Independiente, autogestiva, artesanal.
Irregular. Sin tarot. No en serie. Al costo.
Cuesta menos que una cerveza... Y no tenés que contar calorías.
Antes de que tus pesos valgan menos!!
Nunca sé cómo ni dónde cortar con enter.
Entonces los corto como
Massey corta el perejil.
Independiente, autogestiva, artesanal.
Irregular. Sin tarot. No en serie. Al costo.
Cuesta menos que una cerveza... Y no tenés que contar calorías.
Antes de que tus pesos valgan menos!!
Y también porque el hecho de que hayan publicado poemas míos en cierta página web me devolvió un poco el entusiasmo y la confianza en este asunto.
(Una traducción propia y fiel de لا سكر في المدينة, de Hend Jouda, poeta palestina nacida en el campo de refugiados de Al-Bureij, en Gaza, en 1983, tercera generación de refugiados. El poema integra el libro homónimo, editado en 2017, porque el uso que hace Israel de la comida y el hambre como armas de guerra no comenzó con el genocidio en curso).
Las Que No Duermen, editorial independiente cordobesa, editó en 2024 su primera antología, Las chicas solo quieren divertirse. Y, error de la matrix -tal vez-, un poema de los que presenté quedó seleccionado.
Entonces, por segunda vez soy papel a raíz de una decisión ajena. (Después está la que se debe a decisión propia, mi autoedición Antes de que vos te vayas y yo desaparezca).
Obviamente, no pude concurrir a la presentación, que se hizo en Córdoba (Capital). Y tampoco llegó a mis manos el ejemplar correspondiente, no sé si por falla del correo, por algún portero manolarga o por inconvenientes debidos a los nombres que uso a veces. Como sea, me dio vergüenza preguntar, asumí que es así y ya. Esa es la razón por la cual las imágenes que atestiguan el hecho son digitales y no verdaderas fotografías del papel.
Como sea, fue un grato aliciente en un contexto donde el desprecio y/o la indiferencia son norma.
(Si miran bien, capaz me reconocen en este video)
Esos pibes medio genios
tipo Gino Tubaro dicen
“cuando era chico rompía los juguetes
para ver cómo estaban hechos
y crear cosas nuevas”.
Yo también los desarmaba,
pero no podía
volverlos a armar ni se me ocurría
hacer algo nuevo.
Muchas veces ni siquiera
tenía la intención de romperlos,
simplemente entrar
en mi campo gravitacional
los llevaba a ese estado.
Fui creciendo entre fragmentos
tirados a medida que se rompían
autitos, espejos, el microscopio,
las antenas de los radiograbadores,
un par de ventanas, el reloj
que daba la hora de muchas ciudades,
los dientes, la familia.
A veces hago malabares
con los restos y me dan
unas monedas,
pero no se puede vivir de eso
como no se puede
armar nada con rastis rotos.
La aspirante a Ofelia
lanza su campaña
para vivir del erario
con un video grabado
en el patio del colegio.
Ocho años fue el lugar
donde se manifestaba
o se construía
lo que iba a venir después,
donde tal vez se mostraba
lo que venía de antes.
Clase de educación
física y a la hora
de armar equipos
siempre me elegían
al final.
Ocho años siendo parte
del último decil, y sólo
porque cultivaban
un simulacro de la integración
y había que elegir a todos,
incluso a quienes no les pasaban la pelota,
a quienes no sabíamos
qué hacer cuando nos pasaban la pelota.
Ocho años tuve para ver,
antes de autoegresar por mi cuenta,
cómo venía la mano;
muchos más tardé
en poder explicármelo,
y necesité de la piba
de uñas esculpidas
y el fondo que eligió
para registrar que nadie
elige al último decil
si no está obligado.
Miguel paraba con La Doce
y traía las marcas del Rohypnol.
Estuvo un tiempo en cana y después se mudó.
A veces lo encontraba sentado
en el umbral contiguo,
mirando la que había sido su casa,
y trataba de evitarlo.
Flavio se enfiestó con dos minas
–se escuchaba desde mi habitación–,
pero ese sábado estaba por subirse al bondi
y un auto se jugó a pasar
entre el 63 y el cordón de la vereda.
Lo tiró media cuadra más allá
y los vecinos se enteraron
cuando sus amigos vinieron corriendo
para decírselo al portero eléctrico.
A la chica de la otra cuadra no la conocí:
era hija de una amiga de mi abuela
y mi vieja dice que “andaba en la droga”.
Roxana se ofendió cuando a mis catorce
*me enamoré* de ella.
Me dijo de todo, menos chau,
y no vino nunca más. Nunca más
pude decir eso.
Pero acá sólo corresponde referir
su último ataque de asma.
La conversación errante de un 24 a la noche
los trajo de vuelta
y cuando una de las anfitrionas dijo
“están todos muertos”,
me sentí en un texto de Fabián Casas.
Después hablamos
de la chica del sexto, del domingo
que salió corriendo al palier
con la cara llena de dedos
impregnados de su sangre,
dedos de su padre
como pinturas rupestres en la mejilla.
Terminó refugiada en un departamento vecino.
Terminó llorando en un patio desconocido.
Encontrar algo afín en ese ámbito improbable,
donde siempre repetimos
lo que decimos y lo que callamos,
me hizo llevar de la memoria a la lengua
lo del Liquid Paper del Proceso, las Malvinas y el sida.
El entusiasmo y una falencia
en el registro de mi envergadura
hicieron volar un vaso de Sprite
ya caliente hasta su destino final.
En cuclillas, seco
el lago inesperado del parquet.
La servilleta roja me deja
su color en la yema de los dedos.
Las risas burlonas, casi histéricas,
me dejan ese color en la cara
y mutan en repetidos “¡no te cortes!”
que, sin embargo, parecen desear la herida.
No me van a invitar más y voy a ser
otro nombre en la lista del pasado.
Vidas rotas, también, las nuestras,
pero, precaución o suerte,
sin sangre.