Todos los días se pone el sol, pero no todas las puestas de sol tienen las mismas sensaciones, ni provocan las mismas emociones, ni los mismos afectos espontáneos. El fin de semana pasado en Madrid disfrutamos de uno de esos momentos de tregua con el mundo exterior, un momento del atardecer en el que el tiempo se queda en suspenso, a la espera, de todo o de nada. Desde el muro del mirador, pasando la Rosaleda, se quedó mirando con indiferencia cómo caminaba lentamente el sol con insomne fulgor sobre las nubes encendidas, como si estuviera en mitad de un sueño y empezó a garabatear vagamente aquellos versos...
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Hoy habla el aire solo
el calor de tus manos
y esa mirada tendida
de corazón en paz y desarmado
inmóvil, abriendo los sueños
estirando la memoria
apurando el último trago de luz
entre tu sombra y la mía
en el otro, cada uno
y los besos sosegados
en un instante de tibieza
para llevarme a tu cielo
Hoy habla el aire solo
el calor de tus manos
y esa mirada tendida
de corazón en paz y desarmado
inmóvil, abriendo los sueños
estirando la memoria
apurando el último trago de luz
entre tu sombra y la mía
en el otro, cada uno
y los besos sosegados
en un instante de tibieza
para llevarme a tu cielo
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