El crimen de la escritura. Una historia de las falsificaciones
literarias españolas
Joaquín Álvarez
Barrientos
Abada Editores.
Madrid, 2014.
Puede parecer paradójico que un estudioso de la literatura
no sea un buen lector de literatura, pero resulta más frecuente de lo que se
cree. El caso más reciente es el de Joaquín Álvarez Barrientos, un conocido
especialista en la literatura del siglo XVIII, que dedica más de cuatrocientas
páginas a ofrecernos una historia de las falsificaciones literarias españolas y
no tiene ni medianamente claro en qué consiste el concepto de falsificación.
Explícitamente declara que “no son las mismas categorías, aunque a veces se
solapen, el plagio, la contrahechura, el fraude, la falsificación, el apócrifo,
el pastiche, lo espurio, ni tampoco heterónimo ni seudónimo, a pesar de que,
con frecuencia, se empleen casi de modo intercambiable unos y otros términos”.
Pero luego resulta que él confunde una y otra vez esos términos a lo largo de
su libro.
Se defina
como se defina el concepto de falsificación, el machadiano Juan de Mairena, que no en balde lleva el subtítulo de “sentencias,
donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”, no es una
falsificación. Tampoco lo son las Rubaiyatas
de Horacio Martín que Félix Grande publica en un libro así titulado.
Tampoco el Quijote de Avellaneda es
una falsificación como no lo es la novela de Trapiello titulada Al morir don Quijote; solo lo serían si
se publicaran bajo la firma de Miguel de Cervantes. No parece que sea necesario
repetir esas obviedades, pero Joaquín Álvarez Barrientos, que pertenece al
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, las ignora. Para él pertenecen
igualmente al género de las falsificaciones literarias las historias que nos
cuenta Papini en Gog o en El libro negro (el encuentro del
protagonista con Freud el descubrimiento de un inédito de Unamuno) que el que
Iglesias Figueroa haga pasar como de Bécquer dos rimas que ha escrito él
(durante medio siglo se incluyeron en las Rimas).
La
falsificación implica engaño. Se han publicado docenas y docenas de entrevistas
imaginarias, en libro y en periódico, pero si se declaran como tales no son
falsificaciones. Sí lo es, en cambio, la que un presunto Andrés Gilabert
publica en el homenaje de Cuadernos del
Norte (junio-julio 1980) a Ramón Pérez de Ayala. Su autor es Álvaro Ruiz de
la Peña , su
presunto descubridor, que la hace preceder de una breve nota.
No hay que
confundir falsificación con juego literario, pastiche, parodia o ficción que
incluya datos más o menos reales. El
nombre de la rosa, de Umberto Eco, no es una falsificación, aunque el
autor, como en tantas novelas, se nos presente como simple editor o traductor.
La mentira
de la literatura aparece siempre en los paratextos, no en el texto. Puede
mentir la cubierta del libro, la solapa, el prólogo cuando es de un autor real
distinto del que figura en la portada, no miente el poema ni la novela, aunque
a veces finjan que no son poema ni novela.
No resulta,
por supuesto, enteramente desdeñable este volumen de Álvarez Barrientos, que
aprovecha muchas de sus anteriores investigaciones. Pero no responde, ni de
lejos, a lo que anuncia el subtítulo “Una historia de las falsificaciones
literarias españolas” (el título El
crimen de la escritura no se sabe muy bien a qué viene).
Las páginas
dedicadas a la “locura cervantina”, a las numerosas falsificaciones en torno a
Cervantes que surgieron en el siglo XIX, son especialmente aprovechables. Y un
mérito del volumen es subrayar que tan importante como el fragmento de la
novela de Petronio falsificado por Marchena son las notas que lo acompañan, que
merecían ser reeditadas. También resultan muy útiles sus consideraciones acerca
de la novela Curial e Güelfa, un
clásico de la literatura catalana recientemente puesto en cuestión por Rosa
Navarro Durán, pero de cuya autenticidad hay dudas desde antiguo. Es un caso
excepcional en las falsificaciones literarias, una obra maestra de la
mixtificación, porque se conserva el extenso manuscrito de la novela con letra,
papel y hasta parece que tinta del siglo XV, un manuscrito que apareció
misteriosamente en la Biblioteca Nacional
sin que nadie sepa como llegó hasta allí (aunque se sospecha: el presunto
falsificador, Milá y Fontanals se lo pasó a su amigo Agustín Durán, entonces
director de la Biblioteca Nacional ).
Menos
fiable resulta Álvarez Barrientos cuando se ocupa de literatura contemporánea.
En algún caso da la impresión de que no ha leído, solo hojeado, aquella obra de
la que habla. Es lo que ocurre con las Notas
inéditas al Cancionero inédito de A. S. Navarro (que, por supuesto, no es
ninguna falsificación) de Emilio Alarcos Llorach (en la página 323 lo llama
Rafael). En su opinión se trata de “un relato de los amores de A. S. Navarro”,
acompañados de una serie de prosas donde Alarcos se decida a “lucubrar con
pobreza interpretativa sobre esos amores” y a “hacer la crítica de la poesía
contemporánea”. No indica, no parece haberse enterado, que se trata de una obra
de juventud editada póstumamente. Para él “todo el conjunto pudo haber sido
construido a la vez y las fechas ser ficticias. A menudo se tiene la impresión
de que son el hilo conductor del relato, de la novela, y que los versos
ilustran idea, conceptos o reflexiones en ellas expuestas”. ¿Las fechas son el
hilo conductor de la novela y los versos ilustran ideas o conceptos expuestos
en las fechas? No sabemos qué habrá querido decir Álvarez Barrientos, pero eso
es lo que dice. Y no es el único disparate que expresa en las pocas líneas que
dedica al libro póstumo de Alarcos, para él un cancionero amoroso vinculado
“con Garcilaso, con Bécquer, con Petrarca”.
No más
acertadas son las páginas dedicadas a El
sindicato del crimen, de 1994, una antología en la que contrastan el
divertido prólogo, parodia de los ataques que entonces se hacían a la llamada
“poesía de la experiencia”, y los burlones paratextos, con el medio centenar de
poemas que vienen a continuación, que no tienen ninguna intención paródica y
que son verdaderos poemas de verdaderos poetas, algunos de ellos (como Antoni
Mari o Francesc Parcerisas) de lengua catalana y uno, Ramiro Fonte, de lengua
gallega. El libro, que apenas tuvo difusión y escasas reseñas, no supuso
“ningún golpe de fuerza en el campo literario del momento”, como afirma, de
oídas, Álvarez Barrientos. Una broma (que en el caso anterior los poetas
pagaron a escote y por eso no entramos la participación de otros invitados,
como Víctor Botas) no es una falsificación; no pretende engañar, aunque en un
primer momento engañe a algún lector distraído o a algún despistado hispanista.
Una
falsificación es lo que hizo José García Nieto presentado a un concurso del que
él formaba parte del jurado un libro propio firmado por una joven poeta, Juana
García Noreña, y ganando ese premio, el Adonais, y no renunciando a él. Álvarez
Barrientos menciona este caso, pero no lo estudia. Prefiere ocuparse de otros
que nada tienen de falsificación.