24 de febrero de 2013

Este (no jueves), relato: Saltándome las normas.


Pues si, yo también me salto alguna norma que otra. Sobre todo las de mi admirada doctora de familia (antes de cabecera) que intenta imponerme cuando-mirándome fijamente por encima de sus plateadas gafas- pronuncia aquello de: "este colesterol hay que bajarlo a la voz de YA". Pero le desobedezco. A conciencia. No puedo prescindir del helado. Y en ninguno de los régimenes que me pauta, aparece ni por error la ingesta de ese preciado postre, aunque tan solo sea una vez al mes. Nada. 

Y me salto la norma. Y me compro ese delicioso e inombrable(¿alemán, danés, sueco?) vaso de helado con fondo blanco y letras rojas que  entra en mi casa como uno más de la familia. Y lo tomo en pequeñas cantidades después de mis comidas, como si se tratara de un verdadero premio. El de dulce de leche es mi preferido. Saborearlo es estar -casi- a las puertas del paraiso. Le quito hasta la voz al televisor, para que ninguna de las noticias con las que  a esas horas nos invaden, me rompa la magia en la que me sumerjo con mi Häagen en las manos.

Nerón, ya enfriaba sus jugos de frutas con nieve traída de las montañas por sus esclavos. Alejandro Magno, hacia enterrar en la nieve cántaros de frutas y miel para después consumirlos como postres helados. El emperador Tang, en China, allá por el año 618 empleaba un método para mezclar la leche con hielo como postre. Marco Polo, en el siglo XIII, al regresar de uno de sus viajes por Oriente, llevaba en su equipaje varias recetas de postres helados usados en Asia durante cientos de años que se implantaron admirablemente en las cortes italianas.

Mi helado es de los buenos. Artesanal lo llaman. No contiene saborizantes, ni colorantes, lleva el aire justo incorporado y tampoco le añaden conservantes. Además, indica en su envase las cantidades recomendables a consumir. Lo que no acabo de comprender exactamente es la razón de que esas recomendaciones sean sólo para las mujeres....Pero bueno, se agradece el consejo.

 El colesterol no va a deshelarme. La doctora Yáñez tampoco y, como no es juevera, no va a enterarse. Y no hay propósito de enmienda. Voy a seguir saltándome esa norma. Confio que la pastilla nocturna cumpla su misión y no me delate en próximos analíticas. Con lo que pago por ella-después de los recortes- ya puede hacerme el favor...

Más normas saltadas en el blog de Gus


Lupe


7 de febrero de 2013

Este jueves, un relato: Un segundo de eternidad.


Le despertó un suave beso en los labios. Entreabrió los ojos y se encontró a Ramiro sentado al borde de la cama, observándola.

-Perdona, estabas tan hermosa que no pude resistir la tentación de besarte.

-Pero...¿a dónde vas tan temprano? ¿Por qué te has puesto el traje?

-¡Ay, cariño! ¿No te acuerdas qué día es hoy?

-Pues no. Todavía estoy medio dormida. ¿Qué pasa hoy? ¿Otra cosa de las que se me olvidan ultimamente?

-Hoy es  el día en que nuestra pensión llega al banco, y sabes que me gusta ir a cobrar de los primeros..., respondió Ramiro y, encaminándose hacia la puerta, se giró y le envió otro beso con esa mano que tanto delataba sus años.

-Abrígate cuando te levantes, es un día muy frío.

-Pues tú, coge la bufanda, que te crees que eres un chaval que puede aún con todo.


Al  cerrarse la puerta, Julia se acarició los labios, rebañando el resto del beso con el que su esposo la había despertado esa bendita mañana. Con las pocas fuerzas que la vida había ido dejando en su otrora esbelto cuerpo, salió de su lecho. Una dulce sonrisa se había quedado dibujada  en su rostro. Comenzó a acicalarse
para cuando volviera Ramiro. Puso el mantel de puntillas en la pequeña mesa donde cada mañana desayunaban. Preparó tostadas con mantequilla y mermelada de violetas, el jarro con la leche, las tazas de porcelana que también acusaban el paso del tiempo. El aroma del café había inundado ya la estancia. La cafetera, en el centro de la mesa, aún humeaba cuando Ramiro entró por la puerta...

Después del desayuno, el mismo ritual de todos los meses. Contar los billetes, hacer los apartados de costumbre y, sobre todo, llenar los pequeños sobres de los nietos con la "paga" que los abuelos les obsequiaban el primer domingo de cada mes. 

Al día siguiente, volverían al banco, los dos. Ingresarían el resto  de la pensión que habían programado ahorrar ese mes y saldrían cogidos del brazo, tan contentos. Y, ella,  escucharia de nuevo, en tono jocoso, como le susurraba  Ramiro:

-¡Casi somos ricos, Julia!

Y ella, como cada mes, le respondería:

-Mi fortuna, es tenerte a ti.

Lupe

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