Buscas el lado bonito y lo interiorizas para volverlo afable a conveniencia para tu vida perfectamente organizada en horarios, gustos y parcelas.
Creías que aquella pieza cuadrada y pequeña de la maternidad, que guardabas para ensamblarla en la superficie rosa y con olor a Nenuco de TU tetris mental, encajaría a la perfección en TU vida perfecta.
No te han engañado con una maternidad idealizada; somos nosotras las que nos aferramos a aquel anuncio de bebé sonrosado y mamá sonriente con efluvios a aroma infantil, por qué nos conviene, por qué acopla con el cuadradito.
Pero cuando estamos inmersos en aquello raro a nuestras expectativas, sentimos el miedo muy de cerca.
Lo desconocido y por ende incontrolable da mucho miedo.
Entonces es cuando sientes que tu pluzzle se ha sacudido y es muy incómodo parar un momento a reorganizar.
Y es desconocido por qué hoy no existen las familias que se cuiden, ni los barrios, con vecinos que saluden, con niños que jueguen en el parque, con sobrinos, nietos y primos pequeños que estén indiferentemente en la casa de la abuela, la tía o la vecina.
Los niños, esos seres ruidosos, alegres, gritones y demandantes se han sacado de la ecuación para que podamos pensar más, si cabe, en nosotros mismos.
La maternidad se vuelve desconocida y ajena a nosotras.
No sabemos cómo duermen los niños, por qué un nunca hemos dormido con uno.
No sabemos cómo comen los niños, por qué jamás hemos perdido un minuto en darle de comer a uno.
Ni siquiera sabemos que los niños juegan todo el rato, que son libres, que no entienden de horarios, que desconocen la noción del tiempo. Y que nos necesitan.
Entonces leemos manuales, en los que nos dirán, a beneficio de una sociedad sumamente estructurada, lo que tenemos que hacer.
Y así continuar con una vida perfecta, con horarios marcados y rigor militar, para que todo encaje, ara que puedas seguir con TÚ vida, sin ruidos de más.
La maternidad te cambia la vida, dicen.... Volviendo a sacar del problema aquello que debía ser el dato más importante del planteamiento.
La vida es un cambio continuo, es la evolución del niño ( ese que estamos olvidando que una vez fuimos), al hombre, del hombre al padre, del padre al anciano.
Y cada etapa lo remueve todo, lo transforma todo y lo acatamos todo de manera natural.
Tomamos cada ciclo como viene, menos el ciclo que debería considerarse epicentro; el ciclo gracias al cual existimos: La maternidad.
Si queremos salir de ese miedo a lo desconocido, transformarlo en felicidad (calidad de vida), quizás deberíamos acercarnos a conocer lo desconocido y aceptar de manera natural, lo natural.