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El mito del hombre lobo ha tenido siempre un gran éxito en las leyendas populares, la literatura y el cine. Cuando Jack Nicholson estrenó
Lobo (Mike Nichols, 1994), la hasta ahora última revisión digamos canónica de la historia del licántropo producida en Hollywood, interpretó esta leyenda como una metáfora de la sexualidad masculina: hombre apacible de día, fiera de noche. En esa dirección apuntaba también
En compañía de lobos (Neil Jordan, 1984), tal vez la mejor pe
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lícula sobre el tema.
La
licantropía viene definida en el diccionario como enfermedad psiquiátrica en la que el paciente se cree con la capacidad de transformarse en lobo y actúa como tal, un caso particular de un trastorno más general, la
zoantropía, que consiste en tomarse uno a sí mismo por un animal
. Este tipo de delirio es muy raro, pero se especula con que lo podría haber padecido el asesino en serie del siglo XIX Benito Romasanta, un caso que dio origen a dos películas,
El bosque del lobo (Pedro Olea, 1971), y la más reciente
Romasanta (Paco Plaza, 2004). Ha habido muchos otros hombres menos célebres acusados, y a veces condenados, por ser supuestos hombres lobo p
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oseídos por el demonio, sobre todo en los siglos anteriores a la Ilustración; como ocurre en el caso de las cazas de brujas, es difícil decir si estas personas eran delincuentes comunes, asesinos sexuales, si padecían un trastorno psiquiátrico, o si siendo inocentes fueron acusados por bulos que obedecían a intereses de sus vecinos, de los terratenientes o de la iglesia de esa época.
Pero centrémonos en el tema de la luna llena, factor desencadenante de la licantropía en todas las películas de este tipo, desde los clásicos de los años 30, hasta
La maldición (Wes Craven, 2005), la penúltima aportación al género estrenada el año pasado, pasando por el celebérrimo videoclip
Thriller de
Michael Jackson. Uno de los mitos ocultistas más propagado en nuestros días es la influencia de la Luna sobre aspectos esotéricos y sobre nuestro comportamiento: todos hemos oido decir que las noches de plenilunio los delitos aumentan y las urgencias hospitalarias hacen horas extras. Si la Luna provoca las mareas y tiene esa influencia sobre el mar, ¿cómo no nos va a influir a nosotros, que somos más pequeños y menos fuertes que el océano?
Bien, es cierto que las mareas se deben a la mayor o menor atracción gravitatoria de la Luna en diferentes puntos de la costa. Y no sólo nuestro satélite produce mareas, también el Sol; los efectos que la Luna y el Sol tienen sobre el mar a veces van en la misma dirección y a veces se contrarrestan. Cuando hay luna llena, estas fuerzas se suman, por lo que se producen las
mareas vivas. Ahora bien, extrapolar ese efecto a los seres humanos es absurdo: el océano se desplaza porque es tan inmenso que existe una diferencia significativa entre la atracci
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ón gravitatoria a la que están expuestas las diferentes zonas de la costa, mientras que la diferencia entre la fuerza que puede actuar sobre nuestra cabeza y la que influye sobre nuestros pies, sobre el brazo iquierdo o sobre el derecho, es ridícula; de acuerdo, a los humanos nos puede afectar también, de forma mínima, el que la Luna esté algo más cerca o más lejos de nosotros, pero por la misma razón debería afectarnos la proximidad o lejanía del Sol, como les ocurre a los océanos, y este punto no lo tienen en cuenta las leyendas.
Y no olvidemos además que la atracción gravitatoria se produce entre todos los cuerpos que tienen masa: no sólo nos atraen la Tierra o la Luna, también los edificios, los monumentos, las otras personas, y hasta los bolígrafos, lo que pasa es que estas otras fuerzas mucho más pequeñas están eclipsadas frente a la atracción terrestre. La posición de la Luna podría afectarnos, pero lo haría mucho más la situación de todos los cuerpos que están a nuestro alrededor, ya que las fuerzas gravitatorias varían más con la distancia que con la masa: un cuerpo de 5 kg situado a 5 m de nosotros, produce una atracción gravitatoria 10 veces mayor que un cuerpo de 50 kg situado a 50 m de distancia. La Luna empieza a estar y
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a demasiado lejos para ser tenida en cuenta.
Lo mismo es aplicable a los horóscopos: efectivamente la posición de las estrellas en el cielo puede provocar minúsculas alteraciones sobre la fuerza gravitatoria que actúa sobre nosotros en el momento del nacimiento, pero también las provocará la presencia de una mesa o una silla en la sala de partos, y probablemente sea más influyente la acción de estos objetos cercanos que la de las constelaciones.
Otra cosa es la percepción que podamos tener de los hechos: no dudo que los policías o los enfermeros que hagan turnos de noche perciban que se cometen más delitos o que ocurren más accidentes en las noches de luna llena. De la misma forma que mucha gente tiene la sensación de que el tiempo suele cambiar a peor los fines de semana, o de que el semáforo siempre se pone en rojo cuando nos toca pasar a nosotros. Pero si alguien dispone de datos numéricos y contrastados sobre esa mayor siniestralidad en las noches de luna llena, estaré encantado de leerlos.