jueves, 4 de junio de 2009
Entrevista a EDUARDO CHIRINOS
Eduardo Chirinos sigue trazando una obra poética de relevancia internacional. En México acaba de aparecer Humo de incendios lejanos (Editorial Aldus, 2009), su más reciente y logrado trabajo poético.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de VÍCTOR VÁSQUEZ
¿Cómo surge este nuevo trabajo poético?
Creo que hay cierta vuelta a un origen que tiene que ver con el hecho de que en mi propio sistema creativo siempre ha habido varios tonos en entredicho, algo que nunca he visto como un problema o un obstáculo, sino más bien como una necesidad expresiva que solucioné poniéndoles nombres distintos, pues finalmente somos varias personas. No estoy hablando de heteronimia sino de la convivencia de muchas voces que tienen a su vez muchas personalidades. Y creo que en este libro vuelvo al origen de esa suerte de conflicto creativo que está en una persona que cree en el lenguaje, cree en el poder de los símbolos, cree en la literatura y que también descree de la literatura, descree de las palabras y vive en permanente desconfianza y en conflicto con ellas. Y creo que mis libros como que eligen un tono y una personalidad donde el conflicto finalmente se inclina por alguno de los dos lados.
En este libro, sin embargo, no hay esa inclinación...
Creo que en este libro, como en ningún otro, sospecho que hay -y esto lo sentía fuertemente mientras lo releía- una suerte de diálogo muy áspero y muy duro entre estas dos personas, entre estos dos tonos que por primera vez están puestos en escena juntos. Y que dialogan a veces con cierta crueldad, con cierta ironía
¿Cómo surgió el título del poemario?
El título me lo regaló Jannine. Tú sabes que vivo en Missoula, Montana, que es una zona de bosques. Y en los veranos suelen haber incendios que se acercan peligrosamente a la ciudad, y pueden arruinarte un verano. Una noche salimos a caminar con Jannine y la Luna se veía extrañamente roja, lo cual es consecuencia del reflejo de incendios y se veía un poco de humo. Y Jannine me comentó: "No te preocupes, Eduardo, es humo de incendios lejanos", como diciéndome: No nos va a arruinar este verano. Y yo le dije: Te prometo que voy a escribir un libro que tenga ese título. Lo demás ya vino por su cuenta. Es maravilloso trabajar en un libro del cual ya tienes el título.
¿Sueles tener el título primero?
No, no siempre, desgraciadamente. Otro caso fue El equilibrista de Bayard Street, cuando pude ver, en los cables que unían la ventana de una pequeña habitación que íbamos a alquilar con la torre de una iglesia presbiteriana, unas zapatillas colgadas. Y yo le dije a Janinne -recién estábamos casados- que debíamos quedarnos porque en este lugar vivió el equilibrista de Bayard Street. Y Jannine me dijo: Allí tienes tu libro.
Tu poesía tiene una impronta lúdica...
Cuando jugamos nos convertimos en otros, que somos los que aceptamos esas reglas. Nos divertimos, somos dos en uno. Y esa peculiaridad no sólo dura en el proceso creativo, sino también en la lectura. De alguna manera muchos de los poetas que admiramos por ciertas peculiaridades en su vida son aquellos que han decidido divertirse y hacer de su biografía una diversión. Entonces, claro, los héroes que siempre impresionan a los poetas jóvenes: Luis Hernández, Martín Adán, son poetas que nos divierten, que nos hacen sentir otros. En este sentido, yo entiendo la literatura como un juego, como una cosa lúdica que se aleja de cierta solemnidad, de cierto ritual que inviste a los poetas de cierta aureola que los distingue del resto.
*Entrevista publicada en el diario Correo.
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