Es por las noches cuando, de tanto en tanto, acuden los temores imaginarios, las certezas tristes de la vida y a veces, muy raras veces, algunas ideas que parecen absolutamente geniales o salvadoras. Es regla que todos ellos, los miedos improbables, las negras certezas y las raras genialidades, se vuelvan invisibles con la luz del día. Huyen de la luz como las cucarachas: ideas-cucaracha, así podría llamarlas, sólo se dejan ver en la oscuridad.
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La noche anterior había tenido un sueño tan breve como inusual en su carácter, era un sueño de felicidad. Aparecía en él mi querido amigo RR, a quien hace tiempo no veo, contando o mejor dicho personificando a alguien, lo hacía con su enorme y contagioso histrionismo. La anécdota era mínima, pero el hecho es que en el sueño, según recapitulé después, a partir de algo insignificante RR y yo llegábamos a descomponernos de la risa hasta llorar, tanto que cuando desperté tenía la vívida sensación de haber pasado un momento dichoso y casi sentía los músculos de la cara tensados por la reciente risa. ¿Cuántas veces me ha pasado eso, reir en sueños hasta las lágrimas? Lo habitual es no entender y angustiarse, o angustiarse por lo que se cree entender.
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¿Cómo elige la memoria lo que debe guardar? ¿Por qué resurgen, luego de años de olvido, cosas que en su momento no creimos importantes? Algunos recuerdos tienen esa cualidad, regresan a la superficie sin relación con nada, a su antojo. Como partes de una vida ajena.
Por ejemplo la escena de una mañana de invierno en medio de un bosque muy lejos de aquí. Trotaba y mis zapatillas dejaban su marca en la tierra nevada. Nadie alrededor, sólo yo y el silencio. De pronto, de un codo opuesto del caminito aparece un caballo al galope. Lo monta una mujer joven. Los pobladores de ese país son amables pero parcos, me espero a lo sumo un silencioso cruce de miradas; sin embargo la desconocida, al pasar a mi lado, me dedica una sonrisa y un cálido ¡buen día!, justo antes de quedar detrás de mí y nuevamente oculta por los árboles. El encuentro habrá durado diez segundos, todo quedó olvidado durante años. Hasta hace poco.
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Imagino eso que llamamos alma también como una especie de paisaje. Mi paisaje interior es un bosque, luz atenuada por las hojas de árboles altos, senderos no siempre claros, a menudo circulares o laberínticos. Por momentos me pierdo en ese bosque y no consigo ver más que sombras.
Afortunadamente tampoco faltan, tras alguna curva ciega, bellos encuentros sorpresivos, cruces fugaces con otros viajeros que aparecen de la nada, saludan, sonríen y siguen. O que deciden gentilmente acompañarnos un trecho. Y es entonces cuando el bosque se ve de otra manera.
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La conciencia de Rob: ¿Y es para decir estas bobadas que volviste al blog, Rob?
Rob: Bueno, tenía ganas, ¿no alcanza con eso?. Seis meses de ausencia me parecíeron suficientes.
La conciencia de Rob: En fin, como gustes. Pero de mí no esperes elogios.
Rob: Gracias, eso lo descontaba.