Se marchó, dando un fuerte portazo que me hizo pegar un respingo. Cerré los ojos, conteniendo el impulso de llorar que me entró "no llores, no llores, no llores, no merece la pena" me repetía una y otra vez, intentando recuperar el aliento. Miré la mesa de cristal... Bueno, lo que había sido la mesa de cristal, que estaba en el suelo hecha añicos. Con dedos temblorosos, cogí la caja de Ducados que había sobre el sofá. Extraje un cigarrillo, accioné mi encendedor, encendí el cigarro y empecé a fumar compulsivamente, dando violentas caladas casi desesperadas ¿Qué más daba ya todo? ¿Qué más daba, si además del hígado me empezaba a joder los pulmones? Total, ya estaba acabada. Una lágrima resbaló inevitablemente por mi mejilla, al tiempo que recordaba lo que él me había dicho, sus duras y tristemente ciertas palabras.
"Estás loca" había dicho, mirándome con sus ojos enfurecidos, llenando de fría cólera cada sílaba."Esa inestabilidad tuya va a matarme, y ya no lo soporto mas. No puedo ni quiero intentar entenderte ya"
Cuando lo dijo intenté retenerle, decirle que estaba pasando por una mala época, que era transitorio.
"¡MENTIRA!" bramó, desquiciado, por primera vez en toda nuestra relación dando un fuerte golpe en la mesa de cristal con los puños."Ya has pasado por muchas malas épocas, ya he aguantado bastante tiempo. Te destruyes y me destruyes. No puedo más." Arrojó algo en mi regazo."Hemos terminado. Esta ha sido la gota que ha colmado el vaso. Avisa a un amigo para que venga a recoger tus cosas a mi casa. Lo siento, pero ya no puedo más."
Y sin más, se marchó. Apreté aquello blando que había depositado en mi regazo: el pequeño peluche que le regalé al principio de nuestra relación. Sin duda era el final. Rebusqué en mi bolso y miré con tristeza los resultados de las pruebas que me habían hecho... El diagnóstico era claro: depresión aguda con leve grado de esquizofrenia.
Pero ya no importaba. Tomé un par de pastillas para tranquilizarme. Lo más obvio hubiera sido que me disculpara, entendiera mis razones por fin, le enseñara el diagnóstico, me abrazara y me apoyara... Pero para una vez que realmente la necesitaba, había fallado la lógica, que había sido derrotada por una lágrima. Las últimas que derramaría en su presencia.