Domingo. Estoy invitada a comer en casa de unos amigos y llevo semanas con el firme propósito de preparar una Cheese Cake del libro de mi amiga Zerogluten para ese día. Tengo todos los ingredientes comprados y la firme intención de hacerla entre el viernes y el sábado.
Sábado. Si me seguís en Facebook o en Twitter, ya sabéis que estuve ocupada. Que salí de aperitivo (post aparte) y de comida (post aparte) y que rematé con copa (sin post).
Viernes. Madre, amante hija y gladiadora del hogar. Colegio, visita, compra, coloca, organiza ... ¿Quien se pone con la base de la tarta? Yo no pude, así que ya no me cuadra el tema para hacerlo entre el viernes y el sábado. No hay tarta casera (pero la preparo para el cumple de mi padre mañana sí o sí).
Domigo otra vez. Madrid ya tiene varias opciones para comprar dulces sin gluten. La última es Confitería Marqués. Han aterrizado en Madrid este mismo mes, desde Gijón, donde ya eran muy conocidos y muy valorados sus productos. No me pilla de paso a casa de mis amigos, pero tampoco me desvía mucho de mi camino. Puedo parar, puedo ver qué se cuece allí y puedo comprar algo hecho y si no me seduce, presentarme en casa de mis amigos con las manos vacías, que tampoco pasa nada.
Pero sí, si me seduce. Entro y me sumerjo en un mundo sin gluten en el que puedo elegir cualquier cosa de sus expositores o del escaparate. Mis hijos me dicen que "pregunte", que cómo "vamos a poder todo". Nos confirman que sí y elegimos lo más sencillo, lo más clásico, lo que hay en todas las pastelerías pero nunca para nosotros: una tarta San Marcos.
Compramos, pagamos y triunfamos con el postre porque gusta a todos: niños y adultos, celiacos y no celiacos.
Sin despeinarme, sin pasar horas en la cocina, como muchos mortales: "aquí te pillo, aquí te mato".
Adoro poder improvisar como el que más.
Creo que muchos me comprenderéis ¿no?