6. Un mandarín estaba enamorado de una cortesana. "Seré tuya, dijo ella, cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco, en mi jardín, bajo mi ventana." Pero, en la nanogesimanovena noche, el mandarín se levanta, toma su banco bajo el brazo y se va.
R. Barthes, La espera, Fragmentos de un discurso amoroso.
La cortesana muy cómoda detrás de su ventana se pregunta "¿por qué será, que buscará este mandarín?" No se le ocurre que para llegar a la respuesta tiene que pensar un poco menos y sentir un poco mas. Bajar desde su alto para ofrecerle un paraguas (por ejemplo), atender el reconocimiento: la acción de gracias. Una vez ocupada, su ansiosa respuesta, alegremente le dejará de preocupar.
Persuadida por su propia admiración, la cortesana no logra entender que el significado de tal dedicación es una fuerza grandiosa que va mas allá de su frívolo cuestionamiento. El mandarín como escucha, no es ciego, y sabe muy bien sentir, entiende ambos son un medio, no un fin.
Cayeron en el común, en lo ordinario del mundo donde el orgullo vence al amor: La cortesana concentrada en sus paredes, consume con el afán de una esponja todo lo que muestra el cristal de su ventana. El mandarín en cambio no pierde movimiento, canta junto a sus pasos con su banco bajo el brazo...