jueves, 1 de septiembre de 2022
Andar a Ablanes
Berta Suárez.
Cuando "andar a ablanes" formaba parte de la subsistencia de las familias campesinas del Alto Nalón, Kiko el de Josefa "uncía el carru y les vaques" y se iba con toda familia a sus "praos", de más de 100 "parres" algunos de ellos. No perdonaba este cantero de profesión que dejasen una "ablana" sin coger, y era capaz a tirar otra vez de "gavita" si veía aunque fuese un solo "garapiellu" olvidado en la rama más alta. Después, había que arrodillarse para "rebuscar" los frutos que habían quedado en el suelo. Para finalizar la tarea, se cortaban para leña "les ablanares" con el tronco de más diámetro, y se comía la merienda, siempre de productos tan sencillos como naturales. "Sabía tó a gloria", me cuentan por aquí.
Volverían no tardando mucho a "solmenar" los manzanales, preludio de un tiempo otoñal de recogida de más cosechas. En el invierno, Kiko continuaría construyendo muros de piedra autóctona para las casas en diversas aldeas de la zona y Josefa se quedaría a cargo de hacienda, animales y personas, y "turrando" la parte de la recogida que no vendían, para ofrecer a las amistades y hacer "casadielles" en Navidad.
Comienza por Sobrescobio y Casu el "tiempu de les ablanes", pero casi es un hobby ahora lo de poner la "fardela" y recoger ese fruto seco del color de algunos ojos.
Por lo demás, el envoltorio de "les ablanes", los garapiellos, es posible que nos recuerden a nuestro propio hogar, ese refugio donde estamos juntos y protegidos, pero cada quien en su universo particular, todos tan distintos, aunque siempre cercanos y dispuestos a protegernos
martes, 4 de enero de 2022
Los fotógrafos rurales
La historia de los fotógrafos rurales, habría que enmarcarla dentro de la categoría de historiadores de la vida. Sus excepcionales documentos ilustran como nadie, el quehacer diario de las gentes de los pueblos de España. Nunca buscaron el reconocimiento ni el prestigio, solo la supervivencia, aunque algunos en lo postrer de su vida fuesen reconocidos públicamente, como fue el caso de Virxilio Vieitez, el gran retratista gallego, del que aquí publicamos alguna de sus obras. Había logrado un reconocimiento que no buscó: "Durante mi vida, siempre pensé en el trabajo que estaba haciendo y nunca en los reconocimientos pero ahora compruebo que es una satisfacción que alguien premie ese trabajo y, sobre todo, que lo pueda disfrutar en vida, como me está pasando a mí", confesó en noviembre de 2001.
Su alejamiento de lo que ahora entenderíamos como “fama” lo muestra en una fotografía no muy conocida, donde en su pueblo natal, departe con el gran Cartier-Bresson como dos viejos colegas, al lado de unos vinos y unas aceitunas.
Hoy esa foto sería portada de todos los periódicos, en aquel momento solo fue el encuentro de dos hombres apasionados por la misma profesión: la fotografía. Que simple y a la vez que grande esa vieja foto de dos colosos de la imagen.
Aquí en Asturias también tuvimos a algunos de esos fotógrafos. Nuestras comarcas guardan el recuerdo de aquellos artesanos, que primero con caballerías y luego ya montados (los más pudientes) en motos, visitaban las ferias donde a modo de decorado colgaban una sabana, con aviones y barcos de guerra que simulaban lejanos paisajes, donde los mozos y las mozas se imaginaban que iban a conocer a poco que la suerte les mejorara ó consiguieran reunir dinero para un pasaje a ultramar.
Las España de la posguerra, hasta bien entrados los 70, quedo reflejada en las fotos de estos grandes documentalistas, que armados de sus cámaras fuertes y rudimentarias, trazaron un fiel reflejo de un estilo de vida y unas gentes, que hoy no se reconocerían en los actuales. Esa fue su grandeza y por lo que se les recuerda. Sin ellos la historia de nuestras ciudades y pueblos no sería la misma, porque no habría nadie que hiciese esa labor con la maestría que la realizaron ellos, sin esperar a cambio ningún reconocimiento.
Desgraciadamente, sus archivos desaparecieron cuando ellos, en gran parte. Arrumbados en cuartos y finalmente tras su muerte, directamente a la basura, salvo importantes excepciones, caso entre otros de Constantino Suarez, cuya obra la podemos contemplar en la fototeca del pueblo de Asturias.
Este articulo es un homenaje a uno de los fotógrafos que mas “asemeyó” a hombres, mujeres y vaques de Caso, en todos los ambientes, en fiestas, ferias y en velatorios.
Siempre con su inseparable maquina al cuello, reflejó como nadie el alma de los casinos, como muestran muchas de las fotos que ilustran el libro “ Muyeres casines” sin que tuviera el reconocimiento que se mereció, como tampoco lo tuvieron las miles de fotografías y negativos que acabaron en un basurero de Coballes, para vergüenza de todos los que pudieron evitarlo sin hacer nada por ello, solo la disculpa de la ignorancia de las gentes, que solo vieron basura donde se amontonaba la historia gráfica de Caso. Hoy afortunadamente, como queriendo desagraviar a uno de sus vecinos mas famosos, se distingue precisamente por el empeño de sus vecinos en recuperar su historia, incluida la que guardan sus viejas fotografías, que muestran orgullosos en los locales de las viejas escuelas del pueblo.
Va por Vd. Maestro, Francisco González- Foto Vega, aunque sea fuera de plazo.
Monchu Calvo
Segundo de pandemia
Seguimos montados en ese tren en el que mes a mes vamos narrando historias y vivencias, charlas con nuestros mayores, y relatos que tengan que ver con el territorio que habito, un lugar rodeado de valles y montañas, de las que intento con mas voluntad que sapiencia abrir esa ventana que me proporciona esta revista, para que podáis asomaros a ese paisaje que tanto quiero y procuro compartir con todos vosotros.
Dos años llevamos, en que nuestras vidas pegaron un cambio radical. Nuestras relaciones, los encuentros sociales, los hábitos de conducta, la vida en general, nos obligó a escoger bien nuestros pasos. En algunos casos en contra de nuestras convicciones, pero la alternativa era peor y muchos la padecieron confinados o en las camas de un hospital, incluso a costa de sus vidas.
Los planes y proyectos, incluso a corto plazo, no podemos hacer ninguno, porque en cuestión de horas se pueden truncar, como paso con un acto en el que premiaban con un zurrón (especie de mochila que usan los pastores, fabricada con la piel de un cabrito) la colaboración, junto con mi hermano, en la difusión de este parque de Redes, a través de nuestras fotos y artículos, como los que publica mensualmente esta revista. De momento está suspendido por un contagio de un directivo de la asociación que lo concede.
Contaba con dedicarle el artículo de este mes, pero tendrá que esperar.
Mientras celebrábamos en familia la cena de nochevieja un extraño olor a quemado nos alarmó, pensando que podría provenir de la propia casa con abundante madera en su estructura. Miramos bien por todos lados, pero lo que vimos a través de las ventanas era un gran incendio forestal que teñía el cielo de rojo. De ahí provenía el olor, asi como la ceniza que como copos de nieve iluminaban las luces de las farolas. Al ser de noche los helicópteros de los bomberos no pudieron actuar, y el brindis y las uvas, tuvieron un sabor amargo.
Los pirómanos sacrificaron la cena para provocar esa herida letal que tiñe de negro muchas hectáreas de monte, afectando en algunos casos a arbolado, incluso cabañas y animales.
Cuando por la mañana nos despertó el peculiar ruido de las aspas de los helicópteros anti incendios, que cargaban agua en el cercano embalse para tratar de sofocar el fuego, una tierra negra y humeante se ofrecía ante nuestros ojos. Y lo peor es que surgían nuevos focos, que hicieron que durante todo el primer día del año la niebla convertida en humo, trasformara el paisaje en algo irreal.
Cuando mi nieto de 14 años me preguntaba porque quemaban el monte, ciertamente no supe que contestarle, pues las razones de que siempre se quemó para pastos, ahora no son válidas. Sobran pastos y sobran comportamientos que nos afectan a algo que es patrimonio de todos, no de unos pocos.
Feliz año y salud sobre todo.
jueves, 23 de diciembre de 2021
Ventana al humo y al carbón
Conocí a Angel Alonso en la celebración del centenario de la Campurra, Agosto de 1921, que el ayuntamiento de Laviana programó una serie de actos, entre ellos una exposición fotográfica, en la que colaboramos varias personas que teníamos fotos antiguas, asi como unas charlas, y la edición de un pequeño libro escrito por Paco Trinidad, al que le pedimos perdón por usurparle el título para este artículo, coincidente con el suyo, narrando la historia de aquel trenecillo que envuelto en humo recorría los parajes de Laviana llevando a rastro unas vagonetas cargadas de carbón, aunque yo el recuerdo que tengo grabado, es cuando Nalon arriba y abajo aplicaba toda su fuerza en tirar por las mismas vagonetas, pero con un destartalado vagón de madera atestado de gente, que subían y bajaban en marcha como si de una atracción de feria se tratase, llegando a su destino, Rioseco, desde Laviana, donde ponía término a su viaje en la casa que hacía de estación, y que lucía orgulloso el nombre del pueblo adosado a una de sus paredes, en la que por cierto hay un proyecto de realizar un gran mural con la imagen de aquella legendaria Campurra, que ocupe la totalidad de la medianera.
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Angel, era el que alimentaba aquella insaciable caldera con paletadas de carbón. Angel era el fogonero, como el dice orgulloso de haber desempeñado aquel trabajo durante años. Por eso ahora que lo recuerdo en aquel trenecillo turístico con el que dimos una vuelta por la villa de Laviana, con ropa de domingo y boina limpia, durante los actos del centenario, trato de imaginarlo en lo reducido del espacio de aquella otra máquina, de nombre Rioseco, sudoroso y con la cara negra del carbón y del humo, de ahí el título que le pusimos a este documental, como el libro de Paco, que intentamos refleje de su propia voz, un tiempo que solo los mas viejos conocimos, y que Palacio Valdés pone en boca de uno de los protagonistas de su novela La aldea perdida “ Por fin silbó, sí, silbó la locomotora ¡ Dios la bendiga ¡ por encima de Entralgo. Cruzó soberbia, abriendo enorme brecha en los castañares que lo señoreaban, taladró con furia a Cerezangos, aquel adorado retiro del capitán, y siguió triunfante, vomitando humo y escorias, hasta Villoria.”
Aunque no sea contemporánea en las fechas si nos da una idea de lo que podía ser un tren de vapor cruzando villas y pueblos, atravesando el Nalon por puentes inverosímiles, sufriendo accidentes y descarrilamientos que solventaban hombres de la fortaleza de Angel, y la pericia de Vicente Laviana, entre otros maquinistas, a cargo de aquel amasijo de hierros que el vapor de la caldera empujaba por los diminutos carriles, que talmente parecían de juguete.
La vida de Angel daría para una buena novela, pues le tocaron tiempos difíciles, y ya van quedando pocos libros abiertos donde saciar nuestra curiosidad, desde la memoria de uno que los vivió, y que con gran generosidad se presta a abrirnos esa ventana a un pasado que ya pocos conocieron.
De todo eso queríamos hablar con el último fogonero de la Campurra, y precisamente en las ruinas de la soberbia construcción que tuvo que ser imponente en aquellos años, que un visionario como Cándido Blanco levantó en las orillas del Nalón. El sol otoñal nos acompaña, tiñendo de oro los árboles y matorrales del Condado, el pueblo de Angel, y todavía se aprecian bajo el verde de la yerba, la marca de los carriles donde máquina y vagones entraban en aquel espacio, que disponía de fragua, carpintería, pozo de agua y taller mecánico. Lo necesario para recomponer cualquier incidencia en aquel tren multiusos, que igual llevaba mineral de Llaimo, que viajeros, y toda clase de animales en un vagón especial para ellos. Los jueves, había tren con jardinera, y gloria daba ver el ambiente delante del hotel Don Felix, de Rioseco, con la gente esperando para montarse y bajar a Laviana, con la peseta del billete preparada para pagar, mientras Angel apuraba el vino en el concurrido bar de Regina.
De todo eso nos habló nuestro fogonero, que afortunadamente goza de excelente salud pese a sus 85 años y lo que mas me admira, la excelente memoria y la buena capacidad descriptiva que hace la charla con él un auténtico placer. Gracias a José Luis, por hacer de enlace y conseguir esta entrevista, y gracias a Juan Sancho por plasmarla en imágenes.
Fue posiblemente el último testimonio de una profesión y una etapa histórica con la que convivimos los que somos de mi generación o algo anterior. Tenía verdadero interés en escucharle, y aunque llevaba algo de guion escrito, la verdad que no me hizo falta, ya que Angel narraba fluidamente todas las peripecias de su actividad en La Campurra, incluso echos ajenos a ese trabajo, pero que formaban parte de sus recuerdos, en unos años donde la vida no te lo ponía fácil.
Ahora solo nos queda disfrutar de este documento gráfico donde nuestro improvisado actor actúa en los escenarios de su vida laboral.
Esta grabado con un mobil, asi que ser indulgentes con la técnica. Quedaros con el contenido.
https://studio.youtube.com/video/_Vp08Jw7rEk/edit
sábado, 3 de julio de 2021
Las tierras de Martin Diaz de Prado
Nos faltaría añadir Prado. Las tierras de los Prado. Una de las familias mas poderosas de la montaña oriental leonesa.
El empeño de un grupo de entusiastas amigos, principalmente casinos, con el apoyo del Grupo de Investigación histórica Los Bribones, nos ha llevado a tratar de reconstruir los territorios y lugares por donde trascurrió la vida de Martin Diaz de Prado, allá por el siglo XII.
La razón de nuestro interés es porque lo creemos nacido en Nieves, un escondido pueblo del concejo de Caso, y principalmente por el enorme poder que detentó en este concejo, con los señoríos por concesión real de Alfonso VII en 1142, de Tarna, para que hiciera un hospicium transeuntibus.
En 1146, todas las tierras desde Velerda al collau Castiellu. Con posesiones en Los Cobos, Soto, Veneros, y tierras en Nieves, pertenecientes a abuelos y padres, según una transcripción del latin de un documento del cartulario de Eslonza - Abuelo y mis padres- de ahí nuestra creencia de ser natural de este pueblo.
Luego en la montaña leonesa, antaño territorio vadiniense, tuvo posesiones cerca de La Uña, donde se criaban los caballos de las caballerizas reales. Curiosamente, después de mil años, se siguen llamando aquellos prados entre Valdosin y Riosol, Martin Diaz.
Nuestra expedición hubiera sido menos trascendente si no hubiéramos contado con la inestimable ayuda y conocimientos de Siro Sanz, discípulo aventajado de ese gran sabio que es Eutimio Martino, el hombre que mejor conoce ese territorio leones.
Él tuvo la deferencia de acompañarnos a los lugares donde la familia Prado tenía sus señoríos y palacios. Pueblos donde las piedras respiran historia por todos sus costados, aunque nos causó dolor ver el expolio que se cometió en esos edificios, que en su día fueron de los mas importantes de la provincia leonesa, despojándolos de sus portadas, que hoy lucen en la capital leonesa, y otros pueblos, y recintos monacales de muchos siglos de antigüedad, como San Guillermo de Peñacorada, lugar de entierro de los Prado, en tierras de su señorío de Valdetuejar. Antes se llamó Santa Juliana y Santa Maria, solo a partir de 1190 paso a llamarse S. Guillermo. Hoy a duras penas se mantienen unos lienzos de sus paredes, y sus piedras fueron a parar a muros e iglesias como la de la virgen de la Velilla, en La Mata de Monteagudo. Este monasterio pertenecía a la orden de San Benito, dependiente de Sahagun, y patrón de la villa de Cistierna. Ya existía en el siglo IX, y fue muy beneficiado por los Prado. Tanto este monje, San Guillermo, huido del “terror sarraceno” que invadía las tierras mesetarias, como sus muchos seguidores atraídos por la fama de su santidad, se congregaban en una pequeña capilla tal vez construida en época visigoda dedicada a la Virgen de los Valles, entonces conocida como “Santa María de Vallulis” .Hay documentos que testimonian la existencia de esta ermita, en el valle del Tuejar, donde tuvo lugar la aparición de la virgen, y construida por D. Diego de Prado en 1470 para dar gracias a virgen por la sanación de su mujer, en un hecho que se califica de milagroso, Esta visión idílica del “señor de Renedo” no parece concordar con el retrato histórico del linaje de los Prado: hombres déspotas, duros y exigentes hasta la crueldad: no olvidemos que el valle del Tuéjar se le conocía como “El Valle del hambre
Ramon Gutierrez, historiador de Prioro, y que publicó un libro sobre esta familia de los Prado, menciona que en 1171, este Martin Diaz hace donación al monasterio de Eslonza de todas sus posesiones en Caso, y en otros lugares de su pertenencia de la provincia leonesa, como el pueblo de Ferreras del puerto, uno de los primeros donde habitó junto a su mujer Maior Fernandiz, asi como la villa de Albires, donde también tuvo señorío, junto con Anciles.
Un descendiente del mismo nombre, les dona a los monjes benedictinos y les da orden de que quiere ser enterrado junto al evangelio y acompañando a sus antepasados, pues aunque no es el primer Martin Diaz que suponemos iniciador de la saga, si menciona ser enterrado junto a sus ancestros, por lo que creemos despejada la duda de su enterramiento, y creemos certera la de su nacimiento en Nieves ó Bueres. Otro Martin Diaz quiso enterrarse en el monasterio de Sta Mª de Gradefes, donde podemos contemplar su sarcófago en piedra. En este último lugar dejo escrito en su testamento al que pudimos acceder, y que Alejandro Calvo, un gran estudioso leones nos dice “Hemos visto un pergamino curioso fechado en 1356, que hace alusión al Caballero llamado Martín Diez de Prado, el cual disponía que a su muerte fuesen traídos los restos mortales a este Monasterio y enterrados en él, poniendo, dice, un monimiento de piedra con sso lociello-“
Por eso Eslonza ejerció tanto poder en el concejo casin, y sus monjes recorrieron durante muchos años el milenario camino vadiniense, dispuestos a cobrar los diezmos y rentas de las posesiones que les donó nuestro poderoso vecino, que pensaría franquear sin problemas las puertas del cielo, gracias a ese generoso y desprendido gesto. Ese mismo camino lo recorrimos nosotros, que aunque breve es uno de los tramos mas hermosos del viejo camino vadiniense, con una profunda entalladura en roca viva, en el lugar de La Entrecisa.
De aquel poder, nada queda mas que algunas piedras, que restauradas forman las antiguas murallas del palacio de Renedo de Valdetuejar, la casa de Villaroel en el el mismo pueblo, con su escudo, y la Torre nueva, en la Mata de Monteagudo. Un amplio despliegue de escudos nobiliarios y arcos que ennoblecen las antiguas casas del valle del Tuejar
En un abrevadero de La Mata de Monteagudo, compartiendo muro con otras piedras anónimas, está el mas humilde escudo de armas de los Prado, con sus roeles comidos por la maleza, como escondido por la vergüenza de haber sido tan poderoso y acabar en un pilón de agua donde beben las vacas.
Esta es a grandes rasgos la historia casi desconocida de un personaje que fue muy importante en Caso. Nos propusimos desentrañar mientras fuera posible esas incógnitas de su nacimiento y muerte. Hasta donde los documentos de historiadores de prestigio y cartularios nos mostraron, estás son nuestras conclusiones que ponemos en esta crónica.
Juanchi Estrada
Nacho Lago
Ismael Mendez y Monchu Calvo
Equipo Los Bribones de Laviana
Infografia en 3D
https://sketchfab.com/3d-models/torre-vieja-de-la-mata-de-monteagudo-leon-0aedb5b4f7be4a68b9c554f4fd8485e3
https://sketchfab.com/luiscoya/collections/epigrafias-y-piezas-arquitectonicas-reutilizadas
https://sketchfab.com/luiscoya/collections/el-senorio-de-prado-en-valdetuejar-leon Luis Coya Bezanes (Caso)
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Caso,
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Monasterios
miércoles, 5 de mayo de 2021
De Contorgan a Arizona. La odisea de un pastor casín
La emigración casina sintetizada en aquel dicho de “zurrón o maleta” tiene en este relato uno de sus rasgos mas singulares.
El oficio de pastor en la montaña cantábrica sin duda es duro, pero cuesta imaginarlo a miles de kilómetros de distancia de tu hogar y los tuyos, agravado por el desconocimiento del idioma, la larga aclimatación a una sociedad completamente distinta y entonces bastante más desarrollada, y hacer frente a la soledad en paisajes infinitos
Hacia finales de la década de 1940 la escasez de mano de obra tras la Segunda Guerra Mundial precipitó a la industria ovejera de los Estados Unidos a una grave crisis, acuciada además por una restrictiva ley de inmigración. El entonces poderoso lobby de los rancheros presionó para que se hicieran algunos cambios en la Ley, ya que querían pastores cantábricos por su gran entrega y profesionalidad en el trabajo, tal y como venían demostrando desde hacía más de cien años. Fue entonces cuando el gobierno americano abrió una oficina en su Consulado de Bilbao por la que se canalizarían todos los contratos de pastor. Hasta 1966, 1.283 pastores salieron para América a través de la Western Range Association Company, no siendo la única que los contrataba. Varios miles de pastores vascos, leoneses, cántabros y asturianos marcharon a trabajar a los estados de Nevada, California, Utah, Wyoming, Arizona y a los estados del Oeste donde existían por esos años millones de ovejas.
Fueron bastantes los que escogieron ese lejano destino, saliendo de nuestro concejo, pero vamos a contar la historia de uno de ellos, con su testimonio directo, Juan Amable Calvo, de Caleao.
Diríamos que el comienzo de la aventura se sitúa en Rioseco, donde Arturo dueño de un conocido bar, y taxista, tenía una especie de corresponsalía de contratación, y un año antes ya había preparado los papeles a su hermano Higinio, al que mandó a California.
Era el momento álgido de la construcción del pantano de Tanes, y cientos de trabajadores desarrollaban sus trabajos por aquellos parajes de Cuevallongues, a la vez que el pueblo de Rioseco era un hervidero de bares, con cerca de veinte, que muchos de ellos tenían horario ininterrumpido para atender aquel aluvión de sedientos obreros con dinero caliente y predispuestos a gastarlo.
Uno de esos trabajadores debió tentarle mas la aventura americana, que el trabajo en el pantano, porque se apuntó con Juan a probar suerte al oeste que vemos en las películas.
El caso es que Arturo los llevó hasta Bilbao, donde el consulado americano los proveyó de papeles para Arizona, y a continuación fueron en tren a Madrid, de allí al aeropuerto, donde un avión los trasladó a Nueva York, y otro directamente a Arizona.
Quiero imaginarme aquellos dos infelices, que apenas habían salido de sus pueblos, en aquel periplo transoceánico, en la inmensidad de aquellos aeropuertos, y logrando al fin llegar a su destino.
En Arizona ya estaba uno de los encargados esperándolos. Como si de mercancía se tratara, los subió al coche y se dirigió en un largo viaje al rancho, al que llegaron a las dos de la madrugada.
Poco tiempo para descansar, a las cinco ya los levantaron para repartirlos por los diferentes rebaños que tenían por aquellos territorios. Era época de paridera, asi que tuvieron que ir directamente a la faena sin darles margen para aclimatarse.
El rancho estaba como a una hora de Phoenix, donde existía una base militar.
-Nuestro trabajo era ininterrumpido, solo parábamos cuando una furgoneta nos traía la comida, nos cuenta Juan en primera persona. No existían descansos ni domingos, ni por supuesto intención de pagarnos, porque a los tres meses reclamamos nuestro sueldo, y nos dice uno de los dueños que no habíamos trabajado lo suficiente, y lo que ponía el contrato, que ni caso le hacía. Mi compañero sin poder contenerla rabia le asestó un puñetazo que acabó con el encargado por los suelos, amenazándonos con que nos iba a denunciar a la policía federal.
Por suerte al dia siguiente su hermano se disculpó y nos pagó lo que nos debía. Pero no estábamos a gusto. Mi compañero se marchó y llegó a mis oídos que se había matado en un accidente, asi como otro chaval de La Infiesta, cerca de La Felguerina.
Algún caso se dio, de matar a los pastores, para evitar pagarles. No estábamos ilegales, pero nadie notaria nuestra falta si desaparecemos.
Las montañas de Flagstaff, Arizona donde cuidaba los rebaños era una zona desértica, y tenías que cuidarte mucho de serpientes y escorpiones, de vez en cuando merodeaba algún oso. Por eso íbamos armados. Pero eran periodos de varios meses de soledad y aquello se me hacía eterno. Ya en la montaña teníamos un caballo y seis burros, allí Mario, mi compañero, era el que cuidaba las ovejas y yo con el caballo y los burros movía el campamento de una parte para otra, y buscaba el agua y cocinaba, en ese lugar estuvimos hasta que empezó a nevar que ya nos volvieron para el rancho.
Alguna situación peligrosa me tocó vivir, Ahora que dices, bandidos si los hubo, en el desierto pase unas noches sin dormir, pues recuerdo que al segundo día empezó un helicóptero a dar vueltas, y al otro día cuando llegó el dueño a traerme comida, me pregunta que si no vi a un fugitivo que se les había escapado a la policía ,y esa noche como a las dos, siento algo moviendo la caravana, y casi me “cago” por qué me habían llevado el rifle y estaba desarmado, y esperé y vi que no trataban de abrir la puerta, y me da por mirar por la ventana y era una vaca que andaba por allí, y se estaba arrascando, pero si lleve un buen susto.
Yo había decidido marcharme, pero no era muy fácil. En ese tiempo yo ya tenía a mi hermano viviendo en Tampa, y empezé a pensar como yo podía irme para allá, y como al año y medio lo decidí, y por mediación de uno de Santander que había trabajado en el rancho y se casó para resolver los papeles ,un día que lo ví se lo dije, y me dijo que sí, que él me ayudaba, así que le dí el dinero y me sacó el pasaje, y un viernes por la madrugada me recogió, y el sábado me fugué para Tampa .Y aquí si pase unos años un poco difíciles, aunque tenía a mi hermano qué estaba ilegal, pero bueno ya conocí a la que hoy es mi esposa, nos casamos y ella me reclamo la residencia, y ya después no me puedo quejar, nunca me faltó el trabajo y formé una familia . Por eso que cuando uno emigra aveces se pasan momentos difíciles, y lo que nunca se te olvida son los verdes de tu tierra, y aquellas humildes cabañas de La Acebal ó Xulió ó La Robre, que valen mas sus piedras que todo lo que pueda contener Arizona ó Idaho.
¡Vamos, ni comparación ¡
domingo, 29 de marzo de 2020
Coronavirus y otras pestes en Asturias
Inmersos como estamos en una terrible pandemia mundial, con tecnología capaz de llegar a Marte y dar la vuelta, pero nos paraliza y nos mata un ser insignificante que hay que ver al microscopio.
Pero esto no
es de ahora, ya viene de atrás. Os cuento..
Si por un
momento pudiésemos retraernos al pasado, no muy lejano, 150 ó 200 años atrás, veríamos
que Laviana, Rioseco o Campo de Caso, eran poco mas que unos grupos de casas
agrupadas, generalmente con un rio cerca y tierras de labor donde sembraban
hortalizas y cereales, sobre todo maíz. Los pueblos de montaña tenían unas
condiciones muy precarias de subsistencia. Las casas son pobres en su inmensa
mayoría, y aparecen agrupadas en promiscuidad lamentable, con cuadras y
cochineras, hasta el punto que, es común, el techo que cubre la casa del
hombre, y el de los animales.
Casas
cuadradas de piedra unida por argamasa, sin revoco las mas de las veces, ó en
muchos casos toscas paredes con un trenzado de varas de avellano y barro,
llamadas de cebatu, en algunas ocasiones blanqueadas con la cal de algún calero
cercano, o tintes de cualquier chamizo de hierro u otro mineral. Ventanas pequeñas, suelos de
tierra pisada, y de llávana, cuando se podía.
Vida
ciertamente difícil, y generalmente con
abundancia de trabajo, y una alimentación con muchas carencias. Hijos en
abundancia, que subsistían casi de manera milagrosa, pues poco tiempo habría
para ocuparse de ellos. Todo ello en tiempos que la climatología era severa,
con abundancia de lluvia y nieve. En ese paisaje trascurrían las vidas de
nuestros vecinos, y quizás los abuelos, o abuelas de alguno de vosotros todavía
les hayan tocado aquellos tiempos y hayáis escuchado alguna historia como las
que aquí relatamos.
El mal de la
dieta de maíz, llamado también mal de la rosa, ó pelagra, era una enfermedad
que afectó a muchos habitantes de nuestras aldeas. Fue diagnosticada por Gaspar
Casal, médico que trabajaba para el cabildo ovetense, por primera vez en 1735, y pudiéramos decir que tuvo incidencia
prácticamente en toda la región.
En su
opinión, imbuido por el espíritu de Hipócrates, la achacaba a las alteraciones
del clima y a una dieta anómala. Aspecto que dejó reflejado en la monografía
titulada "Historia natural y médica del Principado de Asturias". La
gente popular la conocía como "mal de la rosa", por el collar de ese
color que se formaba en la piel del cuello.
En
palabras de Casal, no hay otra que la gane a horrible y contumaz, porque a la
observación clínica se presentaba con demencia (trastornos sensoriales), diarrea
y dermatitis. A nivel de piel, provocaba una espantosa costra de color negruzco
que, penetrando hasta la carne viva, producía gran dolor, quemazón y molestia,
localizada en metacarpos, metatarsos y alrededor del cuello. Además, refería
que aparecía hacia el equinoccio de primavera y desaparecía durante el verano.
En 1760 pasó a conocerse como "lepra
asturiensis" en la "Nosología methodica" de Sauvages.
Denominación totalmente errónea, pero en aquella época el concepto de lepra
encubría diversas dermatosis y por supuesto la más temerosa de todas ellas, la
auténtica lepra, causada por el bacilo de Hansen.
La sospecha inicial ya la había dejado
referenciada el propio Casal al indicar que se trataba de una enfermedad que se
desarrollaba entre la gente de clase baja, donde imperaba una dieta monótona a
base de maíz, pues pocos mas cereales había disponibles, comían muy poca fruta
y escasa carne y pescado.
Gracias a las investigaciones del bioquímico
asturiano Grande Covián se sabe que la dieta exclusiva a base de maíz provoca
la enfermedad, porque la niacina de este grano se encuentra combinada y no
puede utilizarse en el aparato digestivo. Además, casi la mitad de las
proteínas del maíz corresponde a la zeína, sustancia pobre en triptófano. El
mal se puede revertir si aportamos a la dieta el aminoácido carencial
juntamente con una cantidad suficiente de vitamina B3, porque con esta
combinación el organismo puede sintetizar ácido nicotínico, tal como expone
Francisco Grande en "El maíz y la pelagra".
Un punto clave para resolver el enigma planteado
estuvo en el análisis de las culturas mexicanas, donde estaba extendido el uso
del maíz sin que hubiera enfermedad. La razón para ello residía en el modo de
preparación del grano, pues los aztecas y los mayas ablandaban el maíz con una
solución alcalina, el agua de cal, para hacerlo comestible. De esta manera se
liberaba niacina y triptófano, que se absorbían en el tubo digestivo.
El maíz, como seguramente conocen,
llegó desde América. En México ya se cultivaba hace al menos 7.000 años y en
cuanto los conquistadores lo descubrieron se dieron cuenta del potencial que
podía tener para matar el hambre en Europa. Cuentan que el primero en pasar el
charco con él fue un asturiano, el almirante D. Gonzalo Méndez de Cancio, que
había sido gobernador y capitán general de La Florida y que trajo en 1604 dos
arcas llenas de semillas para sembrarlo en sus heredades. Efectivamente, consta
que al año siguiente se recogió en la zona de Tapia de Casariego, donde él
vivía, una buena cosecha, pero sabemos que el cereal ya se daba en Sevilla
desde mediados del siglo XVI y también en Asturias donde Marino Busto ha
localizado un testamento fechado en Carreño en 1598, en el que los herederos
reciben entre otros bienes «una fanega de maizo y otra de panizo»
El Padre Feijoo dejó escrito sobre
la miseria de los campesinos asturianos que «sus vestidos, sus camisas, sus
lechos y sus habitaciones son semejantes a sus alimentos: cuatro trapos cubren
sus carnes, o mejor diré, que por las muchas roturas que tienen las descubren.
La habitación está igualmente rota que el vestido, de modo que el viento y la
lluvia se entran en ella como por su casa », de manera que todo servía para
aliviar la necesidad: las cañas y los tarucos valían como forraje, e incluso
los más pobres empleaban las hojas de las panoyas como relleno de sus colchones.
Quizás conmocionado por esa
realidad que encontró en su pueblo de Soto de Agues, Fernando Blanco, indiano
que retorno con riqueza, sufragó de su bolsillo la traída de aguas desde la
fuente El Carrascal al pueblo, en el año 1919, siendo el primer pueblo del alto
Nalón, incluida Laviana, si los datos no nos engañan, en disponer de agua
corriente en las casas
.
.
Poco a poco la dieta alimenticia
fue haciéndose mas variada, plantándose centeno y escanda, trigo en algunos
lugares, de Caso sobre todo, y aquella terrible dolencia fue poco a poco
desapareciendo, a la vez que mejoraron las condiciones de limpieza gracias al
agua corriente que salía de los grifos.
Otra cruel epidemia causo muchas
muertes en el pueblo de Beneros, en este caso fue el tifus, en los años de la
postguerra, debido a contagios externos y las pocas condiciones higiénicas en
las viviendas.
El primer brote de esta enfermedad
infecto-contagiosa se registró en Asturias en 1573 y su mayor foco surgió en
Nava en 1786. En 1875 apareció en Villaviciosa, Piloña y Colunga. Un año
después lo hacía de nuevo en Colunga, donde entre marzo y diciembre provocó 127
muertes (28 hombres, 32 mujeres y 67 niños). En diciembre de 1876 brotó en
Cangas de Onís, con 24 contaminados y 6 muertos. En 1883 la encontramos en Las
Regueras. No obstante, el punto más dramático lo situamos en Nava el 5 de junio
de 1786, donde, según la crónica de Antonio Carreño y Cañedo, alférez mayor de
Oviedo y diputado del Principado de Asturias, indicaba al señor regente que el
mal llevaba asentado dos años y había matado "adultos de setenta a ochenta
y de párvulos de cuarenta a cincuenta". Del concejo en cuestión opinaba
que reinaba la escasez de comida, la falta de higiene personal y la suciedad en
el ambiente. Su curva de acción
preferente es en el invierno y la primavera. También es conocida como fiebre
pútrida, fiebre pulicular o punticular, pulgón tabardillo o tabardete o pintas,
para nosotros los asturianos tabardillu pintu. Trasmitido por piojos o pulgas
.
.
En algunos de nuestros pueblos, todavía podemos
contemplar las míseras casas donde hacían su vida nuestros antepasados, aunque
hoy afortunadamente rivalizan por su belleza y gozan de todas las ventajas
sanitarias. Sin embargo, en la actualidad, ni la higiene, ni la buena
alimentación, sin carencia de vitaminas, no evitó que un virus microscópico
esté produciendo tantas muertes en el mundo, y lo que es peor, sin ningún
medicamento que nos defienda. Allí nos tiene enclaustrados en nuestras casas, y
evitando todo contacto con nuestros vecinos y ciudadanos.
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