'El príncipe negro' se parece muy
mucho a la otra novela de Iris Murdoch que he leído, 'El mar, el mar', hasta el punto que a veces parecen dos versiones de un mismo
punto de partida: un tipo bastante detestable y nada fiable como
narrador, en plena pre-crisis de los 60, se empeña en vivir una
historia de amor algo ridícula, mientras a su alrededor se congregan
una serie de personajes que le estorban en su empeño. Se ve que no
es porque todas las novelas de Murdoch se parezcan tanto, sino porque
yo he escogido las dos que más se parecen. Pero aún así, las dos
tienen muchas particularidades que las revisten de una personalidad
propia.
Ahora mismo, si me preguntarais a qué
otro escritor se parece Murdoch, sin dudarlo respondería que
Vladimir Nabokov. Los dos comparten la ironía, un sentido
tragicómico de la existencia, la misantropía, una preferencia por
los narradores en primera persona nada fiables, y la concepción de
la literatura como un juego entre escritor y lector. Además, 'El
príncipe negro' en concreto me recuerda a 'Lolita', porque el
protagonista de 58 años se enamora de una chica de 20, porque hay un
prólogo de un supuesto editor y un asesinato por celos, y porque una
interpretación posible de las novelas es que buena parte de la
acción ha ocurrido sólo en la cabeza del narrador/protagonista, que
quizás esté loco o quizás esté perfectamente cuerdo.
El protagonista de 'El príncipe negro'
es Bradley Person, un trabajador de Hacienda retirado, que publicó
un par de libros hace muchos años y ahora se propone escribir su
gran obra. Bradley tiene un amigo, Arnold Baffin, también escritor,
pero con la pequeña diferencia que éste es prolífico y con mucho
éxito de público. Los dos mantienen una relación ambigua, llena de
celos, resentimiento y sentido de superioridad. Se podría decir que
los dos compiten por la atención de tres mujeres, la esposa de
Arnold, la hija de éste y la ex-mujer de Bradley. Hay también dos
personajes aún más segundones: la hermana de Bradley (que abandona
a su marido y se pasa el libro llorando entre ataques de histeria) y
el hermano de la ex-mujer de Bradley (que es el que insinúa en voz
alta que Bradley en realidad está enamorado de Arnold).
Una de las escenas culminantes de la
novela es una discusión sobre 'Hamlet'. ¿Está Hamlet enamorado de
Ofelia, de Gertrudis, de Claudio o de Horacio? (Dicho sea de paso, yo
debo ser la única persona a la que le gusta pensar que Hamlet está
enamorado de Laertes). En el fondo no importa; todas las lecturas son
válidas y se enriquecen las unas a las otras. Tampoco importa
decidir si el fantasma del padre es real o no. Tampoco importa
dilucidar cuánto hay de verdad o de mentira en lo que cuenta
Bradley, porque nunca lo sabremos. El libro se termina con epílogos
escritos por los otros personajes que ponen en duda lo que cuenta
Bradley, pero también queda claro que estos narradores tampoco son
fiables, porque aprovechan para venderse a ellos mismos y a su
versión de la verdad.
Otra de las escenas culminantes es la
noche en la ópera de Bradley y su amada, que termina con él
vomitando en los zapatos de ella y confesándole su gran amor, un
amor tan súper intenso que llega hasta el paroxismo. Dejo caer este
dato para que veáis el sentido del humor que gasta Iris Murdoch.
Pero no siempre es así, a veces gasta una ironía sutil, tan sutil
que no sabes si está hablando en serio o te está tomando el pelo.
Sea como sea, a mí me parece una novela muy divertida, además de
original e inteligente, y con un ritmo endiablado: continuamente
pasan cosas y continuamente hay giros inesperados (un ritmo que, para
seguir con las comparaciones, diré que me recuerda el de
Dostoievski). Es una novela intensa y compleja, que continuamente
hace guiños al lector.