Me gusta mirar televisión. Diferentes cosas. Películas. Conciertos. Talk-shows. Carreras (de autos, de motos). Algo de fútbol, algo de tenis. Y series. Series policiales, en especial. Contra lo que pudiera suponerse, no soporto ver escenas de violencia. De violencia cruda y explícita, menos que menos. (A veces ni siquiera necesita ser explícita para causarme rechazo; por ejemplo, la propaganda de "Hannibal", producto derivado del personaje que hiciera famoso en cine Anthony Hopkins, me resulta revulsiva, visceralmente intolerable.)
¿Seré ingenuo, será pasada de moda mi sensibilidad de espectador? ¿Cuánto se habrá corrido, en cincuenta años, el límite de lo que nos muestran y de lo que toleramos ver? ¿Qué consecuencias tendrá ese corrimiento?
Según cuenta en su libro David Byrne, finalizada la Segunda Guerra los altos mandos militares comprobaron que sólo uno de cada cuatro soldados en el frente había sido capaz de matar, los demás no estaban psicológicamente preparados para hacerlo y no lo hicieron.
Que un soldado no quiera matar es, desde el punto de vista militar, una verdadera tragedia. Procurando corregirla contrataron a un tal Dave Grossman, psicólogo, para diseñar estrategias de formación más efectivas, entre ellas los juegos de simulación. ¿Resultado? Cito a Byrne: “La eficacia de los soldados entrenados con esas simulaciones se cuadruplicó”.
Sin embargo fue el propio Grossman quien, tiempo después, alertó contra las consecuencias "civiles" derivadas de su trabajo, los juegos virtuales que recrean la violencia real, afirmando que los videojuegos de guerra enseñan a desarrollar un instinto asesino y a disminuir la inhibición.
Sé que a Grossman lo discuten, que consideran no suficientemente demostradas sus aseveraciones. ¿Serán algún día suficientes las matanzas absurdas en colegios, shoppings o universidades norteamericanas para darlas por válidas?
II.
En cambio, sí disfruto mucho de los policiales en los que la trama y la construcción psicológica de los personajes son más importantes que los crímenes. De las vistas recientemente, me ha entusiasmado "Bron/Broen" (“Puente”, en sueco y en danés), una historia contada en sólo diez capítulos, de 2011 (la segunda temporada, con nueva trama, se anuncia este año).
Bron/Broen muestra no pocas originalidades, entre ellas el escenario (la frontera, sintetizada en el puente de Oresund que une Suecia con Dinamarca), los diálogos en dos idiomas simultáneos (sueco o danés, según quien hable), el desconcertante hallazgo inicial, el misterioso patrón común a una sucesión de asesinatos muy disímiles, la ausencia tanto de golpes bajos y efectos archiconocidos como de música redundante (casi no hay música), la tensión constante, la contraposición de culturas, los excelentes actores, la llana simpatía de uno de los dos protagonistas, el detective danés, y el desconcertante comportamiento del otro, la detective sueca, Saga Norén.
Saga Norén padece el síndrome de Asperger - una forma de autismo. ¿Cómo puede un intérprete, acostumbrado a transmitirnos emociones, mostrarnos de modo convincente su opuesto, la ausencia casi completa de emoción? La actriz Sofia Helin lo logra con llamativa naturalidad, y su "no emoción" consigue descolocarnos primero y conmovernos después.