Un paseo por el museo Toulouse-Lautrec de Albi

11/24/2014 Anna 5 Comments


Aprovechando que hoy (24 de noviembre de 2014) se cumplen 150 años del nacimiento de Henri de Toulouse-Lautrec, me ha apetecido dedicarle una entrada. Además, es una entrada que tenía pendiente escribir porque en junio visité, precisamente, el museo que tiene dedicado en su ciudad natal, Albi. Existen dos razones principales para acercarse a la bella ciudad de Albi: una de ellas es su extraordinaria catedral, dedicada a Santa Cecilia, y la otra es el museo Toulouse-Lautrec, ubicado en el Palais de la Berbie, un ejemplo magnífico de palacio-fortaleza medieval que ennoblece las orillas del río Tarn. Quien visite el sur de Francia debería acercarse a Albi, una ciudad tranquila y acogedora que invita a la reflexión y que permanece como una pequeña perla alejada del bullicio de la gran (y también magnífica, aunque de ambiente completamente distinto) Toulouse. Pero no voy a dedicar este espacio a hacer una guía turística, sino que lo destinaré a hablar del museo Toulouse-Lautrec, inaugurado en 1922 gracias a las donaciones que de la obra de Henri hicieron los condes de Toulouse-Lautrec, sus padres. De hecho, el museo que podemos ver actualmente no es el mismo que el de aquella época: en 2012 se inauguró una reestructuración en la que se crearon algunos espacios nuevos (como un auditorio y una sala de exposiciones) y se colocaron las obras de Henri de forma temática y cronológica en salas reacondicionadas, algunas de ellas con bóvedas ojivales procedentes del antiguo palacio de la Berbie, construido por los obispos de Albi.

Palais de la Berbie
Musée Toulouse-Lautrec

El museo Toulouse-Lautrec contiene la colección más importante del mundo sobre este artista. Más de 1.000 obras, cuadros, litografías, diseños, estudios preparatorios y carteles. Todos conocemos principalmente su faceta de dibujante de los bajos fondos de París, del mundo del cabaret y de los prostíbulos. ¿Pero sabéis que también fue un genio en el arte del retrato? ¿O que pintó escenas ecuestres? En este museo podréis ver todas sus facetas: en sus obras de juventud, Toulouse-Lautrec destinó sus lienzos a pintar caballos en entornos naturales o en posturas militares, como Chéval blanc (1881) o Amazone suivie de son groom (1880). También retrató a su familia, sobre todo a su madre, a conocidos y a amigos, a actores y actrices, como Comtesse Adèle de Toulouse-Lautrec (1881), Desiré Dihau (1890) o La Modiste (1900). Cuando se instaló en París, empezó a pintar sus temas más conocidos. Toulouse-Lautrec quedó entonces intrínsicamente ligado al Montmartre de fin de siglo, a las noches parisinas, a las mujeres voluptuosas. Su trazo se volvió vibrante, intenso y colorido. Buena muestra de ello son también los magníficos 31 carteles publicitarios que diseñó, como La Goulue (1891) o Divan japonaise (1893), sus más conocidos. Entre sus cuadros de colorido vibrante destacan en este museo Au Salon de la rue des moulins (1894), Le docteur Tapié de Céleyran (1894) o L'Anglaise du star au Havre (1899). Obras sobre cartón, litografías y otros diseños forman esta rica colección que gustará a todos los apasionados por el mundo del arte.

Henri de Toulouse-Lautrec
Au Salon de la rue des moulins (1894)

Tampoco podemos olvidar que el museo Toulouse-Lautrec ofrece una pequeña colección de arte moderno y contemporáneo, constituido por obras diversas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. ¡Y son obras de una gran calidad artística! Podemos encontrar L’Église Santa Maria de la Salute, de Francesco Guardi, Intérieur du Palais des Doges à Venise, de Jules-Romain Joyant, y pinturas de Hyacinthe Rigaud, Corot, Gauguin, Émile Bernard, Maurice Denis, Bonnard, Vuillard, Matisse, Raoul Dufy o Degas, todos ellos artistas que inspiraron a Toulouse-Lautrec y que ayudan a comprender mejor, en este recorrido por su museo, su faceta como artista. Para terminar, os dejaré con una selección de sus obras y con su biografía, extraída del siempre útil diccionario de arte de Ian Chilvers. Espero que si alguna vez visitáis Albi, podáis daros un paseo por este museo, porque vale mucho la pena. Sólo hay que tener en cuenta que, dependiendo del mes del año en que vayáis, abre muy pocas horas. Ah, ¡y cierra los martes! ¡Disfrutadlo!


Pintor y artista gráfico francés, uno de los artistas más atrayentes del siglo XIX. Hijo de un noble desmedidamente excéntrico, creció en el amor al deporte, pero como resultado de dos caídas cuando tenía poco más de diez años, se le atrofiaron los huesos de las piernas y se quedó corto de talla para siempre. Varían mucho las referencias a su estatura, pero desde luego no era el enano de la imaginación popular. Medía poco más de 1,50m, pero su gran cabeza le hacía parecer grotescamente desproporcionado. Lautrec siempre llevó su condición con estoicismo, sin mencionarla nunca excepto en broma, y ello no le impidió resultar atractivo para mujeres tan hermosas como Suzanne Valadon. Mostró un talento precoz para el dibujo (su padre y su tío fueron artistas aficionados) y en 1882 se hizo discípulo de Bonnat, y en 1883 de Cormon. A los veintiún años, en 1885, se le asignó una pensión y se instaló en un estudio propio en Montmartre. También empezó a dibujar para periódicos ilustrados. Conoció a Van Gogh en la escuela de Cormon en 1886, y entró en contacto con los pintores impresionistas y postimpresionistas. 

Desde los quince años hasta los veinticuatro, pintó principalmente temas deportivos. Hacia 1888 empezó a recoger escenas de teatros, salas de fiestas (especialmente el Moulin Rouge), cafés y la vida bohemia de París; los circos y los burdeles fueron temas que repitió una y otra vez. Coleccionó aguafuertes de Goya y su pintura experimentó una gran influencia de Degas. En 1888 había conocido a Gauguin y empezó a sentir un entusiasmo constante por las estampas japonesas en color (ukiyo-e). La influencia del modelo rítmico plano y la caligráfica utilización de un fuerte perfilado propios de Gauguin se hizo dominante sobre todo en sus famosos carteles y en las litografías. A pesar de su estilo de vida notoriamente disipado, era un hombre de gran dedicación a su trabajo, y llegaba temprano a su estudio -aún después de una noche de juerga- para supervisar la pintura de sus litografías. Su obra, con sus formas magistralmente audaces y llamativas, constituyó una de las influencias más importantes para la aceptación tanto de la litografía como del cartel como elevadas formas artísticas. El alcoholismo de Lautrec y su vida disoluta (tenía sífilis) le llevaron a una gran crisis en 1899, y las pinturas realizadas en el breve período entre su recuperación y su muerte prematura, a los treinta y seis años, son más sombrías de estilo que su obra anterior.

 Henri de Toulouse-Lautrec 
Le buggy (1880)

 Henri de Toulouse-Lautrec
Le Jeune Routy à Céleyran (1882) y Comtesse Adèle de Toulouse-Lautrec, Malromé Chateau (1883)

Henri de Toulouse-Lautrec
Carteles: La Goulue (1891) y Divan japonaise (1893) 

 Un retrato de Toulouse-Lautrec realizado por Edouard Vuillard (1898) y un fragmento del doctor Tapié de Céleyran pintado por Henri (1894)

 Henri de Toulouse-Lautrec
Fragmentos de Yvette Guilbert salut a public (1894) y Femme qui tire son bas (1894)
       

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William Beckford, Fonthill Abbey y su novela «Vathek»

11/02/2014 Anna 3 Comments


Vathek resonaba en mi mente desde hacía mucho tiempo. Este libro escrito por William Beckford en 1784 está considerado como una de las primeras novelas góticas, junto a El castillo de Otranto, de Horace Walpole, y El monje, de Mathew G. Lewis (ambas son lecturas fascinantes). Como a mí me encantan los clásicos y, sobre todo, las novelas enmarcadas entre finales del siglo XVIII y todo el siglo XIX, Vathek se me presentaba como de lectura imprescindible. Pero lo peculiar de esta novela es que era de estilo oriental, lo que la hacía aún más fascinante. Y no sólo eso... ¡es que su protagonista vendía el alma al diablo! ¿Cómo no sentir atracción por esta novela? Un autor excéntrico que escribe un cuento oriental enmarcado dentro del romanticismo negro. Incluso fue alabada por Jorge Luis Borges. En esta novela corta, su protagonista, Vathek, el noveno califa de la dinastía de los abbasidas, es seducido por el lado oscuro. Giaour, el representante del diablo (Eblis) en la tierra, le conducirá hacia la nigromancia y las artes mágicas para que alcance el palacio de fuego, el infierno, donde le esperan unas riquezas inmensas. Por el camino le esperarán pruebas malditas envueltas de fantasía. Así es Vathek: orgulloso, altivo, amante de los placeres mundanos. No le costará, también con ayuda de su madre Carathis, sucumbir al mal. En su periplo hacia el lugar marcado por los astros, por Giaour y por las fuerzas demoníacas, se encontrará con emires y sus harenes repletos de mujeres voluptuosas, con tormentas sobrenaturales y lugares paradisíacos.

Portada de Vathek en La Biblioteca de Babel: colección de lecturas fantásticas dirigidas por Jorge Luis Borges. Publicado por Ediciones Siruela en 1984
Pero no sólo el argumento de Vathek es interesante. La vida de su autor, William Beckford, también es digna de estudio. En la contraportada de mi edición, nos cuentan que fue uno de los personajes más curiosos del mundo cultural de su época. Sabía latín, griego, italiano, español y portugués, conoció a Voltaire y fue alumno de Mozart. Enamorado de Venecia, su otra gran pasión fue Portugal, donde pasó largas temporadas. Su vida estuvo envuelta de escándalo: se creía un personaje de Las mil y una noches y acostumbraba a viajar con un cortejo parecido al de los emires. En algunas de sus biografías lo describen como viajero, bibliófilo, pervertido y pederasta. Su fortuna la heredó de sus padres, que se habían enriquecido en Jamaica. Con este dinero, consiguió desatar sus fantasías construyendo el castillo más impresionante de su época: Fonthill Abbey. En un libro que tengo en casa, Grandes jardines de Europa, publicado por h.f.ullmann, hay un pequeño artículo sobre William Beckford y Fonthill Abbey que os transcribo a continuación. Hace un buen resumen de la personalidad de Beckford y de cómo era el castillo, por desgracia derruido. Espero que si algún día leéis Vathek, os guste tanto como a mí. Y a los que lo habéis leído, ¿qué os pareció? Seguro que también habréis sentido fascinación por su autor y por el legado que nos dejó.


En la década de 1790, Beckford encargó al arquitecto James Wyatt la construcción de la abadía neogótica de Fonthill, en el condado de Wiltshire, cerca de Salisbury. Se trata de una curiosa combinación de torre medieval, nave típica del gótico pleno, secciones similares a las de un castillo y torres coronadas por almenas: un teatro arquitectónico. ¿Y quién era lord Beckford? Heredó su incalculable fortuna de su familia, que se había enriquecido gracias al comercio de esclavos y a las plantaciones de caña de azúcar de Jamaica. A la edad de cinco años recibió clases de música de Wolfgang Amadeus Mozart y el acuarelista Alexander Cozens le inició en el arte del dibujo. Cuando el joven Beckford celebró su mayoría de edad durante las Navidades de 1781, las salas del castillo rural de su padre, Fonthill Splendens, se llenaron de ilusión: imágenes transparentes y en movimiento iluminadas por luces de colores y acompañadas por el canto de los castrati más famosos de Europa. En aquellos años, Beckford trabajaba en su novela titulada Vathek, un oscuro libro del romanticismo negro que reproduce la temática de Fausto en Oriente y que lord Byron describió como su Biblia. Ese prometedor preludio de una carrera literaria y política quedó súbitamente interrumpido al trascender sus tendencias homosexuales. Una campaña de difamación le obligó a huir del país hacia Portugal. Pero pronto cambió este exilio autoimpuesto por la extraterritorialidad de Fonthill Abbey. Beckford calificó los planes de construcción de diabólicos.


La torre central iba a alzarse hasta los 84 metros de altura y la nave central sería tan larga como la de Westminster. Según palabras del lord, nunca se habían utilizado tantos ladrillos, salvo en Babilonia. Allí podría entregarse a su soledad y melancolía, rodeado por una multitud de sirvientes, un médico de Estrasburgo y un enano suizo llamado Perro cuyo cometido consistía en abrir el portal de roble de diez metros de altura a los escasos huéspedes del lugar. Más tarde, Beckford escribió: No sufro poco con este horrible aburrimiento y la soledad de esta tumba de abadía, pero lo peor es que en ella no se encuentra la tranquilidad que emana de las demás tumbas.

Un muro de tres metros de altura y doce kilómetros de longitud rodeaba la finca y, además del conglomerado de arquitectura, encerraba también un parque fabuloso y oscuro a la vez. Beckford hizo construir un jardín del tipo denominado americano, después de que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se introdujeran y se popularizaran las plantas que toleraban las temperaturas bajo cero, como los rododendros, las magnolias, los cipreses de los pantanos o los tuliperos. En los terrenos situados por debajo de la abadía, hizo construir el lago artificial Bitham. Amplias superficies de césped y largas avenidas arboladas cruzan el terreno, rodeado por árboles autóctonos y ejemplares exóticos. Beckford deseaba un jardín silvestre controlado por los jardineros en el cual los animales, que más allá de ese muro eran acosados despiadadamente por lords ávidos de caza, pudiesen llevar una existencia paradisíaca.

 Joseph Mallord William Turner
Panorámica de Fonthill desde un puente de piedra (1799)

En el año 1799, invitado por Beckford, el joven William Turner pasó tres semanas en Fonthill para realizar dibujos y acuarelas del parque y de la abadía. Seguramente Beckford deseaba ver sus propias visiones concretizadas en el arte de Turner, ya que una de sus descripciones de Fonthill se corresponde exactamente con una de las acuarelas del artista: Los oscuros bosques que rodean la abadía quedaron cubiertos por el brillante colorido del sol poniente y el azul más hermoso del cielo. Y de entre esas floretas se alzaba el castillo de Atlas con todos sus ventanales, relucientes como diamantes. Nada de lo que he visto en mi vida se acerca a esta visión única, ni en la grandeza de su aspecto ni en la magia de los colores. Beckford había recurrido al castillo en los aires del nigromante Atlas de la obra de Ariosto Orlando furioso. En el año 1807 fue abolido el comercio de esclavos y en las colonias de las Indias Occidentales el precio de la caña de azúcar cayó, con lo cual los ingresos de Beckford quedaron reducidos. Ya no podrá financiar la finca, que había sido administrada con todo tipo de lujos, por lo que en 1822 la abadía tuvo que ser subastada en Christie's de Londres por la suma de 330.000 libras. El comentario de Beckford fue el siguiente: ¡Me he librado de la tumba sagrada! Cuando años más tarde la gran torre de la abadía se derrumbó, se expresó con un distanciamiento similar. Lamentó no haber podido estar presente.
  

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