22.11.06
BORAT : Paleto en Hollywood
21.11.06
SAW III : El gore franquiciado
Saw III es cine de serie muy B con un tufo a gallina con conciencia de que los huevos que pone son de oro. Los motivos del prodigio en taquilla y del innegable tirón en el mercado del dvd provienen de su planteamiento ingenioso, inteligente, en ocasiones, aunque la fórmula, por sobada, se ha quemado pronto y ya no, la verdad, para mucho.
La hibridación entre cine gore y cine comercial da para que el fenómeno dure diez años más. Nuevas generaciones se refocilarán con las proezas del Jigsaw, que vendrá a ser el nuevo Freddy Krueger dispuesto a degollar la moral del espectador más benevolente, cauto y timorato.
Hay una muy ligera, brevísima referencia a Seven, aunque en el campo narrativo y en el craso campo estilístico brillaba a una altura infinitamente mayor, dándole al género un empaque nuevo, una dignidad de la que adolecía por mor de toda esa riada de adolescentes que van al cine para ver cómo el cabrón de turno degüelle a la rubia con silicona y botox en el cerebro.
La decena larga de films con ese estilo entre lo apocalíptico y lo venéreo puebla con intención de residencia perenne las estanterías más briosas de los videoclubs de barrio, que son mi perdición cuando las pantallas no entregan golosinaje de postín o cuando el tiempo, en fin, qué vamos a decir, no da para ir a la sala grande con toda la frecuencia que uno quisiera, pero no nos apartemos del propósito fundamental de estas letras.
Saw, insisto, es cómplice de esa argamasa perverse y pide, a cada entrega, otra más extrema: más escorada al truculento atropellamiento de asesinatos.
Y si las dos primeras entregas resultaban agradablemente desconcertantes ( yo hasta tuve mi rato de reconciliación con el género en la primera, la mejor, sin duda ), ésta tercera resulta decepcionante, por repetida. No desearía que el amable lector pensase que la película es mala: no es eso. No importa aquí dejar claro si es bueno o mala a los ojos de este cronista espontáneo. Lo verdaderamente noticiable es que el fenómeno Saw va hacia adelante: triunfa, arrasa, da en la curiosa diana de la sensibilidad de este nuevo público moderno, ávido de sensaciones fuertes, deseoso de salir de la sala con un punto de azoramiento, de nervio loco girando como una peonza en la boca misma del estómago.
Me imagino yo que el guionista, cuyo nombre ignoro, se ha cansado ya: ha tirado de los vicios anteriores, también de alguna virtud aceptable, y ha producido, sin esfuerzo, una continuación no desechable, aunque innecesaria. El dinero, en este caso, es el reclamo, el perro de Pavlov, la guinda que pone color al cocktail.
En esta entrega el guionista se ha fugado con la hija del productor y ahora no dudo que anden tomándose en nuestro nombre un daikiri en cualquier Hilton del Caribe, lejos del tumulto de Hollywood, bien amamantados de lujuria ajena.
En este número de la cuenta, Jigsaw, en adelante el psicópata en continuo problema con el mundo, se muere, aunque ya sabemos que lleva muriéndose dos películas. Se muere, digo, pero se apaña una secuaz con idéntico grado de perturbación que perpetra, a su modo, no desvelemos más, el alambicado plan de venganza de su mentor en el crimen.
La serie se atropella de sobresaltos y ya no asusta: el rebanamiento número diez no inquieta lo más mínimo. El primero, a qué negar esta evidencia, sí que nos puso el alma en un tris de desbocarse y dar de bruces con el caballero de la fila de delante, que parecía, en la distancia, en la retaguardia, un maniquí, un sujeto completamente desarmado por la elocuencia canalla de las imágenes.
Vendrá el Saw IV este verano: esperan y verán. Vendrá Jigsaw, el Puzzle castellanizado, con nuevas argucias, con una mala leche renovada y colas de público ávido de marcha.
Vi anoche en mi videoclub de cabecera a dos mozalbetes que se explicaban, a su manera, las formas y los fondos de los Saws anteriores. Uno la defendía con ardor. El otro, más atinado, las arrumbaba al pantanoso almacén de las películas de consumo rápido. Fast food, digo yo, pero no seamos falsos: el cine está plagadito de bodrios de esta calaña, y más quisieran muchos llegarla a éste a una meridiana altura, porque aunque despotrique en su contra con adjetivos airados y saña edulcorada, admito que he entrado y he soportado, sin excesivo rubor, con dignidad, el tramo largo de retorcimientos ( ésa es la palabra más ajustada ) mentales. Y quién sabe, igual estoy en la fila siete, en agosto, cuando quieran darnos otra sesión de carne quemada y de borbotones de marketing. Además la sorpresa del final, en esta ocasión, cuela menos: o nada.
15.11.06
STORM : Noir estridente de escaso pulso
En Storm esta reflexión ( lícita ) marra: la pareja protagonista se embarca en una cruzada que a ratos parece un tratado de psicoanálisis y por otros vemos un thriller metafísico de profundos principios kantianos. O sea. Que los directores ( dos perpetran el evento ) se han liado más de la cuenta y, al final, han parido un entretenimiento de masas con pedigree de arte y ensayo que no entra por los ojos y que se escapa ( es mi caso, a ver, voy perdiendo con los años entereza mental y no aguanto tres chorradas seguidas ) por algún hueco cerebral que no tengamos bien cerrado.
A mí se me fue entero. Además tardé poco. Pudo ser la tarde o el estado de ánimo o una simbiosis de ambos con un plus de cansancio laboral previo.
Storm es un film desconcertante, que no quiere decir malo por entero. No se adscribe a las claras por género alguno y bucea sin entusiasmo el proceloso mar de los abundantes mini-géneros que va presentando a modo de pase de modelos sofisticado. No se preocupa en ningún momento por recalar estilística o narrativamente en ninguno. Quizá ( por su premeditada falta de pretensiones serias ) no le haga falta.
Storm es de una mística chirriante: a lo mejor el cine sueco post-Bergman es todo así y el público nórdico está ya harto de pastores que peroran sobre la fe y sobre el pecado en una granja perdida en un bosque. El maestro Bergman, que a mí me aburre muchísimo, era así.
La fascinación ejercida por alguna de sus portentosas imágenes ( las calles oscuras, la cámara en picado, torcida, sobre el pavimento ) no salva el film, pero no lo lastran al total olvido. Hay momentos de cine cuidado: no hay dos chapuceros, pero tampoco brilla el pulso de una mano firme que sepa, en todo momento, qué hace y con qué objeto. Esta falta de claridad expositiva está, a mi modo de ver, previsa en el muy sucinto libreto.
Interesa el batiburrillo entre lo naïf y lo hardcore, ese limbo inexpresivo de su compleja ( y abobada ) trama. El estilo de Storm es su no-estilo. Y eso tiene un mérito sea la película sueca o sea, como digo, mozambiqueña.
Tenemos la creencia de que la historia no es el atractivo fundamental sino que hay otras posibilidades: estamos más pendiente de no perdernos que de llegar a puerto. ¿ Es eso síntoma de un film malo ? No lo tengo claro del todo. No le resto un encanto, un pintoresquismo, una cierta dirección artística, una composición sencilla de la escena que pincela una trama con vocación de ciencia ficción o thriller o terror modernos, pero algunos diálogos desarman mi paciencia y me producen un desasosiego intelectual enorme, que me perturba horas después de haberlo visto. Esta estridencia de modernidad en tres actos enteramente prescindibles concita, no obstante, condescendencia, aunque sea únicamente por el riesto que supone, en Suecia, en esta Europa con tanta necesidad de cine que aúne taquilla y crítica, hacer esta película. No seamos, entonces, duros en exceso, pero en lo que a mí respecto prometo no recaer en su visionado salvo que el olvido me perturbe o me vuelva blando como un croissant a las ocho de la mañana. Ah, y si alguien la ve y tiene más tino que yo a ver si me explica las tormentas que van y vienen y el sentido último de la caja de marras.
Igual necesito un psicoanalista. Argentino, a ser posible.
6.11.06
INFILTRADOS : Scorsese estaba escondido
No estamos ante la obra maestra que fue Uno de los nuestros, que hablaba de la misma sustancia, pero es la mejor cinta, a mi entender, de este soso y enclenque año cinematográfico. Brilla por su manejo del tiempo: el arranque enfebrecido con Gimme Shelter de los Rolling Stones principia ya por donde van a ir los abundantes tiros: cine brioso, cine con texto, cine hipnótico. Brilla también porque Scorsese es un contador de historias fabuloso: lo ha sido siempre. Lo que le importa es que los acontecimientos que conforman el texto literario sean lo más nítidamente explicitados al espectador y éste no se vea arrojado a una montaña rusa de historias secundarios que nada aportan al relato en sí, una trilogía hongkonesa sobre las mafias que arrasó en Asia.
Para que esto resplandezca, Scorsese no abusa de la banda sonora: se limita a ir dejando caer canciones sin que éstas se subordinen en exceso a las imágenes como había hecho en Casino o en la ya citada Uno de los nuestros o como hace magistralmente Tarantino. Llama de forma poderosa la atención un tema irlandés atacado por una banda de hardcore metal que suena dos o tres veces en la parte central de la película. La atención primordial del director es partir de una zona cero de los sentimientos, así lo refirió en las ruedas de prensa que vimos por televisión. Esa zona cero de la emoción permite una épica metafísica, un desconcertante ejercicio de renuncia absoluta a cualquier referencia religiosa. Dios no existe. No está. Abandonó a todos y ahora los mire desde arriba, extremadamente atento a las desavenencias de todos esos tipos que su caprichosa mano arrojó al mundo.
Scorsese está obsesionado por la violencia en la condición humana. La violencia física y también el grado cada vez más complejo de violencia semántica. Todas sus películas ( ésta en un grado muy alto ) se configuran como vehículos de investigación de esa obsesión. El final ( que no será aquí desvelado ) lo deja todo en su sitio y retoma la frase con la que se abre este guignol fantástico de la verdad y de la impostura. "Antes", cuenta una voz en off al comienzo del film, "teníamos la Iglesia, que era una forma de tenernos a nosotros". Y ahora sólo campa a sus anchas la Mafia con su Dios doméstico, con su demiurgo pequeñito, que es un Jack Nicholson hecho un cabronazo perfecto, histriónico, sobrealimentado de ego, hiperbólico, pero convincente y amedrantador. El suegro perfecto.
No cerraré este opinión sin mencionar a Leonardo di Caprio, un actor enorme que ha sido ya reconocido por directores como Spielberg o Scorsese, que lo requieren sin cesar. Dolerá ver en adelante esas carpetas pegadas al pecho de las adolescentes de Instituto que exhibían, coquetas y ladinas, la cara de Leonardo cuando era el rey del mundo. Ahora tienen a Orlando Bloom.
addenda a 27 de febrero: Ya tiene Martin Scorsese su óscar a mejor director. Y además es la mejor película del año, a juicio de los académicos. Todos estan aliviados en Hollywood. La dedua está saldada. Todos respiran. Lástima que Hitchcock muriera sin ver cómo el Kodak Theatre, pongo por caso, se pone bravamente en pie y aplaude hasta sudar las manos. Han olvidado los flecos morales que suscitó que el remake oliese, en exceso, a copia del original hongkonés. No importa. Le han perdonado y elevado al altar de las estrellas, pero él ya estaba.
3.11.06
MALEFICIO : Fantasmas light
No ha podido el tal Solomon borrar de la memoria cinéfila colectiva ese grano que fue Dragones y mazmorras, aunque la chiquillería perdiera el seso por ir al cine a su ración de fantasía pobretona.
El muy quemado recurso del sobresalto se espesa: se acoge a la idea de que el cine de terror funciona a base de ruidos y crujidos de escalera, de niñas que aparecen y desaparecen en un columpio o de tomas en blanco y negro para que advirtamos ( es que somos idiotas ) que es el fantasma o el espíritu o el sobresaltador de turno el que mira y nosotros, tontos, de verdad, miramos por sus terroríficos ojos. Todo ya muy a la asiática.
Tobe Hopper es más truculento, pero conoce mejor el tema. Hasta un mandado como es Sidney J. Furie hizo una más que apreciable El ente, que viene a decirnos más o menos lo mismo, pero sin ambientación. Es que estamos ya hartos de encantamientos americanos, que parece que fuera de Tennessee, Nebraska, Nevada o Wichita Falls no hay Poltergeist ni endemoniados. Es lo que les pasa por tener una Historia tan cortita: que tienen que tirar de anecdotario y convertir en episodio nacional lo que fuera de sus fronteras es una chorrada absoluta.
Esperamos, ansiosos, a Clint Eastwood y sus Banderas de nuestros padres. Esa Historia, al menos, es más contundente: nos afecta más a todos. Yo ya no quiero más fantasmadas.
CharGPT, moscas, sapos, un servidor
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