Podría soltar una buena perorata de la responsabilidad que implica coleccionar originales de cómic, la obligación de conservar y proteger la obra y/o restaurarla sin intervenir en ella, manteniendo su estado lo más cercano al original. Pero probablemente no sea la persona más adecuada. Ni para hablar de ello ni para dar ejemplo. Eso sí nunca he sobrepasado los límites que algunos otros coleccionistas se han saltado con bastante alegría. Por ejemplo, estos:
En parte, creo que estas tropelías -seguro que hay otro término más técnico y culto- se deben a que los originales de cómic no se consideraban piezas de arte. Al menos esto era así hasta hace bien poco. Los mismos autores no los valoraban -en todos los sentidos de esta expresión; los regalaban, se despreocupan de ellos, no se los exigían de vuelta a las editoriales- y solo hoy, que están alcanzando cifras de muchos ceros y los museos les están abriendo sus puertas, empiezan a ser consideradas piezas de arte. Y, por lo tanto, a tener valor -otra vez en todos los sentidos de esta expresión-. Esto, claro, nos conduce a esa palabra (no) tan fea: especulación. Gracias a la (maldita) especulación estas caprichosas tropelías -sigo sin encontrar otro término, aunque eso sí, he añadido un acertado calificativo- se las pensarán dos veces hoy día sus propietarios, ya que un deterioro en la obra original implica una devaluación de la misma.
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