que constituyen Iberia son una buena muestra de la plural curiosidad de Pessoa y un excelente recordatorio para los desmemoriados de que “la cuestión catalana” no es un invento reciente de los nacionalistas periféricos, sino un problema aún sin resolver de la historia peninsular.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Hilario Barrero: La gente, los versos, la vida


Hilario Barrero
Nueva York a diario
Impronta. Gijón, 2013


Se ha dicho que la novela es un saco donde cabe todo; lo mismo se podría decir, y con tanta o más razón, del diario, un género de moda en la literatura española, que cuenta con sus apasionados partidarios y con sus no menos decididos detractores.
            Como los libros de poesía o de aforismos, los diarios son de lectura discontinua, al contrario que las novelas. Una novela se empieza a leer por el principio; un libro de poesía o de aforismos o un diario, por cualquier parte. La novela se termina de leer cuando se llega al final; los otros libros tienen su principio y su final en cualquier página. Quizá por eso se dirigen a distintos tipos de lectores y raros son los que disfrutan con igual pasión de ambos géneros.
            Si cualquier obra literaria contiene un autorretrato del autor, en los diarios eso se hace más evidente. Los del poeta Hilario Barrero están llenos de gente,  a menudo con nombre y apellidos, de libros, de viajes, de música, del vivir de cada día y de las rememoraciones de otros días idos para siempre.
            La cotidianidad de Hilario Barrero transcurre en Nueva York, donde reside desde hace más de treinta años, y buena parte del atractivo de sus entregas diarísticas –como el de las mejores películas de Woody Allen–  se debe al cosmopolita, cambiante, inagotable escenario. La memoria nos lleva a una ciudad muy distinta, Toledo, donde nació, donde transcurrió su infancia y su juventud.
            Pero hay también otros reiterados lugares, como Gijón o Tuy, para el presente, o la Barcelona de las primeras rebeldías, en los años finales del franquismo.
            Los apuntes costumbristas de Hilario Barrero destacan por la precisión y la agudeza de su mirada. De sus diarios se puede entresacar una guía del Nueva York de hoy y otra del Toledo de ayer.
            Se puede entresacar una guía y también muchas otras cosas, como una antología poética. Sus diarios están llenos de breves poemas de lengua inglesa, por lo general de autores poco conocidos del lector español, que se traducen con verdad y belleza.
            Sin por ello desmerecer a ninguno de los cinco tomos anteriores (el primero, Las estaciones del día, se publicó hace ahora diez años), podemos decir que Nueva York a diario es el más variado, el más intenso, el más conseguido.
            Aquí está todo lo que el lector de los diarios de Hilario Barrero espera encontrar –los viajes en metro, ese inagotable observatorio de la variedad humanana, los generosos retratos de amigos, la vida en el aula,  las impresionistas anotaciones de ambiente– y muchas cosas más, como la crónica de un viaje a Italia siguiendo las huellas de otro juvenil viaje iniciático, o las melancolías de quien sabe que la manriqueña estación final de senectud está cada vez más cerca.
            Cita Hilario Barrero una frase de Dorothy Parker que se puede aplicar a muchos diaristas, pero no a él: “Lo primero que hago cada mañana es lavarme los dientes y afilarme la lengua”. Él prefiere el elogio cordial a la ingeniosa maldad, algo que siempre agradecen los amigos, pero no siempre los lectores.
            Algún lector de lengua afilada podría encontrar dónde morder en este diario. La entrada del 6 de abril de 2011 comienza preguntándose “¿El fin de una época?” y continúa con una rememoración de las muchas horas de información y placer que le proporcionó The New York Times: “Era un gozo y me ha dejado unas imágenes vividas, unos olores intensos y una luz especial cuando lo leía los fines de semana en las mañanas frías de invierno junto a la ventana, viendo nevar, o en las luminosas mañanas de verano sentado en la terraza con Manhattan al fondo”. Pero a pesar de su lírico canto “al olor y al calor de la tinta” resulta que, en cuanto comenzó a publicarse en Internet, dejó de comprarlo, “como hicieron muchos lectores”. Y tanto se acostumbró a la gratuidad que, al anunciar que se cobrará por tener acceso online al periódico, entona una elegía: “Ahora comienza otra época. Y con ella terminan treinta años de fidelidad y lealtad. También termina una época de mi vida”. ¡Y todo por ahorrarse unos pocos dólares! Qué mal acostumbra la gratuidad de Internet incluso a personas tan inteligentes como Hilario Barrero.
            Pero no abundan los motivos de discrepancia en el bazar bien surtido de unas páginas en las que raro será el lector que no encuentre lo que busca y alguna sorpresa que no esperaba. Incluso hay en ellas lugar para los detractores de los diarios, como el amigo del autor que le envía el párrafo inicial del prefacio de Emilia Pardo Bazán a Un viaje de novios: “En septiembre del pasado año 1880, me ordenó la ciencia médica beber las aguas de Vichy en sus mismos manantiales, y habiendo de atravesar, para tal objeto, toda España y toda Francia, pensé escribir en un cuaderno los sucesos de mi viaje, con ánimo de publicarlo después. Mas acudió al punto a mi mente el mucho tedio y enfado que suelen causarme las híbridas obrillas viatorias, las Impresiones y Diarios donde el autor nos refiere sus éxtasis ante alguna catedral o punto de vista, y a renglón seguido cuenta si acá dio una peseta de propina al mozo, y si acullá cenó ensalada, con otros datos no menos dignos de pasar a la historia y grabarse en mármoles y bronces. Movida de esta consideración, resolvíme a novelar en vez de referir, haciendo que los países por mí recorridos fueran escenario del drama”.
            Hilario Barrero prefiere referir, dar cuenta de lo que ve, de lo que lee, de las gentes con las que se cruza, de los lugares por los que pasa, en lugar de novelar (aunque a veces utilice procedimientos propios de la ficción, como cuando pone alguna de las entradas en boca de un perro).Y los amantes del fragmento, de las lecturas discontinuas, de la inagotable novedad del mundo de todos los días, se lo agradecemos.

            

miércoles, 22 de mayo de 2013

Pessoa revisitado o Nuevo descubrimiento del Mediterráneo


Jerónimo Pizarro
Alias Pessoa  
Pre-Textos. Valencia, 2013


Cuando creíamos saberlo todo del creador de los heterónimos, un nuevo estudioso, el colombiano Jerónimo Pizarro, doctor en Harvard, ha venido a decirnos que, en realidad, no sabemos nada, “que, pesar de la aparente consagración de Pessoa, de que su obra se haya convertido en lectura obligatoria de las instituciones de enseñanza, de su  identificación con Portugal, de su traslado al Monasterio de los Jerónimos, en suma, de su omnipresencia en la cultura lusa, el espólio pessoano continúa ampliamente inédito y por explorar”.
            ¿Es eso cierto? Parcialmente sí; en lo fundamental, no. Jerónimo Pizarro es especialista en la crítica textual, en el análisis de la materialidad de los textos. Para él todo lo que guarda el archivo de Pessoa, se trate de un poema, de una carta comercial, de una lista de libros o de unas palabras sueltas, tiene el mismo valor y debe ser editado con pulcritud paleográfica, indicando incluso el tipo de papel y las posibles manchas de tinta que aparecen en los documentos.
            Jerónimo Pizarro quiere aportar rigor científico a un campo, el de la edición pessoana, que durante bastante tiempo habría carecido de él. Pero su cientifismo resulta muy poco científico al no distinguir entre textos literarios y textos que no lo son. Un archivero no hace juicios de valor, y eso es lo que él es: un estudioso del archivo de Pessoa, “un conjunto documental ampliamente inédito”.
            ¿Pero de dónde viene nuestro interés por cualquier rasguño salido de la pluma de Pessoa? Pues de que es el autor de un puñado de obras maestras, firmadas por Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares o él mismo. Esas obras fueron publicadas en una pequeña parte por el propio Pessoa durante su vida (quizá no tan pequeña: son más de cuatrocientas las colaboraciones de Pessoa en libro o en revista) y en su mayor parte después de su muerte. Los primeros editores no consideraron que todos los inéditos de Pessoa tuvieran el mismo interés. En primer lugar, se ocuparon de los textos literarios, no de los que no lo eran, y trataron de distinguir –como haría el propio Pessoa– entre textos acabados y meros borradores o apuntes incompletos.
            A esos primeros editores de Ática, a menudo denostados por los que vinieron después, se debe el que Pessoa sea uno de los nombres fundamentales de la literatura universal. Si hubiera contado en los años cuarenta con editores tan “rigurosos” como Jerónimo Pizarro, que lo mismo valoran una lista de la compra que un poema, el comienzo de un verso que el autor no se decidió a continuar que un poema completo, Pessoa sería hoy una curiosidad bibliográfica de la que pocos habrían oído hablar fuera de ciertos departamentos universitarios.
            No quiere esto decir que la labor de Jerónimo Pizarro no resulta necesaria y útil.  En Alias Pessoa nos ofrece algunas muestras de esa utilidad. Los apuntes manuscritos de Pessoa, dada su enrevesada caligrafía, se prestan a lecturas equívocas, algunas tan inverosímiles como leer “Whitman” por “Nietzsche”, y es posible encontrar, en el desordenado archivo, fragmentos que añadir a obras ya publicadas.
            Pero a algunos editores actuales, como a Jerónimo Pizarro, les parece poco esa labor de limpieza textual o de retoques menores, y quieren hacernos creer que hay un nuevo Pessoa todavía por descubrir y que aún existen obras maestras que esperan en el fondo del arca la voz que les diga –como ocurrió entre 1940 y 1982–  levántate y asombra al mundo.
            Y no es así, sino todo lo contrario. Hace tiempo que los más o menos sensacionales descubrimientos pessoanos que de vez en cuando anuncian los periódicos tienen solo un valor anecdótico y no le añaden, sino que le restan, lectores.
            Lo que vale la pena en la obra de Pessoa, lo firmó con su propio nombre o con los de Caeiro, Reis, Campos y Soares (de todos ellos anticipó textos durante su vida). Los António Mora, Barón de Teive, Alexander Search y así hasta docenas y docenas de presuntos heterónimos no pasan de una curiosidad menor para estudiosos. Los admiradores de Pessoa dispersos por el mundo hacen bien en mantenerse alejados de ellos.
            Jerónimo Pizarro no se limita a la crítica textual. De vez en cuando se mete en filosofías y se pregunta si existe Pessoa o, más en general, si existe el autor. Y hace afirmaciones que él mismo califica de “algo categóricas y quizá desconcertantes”. Por ejemplo, “el Livro do Desasocego no existe, del mismo modo que el Fausto no existe”.
            Hay que hacer notar que Pizarro llama Livro do Desasocego al que habitualmente se conoce como Livro do Desassossego, sin duda porque encontró algún manuscrito con esa grafía, prefiriéndola a la que utilizó Pessoa en los fragmentos que publicó en vida.
            “¿Por qué afirmo que estos libros no existen?”, se pregunta retóricamente. Y su respuesta no descubre el Mediterráneo: porque “de estos libros-proyecto solo existen fragmentos”.
            ¿Y había alguien que no lo supiera?, cabría preguntarle a él. ¿Y hace falta haber estudiado en Harvard para formular semejante obviedad? Pero esos fragmentos no pertenecen a la misma categoría: los del poema Fausto son borradores de una obra fallida, dejarían de ser fragmentos si Pessoa hubiera terminado el poema en que pretendía emular a Goethe; los del Livro del Desassossego son, por decirlo así, fragmentos “completos”, algunos de los cuales fueron publicados en vida del autor. El carácter fragmentario del primer libro se debe a la casualidad; el del segundo, forma parte de su estructura. El primero no pasa de una curiosidad en la producción pessoana; el segundo, a pesar de inacabado, a pesar de requerir la intervención activa del editor, es una de sus obras mayores.
            En los estudios literarios se da a menudo una paradoja: cuando más “científicos” pretenden ser más se alejan de su objeto de estudio, la literatura, y acaban no distinguiendo entre los textos que han hecho grande a un autor, como el poema “Tabacaria” o las odas de Ricardo Reis, y cualquier garabato salido de su pluma. Ese parece ser el caso de Jerónimo Pizarro y es lo que le permite afirmar que Pessoa “continúa ampliamente inédito”. Es posible, pero no el Pessoa que importa, no el que asombró al mundo.            

jueves, 16 de mayo de 2013

Un milagro que sucede todos los días.

Reality News/Mongolia
Papel mojado
Debate. Barcelona, 2013


El humor siempre ha sido un buen aliado en tiempos de crisis. Revistas como Hermano lobo o Por favor, en los años últimos del franquismo, ayudaron a decir lo que los periódicos todavía no podían decir y los lectores estaban deseando escuchar.
            La revista Mongolia, que solo cuenta un año de vida, ha querido seguir ese camino del humor gamberro e inteligente. Es una de las publicaciones que surgieron tras la desaparición del diario Público, que dejó huérfanos a muchos periodistas y lectores de izquierda, y una de las pocas que se ha atrevido a recurrir a la gravosa imprenta y no limitarse a la difusión por Internet.
             Mongolia consta de dos partes. En la primera, todo lo que no está explícitamente prohibido está permitido con tal de hacer reír; en la segunda, “Reality News”, se nos pretende ofrecer riguroso periodismo de investigación, contar lo que otros medios callan.
            Y lo que callan, en buena medida, es lo que a ellos mismos se refiere. “Perro no come perro” afirma el refrán y así, si los periódicos no airean comprensiblemente sus trapos sucios, tampoco airean en exceso los de la competencia: hoy por ti, mañana por mí. Y esa es la función, una de las funciones, que ha querido cumplir Mongolia en su primer año de vida.
            El resultado aparece ahora en forma de libro. El coordinador de “Reality News”, Pere Rusiñol, firma el prólogo; el resto del volumen se nos ofrece como un trabajo colectivo y anónimo.
            Pere Rusiñol fue redactor jefe de El País y adjunto a la dirección de Público, y es de esos dos diarios (aunque también se hable de La Vanguardia y El Mundo) de los que se nos ofrece más información.
            En estos últimos años los medios de comunicación han entrado en un declive que no parece que tenga vuelta atrás. Y el culpable, a juicio de Pere Rusiñol, está claro, y no es Internet, sino un cambio en la propiedad: “donde antes había empresas propiedad de editores de periódicos, hay ahora empresas propiedad del sector financiero”. Y la razón es la misma que en tantos otros sectores: la imposibilidad de hacer frente a los exagerados créditos concedidos en la época de la bonanza económica.
            El prologuista y los anónimos redactores de Papel mojado tienen claro quienes son los culpables de la crisis de El País, que ha descapitalizado intelectualmente el medio al dejar en la calle, mediante un ERE para ellos injustificado, a los mejores redactores, y esos culpables se reducen fundamentalmente a uno: Juan Luis Cebrián. Igual de claro lo tienen en el caso de Público, cuya desaparición no se debió a razones económicas (sus pérdidas el último año “solo” fueron de tres millones de euros), sino que se trataría de un asesinato en toda la regla cometido por su principal accionista, Jaume Roures.
            Papel mojado nos informa de muchas cosas que ignorábamos sobre el funcionamiento de las empresas periodísticas, pero también nos cuenta un cuento de buenos y malos que no acabamos de creernos.
            El negocio de la información es un negocio raro, siempre lo ha sido. ¿Hubo un tiempo en que los diarios se financiaban exclusivamente con los ingresos de la venta y la estricta publicidad (no las subvenciones camufladas de publicidad)? Ese tiempo mítico no ha existido nunca, salvo quizá para unas pocas cabeceras y durante pocos años.
            Siempre han existido los llamados “fondos de reptiles”, el dinero público repartido entre los periódicos para que difundieran unas noticias y callaran otras; siempre cada grupo de presión –la iglesia católica, los partidos políticos– ha creado, o ayudado a crear, la prensa favorable a sus intereses.
            A Pere Rusiñol le parece viable una empresa que pierde “solo” tres millones de euros al año. Pero ese dinero no lo pierde alguien en abstracto, sino un empresario o unos accionistas con nombres y apellidos. ¿Y quién está dispuesto a despilfarrar esa cantidad solo para que los lectores estén más pluralmente informados? Solo quien administra dinero que no es suyo, mientras los dueños se lo permitan, y siempre que obtenga algo a cambio de ese nunca altruista mecenazgo.
            Al anónimo equipo de Mongolia le parece el fin de la información libre en El País el hecho de que el control accionarial no dependa ya de la familia Polanco sino “de los fondos de Wall Street agrupados en Liberty Acquisitions Holdings y de tres grandes bancos –Banco Santander, CaixaBank y HSBC”. No supondría en cambio ninguna limitación para la información de Público el que el gobierno de Venezuela aportara los nueve millones de euros que el diario necesitaba para sobrevivir. Una de las acusaciones que lanzan contra el empresario Jaume Roures, deseoso según ellos de acabar con el diario, es no haber aceptado esa “generosa” ayuda, que al contrario que la de la manipuladora y demoníaca banca no tenía segundas intenciones. Con candorosa ingenuidad escriben: “En América Latina, empresarios muy próximos al gobierno de Chávez han ido adquiriendo en los últimos años participaciones en periódicos, como La Razón, de Bolivia, o La Jornada, en México. El esquema no pretende ‘bolivarizar’ las redacciones, sino apuntalar medios progresistas en apuros sin interferir en la redacción ni en la gestión –a veces, sin ni siquiera constar formalmente en el capital–, con un planteamiento de construcción de hegemonía muy a largo plazo”.
            La ideología actúa siempre así: nos permite escandalizarnos ante el más mínimo intento de manipulación de quien no piensa como nosotros y nos ciega cuando coincide con nuestros prejuicios.
            Quien paga manda. En la prensa y en cualquier otro campo. Pero en la prensa no ha de notarse demasiado si quiere que el producto que financia cumpla su función. Un periódico tiene que contar y explicar lo que pasa sin ser la voz de su amo, o al menos parecerlo, a riesgo de quedarse sin lectores.
            Claro que también hay quienes lo que le piden a un periódico no es que les cuenten la verdad, sino que les reafirmen en su verdad: lo buenos que son los de un determinado partido y lo malos que son los del partido contrario.
            Detrás de cualquier diario, hay determinados intereses y una complicada trama empresarial y está bien que se nos cuenten, cuando los hay, sus trapos sucios. Pero conviene que no olvidemos que solo gracias a esos prosaicos asuntos es posible que existan los periódicos. Y que un buen periódico –entretenido y veraz, variado y plural, lo más rentable posible para poder permitirse la mayor independencia posible–  no deja de ser un milagro. Un milagro que tiene que suceder todos los días.

jueves, 9 de mayo de 2013

Pablo García Casado: Historias fingidas y verdaderas


Fuera de campo. Poesía reunida
Prólogo de Antonio Lucas
Pablo García Casado
Madrid. Visor, 2013


Los poemas de Pablo García Casado (Córdoba, 1972), como los de Raymond Carver, su principal referente inicial, cuentan historias, pero historias –y esa es una de sus más destacadas características– en las que apenas interviene el componente autobiográfico.
            García Casado se mueve entre dos géneros, la poesía y el relato, y eso no solo es válido para su último libro, Dinero, escrito en prosa, sino para cualquiera de ellos.
            Con una estética minimalista, con las menos palabras posibles, Las afueras (1997) nos habla de los descampados en que se encuentran los amantes, de sus pobres vidas, de la frustración de vivir al margen. La ausencia de signos de puntuación puede parecer un gratuito componente vanguardista en unos textos próximos a la estética del llamado “realismo sucio”.
El poema “Código de barra” dice así: “solos o en compañía todos los príncipes se fueron / quedamos los de siempre los de otras veces los que ya / nos conocemos voy a ser breve te propongo / un lugar apartado mirar las últimas estrellas / tomar juntos el primer café con leche del domingo / nada más puedo ofrecerte solo tengo lo que soy / además de un erre cinco con asientos abatibles”.
            La falta de mayúsculas, de signos de puntuación, de indicaciones del estilo directo (como en los comienzos de la escritura, por otra parte) obliga a leer el poema más de una vez para poder entenderlo; es un recurso de estilo. Evita que vayamos demasiado deprisa, que nos quedemos en la anécdota intrascendente, ayuda a completar las abundantes elipsis.
            Hay en Las afueras, junto a su realismo costumbrista, algún juego metapoético, como ocurre en “CO-2251-K” (García Casado sabe conseguir un efecto de extrañamiento con los elementos más comunes, en este caso la matrícula de un  automóvil): “ten cuidado no hagas ruido qué pasa? / creo que hay un tío ahí fuera debe ser / un maníaco míralo está ahí agachado / será hijoputa! qué hago? que qué haces? / ponte las bragas y vístete yo cojo las llaves / y arranco deprisa! no vayamos a salir / en este poema”.
            El realismo de Las afueras tenía, en buena medida, un origen literario (Carver, Bukowski, Roger Wolfe); el del siguiente libro, El mapa de América (2001), es exclusivamente literario y cinematográfico.  Pero nos importa poco lo convencional de la ambientación (Las Vegas, los moteles, las largas carreteras que atraviesan Estados Unidos), García Casado sabe crear personajes y contar una historia con las mínimas palabras posibles. El poeta se confirma como un maestro de la narración.
            En el volumen colectivo Cómo se hace un poema (Pre-Textos, Valencia, 2002) nos ha referido García Casado algunos de sus secretos de taller. No es un poeta que escriba por raptos de inspiración, sino un minucioso artesano que puede tardar años en dar por terminado un texto. Se trata por eso de un escritor de obra breve, y que nunca desecha ningún poema una vez que lo ha concluido. “Garner, NC” comenzó con la imagen de unos zapatos blancos (“sinónimo de primeros escarceos con el deseo, de adolescente que juega y se introduce peligrosamente en el mundo de los mayores”), siguió con la elección de los pequeños detalles significativos que sugieren el estado de ánimo de los protagonistas, que proporcionan “plasticidad y credibilidad” a lo que se cuenta; hubo luego que determinar quién contaba la historia, si la protagonista o una tercera persona. El resultado es el siguiente: “pongamos que él tiene 30 y ella 17 / música de tom jones los dos bailando muy juntos / en el centro de la pista pongamos que se deciden / que ella se entrega en el servicio de caballeros / que pasan tres días y tres noches encerrados / en el hollyday inn baño piscina vistas a la carretera / que él es un maníaco que ella hace cosas delante de una handycam sony de 8 mm. cosas que al principio duelen y luego duelen más / que despierta en la cuneta de la 95 / aturdida por el efecto de los somníferos casi desnuda como los hijos de la mar / y que espera el autobús en algún punto del mapa después de caminar toda la noche con los zapatos blancos en la mano fogueada por los faros de todos los camioneros”.
            Buena parte de la eficacia de la poética de García Casado está en la selección de los detalles, siempre muy pensada (como las ocasionales citas implícitas, en este caso un sorprendente Antonio Machado). No es importante saber cómo se trasladan de la fiesta al hotel, pero sí cómo regresa ella después de haber caminado toda la noche. “Lo primero –explica el autor– solo tiene un valor informativo; lo segundo puede ser por sí mismo un poema, en el que ya no hay nada más que explicar: en esa imagen está la tristeza, el desencanto, la vergüenza, los sueños rotos…”
            En Dinero (2007) la ambigüedad genérica característica de García Casado se inclina hacia el microrrelato. Ya no hay versos, ni ausencia de signos de puntuación, sino breves prosas que sugieren una larga historia de frustración. El dinero –su ausencia– es el nexo de unión de estos textos que abandonan los escenarios americanos para volver al mundo de Las afueras unos años después, cuando los adolescentes que hacían el amor en el coche viven en casas que no pueden pagar, carecen de trabajo, son despedidos por eficaces ejecutivos, como en “Profesional”, el primero de los textos: “Llegó puntual a la sala de reuniones. Dibujó una curva descendente e hizo preguntas que nadie pudo responder. Confirmó todos los rumores, los planes para los que no contábamos. Habló muy claro, sin alzar la voz, no se detuvo en las valías personales, no dejó una puerta abierta. Rápido y limpio, mejor así. Teníamos dos horas para recogerlo todo, a la una se incorporaba el nuevo equipo”.
            Concluye Fuera de campo, primera recopilación de la poesía completa de García Casado, con “5 variaciones”, anticipo de un nuevo libro que se irá escribiendo lentamente. En algunos de estos textos la realidad parece pasar directamente del periódico o del noticiario televisivo al poema, pero es una ilusión: el poeta está ahí filtrando, seleccionando.
            Poesía en el filo la de Pablo García Casado, poesía siempre a punto de borrarse, de ser otra cosa, o directamente de no ser, de no dar en la diana, de quedarse en anécdota melodramática. Pero qué intensidad y que verdad la suya cuando acierta. Y casi siempre lo hace.   

lunes, 6 de mayo de 2013

La doble vida de Guillermo de Torre



De la aventura al orden
Guillermo de Torre
Selección y prólogo de Domingo Ródenas de Moya
Fundación Banco Santander. Madrid, 2013 
  

La historia de la literatura puede leerse también como otra Comedia humana, más inabarcable que la de Balzac, y más llena de peripecias banales y extraordinarias, de personajes extraordinarios o simplemente curiosos.
            Guillermo de Torre, nacido con el siglo XX, fue un adolescente enfervorizado que quiso echar abajo toda la tradición literaria y comenzar de cero. Discípulo predilecto de Cansinos Assens, enemigo encarnizado de Vicente Huidobro, fue uno de los fundadores del ultraísmo y el enlace con las plurales vanguardias que en aquellos febriles años de entreguerras surgían más allá de nuestras fronteras.
            Aún no había cumplido veinte años y ya era detestado con esa intensidad que solo se reserva a los triunfadores, a quienes nos hacen sombra, a quienes amenazan con segarnos la hierba bajo los pies. Cansinos Assens, que se cansó pronto de la aventura ultraísta para volver a sus erudiciones y a sus fervores judaicos, lo convirtió en una de los personajes de su novela El movimiento V. P., ajuste de cuentas con la vanguardia.
            Su renovadora labor poética, llena de esdrújulos y de neologismos y de ingenuos caligramas, la reunió Guillermo de Torre en Hélices, aparecido en 1923, el mismo año en que Jorge Luis Borges, otro activo militante del ultra, publicaba Fervor de Buenos Aires. Uno de esos libros concluía una etapa, el otro iniciaba una etapa nueva abjurando del “error ultraísta”.
            Hélices es un libro hermoso, un objeto de coleccionista, una muestra de la fértil relación entre escritores y artistas plásticos que caracterizó a los años veinte. Hoy leemos las tentativas poéticas de Guillermo de Torre con más benevolencia que en su tiempo. En una carta de 1945, Juan Ramón Jiménez se disculpa de no haber publicado los poemas que le envió para su revista Índice; Guillermo de Torre, que ya es alguien muy distinto, uno de los más respetados críticos y editores, todavía respira por la herida: “Otros, aun cultivando maneras que llamaré simplemente no tradicionales, chocantes, tuvieron más suerte en aquellos comienzos. ¿Acaso las poesías de Antonio Espina, por su descontorsionamiento de la visión y sus lindes con la payasada, las de Domenchina por su sequedad abstracta y su jerigonza verbal no se prestaban también a la reprobación absoluta, juzgándolas con un criterio parejo al que sufrieron mis experimentos?”
            La poesía de Guillermo de Torre, de la que tantos se burlaron, no valía ni más ni menos que la mayoría de los experimentos de la época. Él tuvo la inteligencia de abandonarla pronto y convertirse en el más temprano analista de los “ismos”. Su libro Literaturas europeas de vanguardia, de 1925, todavía nos sorprende por la inteligencia con que estudia movimientos que, en aquel momento, todavía muchos veían solo como una broma.
            Al Guillermo de Torre que quería poner el mundo patas arriba le sucedió muy pronto el crítico ponderado que está detrás de algunas de las empresas intelectuales sin las cuales la literatura de lengua española no sería lo que es: las revistas La Gaceta Literaria y Sur, la colección Austral, la editorial Losada.
            La aventura y el orden tituló Guillermo de Torre uno de sus primeros libros publicados en el exilio; De la aventura al orden ha querido titular Domingo Ródenas esta excelente antología de sus escritos.
            Los trabajos de crítica resisten mal el paso del tiempo si no son también literatura. Algunos de los artículos reunidos por Domingo Ródenas, autor de un excelente prólogo, ejemplo de la mejor erudición, son mera arqueología; otros incluso nos hacen sonreír piadosamente, como “El arte de un futuro indeseable”, diatriba contra el cómic, que comienza contraponiendo la “indigencia y tosquedad” de los autores norteamericanos con la lucidez de los europeos: “Recuerdo así que, cuando en ocasión no lejana vimos comparecer en París, en el seno de un Congreso de Escritores, a William Faulkner, este –en contraste con la arengas luminosas de un Malraux, un Madariaga, un Rougemont–  solo acertó a articular unas cuantas palabras rudimentarias y triviales”.
            Más que lo que Guillermo de Torre nos dice de León Felipe o de la novela española contemporánea, nos interesan sus fragmentos autobiográficos y memorialísticos. Su “Esquema de una autobiografía intelectual” nos hace lamentar que fuera solo eso, un esquema, y no un libro completo.
            Como en la Roma del soneto de Quevedo (y de tantos otros), también en los estudios literarios lo que más pronto cae y se olvida es lo que parecía más firme, mientras que “lo fugitivo permanece y dura”.
            A las doctas elucubraciones sobre la función de la crítica, preferimos las anécdotas dispersas acá y allá; su encuentro con Picasso o con César Vallejo, su visión de Madrid tras la guerra, el recuerdo de su infancia en Pola de Gordón...  Sin olvidar el puñado de cartas, recibidas y enviadas, que cierran cada una de las dos partes del volumen, la titulada “La aventura”, que concluye en 1937, con el traslado a Argentina, y la titulada “El orden”, aunque orden y aventura hubo en todas las etapas de la trayectoria intelectual y vital de Guillermo de Torre, uno de los más fascinantes y paradójicos personajes de la novela de la literatura.

martes, 30 de abril de 2013

Juan Bonilla, como si eso fuera poco


Juan Bonilla
Catálogo de libros excesivos, raros o peligrosos
Universidad de Sevilla, 2012
Prohibido entrar sin pantalones
Seix Barral. Barcelona, 2013


Malos tiempos estos para el periodismo cultural, como para tantas otras cosas. Juan Bonilla destacó muy pronto como “el más impertinente y el más inteligente” de los críticos de su generación (así se decía en la solapa de su primera recopilación, Veinticinco años de éxitos). Pronto daría el salto de los diarios de provincia (todavía se recuerdan sus colaboraciones en el suplemento “Citas”, del Diario de Jerez) y las minoritarias revistas literarias a los diarios de difusión nacional. Poeta, narrador, precoz cultivador de lo que no tardaría en conocerse como autoficción, maestro del ingenio, estaba como nadie dotado para jugar en corto, para ser solo autor, al igual que Camba o Monterroso, de “esos libros que, más que la deliberación del autor, compilan el azar o el tiempo, libros compuestos de fragmentos sin mucho orden ni concierto aparentes, que pueden abrirse por cualquier página y que en cualquier página ofrecen algo agradable o de provecho, libros sin género porque participan de todos los géneros, o de casi todos”, como escribe Javier Cercas en La verdad de Agamenón, ejemplar muestra de tal clase de misceláneas. Pero se trata de libros, que aunque resisten bien el paso del tiempo, no gustan a los editores y no permiten la profesionalización. Y por eso Juan Bonilla dio, en cuanto pudo, el paso a la novela, a pesar de la cita de Monterroso que había colocado al frente de su primera obra: “Un libro es una conversación. La conversación es un arte, un arte educado, y las conversaciones bien educadas evitan los monólogos muy largos, y por eso las novelas vienen a ser abusos del trato con los demás”.
            Nadie conoce a nadie, la primera novela de Bonilla, tuvo un cierto éxito y fue llevada al cine, pero bastantes lectores pensamos que le sobraba todo lo que tenía de novela, que lo que valía de ella eran sus abundantes digresiones, los poemas en prosa, las greguerías y los aforismos, todo lo que le sobraba al convencional lector de novelas.
            La crisis del periodismo cultural (los colaboradores literarios son los primeros que desaparecen, a no ser que se decidan a colaborar gratis, cuando un diario tiene problemas económicos) ha llevado a Juan Bonilla, obsesivo bibliófilo desde la adolescencia, a convertirse en librero de viejo, desprendiéndose de parte de su biblioteca. Los textos que redactaba para acompañar a cada volumen que ponía a la venta se reúnen en el volumen Catálogo de libros raros, excesivos o peligrosos, uno de esos fascinantes volúmenes que no se venden porque los editores han decidido que no se venden, no porque cuenten con menos lectores interesados que la mayoría de las novelas.
            No entiendo mucho de bibliofilia, pero sorprende de este catálogo el escaso interés de buena parte de los libros que se ofrecen (una historia del Barcelona, la primera edición del diccionario de María Moliner o de una novelita pornográfica, investigaciones eruditas sobre la Biblia), en contraste con las páginas siempre inteligentes y bien documentadas que Juan Bonilla les dedica. Da la impresión de que aprovecha para ofrecernos en ella los reportajes culturales que los periódicos han dejado de solicitarle.
            Uno de los capítulos de este volumen, el dedicado a la traducción al ruso del Gilgamesh realizada por el poeta acmeísta Nikolai Gumiliov, reaparece en la novela Prohibido entrar sin pantalones (la reutilización del material es un procedimiento muy característico de Juan Bonilla).
            Prohibido entrar sin pantalones (el título, no muy afortunado, procede de un cartel encontrado en la ciudad de México) recrea, de muy brillante manera, la vida del poeta Vladimir Maiakovski. Una vida trágica que da para muchas novelas, desde los enfrentamientos literarios y políticos de los tiempos anteriores a 1917, cuando los futuristas –encabezados por Maiakovski– se enfrentaban a simbolistas y acmeístas, hasta los años duros del estalinismo cuando el poeta –reconvertido en cantor del régimen–  se va enredando poco a poco en los hilos de la burocracia y el desencanto hasta el suicidio final.
            Un libro muy literario este Prohibido entrar sin pantalones que no sé si gustará demasiado a los lectores de novelas. Hay un equívoco en lo que a este género se refiere. La rutina editorial piensa que es el preferido por los lectores. Pero eso solo es verdad para cierto tipo de novelas, las novelas de género, las que buscan entretener y evadir de los problemas cotidianos, las que cuentan una historia, o varias historias, con su principio, nudo y desenlace, las que permiten identificarse con los personajes, llorar o luchar con ellos contra las corruptelas del capitalismo.
            Una obra como Prohibido entrar sin pantalones podría publicarse en una colección de biografías, y si se vendería menos es solo porque el editor dedicaría entonces un esfuerzo considerablemente menor a su promoción comercial.
            Juan Bonilla piensa que ciertas características de su personalidad literaria, como su versatilidad y su ingenio, le han perjudicado en lo que a la consideración crítica se refiere. A propósito de Gómez de la Serna (pero pensando en sí mismo) escribe en el Catálogo que se imputa “a quienes se rebajan a ser ingeniosos el pecado de no saber ser otra cosa, de ocultar su falta de profundidad en beneficio de la mera brillantez momentánea y servirse de esas facilidades que quién sabe dónde habrán adquirido para quedarse en la superficie o incluso incurrir en la banalidad”.
            Juan Bonilla, en muchas de sus páginas, se esfuerza quizá demasiado en demostrar que es algo más que un escritor ingenioso, interesado por todo, ocurrente e impertinente. Como si eso fuera poco.
            

lunes, 22 de abril de 2013

Fernando Savater, sociedad anónima



Fernando Savater
Las ciudades y los escritores
Debate. Barcelona, 2013


¿Ha escrito Fernando Savater todos los libros de Fernando Savater? Parece que no. Como en el caso de Isaac Asimov y otros conocidos divulgadores, su nombre se ha convertido en una marca registrada que avala y favorece la venta de productos en forma de libros elaborados por otros. La aventura del saber, por ejemplo, nos ofrecía los guiones de una apreciable serie de televisión dedicada a la divulgación filosófica. Para el lector habitual de Savater resultaba fácil distinguir las partes escritas por él (su estilo se reconoce incluso en una “carta al director” de cuatro líneas), muchas de ellas citas de diversas obras suyas, de aquellas otras redactadas por aplicados colaboradores.
            Con Las ciudades y los escritores, Fernando Savater da un paso más en la explotación comercial de su nombre. En este caso, no se trata ya de que el libro no lo haya escrito él (aunque se transcriban sus intervenciones en el programa de televisión, Lugares con genio, que sirve de punto de partida), sino que ni siquiera lo ha leído.
            Demostrar esta última afirmación está al alcance de cualquiera. Ya en el primer capítulo, “La Praga de Franz Kafka”, encontramos una prueba irrefutable: “También es muy interesante la cantidad de escritores marcados por la huella de Franz Kafka. Borges, por ejemplo, nunca menciona directamente haberlo leído, y sin embargo en sus historias, en la forma de plantearlas, en ese carácter de parábolas, de múltiples interpretaciones, es evidentemente un seguidor, lo sepa o no, lo quiera o no”. Pero Borges tradujo y prologó La metamorfosis (y a él se debe ese título en castellano, que no parece el más adecuado), titula “Kafka y sus precursores” uno de los más conocidos capítulos de Otras inquisiciones, se ocupa de Kafka en los tempranos Textos cautivos, le dedica uno de los tomos de su Biblioteca Personal. Sería ofensivo para Savater, buen conocedor de Borges, suponer siquiera que ignoraba eso, aunque presuntamente lo afirme.
            Seguimos. Al comienzo de “La Lisboa de Fernando Pessoa” se nos afirma que Portugal es un país de grandes escritores, como Camoens, Saramago y… Antonio Tabucchi. Pero ese es el menor error de ese desdichadísimo capítulo. Aquí Savater falla incluso en la elección de los expertos (cada capítulo incluye alguna entrevista con un presunto conocedor del tema). Miguel Uriondo, “con quien somos amigos desde hace muchísimos años” (“con”, sí, no “de”) afirma que, cuando Pessoa se matriculó en la Universidad, tuvo un profesor que le ayudó a escribir sus poemas y el Libro del desasosiego. Los estudiosos de Pessoa ignoran la existencia de ese secreto colaborador. Pero Miguel Uriondo, el buen amigo de Savater, parece poco de fiar. Afirma que, entre 1986 y 1989, pasaba seis meses al año en Portugal preparando una tesis sobre Pessoa y que por aquellas fechas sus libros eran “tremendamente” difíciles de encontrar porque no se habían reeditado y que no había “respeto por el gran poeta que es ahora” (sic). Pero en 1985, en la celebración del cincuentenario de la muerte de Pessoa, hubo innumerables homenajes, reediciones de sus obras, un gran congreso presidido por el presidente de la República (yo mismo asistí a él). Era difícil no tropezarse con los libros de Pessoa no ya en cualquier librería, sino en cualquier quiosco. Pero sigamos con el experto. Muy pocos contemporáneos de Pessoa apreciaron su valor, nos dice. Una de las excepciones “fue el magnífico poeta portugués José Vento”. ¿José Vento? Hay un poeta portugués que se llama José Bento, gran traductor de poesía española, pero no es un contemporáneo de Pessoa. Sí lo fue José Regio, que es suponemos a quien se refiere el “experto”.
            Claro que todavía más divertido es lo que nos cuenta el librero Joao Pimentel, algo que ni Savater ni ninguno de los autores de su presunto libro se ocupa de contrastar. El disparate aparece incluso en versalitas como título de uno de los capitulillos: “Pessoa, en botella grande de litro”. Joao Pimentel, tras afirmar que a Pessoa le gustaba el vino, no el café, nos cuenta lo siguiente: “En una fotografía que le dio a Ofelia, él está en el café A Brasileira, escribiendo, con la revista Orfeo y bebiendo un cóctel de vino Valderrío, que era una marca, una organización de despensas (sic) y tabernas. Se trata de la única fotografía con dedicatoria: Fernando Pessoa, en botella grande de litro”. El experto seleccionado por Savater y su equipo confunde la fotografía dedicada por el poeta a su novia con el famoso cuadro de Almada Negreiros en que aparece, sentado a una mesa de A Brasileira, con un número de Orpheu al lado. En la fotografía, de 1929, aparece en la taberna de Abel Pereira de Fonseca, apoyado en el mostrador, y en la dedicatoria hace un juego de palabras con “litro” y “delito”: “Fernando Pessoa, en flagrante delitro”. Quizá fue eso lo que dijo en portugués el entrevistado (la broma es muy conocida) y el apresurado traductor inventó lo de “en botella de litro”.
            No vamos a detenernos en todos los disparates pessoanos (casi uno por página), ya que no se trata de demostrar que los anónimos redactores de este libro no estaban muy capacitados, sino solo que Fernando Savater no lo ha leído. Una última muestra: “El café Martinho de Arcada, en el terreno do paso, muy cerca de la plaza de Comercio, quizá sea uno de los lugares más pessoanos”. Está claro que al apresurado escribidor Terreiro do Paço le suena a chino (y por eso escribe, con minúsculas, “terreno do paso”), ¿pero alguien puede imaginar que Savater ignore que no está muy cerca de la Plaza del Comercio, sino que es el nombre con el que se la conoce tradicionalmente?
            Continuemos. Hablando de “El País Vasco de Pío Baroja”, se nos dicen que los escritores del 98 tenían sus tertulias en los cafés, y que las más conocidas eran “las del café Gijón, la del Gato Negro, la de la Fontana de Oro, el Parnasillo o el Pombo”. Pero la Fontana de Oro es un café que desapareció en los años cuarenta del siglo XIX (Galdós lo hizo famoso en una novela) y el Parnasillo no es un café sino una tertulia que se reunía en el café del Príncipe en los años de Larra y Espronceda. Comparado con esto, que en Pombo se reuniera la generación siguiente ya no tiene importancia.
            ¿Habría dejado Savater el título de “La París de los existencialistas” para uno de los capítulos, de haber leído su libro, y no lo habría cambiado por “El París de los existencialistas”, según el uso habitual entre nosotros?
            El libro termina con un poema de Yeats muy conocido, “Cuando seas vieja” (como excepción se transcribe en verso, lo habitual es que los poemas, de Pessoa o de Neruda, se copien como si fueran prosa). Los versos finales dicen así: “inclinada al lado de las brasas acaso / murmures algo triste, que amor dio media vuelta, / se fue huyendo y anduvo por los picos más altos, / que su cara escondió entre un sin fin de epopeyas”.
            ¿Qué es eso de esconder la cara entre “un sin fin de epopeyas”? Nada, una tontería más de este desdichado volumen que en realidad no parece escrito por Savater ni por nadie, sino solo transcrito apresuradamente de unos programas televisivos. El verso final del emocionante poema de Yeats, variación de un soneto de Ronsard, dice: “and hid his face amid a crowd of stars”. No, no se esconde entre las “epopeyas”, sino entre las “estrellas”. ¿Ignora Savater el significado de “stars”?
            No ya las autoridades sanitarias, las propias empresas comerciales, cuando detectan que por descuido han comercializado un producto en mal estado (las famosas hamburguesas con carne de caballo), lo retiran de inmediato para intentar que no dañe demasiado su prestigio. ¿Hará lo mismo Mondadori, uno de los dos o tres grupos editoriales más importantes del mundo?
            Fernando Savater ha sido catedrático de Ética en la universidad española y es actualmente uno de los más solicitados divulgadores de esa disciplina, incluso ha escrito libros de mucho éxito sobre la materia dedicados a un público adolescente. No parece que predique con el ejemplo. Pero, sea cual sea su personal interpretación de la ética profesional, alguien debería sugerirle que no descuide tanto el control de calidad de los productos a los que vende o alquila su nombre. Podría arruinar el negocio.