Thursday, March 03, 2016
Friday, January 22, 2016
Paseos londinenses: St. Pancras Old Church
Hasta una acción tan sencilla como salir a dar una vuelta parece haber caído en las garras de la teoría: el andar como acto estético, como herramienta crítica, como arquitectura del paisaje, como forma de intervención humana en la naturaleza, como interpretación laberíntica de los contextos urbanos… Todo se tematiza. Se hace carnaza especulativa de cualquier cosa. Habrá que rendirse a la intelectualización omnímoda de la experiencia.
No me considero un flâneur baudeleriano, ni soy un mitómano del dandismo, ni me interesa el lado esotérico de la psicogeografía. De la colisión entre la psicología y la geografía no deduzco una metafísica especial. La única forma de antiarte que proclamo es la de mi propia insatisfacción. La teoría de la deriva me parece una hinchazón exagerada y vacía, fruto muerto de una mecánica superficial. Y sus implicaciones políticas me resultan, en el mejor de los casos, un fatuo brindis al sol.
No sigo método alguno ni me atengo a reglas preestablecidas. No trazo círculos sobre los mapas para después reproducirlos en la realidad de los barrios y calles, con sus muros invisibles o fronteras inconscientes. Simplemente me gusta pasear por las ciudades, como a casi todo el mundo. Y Londres es, quizá, el mejor campo de pruebas para estos delirios pacíficos.
"Paseos londinenses: St. Pancras Old Church", en El Estado Mental.
"Paseos londinenses: St. Pancras Old Church", en El Estado Mental.
Saturday, January 16, 2016
En el Panteón de Hombres Ilustres
Inspirado en el camposanto de la
plaza del Duomo de Pisa, el Panteón de los Hombres Ilustres fue un proyecto
iniciado en 1890 a instancias de la reina regente María Cristina y que, tras sucesivas
negligencias y decisiones absurdas por parte de las autoridades públicas, quedaría truncado en sus ambiciosas
intenciones iniciales. El proyecto original, de estilo neobizantino, incluía una basílica
y un campanile con un reloj de cuatro esferas y tres campanas. La basílica
estaba destinada a ser el templo de la Corte y sede de las ceremonias
religiosas reales.
En 1891 se empezó a ejecutar el
proyecto, del que finalmente sólo se construirían el panteón y el campanile. El
claustro del Panteón es de planta cuadrada, con tres galerías con arcadas y
vidrieras y dos cúpulas semiesféricas en las esquinas. Sobre la puerta de
entrada hay un frontón. En el interior hay un pequeño jardín donde se ubica el
mausoleo conjunto. Cada galería tiene una puerta central para acceder al jardín.
Destacan en el interior los grupos escultóricos de Mariano Benlliure para los sepulcros de José Canalejas, Eduardo Dato y Mateo Sagasta. También están el sepulcro del Marqués del Duero, obra de Arturo Mélida y Alinari y Elías Martín, y el de Cánovas del Castillo, obra de Agustín Querol. En el patio, subida en lo alto del Mausoleo, hay una estatua de la libertad acompañada de un gato.
Destacan en el interior los grupos escultóricos de Mariano Benlliure para los sepulcros de José Canalejas, Eduardo Dato y Mateo Sagasta. También están el sepulcro del Marqués del Duero, obra de Arturo Mélida y Alinari y Elías Martín, y el de Cánovas del Castillo, obra de Agustín Querol. En el patio, subida en lo alto del Mausoleo, hay una estatua de la libertad acompañada de un gato.
(Madrid, 26-12-2015)
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Sunday, December 27, 2015
En el museo portátil de Ramón Gómez de la Serna
Hay feria en el Cuartel de
Conde-Duque, una especie de mercadillo navideño internacional. Bailan en el
escenario unos señores rusos, o de la Anatolia, o de la Estepa asiática, o de
algún lugar de más allá del frío. Visten exótico, manejan anchas espadas y entonan
con esmero, a gritos, melodías difíciles de recordar. Me diluyo entre las
casetas y los food-tracks y subo a ver a Gómez de la Serna en su
despacho. RAMÓN, como le decían todos, con familiaridad mayúscula. Merece
siempre la pena hacerle una visita. Me pongo a sacar fotos de su museo
portátil, ese universo infinito recluido en pocos metros cuadrados.
El despacho de Ramón es un
inmenso Rastro personal e intransferible, acumulado a lo largo de toda una
vida. Una prolongada colección de muebles, objetos e imágenes, recortes de
revistas y periódicos que iba pegando, con artesanal paciencia, por las
paredes, puertas y techos de su despacho, conformando un vastísimo collage que también era espejo de su
literatura y de su propia conciencia creativa. Una Cámara de las Maravillas de
la modernidad, expresión de "lo transitorio, lo fugitivo y lo
contingente", que diría Baudelaire. Un templo erigido a sí mismo y al dios
de su imaginación. Un estallido escénico de todas las vanguardias (cubismo,
dadaísmo, surrealismo…) que Ramón reunía -como gran maestro de ceremonias y
agitador cultural del Madrid de principios de siglo- en una sola persona,
componiendo un espacio doméstico único. Estampario, lo llamaba él.
Ya en la casa de su abuela materna, situada en la calle de Monteleón, había una pequeña habitación misteriosa que debió de impactar sobremanera al pequeño Ramón, recubierta de cromos y estampitas de colores, incluso en los techos y puertas. Sería en la casa de la calle de la Puebla número 11, que habitó con su familia de 1903 a 1920, donde Ramón fue llenando su primer despacho con objetos que adquiría en el Rastro, reproducciones en yeso y una chimenea de mármol, dando pistoletazo de salida a su pasión coleccionista y a su fascinación por las cosas, sin distinción entre lo estrambótico y lo estético.
Un microcosmos inaudito clausurado
por la bóveda del techo, fulgurante de estrellas.
Ramón nos enseñó a mirar el mundo de una manera totalmente nueva, ensanchó nuestra percepción hasta los límites extremos de la metáfora y el sueño, de un sueño muy real, muy vivo. Ortega y Gasset dijo haber visto el secreto del arte moderno al visitar el Torreón de Ramón en la calle Velázquez. Para terminar dejo algunas de las fotos que hice. Y este enlace al gran inventario del Aleph de Ramón, en La Maquinaria de laNube.
Ramón nos enseñó a mirar el mundo de una manera totalmente nueva, ensanchó nuestra percepción hasta los límites extremos de la metáfora y el sueño, de un sueño muy real, muy vivo. Ortega y Gasset dijo haber visto el secreto del arte moderno al visitar el Torreón de Ramón en la calle Velázquez. Para terminar dejo algunas de las fotos que hice. Y este enlace al gran inventario del Aleph de Ramón, en La Maquinaria de laNube.
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Friday, December 25, 2015
Las memorias místicas de Balthus
Horas y horas mirando el lienzo en el caballete, en silencio, preparando la entrada en su secreto, domesticando el tiempo para alcanzar la inocencia y hacer posible la revelación. Ese es el ritmo de la creación: atrapar un fragmento de luz en la lentitud del tiempo, capturar una inmortalidad. La pintura como acceso al silencio, a lo invisible del mundo: "Lo único que me satisface es el estado de la luz. Esta transparencia que acrecienta la nieve, aparición deslumbrante. Transcribir su travesía".
El conde Balthasar Klossowski de Rola dice entender la pintura como un modo de acceder al misterio de Dios. Se trata de pintar como se reza: la entrega humilde de uno mismo para llegar a lo esencial. Desprendimiento, pobreza, paciencia, tesón, silencio disciplinado, como una ofrenda al carácter sagrado del mundo, para encontrar -más allá de las apariencias- lo invisible de las cosas, un secreto del alma. Descubrir la espiritualidad del mundo en la pequeñez de las cosas y en su inmensa grandeza.
Balthus rechaza el arte moderno por su intelectualismo, su desprecio por la naturaleza y su tránsito a la abstracción; ese mismo camino intelectual, oscuro y hermético es el que ha seguido la poesía. En cambio, adora la música de Mozart, llena de gracia, ligereza y gravedad ("la expresión más elevada del alma humana"), la poesía de Rilke, el cuaderno de viaje de Delacroix, la claridad y sencillez de expresión de un Pascal o un Rousseau. La gracia esquiva de los gatos.
Balthus rechaza el arte moderno por su intelectualismo, su desprecio por la naturaleza y su tránsito a la abstracción; ese mismo camino intelectual, oscuro y hermético es el que ha seguido la poesía. En cambio, adora la música de Mozart, llena de gracia, ligereza y gravedad ("la expresión más elevada del alma humana"), la poesía de Rilke, el cuaderno de viaje de Delacroix, la claridad y sencillez de expresión de un Pascal o un Rousseau. La gracia esquiva de los gatos.
La casona de Rossinière, en los Alpes suizos, con su encanto discreto, sobrio e íntimo, como esos templos chinos que parecen suspendidos en el vacío, le hace sentir como si se encontrase en el corazón palpitante de la naturaleza, profunda, misteriosa, donde refulge la claridad original de las cosas. La pintura consiste en esa búsqueda metafísica -travesía entre civilizaciones- que une a los primitivos italianos con la pintura china y japonesa. Se trata de alcanzar el punto de equilibrio del paisaje, llegar al secreto de la inmovilidad, contra la rueda frenética del tiempo.
Frente a la etiqueta habitual de "pintor del erotismo", Balthus afirma que su obra se ha hecho siempre bajo el signo de lo espiritual: en sus retratos de niñas desvestidas no buscaba el morbo sexual de las lolitas nabokovianas, aclara, sino que para él eran como ángeles a las que trataba de rodear de un aura de silencio y profundidad, creando un vértigo a su alrededor. No sabe uno si creerse las palabras testamentarias del artista polaco o si interpretarlas como una última pirueta cínica del bon vivant, tratando de envolver y disfrazar las perversiones de toda una vida con un velo de misticismo.
Volcado en la comprensión de su oficio, vagando en torno a su misterio, Balthus entiende la pintura como un arte de la paciencia, de la lentitud, un compromiso ascético-monástico del pintor con el cuadro, rendido a la humildad y la pobreza.
Sunday, December 13, 2015
En el Museo del Ferrocarril
Los trenes son quizá el gran invento del XIX, el Siglo-De-Los-Inventos. Lo valoro más porque, al contrario de otros inventos, que acababan deshumanizándonos, el tren nos ha hecho seguramente más personas. No se trata sólo de llegar antes, más rápido, de cubrir espacios en menos tiempo, sino también de ver más y mejor. Una cosa son los medios y otra los fines. El tren no es sólo un medio de transporte; es también un fin en sí mismo: la visión del paisaje.
Porque no hay paisaje más hermoso que el que se ve desde un tren.
Porque no hay paisaje más hermoso que el que se ve desde un tren.
El Museo del Ferrocarril sabe a película de época. Paseando por allí te sientes como el extra de un rodaje inexistente. Te falta el sombrero y la pipa. Además, los trenes y el cine son un poco lo mismo: imágenes en movimiento. Hay muchos trenes en el cine. Y hay mucho de cine en el tren. En concreto, en la antigua Estación de las Delicias hay un poco de El maquinista de la general, un poco de Solo ante el peligro y un poco de Con la muerte en los talones, según el andén y la época. Las palabras que mejor lo expresan son zug, tâg y tog.
Ahora, con el Mercado de los Motores, un fin de semana al mes, todo se vuelve diseño y vintage. Con sus cosas buenas (los músicos de jazz, los mapamundis, las chicas guapas) y sus cosas malas (los hipsters que ejercen de hipsters, el exceso de diseño, la plusvalía del humo, del aire). No hay vida que aguante tanto diseño. El exceso de diseño mata lo vivo. El artificio de la cultura que quiere imponerse a toda costa... y se cree más y mejor. Esta autoconciencia inverosímil de quien se enmarca en un aura dorada para exhibirse ante el espejo, ante sí mismo, y puja al alza en polifonía de ventrílocuo.
Mejor quedarse con el Rastro de los objetos infinitos, que también lo tiene:
Tuesday, November 24, 2015
Sunday, November 22, 2015
En el Museo Geominero
Recuerdo la primera vez que visité el Museo Geominero. Al entrar en la sala principal, con sus hileras de vitrinas y la enorme cristalera del techo, me quedé boquiabierto. Nos había llevado el profesor de Química del colegio, todos provistos de cuaderno y lápiz, teníamos que tomar notas para un trabajo sobre minerales. El Geominero es un lugar que te retrotrae a la época mágica de los museos de ciencias naturales y gabinetes de curiosidades del siglo XIX. La ciencia era entonces un libro infinito lleno de maravillas y perplejidades. Se inauguró en 1926 y tiene más de quince mil minerales y ochenta mil fósiles que datan desde el Jurásico. Es también como estar un poco en Londres. Te puedes encontrar, incluso, a una imitadora de Mary Poppins.
(Museo Geominero, 22-11-2015)
Sunday, November 15, 2015
En el Museo Ramón Gaya
Murcia es una ciudad pacífica, recoleta, de piedra iluminada a la luz de la luna. Los amaneceres son tranquilos y estáticos, como espacios sin sombra. Los atardeceres, lentos, demorados, de esos que se van adentrando en los huesos sigilosamente. Se pasea uno por las calles peatonales del centro y van iluminándose las farolas y las tiendas acogen sus últimos clientes y huele a pastel de carne y la gente va desapareciendo, poco a poco, en los portales. Cuando resuena Bach en las bóvedas de la catedral toda la mística del ruido se reúne en un punto, en un centro donde Dios nos grita con la boca enorme, abierta, oscura, como un gran vacío lleno de silencio. Ese centro es tu oído. Las notas religiosas se untan en el semblante, pálido, de una chica demasiado bonita para intentar decirlo sin que duela. El organista inglés cabecea en la pantalla como signo de agradecimiento.
A la misma hora en que llegaba a mi casa desde Murcia, el terrorismo islamista azotaba el centro de París con una sangrienta masacre, aprox. 130 muertos y 350 heridos, en un ataque simultáneo en siete puntos distintos de la ciudad. La realidad es compleja. Llegamos llenos de recuerdos amigables, pacíficos, y el presente nos impacta con su melodía trágica, obligándonos al sufrimiento, a la violencia. Es difícil adaptarse. La actualidad nos absorbe y nos consume, pero la vida sigue su curso. Debe hacerlo. La locomotora de la intrahistoria no se para, aunque la Historia escriba sus páginas más tristes o desconcertantes o atroces. Ya se sabe: Alemania declara la guerra a Rusia y, por la tarde, Kafka se va a la piscina a nadar. Y así lo anota en su cuaderno. Sin más.
Se suceden otros recuerdos de Murcia: los paisajes de llegada y de salida vistos desde el tren, con huertas, palmeras y casas desperdigadas, tímidas, recortadas en el cielo con trazos impresionistas; el convento de las monjas clarisas, con el reflejo de los arcos en la superficie del estanque, como si fuese un trozo de la Alhambra transportado al azar en nuestra memoria; el paseo a medianoche bajo la luna, con el estómago lleno de vino y de pescado, en compañía del poeta (poeta de la Vida, del asombro y misterio y gracia de la vida, del vivir entero en un instante, del silencio vivo en la luz del día, del vaso de agua cuyo reflejo al atardecer es elegía viva de la eternidad), que nos ha acogido con tanto afecto y generosidad. Y, por supuesto, el Museo de Ramón Gaya, del que tanto habría que contar. (Ya lo haré, por ahora dejo esta colección de imágenes).
Se suceden otros recuerdos de Murcia: los paisajes de llegada y de salida vistos desde el tren, con huertas, palmeras y casas desperdigadas, tímidas, recortadas en el cielo con trazos impresionistas; el convento de las monjas clarisas, con el reflejo de los arcos en la superficie del estanque, como si fuese un trozo de la Alhambra transportado al azar en nuestra memoria; el paseo a medianoche bajo la luna, con el estómago lleno de vino y de pescado, en compañía del poeta (poeta de la Vida, del asombro y misterio y gracia de la vida, del vivir entero en un instante, del silencio vivo en la luz del día, del vaso de agua cuyo reflejo al atardecer es elegía viva de la eternidad), que nos ha acogido con tanto afecto y generosidad. Y, por supuesto, el Museo de Ramón Gaya, del que tanto habría que contar. (Ya lo haré, por ahora dejo esta colección de imágenes).
(Murcia, 11-11-2015)
Monday, November 02, 2015
En el Museo Sorolla
Mi infancia está en los cuadros de Sorolla. El sol absoluto de la Malvarrosa; los niños a la orilla de sus sueños; reflejos, pinceladas, sobre la piel húmeda.
"Estos días azules y este sol de la infancia": el último verso que escribió Machado -hallado, ya cadáver, en su raído gabán de exiliado- resume muy bien mi ausencia de recuerdos cuando avanzo, tantos domingos, por las salas del Museo Sorolla, el lugar más bello del mundo. Allí revivo mi primera infancia, sin recuerdos (demasiado pequeño para tenerlos), a la orilla de un sol que siempre luce y acaricia la piel de los hombres. Un sol rotundo que no ciega.
Sorolla es la Luz, como Velázquez la Transparencia. Sorolla es el domingo permanente. Yo, que nací en un palacio árabe (Valencia es el único lugar del mundo donde a los niños sí nos traía la Cigüeña), recupero mi primera infancia en el Museo Sorolla. El lugar más bello del mundo.
(Museo Sorolla, Madrid, 1-11-2015)
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