Os voy a contar un cuento.
Quizás el de cenicienta, o quizás no. No, nadie tenía que salvar al la protagonista, ella sola sabía salvarse.
Quizás Pulgarcito, por que la prota era pequeña, por que era la pequeña, por que se sentía pequeña.
Quizás, un cuento de vida cotidiana, de protagonista cotidiana.
Os voy a contar un cuento, mi cuento...
Erase una vez una niña que no sabía jugar con muñecas, solo las vestía y las desvestía, y las vestía con harapos.
Erase, que se era una niña, que no sabía crear juegos con un ser plástico.
Y cuando lo hacía siempre repetía la misma recreación.
Su princesa, no era tal, era una chica pobre, mal vestida y mal peinada a la que nadie prestaba atención.
Siempre escondida bajo 3 mantos hechos jirones.
Todo el mundo vivía su vida perfecta, con sus ropas y maquillajes perfectos, ¿quien repararía en aquella chica ¿mugrienta?
Un día en un empleo la contrataron y comenzó a despuntar sobre el resto, en esfuerzo, en creatividad, en valía.
Algunos, por miedo empezaron a mirarla de soslayo.
Una noche de fiesta de empresa por primera vez fue invitada.
Aquella noche a sabiendas de que había podido demostrar tanto, solo entonces se quitó aquellas ropas raídas, que cambió por un aspecto impecable.
Al presentarse en la fiesta, todos se sorprendieron ante la aparición de tanta belleza.
Todo el mundo se quería acercar a ella.
Ella, les miró de soslayo, como antes le hicieron, siguió su camino, y prefirió no mezclarse con aquella gente que con anterioridad si quiera sabía de su existencia.
Y así jugaba la niña, una y otra vez, una y otra vez.....