Había una vez un niño que se llamaba Miguel. Era muy bueno y
educado. Estudiaba 5º de Primaria y tenía muchas ganas de aprender cosas
nuevas, igual que el resto de la clase.
Sus compañeros y él tenían mucha ilusión por ir de excursión
y si era a la montaña, mucho más. Entre ellos comentaban:
-Javier, ¿crees que este año iremos a la montaña?
-No creo, está muy lejos de aquí.
-¡Sería divertidísimo!
Pasó el tiempo y perdieron las esperanzas, pensaron que
podría ser el próximo curso. Un día la profesora vino con una sorpresa.
-Hola, chicos, tengo algo que contaros.
-No, otro examen, ¡no!
-Es una gran noticia. Hemos conseguido organizar un viaje a
la montaña.
-¡Bravo! ¡Bien! ¡Magnífico!
Todos estaban impacientes de que llegara el día. Contaban
los días hasta que por fin llegó. El autobús estaba esperando a la puerta. Los
niños emocionados subieron con sus mochilas y el viaje empezó.
Cuando llegaron al bosque el autobús no pudo seguir y
tuvieron que continuar andando.
Fue una experiencia divertidísima. Atravesar el bosque les
encantó. Descubrieron animales que no conocían, jugaron al escondite entre
árboles, trepaban con las ardillas… y cuando se cansaban reponían fuerzas con
sus apetitosos bocadillos.
Atravesar el río fue una aventura alucinante. No había
puente, y saltar como ranas les hizo reír a carcajada.
Cuando menos se lo esperaban la profesora gritó:
-¡Niños, hemos llegado! Aquella casa rural será nuestra casa
durante una semana.
Tuvieron que esforzarse para llegar hasta allí, pero mereció
la pena. Fueron unos días inolvidables y hasta consiguieron llegar a la cima de
la montaña más alta.
A la vuelta fueron la envidia de todo el colegio.
David de Domingo
5º A