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“La agricultura ha destruido el planeta y la cultura humana”, entrevista a Lierre Keith

Por Miguel Ayuso. Julio de 2018
Después de seguir una dieta vegana durante 20 años la salud de Lierre Keith “colapsó catastróficamente”. Este fue el problema que la llevó a investigar sobre cuál era realmente el motivo para no comer ningún producto de origen animal. Y llegó a la conclusión de que todo lo que daba por cierto no tenía sentido, ni a nivel ecológico ni político.
En su libro El Mito Vegetariano(Editorial Capitán Swing. ISBN: 9788494871023), un ensayo que está levantando polémica allá donde se publica, Keith, que actualmente edita la revista feminista Rain and Thunder, lee la cartilla a la práctica totalidad de la humanidad pues, en resumen, asegura que llevamos cargándonos el planeta desde hace 10.000 años, cuando inventamos la agricultura. Y dejar de comer animales no va a hacer más que empeorar el problema, pues ni es bueno para la salud, ni para el Medio Ambiente. No es bueno, siquiera, para el conjunto de los animales.
En realidad, el discurso de Keith no es novedoso, y aunque ella ha logrado atarlo de forma encomiable el escenario que pinta es tan incómodo que preferimos ignorarlo. Su postura es radical –por esencial, no por extrema–, pero te hace replantearte muchas cuestiones. Y no ha merecido la pena eliminar una sola frase de la conversación que hemos mantenido.

No sé si eres consciente de que tu libro no complacerá a nadie.
Sí, soy muy consciente de que este libro enfada a la gente, pero también ayuda a aquellas personas que son veganas y vegetarianas, que ya saben que la dieta les está perjudicando, no entienden por qué no funciona y están muy confundidas porque su mundo se está viniendo abajo.

En el libro planteas un punto esencial en todo el debate sobre el veganismo, y es que la vida es imposible sin la muerte, pero ¿es posible una muerte sin sufrimiento? ¿Es posible comer carne y preocuparse por el bienestar de los animales al mismo tiempo?
Siempre enfatizo que la ética vegetariana no está en cuestión. Los valores que subyacen al vegetarianismo (justicia, compasión, sostenibilidad) son los únicos valores que nos llevarán al mundo que necesitamos. Los valores no son el problema. El problema es la información que tenemos.
Existe una gran negación cultural sobre la naturaleza de la agricultura. La agricultura es lo más destructivo que las personas han hecho en el planeta. Tenemos que entender qué es la agricultura. La agricultura es una guerra contra el planeta. En términos muy brutales, tomas un pedazo de tierra, limpias todo lo que está vivo en él, y me refiero a que eliminas hasta las bacterias, y luego lo siembras para uso humano. Es una limpieza biótica. Y esto permite que la población humana crezca en proporciones gigantescas, porque en lugar de compartir esa tierra con millones de otras criaturas, solo crecen humanos en ella. Además del hecho de que has desplazado permanentemente a un inmenso número de especies –y cuando digo desplazado, estoy hablando de extinción–, el otro gran problema es que estamos destruyendo la capa superior del suelo. Y el suelo es la base de la vida; al menos de la vida de la tierra. Le debemos toda nuestra existencia a esos 15 centímetros de tierra vegetal y al hecho de que llueve. Así que ahora mismo, deberías sentir un escalofrío de terror. Porque a excepción de las cuarenta y seis últimas tribus restantes de cazadores-recolectores, la raza humana se ha hecho dependiente de una actividad que está matando al planeta. Esto se debe a que el 80% de las calorías de los alimentos que se usan para apoyar a la población humana actual provienen de la agricultura, de esos monocultivos anuales. Somos dependientes por completo de la destrucción de nuestro planeta. Doscientas especies se están extinguiendo todos los días. El 98 por ciento de los antiguos bosques y el 99 por ciento de los pastizales del mundo desaparecieron, destruidos por la agricultura. Comer una dieta vegana no es sostenible ni amable con los animales. La pregunta no es: ¿qué está muerto en mi plato? La pregunta es: ¿qué ha muerto por tener comida en mi plato? En el caso de los alimentos agrícolas, la respuesta es TODO.
No hay una opción libre de muerte. Para que algo viva, algo más tiene que morir. La única opción que tenemos es realizar los sacrificios mal o bien. A todas las criaturas les debemos nuestro humilde agradecimiento: las plantas, los animales, el fitoplancton, las bacterias. Todos hacen posible nuestras vidas. Tenemos el deber de asegurarnos de proteger la red de la vida, y cuando matamos directamente, hacerlo de forma que otros seres sufran lo menos posible.

Mucha gente que compra carne ecológica cree que esto evita el sufrimiento de los animales, pero ¿no es una especie de autoengaño?
Hay dos cosas por las que debemos preocuparnos. Una es la vida del animal. ¿Ha podido expresar su naturaleza completa? En otras palabras, ¿es feliz? La segunda es la muerte del animal. ¿Es la muerte lo más rápida e indolora posible? Ambas condiciones se pueden cumplir. Las vacas en pastoreo en una manada natural que cuidan a sus crías hasta que son destetadas naturalmente, por ejemplo. Pollos que tienen una gran cantidad de bosques y prados, y que pueden actuar de acuerdo con su naturaleza. Es muy posible atender completamente las necesidades de los animales. Lo que no es posible es producir alimentos que no impliquen animales muertos. Ahí es donde nos engañamos a nosotros mismos. Y no solo individuos muertos, sino especies enteras y comunidades bióticas enteras: esa es la naturaleza de la agricultura. Es irónico que la gente piense que una dieta vegana es la más pacífica cuando en realidad se basa en la actividad humana más letal.

Tu libro ataca en gran medida a la agricultura y es posible que, como señalan muchos antropólogos, el estilo de vida sedentario nos haya llevado a trabajar más y a vivir en una sociedad más injusta, pero ¿podríamos vivir de manera diferente hoy en día?
La agricultura ha destruido el planeta y también ha destruido la cultura humana. Es el comienzo del militarismo y el comienzo de la esclavitud. En los lugares donde comenzó la agricultura, la sociedad humana ha seguido siempre el mismo patrón. Lo llamamos civilización o, por usar una definición realmente básica, “la vida en las ciudades”. La agricultura es lo que hace posible la civilización. Una pista: cuando digo civilización, no digo que sea algo bueno. Son personas que viven en asentamientos lo suficientemente grandes como para requerir la importación de recursos. Por definición, han sobrepasado su base terrestre. 
La agricultura es esencialmente una guerra contra el mundo natural y es intrínsecamente destructiva. El patrón de la civilización es un centro de poder inflado rodeado de colonias conquistadas, desde donde el centro extrae lo que quiere. Las sociedades agrícolas terminan militarizadas, y siempre lo hacen, por tres razones.
Primero, la agricultura crea un excedente, y el excedente necesita ser protegido. Y, si se puede almacenar, puede ser robado.
La segunda razón es el imperialismo. La agricultura es esencialmente una guerra contra el mundo natural y es intrínsecamente destructiva. Eventualmente los agricultores necesitan más tierra, más mantillo y más recursos. La gente no renuncia voluntariamente a su tierra, su agua, su capa vegetal o sus árboles. Entonces, hay toda una clase de personas cuyo trabajo es la guerra, cuyo trabajo es arrebatar tierras y recursos a la fuerza: la agricultura lo hace posible y también lo hace inevitable.
Y el número tres: la esclavitud. Algunos de esos recursos son ni más ni menos que otros seres humanos. La agricultura también es un trabajo agotador. Los cazadores-recolectores solo trabajan unas 17 horas a la semana. Para los agricultores, el trabajo nunca termina. Para que cualquiera tenga ocio, son necesario esclavos. Hemos perdido la memoria cultural de esto porque hemos estado usando combustible fósil en su lugar. Pero si la energía utilizada por el estadounidense promedio tuviera que ser producida por humanos, necesitaríamos cada uno 300 esclavos. ¡Trescientos! Y, por supuesto, una vez que tengas un gran número de la población esclavizada, necesitarás a alguien que los mantenga así. Por lo tanto, soldados. Este es el ciclo en el que hemos estado viviendo durante diez mil años.
Hacia el año 1800, las tres cuartas partes de las personas en este planeta vivían en condiciones de esclavitud, contrato o servidumbre. Así que una y otra vez tienes este ciclo: donde el centro de poder se eleva tienen que salir y obtener más recursos, eventualmente se agotan y luego hay un colapso de la población. Entonces todo vuelve a empezar.
La civilización que conocemos se ha vuelto global debido a los combustibles fósiles. La inevitable caída será catastrófica. Y estamos derribando todo el planeta con nosotros. Me preguntas si podríamos vivir de manera diferente hoy. No solo podemos, sino que tenemos que hacerlo, si queremos sobrevivir.

En tu libro explicas que el pastoreo es la forma más sostenible de ganadería, pero ¿nos permitiría comer a todos? ¿No generaría otros problemas?
Hay 6 mil millones de personas que están aquí solo debido a los combustibles fósiles. Este plan no tiene futuro. El petróleo se va a acabar. Nada de lo que hacemos es sostenible en nuestros números actuales. No hay forma de que el tipo de reparación que necesita el planeta proporcione alimentos a todos los que están aquí: comenzamos a sobrepasar la capacidad del planeta desde el día que los humanos asumimos la agricultura. Muchos de los argumentos políticos para el vegetarianismo se centran en esta idea de que una dieta vegetariana podría alimentar al mundo. Queremos un mundo justo donde se alimente a todos los niños. Pero nuestra especie comenzó a sobrepasar su límite hace diez mil años y eso no se puede hacer. “Los hechos no son derogados por la negativa a enfrentarlos”, escribió Catton. Nosotros –la raza humana– vamos a tener que enfrentar este hecho si tenemos alguna esperanza de trazar el camino hacia la verdadera sostenibilidad sin pisotear los derechos humanos y preservando el orden cívico. La alternativa son escenarios sombríos y desagradables de inanición masiva, plagas, conflictos raciales y tribales, misoginia, fundamentalismo y colapso acelerado del ecosistema.
SI DEJÁRAMOS DE TOMAR LO QUE NO ES NUESTRO, ENTONCES LOS BOSQUES Y LAS PRADERAS, LOS HUMEDALES Y LOS RÍOS, PODRÍAN REBROTAR Y REGRESAR.
La verdadera pregunta es: ¿qué métodos de producción de alimentos reconstruyen la capa superior del suelo mientras se usa solo el sol y la lluvia? Porque ningún otro recurso es sostenible. Usando esos métodos, y solo esos métodos, ¿cuántos humanos podría soportar el planeta? Porque el día en que produjéramos sólo a uno más de nosotros que ese número, sería el día en que deberíamos avergonzarnos de nosotros mismos como especie. Y ese día ya ocurrió, hace 10.000 años.
Necesitamos hablar sobre la población humana. La gente tiene miedo de este tema, pero no es necesario. Treinta y tres países ya tienen un crecimiento poblacional estable o negativo. Se puede hacer. ¿Y cuál es la acción número uno que podemos tomar para reducir la tasa de natalidad? Enseñar a una niña a leer. Eso es. Cuando las niñas y las mujeres tienen incluso más poder sobre sus vidas, eligen tener menos hijos.
Deberíamos preocuparnos por esto de todos modos, porque nos importan los derechos humanos, y las niñas cuentan como humanas. Pero resulta que asegurarse de que las niñas cuenten es la única forma de avanzar. No estamos hablando de las personas contra el planeta. Son las personas más el planeta.
Se podría hacer. No hay obstáculo físico en el camino. No tenemos que violar las leyes de la física o la química. En el transcurso de dos o tres generaciones, podríamos apoyar los derechos humanos para reducir nuestros números a algo sostenible mientras reparamos lo que hemos destruido. Si nos alejamos del camino, si dejamos de tomar lo que no es nuestro, entonces los bosques y las praderas, los humedales y los ríos, regresarían. Porque la vida quiere vivir. Ferozmente, quiere vivir.

¿Qué piensas de la agricultura ecológica? Como sabes, también existe mucha controversia sobre su utilidad para proteger el medio ambiente y muchos lo consideran menos eficiente, de hecho, que la agricultura convencional.
Bueno, no creo que la agricultura ecológica frente a la química sea realmente el problema. Creo que la agricultura es el problema ya sea ecológica o no.
El veganismo generalmente tiene un fuerte contenido político, pero ¿es realmente posible luchar contra el capitalismo al dejar de comer animales?
No, comer una dieta vegana solo empeorará el problema. Los vegetarianos creen que si todos comiéramos una dieta basada en plantas habría suficiente comida para todos, no tienen conciencia de que la agricultura es la destrucción del mundo. Tampoco entienden que la cantidad de grano que se produce en este momento solo puede ser alcanzada gracias a una reducción tanto del suelo como del combustible fósil. Cuando comes cereales estás comiendo petróleo en rama. Eso ha sido cierto desde la década de 1950, desde la llamada revolución verde.
El argumento es que todo el grano que se destina a alimentar a las vacas debe ir a alimentar a las personas. Es un argumento simple y puedo entender su atractivo. Lo creí por años. Pero no tiene nada que ver con la realidad. Iowa no está cultivando maíz para que se pueda alimentar a los animales. Los vegetarianos políticos entienden esto al revés: el cereal no se produce para alimentar a las vacas, es un excedente que se usa de esa manera porque el precio del grano es muy bajo. Y ha sido llevado a un precio tan bajo por las seis corporaciones que esencialmente controlan el suministro mundial de alimentos.
Necesitamos entender esto. Cargill es la tercera empresa privada más grande del planeta. Cargill y Continental representan cada uno el 25 por ciento del comercio de cereales: eso es la mitad entre ambos. Cinco compañías controlan el 75 por ciento del maíz; cuatro poseen el 80 por ciento del procesamiento global de soja.
Reducen los precios por debajo de los costos de producción y los mantienen allí. Tienen un monopolio. Hicieron que el gobierno federal, los contribuyentes de los Estados Unidos, compensaran la diferencia. Los granjeros en los Estados Unidos están atrapados en esta horrible cinta de correr. Con el precio por los suelos tienen que producir más y más y más solo para no perder el control del agua. Todavía no pueden recuperar sus costos de producción debido al monopolio de los cárteles de cereales. El Gobierno dará un puntapié justo para mantener a los agricultores en el negocio. Y luego, al año siguiente, la misma historia es peor, ya que el precio es aún menor debido al excedente del año pasado. Eso es lo que está pasando en el Estados Enidos rural. Y por eso hay tantos suicidios entre los granjeros.
Partiendo de nuestra economía capitalista alguien descubrió que teniendo el tan barato, se podía alimentar a animales confinados y producir carne realmente barata. No importaba qué se les hiciera a los animales o al medioambiente.
Las vacas no están destinadas a comer maíz. Eso las mata. Unos pocos meses en una unidad de engorde es todo lo que pueden aguantar. Están diseñadas para la celulosa, para comer hierba, no maíz. La ganadería industrial comenzó en la década de 1950, no existía antes porque no tenía sentido económico. Lo que impulsó la ganadería industrial fue la revolución verde. Había una montaña de cereal excedente y no había lugar donde meterla. Necesitamos detener la ganadería industrial. Cualquiera debería estar de acuerdo. Pero eso no impedirá que un solo agricultor deje de producir maíz en exceso. Hemos entendido esto al revés durante 30 años. Esta parte del mito vegetariano no tiene relación con la realidad.
Y creo que la razón es porque ninguno de nosotros pertenece al mundo rural. La realidad de los agricultores tiene tanto que ver con nuestras vidas como el lado oscuro de la luna. Pero tenemos que entender lo que el poder corporativo le ha hecho a nuestra comida, nuestra salud, nuestra economía, nuestro gobierno y nuestro planeta. La otra cosa que debemos entender es que el cereal estadounidense está causando hambruna en todo el mundo. No está ayudando. La agricultura industrial crea esos rendimientos industriales. Esos superávits son luego arrojados a los países pobres, destruyendo sus economías de subsistencia locales, expulsando a los agricultores de sus tierras y convirtiéndolas en la miseria urbana. Puede parecer contradictorio, pero el último lugar donde deberíamos poner comida barata es cerca de personas con hambre crónica. El grano estadounidense está causando inanición, no aliviándola.
SI TE IMPORTA EL HAMBRE EN EL MUNDO Y COMPRAS UNA HAMBURGUESA DE SOJA, ESTÁS DANDO DINERO EXACTAMENTE A LAS PERSONAS QUE SON EN GRAN PARTE RESPONSABLES DEL PROBLEMA
Según Oxfam, “Los exportadores pueden ofrecer excedentes de los EEUU a la venta a precios de alrededor de la mitad del costo de producción; así destruyen la agricultura local y crean un mercado cautivo en el proceso. Este ciclo de control corporativo, sobreoferta y dumpingconduce a la destrucción de las economías locales de subsistencia. Socava los medios de subsistencia del 70 por ciento de las personas más pobres del mundo”.
Esta no es una solución al hambre en el mundo. De hecho, condena a las naciones pobres a participar en una economía de mercado donde tienen que producir materias primas, como madera y metales, o bienes de consumo baratos para las naciones ricas, como zapatillas de deporte o chips de ordenador. Con los centavos que reciben a cambio, luego tienen que comprar su comida a esas mismas naciones ricas. Es un sistema destructivo, inhumano y opresivo. Tengo que creer que los vegetarianos a los que le preocupa la política no lo han pensado bien.
Quiero que comprendamos esto porque si te importa el hambre en el mundo y compras una hamburguesa de soja, estás dando dinero exactamente a las personas que son en gran parte responsables del problema.

En el libro dices que ser vegana te ha causado grandes problemas de salud. Muchos nutricionistas argumentan, sin embargo, que es posible seguir una dieta vegetariana saludable y, por supuesto, los veganos piensan que es más saludable no comer carne. ¿Puede ser realmente peligroso?
Sí, es peligroso. Hay criaturas que han enfermado seriamente porque sus padres veganos se niegan a escuchar a la ciencia. Esto es muy serio.
Las dietas vegetarianas tienen dos problemas: uno de exceso y otro de deficiencia. Estas dietas contienen demasiados carbohidratos y demasiados ácidos grasos Omega-6. El cuerpo humano nunca estuvo hecho para manejar tanta cantidad de azúcares, y los Omega-6 producen inflamación en todo el cuerpo. Esos dos problemas son, en gran parte, responsables de los problemas de salud asociados universalmente con los pueblos agrícolas. Tenemos un nombre para esto: Enfermedades de la Civilización. Cáncer, diabetes, enfermedades cardiovasculares, enfermedades autoinmunes, toda la cohorte de condiciones degenerativas y crónicas que asumimos que son normales. Estas enfermedades eran desconocidas entre las poblaciones de cazadores-recolectores, tanto en las históricas como en las actuales. Un arqueólogo puede ver a simple vista si un hueso era de un granjero o de un cazador. Los huesos del cazador eran largos, fuertes y libres de enfermedades. Los huesos del agricultor eran cortos, frágiles y plagados de enfermedades. Lo primero que ocurrió cuando las personas se dedicaron a la agricultura fue que redujeron su estatura unos quince centímetros y comenzaron a tener problemas con los dientes y los huesos. Y esto ocurrió en todo el planeta.
Para mucha gente vegana los carbohidratos del grano reemplazan los productos de origen animal. Las deficiencias que resultan de ello son numerosas: hay carencias de proteínas, grasas, vitaminas liposolubles como las vitaminas A y D, las vitaminas B, el hierro hemo. Todos estos nutrientes son esenciales para la reparación y el mantenimiento del cuerpo humano.

En España tenemos un gran problema de despoblación rural. Tres cuartas partes del territorio están enormemente deshabitadas y la población se concentra en las grandes ciudades. Esto hace, por supuesto, más difícil seguir una dieta de proximidad. ¿Ayudaría la recuperación de las áreas rurales a alcanzar los objetivos de los que hablas en el libro?
Seguro que sería un componente importante. Las economías locales pueden revivirse ofreciendo alimentos que dan vida a los humanos. Al buscar y apoyar granjas basadas en pastos, podemos ayudar a sanar el planeta en cada comunidad. El dinero gastado en esas granjas es crucial para revitalizar las economías locales.

Siendo realistas, ¿siempre es posible saber de dónde viene la comida? ¿Podemos realmente generar nuestra propia comida?
Todo es posible. En las últimas dos generaciones, el control corporativo del suministro de alimentos ha forzado la migración masiva hacia las ciudades. La población rural ha perdido el control de la tierra y ha tenido que abandonar su modo de vida. Hay profundas injusticias aquí. Podemos revertir eso. Pero la gente tiene que entender los mecanismos que han creado esta situación. Muchas personas están despertando. Donde vivo, en los EEUU, hay un próspero movimiento de alimentación local que comprende los temas entrelazados de la nutrición humana, las economías locales, el bienestar animal y el calentamiento global. ¡Por suerte podemos correr la voz! Saber que tu comida está reparando tu cuerpo, el suelo, la comunidad biótica y las conexiones entre humanos es algo maravilloso. La gente está hambrienta de este conocimiento y del mundo mejor que nos espera si somos capaces de integrarlo.

• “Las Raíces Vivas”, nuevo programa de Eugenio Monesma en Aragón TV

Eugenio Monesma en las cuevas de la fertilidad.
Por Alicia Gallán-Elfau
Eugenio Monesma encontró muy pronto la pasión que le ha guiado durante toda su vida. Al interés por toda clase de tradiciones, oficios, juegos, lugares y músicas antiguas, se le sumó la pasión por el cine. En su juventud experimentó con la ficción pero poco a poco el documental, o más bien, el registro riguroso y paciente de un pasado que empezaba ya a extinguirse en su juventud, fue ganando terreno.

De esta pasión nos beneficiamos quienes nos interesamos por el pasado, como una forma de expresar respeto a quienes nos antecedieron. Saber cómo vivían, su enorme trabajo, su austeridad y sus vidas duras y hermosas es fundamental para que aprendamos a respetarles. Los años cincuenta y sesenta, cuando todo empezaba a cambiar, los ancianos y las ancianas ya sospechaban que su mundo se extinguía y en Eugenio encontraron a alguien interesado en registrar esos testimonios del pasado. Alguien que pensaba que era interesante dar a conocer cómo se vivía en el mundo rural. Me imagino que Eugenio encontró y tal vez, siga encontrando muchas trabas y pocas ayudas para llevar adelante esta labor de registro de todos sus aspectos. Recuerdo perfectamente cómo se hablaba con menosprecio de la gente de los pueblos y cómo hasta yo misma aspiraba a vivir en Madrid o en Barcelona sin sentir el mínimo interés por mi lugar de origen.

La modernidad excluyó al mundo rural como objeto de interés y en respuesta el mundo rural siguió impasible, repitiendo sus palabras, rituales, fiestas, sintiendo orgullo en la celebración de sus tradiciones, manteniendo vivo lo que la mayoría menospreciaba, siendo conscientes de que lo que se estaba extinguiendo, sí que era importante.
Eugenio se implicó en esta labor no sólo con ahínco, también con compromiso con la cultura propia y con su pasado inmediato y lejano. 

Ejemplos de esta labor son sus colecciones sobre Oficios perdidos, Fogones Tradicionales, Juegos Tradicionales, Instrumentos Tradicionales, Mitos, ritos y creencias… Los ejemplos son tan numerosos que hacen de Eugenio Monesma el documentalista que más trabajos tiene registrados a su nombre, reflejo de su incansable labor.

Además de la etnografía, Monesma siente pasión por la historia, la reciente y la más antigua. En los temas que elige retratar también está presente ese espíritu de querer recoger la versión de los que no han sido escuchados y escuchadas. Ejemplos de esta línea de trabajo son los realizados en torno a la Guerra Civil con sus colecciones “Las ilusiones perdidas” o “Caravana de la Memoria”. En todos estos trabajos lo que prevalece es el testimonio de quienes vivieron en persona los acontecimientos. Recoger sus palabras y sus recuerdos para esperar a que llegue el día en el que esos materiales eduquen a la población en el respeto a los que sufrieron la violencia de una guerra y una dictadura. Así, él ha dado voz a quienes no la tenían. 

Hay un documental que hizo hace años sobre la trashumancia que me llega especialmente. Es un oficio que se mantiene a pesar de estar al borde de la extinción. Hace años acompañé a Eugenio en la investigación de las cuevas y piedras de la fertilidad por muchos pueblos oscenses, y en todos conocía a alguien con quien había colaborado. En una de estas visitas conocí a la viuda de un pastor trashumante que nos colmó de ricos manjares elaborados por ella y recibí además el mismo cariño y la misma familiaridad que Eugenio. Él se lo había ganado en la grabación del documental sobre la trashumancia cuando acompañó al pastor en su ruta, asumiendo las mismas duras condiciones de vida que llevaba con sus rebaños. La gratitud y la admiración hacia su trabajo iban impresas en las conservas, los higos que nos entregaron, las almendras….

He sido su seguidora y admiradora en muchos temas, pero sólo el paso del tiempo me ha permitido apreciar la forma en la que Eugenio ha tejido sus relaciones a lo largo de su vida. Las ocasiones en que he podido acompañarlo han sido un privilegio por muchos motivos, entre ellos, recibir por extensión la misma consideración y el mismo cariño que le ofrecían cuando llegábamos a los pueblos. 

Soy de Huesca y conozco la lentitud con la que las personas del mundo rural entregan su confianza y su aprecio. Llevar una vida tan dura implica administrar con mucho cuidado las demostraciones de afecto. Es por esto que llama la atención el agradecimiento y la admiración con la que es tratado en los pueblos de Aragón y de otros territorios.
Hace unas semanas estrenó su nuevo programa en Aragon TV, “Las Raíces Vivas”, dedicado a las celebraciones tradicionales y a recoger los conocimientos de las personas más mayores de la comunidad. En los programas ya emitidos se han mostrado las tradicionales celebraciones de las Abuelas en Adahuesca, y otras actividades antiguas que se recrea para evitar el olvido, como las del colchonero, el cañicero, la hilandera, o las elaboraciones de anís, jabón… El conocimiento atesorado por el mundo rural parece inagotable y es su riqueza la que se plasma en el trabajo que Eugenio Monesma realiza desde hace décadas.

Al visionar los diferentes capítulos de Raíces Vivas tal vez sientan el deseo de pertenecer a lugares con tanto respeto a la cultura propia y deseen venir a participar en celebraciones colectivas, al menos así lo he sentido al verlos. También he sentido orgullo cuando he visto tanta autenticidad, tanta naturalidad y belleza. 

Es de justicia agradecerle el compromiso y una trayectoria impecablemente dedicada a escuchar a los que nadie escuchaba. Gracias también, por las enseñanzas recibidas durante tantos viajes y tantas relaciones establecidas con gente honrada y digna.
Muchas gracias Eugenio por esta labor imprescindible para las próximas generaciones.

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• Memoria de nuestras amamas de caserío


Octubre de 2013 - www.elcorreo.com - Isla Mujeres

¿Estaríamos dispuestos a vivir como lo hacían nuestros antepasados del medio agrario? El documental “81.amama” reúne testimonios de las últimas mujeres criadas en caseríos y de sus nietas.

En el acarreo de mineral o en labranza, en las matxinadas y en la guerra, durante la época de la pesca del bacalao y la ballena, y al mando de los caseríos. Las mujeres vascas no tuvieron nunca reparos, tampoco les quedaba otro remedio, a la hora de tomar parte en todos los quehaceres de la vida cotidiana. La autoridad de la etxekoandre dentro del hogar y de la economía familiar era primordial, sí. El trabajo en un baserri requería una fuerte cohesión familiar y al parecer ésta se lograba mejor con la mujer controlando la casa. Ella era además la poseedora del conocimiento tradicional y de la sabiduría medicinal, y la encargada de transmitirla de generación en generación. Sin ser perfecto, el sistema funcionaba bien. Y aunque hoy sabemos que los tiempos eran otros y que siempre se trató más de un reparto igualitario de tareas entre los sexos que de un matriarcado propiamente dicho, es reconocido que la figura femenina en la cultura vasca tuvo siempre un estatus superior al adjudicado en otros grupos sociales y culturales.

Hoy aún la imagen de la etxekoandre unida a un paisaje, el del caserío, y a un idioma, el euskera, tiene una importante carga emocional y simbólica. ¿Pero estaríamos dispuestos a vivir como lo hacían nuestras amamas de caserío, con todas sus vivencias y con todas sus carencias?

El documental “81.amama”, de la getxotarra Izaro González Ieregi, habla sobre el imaginario construido de la mujer vasca y para ello reúne testimonios de catorce mujeres mayores, hoy septuagenarias y octogenarias, criadas en algunos de los caseríos repartidos por la cornisa cantábrica, de Bizkaia a Iparralde, y cuatro de sus nietas, criadas lejos de la vida en el campo.

En el primer caso, se trata en su mayoría de madres de familia que se vieron obligadas a emigrar a la ciudad a principios del siglo XX, cuando la vida en el campo no daba para más y protagonistas en primera línea de la decadencia de lo que hoy conocemos por vida tradicional. "Son especiales porque son las últimas que han vivido del medio agrario. En 1963, el ensayo “Quosque Tandem…!” del escultor vasco Jorge Oteiza nos situaba en la generación número 80 desde el cromlech-neolítico hasta comienzos del siglo XX. La de hoy sería la generación 81, y por eso he querido saber qué piensan nuestras amamas y sus descendientes. Es una reflexión sobre la transmisión cultural y la forma de entender lo vasco", relata la autora de este documento audiovisual de 50 minutos.

La que más hacía era ama
A pesar de vivir alejadas de sus raíces, los testimonios de las protagonistas se han recogido en el solar, origen o cuna de su apellido o estirpe. El caserío “Sagondo” en Sopelana; “Txagorri” en Azkoitia; “Pellizar” en Intxaurrondo; “Garagartza” en Leiza; “Zendalepoa”, “Etxeñoa”, “Jauberria” y “Alastainea” en Iparralde son algunos de los lugares visitados.

En su gran mayoría, se trata de inmuebles abandonados desde hace años, que lucen desmantelados con los caballetes del tejado semiderrumbados y con el esqueleto de madera frontal hecho polvo, aunque aún se diferencian los pisos dedicados a vivienda y a granero, y las tierras colindantes donde antaño los moradores sembraban sus legumbres y plantaban sus frutales. Los caseríos que han corrido mejor suerte se han convertido en sidrerías u hoteles rurales. Otros, los menos, aún conservan a sus habitantes. “Hicimos grandes obras aquí y ahora está todo hundido”, evoca una mujer al volver a su antigua morada. “De comer no faltaba. Nos abastecíamos de la huerta, pero la comida era casi todos los días igual”, relata una de las protagonistas. "Vivíamos con las estaciones, con la tranquilidad, con la naturaleza, con la gente del campo", añade otra. "En esta casa, la que más hacía era ama", reconoce otra mujer. "Poca fiesta, trabajar y trabajar. Estaban las fiestas del pueblo y la misa de los domingos". "Había un vendedor de telas y un “joslari” que andaban de casa en casa y hacían las ropas y los trajes. Comprábamos toallas y telas en el mercado y con los años se alargaba o se acortaba la falda. La minifalda, muy mal vista", evoca con nitidez otra mujer. "Abarkas en verano y, en invierno, un jersey para el colegio". Un testimonio más, desde Iparralde: "No hablaré euskera en el colegio, no hablaré euskera en el colegio, me hacían repetir en casa una y otra vez".

En el caso de las nietas, éstas han vivido siempre en la ciudad, pero conservan recuerdos de infancia en el caserío familiar que un día fue de su amama o del que tanto han oído hablar a lo largo de su vida. "Un giro de 180 grados" es la distancia que separa a unas de otras. Toda la que puede haber. "Recuerdo que el baserri era el punto de encuentro familiar en las grandes celebraciones", evoca una de las jóvenes entrevistadas por Izaro González Ieregi para el documental “81.amama”. "Los caracoles, esos nunca faltaban en Navidad con mi amama", rememora otra. "Vivimos más deshumanizados, no tenemos contacto con la tierra. Si no tomamos el relevo, se perderá el caserío", concluye otra joven mientras observa la Ría de Bilbao. "Se perderá".

• Denunciando a Monsanto: “¿Tu comerías insecticida?” Entrevista a Marie-Monique Robin


Monsanto es la mayor multinacional agroquímica que domina el mercado mundial de semillas convencionales y transgénicas, “monstruo” por sus enormes dimensiones y por sus objetivos (el lucro sin fin ni ética), por sus medios (el cuasi monopolio, métodos mafiosos de venta, acoso a agricultores que no usan sus productos, la compra de conciencias en el poder: periodistas, científicos, políticos)… y “monstruo” por su desprecio absoluto por la naturaleza y la salud y la vida humana.

Es fácil entender porqué nuestros hijos nos acusarán como expone el documental francés sobre la infancia expuesta a tóxicos, y por eso debemos luchar por una agricultura, una economía y una alimentación más limpia y justa  para el planeta y las personas.

Marie-Monique Robin pertenece a esa estirpe de periodistas valientes y comprometidos, como Hernán Zin y Gervasio Sánchez, cuyo trabajo destapa el lado oscuro del Sistema y sirve para que abramos los ojos y reaccionemos.

Tengo 48 años. Nací en Gourgé, pueblecito cerca de Poitiers (Francia), en una familia campesina. Soy periodista. Estoy casada y tengo tres hijas (11, 14 y 17 años). ¿Política? No me caso con nadie, mi compromiso es con la gente: por eso pongo mi pluma en la llaga. Soy agnóstica

¿Qué es Monsanto?
El gigante de la industria agroquímica que domina el mercado mundial de la alimentación.

¿Cómo logra dominar la alimentación mundial?
Domina el mercado mundial de semillas: dominar las semillas es dominar los estómagos, la población mundial.

¿Y cómo se logra dominar las semillas?
Modificándolas genéticamente y patentándolas. Antes de 1992 no podían patentarse semillas, y Monsanto logró que Estados Unidos lo permitiese. Hoy tienen mil patentes.

¿Es algo que debería preocuparme?
Si te preocupa qué comen tus hijos, sí. Preocúpate por las 80.000 hectáreas cultivadas con maíz transgénico en Catalunya y Aragón: ¿por qué España es el único país de Europa que acepta cultivos transgénicos?

¿No sucede en otros países europeos?

Está prohibido. Con razón: carecemos de estudios sobre los efectos en la salud humana y en el medio ambiente de los organismos genéticamente modificados (OGM).

¿Y por qué España no los veta?

En el Gobierno de España hay ahora cuatro personas relacionadas con Monsanto.

¿Quiénes?

Estoy contrastando los datos y pronto publicaré sus nombres.

¿Ese maíz es un OGM de Monsanto?

Sí, se le llama maíz Bt, iniciales de Bacillus thurigiensis: esa bacteria está en el suelo de forma natural y es insecticida. Si se usa en preparados pulverizados es eficaz, y el sol la degrada pronto: resulta inocua para el medio ambiente. Pero los de Monsanto tomaron de la bacteria el gen que produce la toxina, y lo insertaron en el genoma del maíz.

Brillante idea: de este modo, ese maíz queda blindado contra los insectos, ¿no?

Sí, pero a un coste peligroso: la toxina intoxica no sólo al piral – insecto perjudicial para el maíz-,sino también a los insectos predadores del piral (como la crisopa), y a mariposas, mariquitas, microorganismos del suelo, pájaros insectívoros…

¿Y a mí?

¿Tú comerías insecticida? Pues ese maíz insecticida pasa a harinas, chips, tacos, cereales, sopas, tortas… ¿Por qué cada día hay más alergias? ¡Son sobrerreacciones de nuestro organismo ante algo que no reconoce!

Con no comer ese maíz, ¡salvado!

No: ese maíz poliniza cultivos de maíz ordinario, contaminándolos, convirtiéndolos también en transgénicos. ¡Extinguirá el maíz natural! Y aunque no ingirieses ese maíz directamente…, se lo dan como forraje a animales que luego tú sí comerás.

¿Debo alarmarme, pues?

Mis padres eran campesinos, líderes sindicales agrarios en Francia: adoptar abonos, pesticidas convencidos de que hacían progresar la agricultura. Hoy están arrepentidos: la biodiversidad de variedades hortofrutícolas ha decrecido drásticamente…, y la mayor proporción de cánceres se da entre agricultores.

Entonces sí podemos alarmarnos…

El herbicida más vendido del mundo se llama Roundup, de Monsanto. Extermina toda la maleza…, pero no es biodegradable, y es promotor de cánceres y perturbador endocrino. ¿Cómo no vamos a padecer cada día más cánceres, diabetes, parkinson y alzheimer? ¡Mis hijas y yo ya no comemos vegetales que no provengan de cultivo biológico!

¿Herbicidas y pesticidas dan cáncer?

¡Nacen bebés con residuos de dioxinas en sus células! Las dioxinas son derivados de síntesis químicas de laboratorio. Llegan a los bebés por lo que comen las madres.

Esto ya escalofría.
Estamos intoxicándonos. Mire el pan.

¿Qué le pasa?

Para que la espiga de trigo produzca más grano, ha sido genéticamente modificada y protegida con ocho pesticidas y varias hormonas… cuyos restos te comes en el pan. ¡Claro que hay cánceres de mama y próstata, y el esperma pierde fertilidad! Siete amigas de mi edad tienen cánceres. Ninguna amiga de mi madre lo tuvo a esta edad.

¿Y por qué no reaccionamos?

Porque priorizamos la cantidad, la producción, la viabilidad económica, el negocio, los precios… Pero este sistema acabará también con los pequeños agricultores.

¿Por qué?

Compran semillas genéticamente preparadas para ser fumigadas con Roundup, se obligan a comprar remesas nuevas cada año, y son caras. Perdemos miles de variedades tradicionales, y los campesinos acaban en manos de Monsanto, arruinándose muchos.

¿Qué pasará si se mantiene esta tónica?

Que Monsanto producirá todas las semillas… y todos los productos fitosanitarios sin los que esas semillas genéticamente modificadas no fructifican (como el Roundup, que le reporta el 30% de sus ingresos): ¡negocio redondo para Monsanto!. Si se confirma que algún producto es peligroso, lo retirarán, dándoles tiempo para fabricar otro… hasta que vuelva a demostrarse que es cancerígeno o perturbador hormonal. Y así hasta que acabemos todos estériles y enfermos.

Esto es tan tremendo… Cuesta creerle.

Tenemos ya el precedente del agente naranja. Empleado como herbicida durante decenios, su uso en la guerra de Vietnam ratificó su toxicidad cancerígena. Así que ha sido retirado. Lo fabricaba Monsanto.

¿Y qué le ha pasado a Monsanto pese a los millones de damnificados?
Nada.