Hay feria en el Cuartel de
Conde-Duque, una especie de mercadillo navideño internacional. Bailan en el
escenario unos señores rusos, o de la Anatolia, o de la Estepa asiática, o de
algún lugar de más allá del frío. Visten exótico, manejan anchas espadas y entonan
con esmero, a gritos, melodías difíciles de recordar. Me diluyo entre las
casetas y los food-tracks y subo a ver a Gómez de la Serna en su
despacho. RAMÓN, como le decían todos, con familiaridad mayúscula. Merece
siempre la pena hacerle una visita. Me pongo a sacar fotos de su museo
portátil, ese universo infinito recluido en pocos metros cuadrados.
El despacho de Ramón es un
inmenso Rastro personal e intransferible, acumulado a lo largo de toda una
vida. Una prolongada colección de muebles, objetos e imágenes, recortes de
revistas y periódicos que iba pegando, con artesanal paciencia, por las
paredes, puertas y techos de su despacho, conformando un vastísimo collage que también era espejo de su
literatura y de su propia conciencia creativa. Una Cámara de las Maravillas de
la modernidad, expresión de "lo transitorio, lo fugitivo y lo
contingente", que diría Baudelaire. Un templo erigido a sí mismo y al dios
de su imaginación. Un estallido escénico de todas las vanguardias (cubismo,
dadaísmo, surrealismo…) que Ramón reunía -como gran maestro de ceremonias y
agitador cultural del Madrid de principios de siglo- en una sola persona,
componiendo un espacio doméstico único. Estampario, lo llamaba él.
Ya en la casa de su abuela materna, situada en la calle de Monteleón, había una pequeña habitación misteriosa que debió de impactar sobremanera al pequeño Ramón, recubierta de cromos y estampitas de colores, incluso en los techos y puertas. Sería en la casa de la calle de la Puebla número 11, que habitó con su familia de 1903 a 1920, donde Ramón fue llenando su primer despacho con objetos que adquiría en el Rastro, reproducciones en yeso y una chimenea de mármol, dando pistoletazo de salida a su pasión coleccionista y a su fascinación por las cosas, sin distinción entre lo estrambótico y lo estético.
Un microcosmos inaudito clausurado
por la bóveda del techo, fulgurante de estrellas.
Ramón nos enseñó a mirar el mundo de una manera totalmente nueva, ensanchó nuestra percepción hasta los límites extremos de la metáfora y el sueño, de un sueño muy real, muy vivo. Ortega y Gasset dijo haber visto el secreto del arte moderno al visitar el Torreón de Ramón en la calle Velázquez. Para terminar dejo algunas de las fotos que hice. Y este enlace al gran inventario del Aleph de Ramón, en La Maquinaria de laNube.
Ramón nos enseñó a mirar el mundo de una manera totalmente nueva, ensanchó nuestra percepción hasta los límites extremos de la metáfora y el sueño, de un sueño muy real, muy vivo. Ortega y Gasset dijo haber visto el secreto del arte moderno al visitar el Torreón de Ramón en la calle Velázquez. Para terminar dejo algunas de las fotos que hice. Y este enlace al gran inventario del Aleph de Ramón, en La Maquinaria de laNube.