En 1998 Alex Proyas, director de la coyuntural, exitosa y hoy muy olvidada El cuervo, presentaba su segunda película, Dark city, un relato de ciencia-ficción situado en una ciudad que vivía en una noche permanente. Como han pasado ya unos cuantos años desde su estreno, supongo que se puede revelar que al final de la película la tal ciudad resultaba ser un decorado reconstruido en el planeta de unos alienígenas. Ante mis estupefactos ojos, uno de los personajes rompía parte del decorado y descubría que se hallaba en pleno espacio exterior.
Supongo que los espectadores verían este rocambolesco final como un guiño a la serie B y que casi todo el mundo se imagina que uno no puede asomarse al espacio así como así. Es de suponer que en el planeta extraterrestre se ha desarrollado una atmósfera equivalente a la de la Tierra, imprescindible para que podamos respirar. El abrir una "ventana" hacia el vacío tiene consecuencias graves, como vivos cuando hablamos de Desafío total y de las películas de accidentes aéreos: el aire, sometido a la presión atmosférica, escapa a toda velocidad si se le abre una salida hacia el vacío, con lo que el efecto de succión que se generaría formaría un auténtico huracán.
Además de que la ausencia de aire acabaría con nosotros en pocos segundos, está también el tema de la temperatura. En Misión a Marte, entre otras películas, el cuerpo de un astronauta se congelaba en el mismo momento en que se rompía su traje o su escafandra y se veía expuesto a la temperatura exterior. Realmente el problema no es que en el vacío la temperatura sea muy baja, porque al no existir aire no existe transmisión de calor por convección, que es lo que sentimos al estar rodeados por un ambiente cálido o frío. La única pérdida de calor se produciría por radiación de la superficie de nuestro cuerpo a las superficies, en este caso, de los planetas y de la nave espacial, que se encuentran a muchos grados bajo cero, de hecho a temperaturas próximas al cero Kelvin o cero absoluto (-273 ºC). Estas pérdidas, no obstante, podrían verse compensadas si estuviéramos cerca de alguna estrella, con lo que la ganancia de calor por radiación podría compensarse con las pérdidas por otro lado. Sería función, por lo tanto, de la posición de la nave espacial el que nos congeláramos o no por la exposición al vacío. El efecto de la falta de aire es mucho menos discutible, no sólo por no poder respirar sino por las consecuencias de la presión de la sangre y del aire de los pulmones en el interior de nuestro cuerpo al no existir una presión atmosférica que los compense.