Voy entrenando por la playa, el sol me da en la cara, el sonido de mis pisadas se enredan con las olas que se encuentran, al morir en la playa, con el viento de levante, entorno los ojos, millones de reflejos brillantes me muestran el universo de arena que piso, la soledad en la naturaleza te hace encontrar aquello que se pierde entre tanto barullo, tantas palabras y confusión. Todo lo que veo es perfecto.
Llego a la Punta del Boquerón, siento el impulso de visitar la Gran Duna y me encuentro con una laguna de agua limpia, es una laguna efímera, se ve como ha menguado en las circunvoluciones que la orilla deja en la arena, está junto debajo de la Grande, la subo con respeto, como quien visita la casa de un viejo amigo. Arriba paro el reloj, no sirve en este sitio, dejo que mi mente se marche, medito en el paisaje que se abre ante mí...mis ojos advierten pequeños aludes de tamaño de un puñadito de arena que se deslizan duna abajo, rellenando pequeños huecos, abajo el viento suave de levante hace nacer infinitas pequeñas ondas, pequeñas olas que se pierden en el fondo de la efímera laguna, me doy cuenta de que estoy ante algo especial, un sonido me hace girar la cabeza, a mi derecha a unos metros un conejo se ha quedado quieto, parece no haberme advertido, vuelve la cabeza, el viento hace que no me haya olido, me mira un segundo, nuestra miradas se cruzan, se marcha, miro de nuevo las pequeñas olas y me imagino que son las almas de las personas que nacen y mueren para volver a nacer y morir, todas forman parte de la masa de agua que les da vida, se diferencian durante un pequeño espacio de tiempo y se disuelven una y otra vez. Una lágrima me recorre la mejilla; soy un ser afortunado.
Sed felices o, al menos, intentadlo...