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La quietud de la rutina invadía mi vida. Llegar ahí y conocerlas, compartir tantos minutos, ser parte de aquella casa acogedora que éramos nosotras, fue realmente agradable: M, que me enseñó aquel fenómeno extraño que le pasaba con las luces de la calle que cuando se acercaba a una de ellas, éstas se apagaban. Por otro lado estaba X que era inteligente, muy apegada y bastante distinta de mí. No tardaría mucho tiempo en descubrir su afición a la moda y sobre todo a los zapatos. X tenía una casa enorme en algún lugar de estas tierras y otras dos por el extranjero. Su novio vivía en mi ciudad. Por eso, cuando llegaron las vacaciones de verano, sus visitas a mi ciudad aumentaron. Siempre que llegaba a la gran urbe, tenía que esperar un buen tiempo a que regresara su novio de jugar al fútbol o del trabajo. Entonces, llegó el día en que me propuso quedar. No era que ella me cayera mal ni nada por el estilo, el problema es que parecía que todos los días de mi vida quisiera quedar conmigo. Si la decías que no, ella echaba mano de los más variados argumentos para conseguir su objetivo: recuerdo esa vez en que la conversación telefónica paró 23 minutos después, ante mi cansancio y mi rendido y forzado "sí". Últimamente, siempre acabábamos en aquel parque esperando hasta que llegara su novio, cuando éste llegara yo me iría. Luego, a esta rutina, se unió mi hermana.
- ¡Qué calor que hace! Me apetece un helado- espetaba.- Pero, no tengo dinero.
Siempre me extrañó esta afirmación: si ella cogía un transporte público hasta llegar a la puerta de su novio, era imposible que se fuera con lo justo. Además, ambas sabíamos que ella no era precisamente pobre. No sólo una única vez me tocó invitarla, lo que lo hacía todo más sospechoso. Me debatía entre dos voces: una que decía " ¡No!" y otra que la anulaba diciendo " Venga, no seas tacaña". Quizás, aquellas palabras, por parte de ella, eran una estrategia más para hacerme sentir la pesada losa de culpabilidad si no satisfacía sus caprichos.
No tardó en presentarme a su novio y parte de la familia de éste.
- Un día me voy con Esther y su hermanita y X se queda en casa - bromeó ¿realmente lo hizo? Con el tiempo he aprendido que a veces, a la verdad le gusta disfrazarse de broma. Más tarde, él propuso irnos de fiesta hasta altas horas de la noche con unos amigos suyos, lo que rechacé con excusas.
El día anterior a la final de la Eurocopa, X propuso que nos quedáramos en casa de su novio a verla con ellos. La dije que si iba que la llamaba, aun sabiendo que no lo haría: lo que me apetecía era vivirlo con mi familia. Pero, como dije antes, X no aceptaba un "no" por respuesta. Así que al día siguiente, desde la mañana hasta la hora del gran partido, se dedicó a mandar mensajes y a llamarnos a mi hermana y a mí, cada hora, cada minuto, cada segundo. La ignorábamos: no nos permitiríamos caer de nuevo en sus manipulaciones. Hasta que, a la hora del partido, me mandó un mensaje: estaba bastante enfadada y me decía que no volvería a quedar con nosotras ¿Qué derecho tenía ella a dominarme así? Desde entonces,en silencio, mientras ella dormía en su mundo, fui cerrando la puerta detrás de mí. Me aseguré de que los pestillos estuvieran bien cerrados.
Ayer, oí sus lamentos y golpes tras la puerta: seguía llamando desde la mañana hasta la noche, ideando diferentes estrategias como cambiarse el número de teléfono y hacerse pasar por otras personas. Y mientras, yo, escondiendo mi verdad tras mi espejo. Porque, así se hizo desde tiempos antiguos: es el arte heredado de esconder ciertas evidencias para que sus afilados cristales no corten a otras personas. Pero, ella no me dejó otra opción. Aún así, el teléfono siguió sonando y por algunos instantes logró matar la sequía de mi lágrimas. Sé que ella se esconde detrás de la puerta: sólo tendría que abrirla. Pero ¿de qué serviría? Nada será como antes.
Hoy me siento extraña, tras aquella nube negra que llegó a envolverme con su húmedo manto de lluvia. Dejó de llover pero...
A veces, un único suceso puede cambiarlo todo.