Y aún así, el amor que buscabas,
Pero ambos nos ocultamos turbados.
Blog de literatura, arte, cine, música y cultura en general.
La Ilusión Interior: Sacrificiales
La muerte y la vida están en poder de la lengua,
y el que la ama comerá de sus frutos.
Hay cegueras escrupulosas -bienaventuradas mareas- que permiten, solapadamente o no, increíble y pesadillescamente, el acceso a territorios de contraluces extremos donde emerge la Poiésis. Es una zona de llegada, pero también de principios. René Char, que la conoció bebiendo feroz de su manantial, la llamó lo imposible fascinante: vale decir, el más alto grado de lo comprehensible.
Desde Platón con su caverna mítica y Plotino con su asediante Ojo Interior, tan cercano a las indagaciones de Hermes Trimesgistos, hasta Shakespeare con la mirada con que miran los ciegos o -más acá en el tiempo- las sumersiones posesas de un Rimbaud o de un Apollinaire, el intento provoca una escisión de fuego en mitad del desierto. ¿No fue acaso Nietzsche, a su vez, el que recomendaba pararse en mitad del desierto y celebrar una gran fiesta?
Jorge Castillo Fan, declarador de vértigos, anunciador de crueles separaciones en la descripción de un mundo en duelo, provoca con su Lámpara de Fiebre que esta diáspora sea un medio de llegar a descubrir-revelar zonas vedadas a plena luz del día:
La dimensión de esta herida es dos distancias:
derrumbe de los cuerpos almas que se apagan
Un llanto clandestino como en los eclipses.
No resulta imposible encontrar en esta vía de conocimiento los intersticios por los cuales la palabra accede al cuerpo de la sed para instigarlo y, por qué no también, principiar una devastación. Porque en Lámpara de Fiebre toda palabra se asume cuerpo y temblor, fuego y dispersión: En todas las hogueras de tu sueño / sólo labios en cenizas. Es que el autor abraza, desde el comienzo, la búsqueda de esta vía con una terca convicción tan cercana a las pesadillas, ese tigre del género, según nos recordara Borges. Escribe:
Una palabra
(...)
Una palabra
Un puente que se enciende para siempre
Un solo soplo de alma
y todo bajo el cielo estará dicho.
Este sendero hacia la -permítanme definirla como- Poiésis del fuego lustral, prologa dos tentativas: la fiebre y el amor, indisolubles emblemas omnipresentes de una orgía órfica. Los cuatro el Un saludo cordial.
ementos -caros a los asombrados e inactuales presocráticos- tampoco serán ajenos a esta alquimia de una no menos inactual construcción dialógica: ...En fin : el fósforo y la puerta / el tránsito y la senda / en que retorno a mí / En que regreso a ti / por todo el curso de tu ausencia. Síntesis de tierra, de fuego, de aire y de agua, así las ha bautizado Castillo Fan.
A lo largo de toda esta Lámpara de Fiebre la vindicación del sueño -sea a través de las intensidades del amor: ...y en el cielo un relámpago de sed / que clama ¡amor! ¡amor! ¡amor! (y nada)., o por medio del silencio : Hasta que el silencio (voz en hielo) derrítase en canciones por tu cuerpo / tendrá por lecho mi fiebre estos papeles / mi noche por cielo estas palabras...- teje nuevas resignificaciones y desafíos al lector. Tampoco resulta azaroso el acápite, único del libro, del recordado Pedro Salinas: Por ti he sabido yo cómo era el rostro de un sueño: sólo ojos.
Éstos son los ojos caníbales que engendran el escenario de espejos cóncavos de la poesía. Ver para fundar. Ver para describir el mundo. Ver para deformar esa descripción del mundo. Ver para difuminarlo. Ver lo que ha de soñarse entre las madrigueras y los aserraderos de las borrosas sombras encadenadas de esta caverna platónica. La aparente simplicidad del ¿Eres o soñaba? de este texto, reafirma el pánico del desdoblamiento.
Un libro refracta una genealogía de ideas y de emociones, una ebriedad y un vacío, dibuja el plano de una comarca hecha de precisas palabras, que son también -y por fortuna- incesantes. Siguiendo la tradición de Albert Béguin, en esta Lámpara de Fiebre se unen la ensoñación irracional con el desamparo del Yo:
que nunca renunció a tu nombre
Las hélices del pecho
en su canción de lirio y aguacero
El prístino escudo de la espera
Dos manos como un ala etérea
o sed perfecta de aire fuego tierra o agua :
una lámpara de fiebre.
Así llegamos a aquel punto de éxtasis que tanto obsesionara a Georges Bataille.* En Lámpara de Fiebre, ese punto abre puertas de irisamiento y desnudez crecientes. Revela los nudos de la ilusión verbal que tatúan lo nombrado. Nombra con valentía los ritos sacrificiales de la desesperante condición humana.
* Cf. L´Alleluiah. He querido y encontrado el éxtasis. Llamo a mi destino el desierto y no temo imponer ese misterio árido. Ese desierto al que he accedido, lo deseo accesible para otros, a los que sin duda falta, nos advierte Bataille en este libro.
Manuel Lozano nació en Córdoba, Argentina. Es escritor (poeta, narrador, crítico literario y ensayista). Ha cursado estudios de literatura y lingüística en Europa. Es “Master en Historia de la Cultura Argentina” En abril de 2003, recibió el "Premio a la Excelencia Educativa 2004", conjuntamente con los títulos de "Doctorado Honoris Causa en Educación", "Magister en Gestión Educativa", "Miembro Activo del Consejo Iberoamericano", como así también el de "Honorable Educador Iberoamericano", distinciones otorgadas a su trayectoria por el "Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa", con sede en Lima.
Es autor de quince libros (que van del relato fantástico y cuasi-fantástico al ensayo y la poesía), entre ellos: “Libro de Amenemope” (Bs. As., Torres Agüero Editor, 1987), “La Línea y el Círculo” (Bs. As., Ediciones Corregidor, 1988), “Tratado sobre la Rotación de los Encantos” (Barcelona, Libros de la Isla Iluminada, 1992), “Las Caníbales”, “Jam Sessiom”, “El Enigma Silvina Ocampo” (en edición), “Bizancio bajo las aguas” (en edición, Ed. Sudamericana, Bs. As.), “Todas las noches me traías gardenias” (autobiografía ficcional de Billie Holiday), entre otros.
Ha realizado crítica literaria y colaborado con los diarios “La Prensa” (Bs. As.), “La Razón” (Bs. As.), “El Tribuno” (Salta), “Puntal” (Río Cuarto, Córdoba), “La Arena” (Santa Rosa, La Pampa), “La Voz de San Justo” (San Francisco-Córdoba), “La Reforma” (Gral. Pico, La Pampa), “El Universal” (Colombia), entre otros, como así también en publicaciones especializadas como “Cuadernos de la Generación del ´27” (Málaga, España), Revista “Proa” (Bs. As.), “Ser en la Cultura” (Bs. As.), “American Notes and Queeries” (U.S.A.), “Belvedere” (Francia), entre otras.
Recibió 54 premios nacionales e internacionales.
Signos de luces y sombras: territorio prohibido para los límites
¿Alguna vez han escuchado el grito lastimero que emiten las palabras al contacto con el fuego? ¿Han sentido que lo real se puede convertir en la suma de sueños postergados? Responder a estas preguntas es oficio de poetas que bordean los abismos, que se aferran a las palabras para no caer o para no sentir la caída inadvertida. Sentir la ebullición de los sueños más allá de la vigilia es acceder al reino de lo surreal: es penetrar en las comarcas de Jorge Castillo Fan.
Su poemario Lámpara de Fiebre se constituye en un avasallante fulgor de signos que sugieren, a un primer nivel, una cascada de imágenes que transitan entre la frágil contemplación de lo real y la marejada onírica. Mantiene una profunda autorreferencialidad con el lenguaje, el mismo que -por su propia dinámica- se torna en medio y objeto, al mismo tiempo. En un nivel más profundo -revelación de los elementos que motivan y generan los significados subconscientes- encontramos una serie de oposiciones sígnicas que trataremos de explicar por su gran referencialidad.
Para comprender el texto completo partimos de una semiología evidente que atraviesa el poema y que se traduce en dos términos que subrayo: FUEGO y SUEÑO. Veremos que FUEGO se refiere, en su connotación clasemática, a la corporalidad, temporalidad y límite; mientras que SUEÑO referirá una serie de categorías como fugacidad, evasión, intemporalidad. A esto se unen otros elementos como alma, lluvia, ojos, cuerpo, alas, viento, etc, y que -como bien explica la escritora Pilar García Huerta-“…éstos se comunican entre sí porque en todos ellos coexiste lo hallado y lo perdido simultáneamente”. Los poemas están atravesados por imágenes y conceptos que se entrechocan como si fueran tierra y cielo, referente y conciencia: luminarias de un todo que no cesa.
A partir de la corporalidad, que es parte del FUEGO, el Yo lírico empieza su danza metafísica de búsqueda y desvelo: porque lo real es horrendo como fábula, como diría Juan Ojeda. Las primeras luces son ofrecidas por los versos que irán asimilando la dialéctica y ebullición de lo irracional: “deliro / luego existo.”; es el primer concepto anticartesiano que extiende su nube de opacidad. A partir de este instante el discurso es una continua serie de oposiciones entre el FUEGO que anuncia la corporalidad y el SUEÑO (delirio) que refiere la evasión. Muchas palabras y frases sintagmáticas están refiriendo de una manera tenaz a este perpetuo acto calcinatorio: “flor de fiebre”, “alas que crepitan”, “crepitar que se ala”, “lámparas de insomnio”, etc. Por otro lado, el SUEÑO, cuya significancia a nivel profundo nos refiere la idea de lo eterno o intemporalidad, se opone a la noción del FUEGO (corporalidad).
¿Cómo se explica esta noción opositiva y qué relación existe entre las palabras que designan un mundo des-realizado y el Yo lírico? Creemos que el Yo lírico se regodea en una subjetividad que elimina toda referencia a lo externo, tomado éste en su función pragmática. El lenguaje está absolutamente despragmatizado y tiene una autorreferencialidad que celebra su propia búsqueda etérea y surreal del infinito. Las imágenes siguen un orden ascendente y descendente sugiriendo una dialéctica u osmosis ininterrumpida: elipsis de un vértigo que sólo corresponde a la órbita de lo no vivido y lo imposible. Entre la corporalidad -que será el signo del fuego que calcina los últimos escombros (temporalidad)- y el sueño (signo subyacente de la intemporalidad) hay un puente que comunica las pulsaciones en un festín de luces y sombras. Dice:
Una palabra
una sola palabra
que aflore del fuego más perfecto
de los cuerpos sellados por el viento
(…)
Una palabra
un puente que se enciende para siempre
un solo soplo de alma
y todo bajo el cielo estará dicho.
Por eso, el sentido del infinito y de la claridad no se hallan en esta aparente realidad sino en los extramuros, en la otredad donde la lejanía se contempla con ojos acaecidos: “el mar nos presta su lengua”, dice el Yo lírico al reconocer que el silencio es la tortura omnipresente. A través del signo agónico que está celebrando su ardor y su fiebre, el cuerpo se transmuta en una cadena de vibraciones hacia la fugacidad, y la proyección de una tentativa de muerte se desvanece. La evasión se engendra en ese margen donde el Yo lírico bordea el lenguaje, pero tiene la ligera conciencia de que su asimilación total es inasible. Estas recurrencias se observan claramente cuando expresa:
fuego de canto: el alma
canto de fuego: el alma
Su reconversión dialéctica es:
alma del canto: el fuego
canto del alma: el fuego
Este último poema es esencial y se constituye para nosotros en el eje del entendimiento del libro. Estas oposiciones no son gratuitas, al margen de su relación con lo cognitivo. Es idea antes que emotividad. El poemario para esto se carga de una serie de frases cuyos lexemas principales refieren atingencias concretas o abstracciones ideales. Por ejemplo “Y esa palabra / fósforo de tiempo…” es una metáfora que se puede entender como destrucción del tiempo. De igual forma, ejemplos que sustentan esa comunicabilidad entre estas oposiciones son las siguientes figuras:
“la lanza de tu ausencia”, “flor de ensueño”, “jardín de los encuentros”.
El poemario está saturado de este tipo de enunciados que concurren a crear esa sensación de luz y sombra, de vértigo continuo que no muere. Las palabras lámpara, flor, jardín (referentes del lado de la corporalidad y materialidad) son parte de la calcinación que también involucra al cuerpo, mientras que sus adjetivaciones a través de enlaces como ausencia, ensueño, encuentros, están comunicándose con el margen de la intemporalidad: allí la conexión subconsciente con el territorio de lo emotivo.
¿Sólo las palabras son los componentes emulsionadores de una suerte de esperanza y de puente salvable entre ese fulgor-muerte y la otredad que es sueño-evasión? En un primer momento todo concurre a acelerar este proceso; sin embargo, luego hallaremos que al final del poemario -cuando el Yo lírico siente que su recorrido hacia el abismo y la fogata es ineluctable- surge la luz transfigurada de un amor que destruye los márgenes, edifica una nueva ventana:
Más allá del latido y la palabra
tu amor que danza en fuego
y deshace las aspas de la muerte
Más allá de tu fiebre y mi delirio
tu amor que alumbra el agua sin final…
Esta es una referencia intensa, pero no revela un suficiente fulgor para la definición total. Siempre el FUEGO y la fiebre serán una constante celebración que reconoce la fugacidad como ajena a la experimentación feliz: la soledad y el desierto de la sombra y la luz se mezclan con ella: simbiosis de muerte y vida, donde sólo la palabra es el dios fueguino del mundo borgiano.
La palabra aúlla lastimeramente en su caminar viviente a la perfección.
Ítalo Morales
ÍTALO MORALES (Chimbote 1974). Es Licenciado en Educación por la Universidad Nacional del Santa. Ha obtenido varias distinciones en narrativa, como el Primer Puesto en el Concurso de Narrativa Regional Nuevo Chimbote (1998), una Mención Honrosa en el Concurso de Narrativa Lundero (1999) y la II Feria del Libro de Trujillo (2005). Es autor de Días de suerte (1999), Memorias de pagano (2001), El aullar de las hormigas (2003), Camino a los extramuros (2005) y Destierro de Abel (2008).
Y es precisamente en esta dimensión -lúdica, libertaria y onírica- que Juddy Lane asume la figura del Arlequín en esta novela y nos presenta una historia en donde los límites entre la realidad y la fantasía se muestran brumosos y difíciles de distinguir. La protagonista, una joven extraviada y confundida, llega a un mundo en donde se encuentra con un personaje encantador que cambiará su visión del mundo y la existencia. Una historia que nos atrapa desde el inicio y que conduce al lector hasta la página final sin ningún respiro.
En el blog de la autora, podemos encontrar más información sobre la novela y escuchar algunos temas del disco en mención:
Hijos de Cortázar, Ribeyro, Lispector, Levrero, Aira, Bolaño, Bellatin, Pauls, Rey Rosa, Vila-Matas... Nacidos entre 1974 y 1987, los veinticinco narradores de este muestrario iberoamericano –modernos para algunos, posmodernos para otros– se inscriben en la literatura de nuestros países a través de una crisis ideológica que amplía sus decisiones estéticas. A diferencia de otros momentos, los narradores más recientes no se ven obligados a manifestarse solamente mediante el discurso de el escritor comprometido en pie de lucha. El compromiso en ellos existe, sí, con el arte y las letras, pero no así los encasillamientos que confinan la producción literaria iberoamericana tan solo a la crítica social y al costumbrismo, como tampoco a la familia Buendía ni al realismo sucio. Lo ecléctico, en cambio, parece ser la norma en nuestros tiempos.
Los autores más recientes, atendiendo a las vanguardias históricas, al Boom y Post-Boom y los McOndos y Kronens, así como a la baja y alta cultura en todas las disciplinas, utilizan un sampling que los libera de la carga impuesta a sus antecesores para crear un panorama más diverso, dejando atrás el estereotipo del país bananero, el dictador monolítico y la miseria que se resuelve con magia. Iberoamérica se transforma en la casa de lo heterogéneo, y los autores de hoy, cada uno desde sus fijaciones y dilemas, nos muestran más de una cara en un mundo que algunos llaman el mundo del afterpop.
Samuel Solleiro (España, 1982) - Rodrigo Fuentes (Guatemala, 1984) - Solange Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976) - Juan Sebastián Cárdenas (Colombia, 1978) - Mónica Belevan (Perú, 1982) - Juan Ramírez Biedermann (Paraguay, 1976) - Jorge Enrique Lage (Cuba, 1979) - Fernanda Trías (Uruguay, 1976) - Miguel Antonio Chávez (Ecuador, 1979) - Rodrigo Hasbún (Bolivia, 1981) - Federico Falco (Argentina, 1977) - Mayra Luna (México, 1974) - Diego Trelles Paz (Perú, 1977) - Lara Moreno (España, 1978) - Rodrigo Blanco Calderón (Venezuela, 1981) - Katya Adaui Sicheri (Perú, 1977) - Diego Zúñiga Henríquez (Chile, 1987) - Leonardo Cabrera (Uruguay, 1978) - Elvira Navarro (España, 1978) - Maximiliano Matayoshi (Argentina, 1979) - Gabriel Rimachi Sialer (Perú, 1974) - Mauricio Salvador (México, 1979) - Claudia Apablaza (Chile, 1978) - Samanta Schweblin (Argentina, 1978) - Michel Encinosa Fú (Cuba, 1974)
ENTREVISTA SOBRE ASAMBLEA PORTATIL
Vargas Llosa recurre a una imagen muy limeña, pero no exclusiva de la capital; es algo que todos vemos a diario ––sobre todo cuando el avión está a punto de partir o aterrizar y el mar de hogares inacabados y edificios amorfos se apodera del panorama––, una postal que se extiende de Piura hasta Tacna, algo que todos podemos apreciar si nos damos una vuelta por cualquier rincón de Arequipa: “En ninguna ciudad del mundo como en Lima hay tantas construcciones empezadas y que luego son abandonadas. Para mí eso es un poco el reflejo de la sensibilidad nacional. Después del esfuerzo inicial surge la inhibición, que es una falta de convicción que paraliza. Entonces, el Perú está lleno de peruanos que iban a ser escritores, y no fueron. Peruanos que iban ser pintores, y no fueron. Peruanos que iban a ser músicos, y no fueron. Peruanos que iban a ser extraordinarios abogados, y no fueron. ¿Por qué? Porque en el camino, como se inhibieron, perdieron el impulso, perdieron el entusiasmo. Los esfuerzos se congelan. Es una sensación que a mí me desmoraliza y me entristece muchísimo”.
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Sabía que era una mala idea. Es verdad que la culpa no fue totalmente mía. Harry, el sucio, también estaba conciente de que era una muy mala idea. Estoy seguro, mi querido Harry (que no te bañas, porque, según tú, una persona limpia no necesita bañarse a menudo), estoy seguro que tú sabías que era una idea fatal y que las consecuencias serían funestas. Pero no, no te puedo culpar del todo. Si tuviéramos que hallar a algún culpable tendríamos que mencionar, además, a los que nos reuníamos los viernes por la noche: El Perro, Gustrago, y Mike, el Chico Viernes. De todos, el Chico Viernes tiene gran parte de la culpa. Eso de llegar todos los viernes con una botella de ron y un poco de marihuana, a lo largo traería lamentables consecuencias para alguno de nosotros.
La rutina era la misma. Primero acondicionar el cuarto y colocar todo tipo de imágenes sugerentes y alucinantes en las cuatro paredes de la habitación. Luego instalar el equipo de sonido y seleccionar la música que íbamos a escuchar. Solo grupos que pudieran desconectarnos de la realidad: C.C.Revival, Doors, Gran Funk, Joy Division y Nirvana. Nada de jazz ni de música clásica, el despegue podría ser nocivo. Sabíamos casos de brothers que se pegaron con Miles Davis o Charly Parker, o con Chopin o Mahler, y que cuando quisieron retornar a la realidad jamás lo lograron. Por el bien de todos, ni jazz ni música clásica. Una vez acondicionada la habitación y la música, Gustrago, mismo alquimista, preparaba una cuba libre extra-power: Full ron y un poco de Coca-Cola para darle color. Acto seguido, el Perro preparaba unas tremendas bazucas de yerba que pudieran satisfacer las exigencias de los fumarolas reunidos.
-Ahora sí, muchachos, ajústense los cinturones -anunciaba el Perro. Era el más angurriento de todos nosotros y según tú, Perrito, fumabas de acuerdo a tus necesidades. Pero a mí no me engañas, Perro, eras el más angurriento de todos y el que daba el play de honor al supertroncho que habías preparado.
Lo demás venía por cuenta propia y cada quién se daba su propio vacilón. Todos queríamos evadirnos de nuestra asfixiante realidad, pensar que la vida podía ser soportable en este mundo de mierda. Así eran nuestras vidas y si teníamos que drogarnos para poder seguir adelante, lo hacíamos. Pero aquel viernes fue memorable: El Perro se alucinó Dave Grohl, el baterista de Nirvana e incluso se dio el lujo de prestarle sus baquetas a Gustrago para acompañar la voz de Cobain:
Come as you are,
as you were,
as I want you to be,
as a friend,
as a friend,
as an old enemy.
Si hubiera estado Alex, hubiese alucinado que estaba en una trinchera de la guerrilla, luchando por la revolución y hubiera rampado desde el cuarto hasta la cocina gritando consignas contra el gobierno y a favor de la lucha armada como lo hizo alguna vez en uno de los cuartos de la residencia universitaria ante la risa de todos los estudiantes. Hubiera sido divertido ver a Alex arrastrándose por el suelo como una lagartija. Así no, mi querido guerrillero, así no es, con la yerba jamás hubieras llegado a hacer la revolución.
Mike, el Chico Viernes, después de un esfuerzo de alucine, logró meterse en un afiche de U2 que estaba colgado en la pared.
-Oye, Salvador, ¿logras verme?
-Puta, brother, no te veo.
-Huevón, estoy detrás del árbol, por eso no me ves.
Todos estábamos en un bacilón bien bacán. Pero tú, Harry, no despegabas. Solito te cagabas de risa en un rincón del cuarto, oliéndote las axilas de vez en cuando. Hasta que no sé cómo se te ocurrió la idea de poner a Mozart en el equipo.
-No lo pongas, Harry.
-Sólo un toque.
- No, Harry, no.
- Un ratito.
-Bueno, sólo un ratito y nada más, ah.
Der Vogelfänger bin ich ja,
Stets lustig, haissa, hopsassa !
Ich vogelfänger bin bekannt
Bei alt und jung im ganzen Land.
Un toque nada más, huevón. Sabías que no iba a ser un toque. Jamás consentiría escuchar a Mozart un toque. Era todo o nada, porque escuchar a Mozart en estado normal era una verdadera transfiguración. Entrar en un estado de misticismo en el que cada nota musical hacía brotar un universo en tu mente y permitía que tu espíritu se elevara de este mundo terrenal. Ahora, escuchar a Mozart stone, es decir, totalmente alucinado, era entrar en un estado de gracia y beatitud. Sentir que tu cuerpo se va evaporando para dar paso al imperio del espíritu en donde cada molécula, cada átomo y cada electrón estan en armonía con el universo, llegar a las puertas del paraíso y contemplar la evolución de las cosas más bellas del planeta, como por ejemplo, observar el proceso en el cual una rosa se abre al amanecer. Eso era escuchar a Mozart stone: sentirse el dios de tu propio universo.
Poco a poco, empecé a alucinar cosas indescriptibles para el lenguaje humano. Aluciné a la luna haciendo el amor con un camello en pleno desierto. Aluciné, también, a la señora de la pensión como la vaca Gertrudis y a sus hijos como los tres cerditos, aunque en este caso no hice demasiado esfuerzo, dado que la vieja y sus hijos bien podrían pertenecer a la escala zoológica. Lo mejor..., perdón, lo peor, vino después. En un momento dado, empecé a alucinar que era una pluma de pavo real flotando en la habitación, una pluma ligera y tornasolada viajando por todo el cuarto. Rozaba muy suave el cuerpo de los muchachos y nadie se daba cuenta. De pronto, alguien me alcanzaba con una de sus bocanadas de humo e iba a parar al otro extremo de la habitación, que por cierto estaba muy cargada de olor a marihuana. Despacio, muy despacio, fui acercándome a la ventana. Afuera, recorría un viento invernal que traía el olor de la brisa marina. No sería mala idea darse una vueltita por allí para cambiar de atmósfera. Cruce lentamente la ventana sin hacer el menor ruido para no perturbar a nadie en su alucine y justo, cuando ya empezaba a sentirme bien con la nueva atmósfera, Mozart dejó de sonar. ¡Puta Madre! Era demasiado tarde para retroceder, la ventana de la habitación estaba lejos y los tres pisos hacia abajo eran la única e irrenunciable opción.