Por Francisco Ortí.- Romario era un futbolista de dibujos animados, el Santiago Bernabéu infundía un miedo escénico a sus visitantes, Ronaldo era en sí mismo una manada descontrolada que atacaba con fuerza el marco rival. Las tres comparaciones se las debemos al versátil Jorge Valdano –futbolista, entrenador, periodista, profesor y no sé cuantas cosas más- que acertó de pleno al describir como "efecto manada" las sensaciones que provocaba Ronaldo en los adversarios.
Como muchos otros brasileños el fútbol de Ronaldo se crió en las Favelas, y como muchos otros delanteros eligió el PSV Eindohven para hacer escala con destino a un grande de Europa. En Barcelona aterrizó un joven de sonrisa tímida y desproporcionada, que no tardó mucho en ganarse el corazón de una afición de paladar exquisito como la azulgrana. Su elástica en la Supercopa de España ante el Atlético de Madrid fue la primera obra de arte de un jugador que a final de ese año se habría en la imagen mundial del fútbol.
Conocido inicialmente como Ronaldinho, pronto pasó a rebautizarse como Ronaldo, su peso –tanto futbolístico como, posteriormente, físico- le impedía continuar adjuntando un diminutivo a su nombre, podría decir adiós al fútbol, a causa de una grave lesión de rodilla, sin haber superado su gran asignatura pendiente: la Copa de Europa.
Los dos Ronaldos
Para hablar de la carrera de Ronaldo habría que separarla en dos partes bien diferenciadas por una frontera de incontables puntos que atraviesa su rodilla derecha. Hay dos Ronaldos, el anterior a sus dos graves lesiones de rodilla y sus sucesivas operaciones, y el posterior.
Si tuviera que elegir uno de los dos me quedaría con el primero (cómo me quedaría con el Maradona del Nápoles, el Zidane de la Juventus o el Adriano de su segundo año en el Inter. Cuestión de gustos, supongo). Me quedaría con el Ronaldo que se pudo disfrutar durante su único año en el Barcelona.
Era un Ronaldo poco participativo –eso nunca ha cambiado- pero con una velocidad endiablada y una fuerza inhumana. Rasgos a los que había que sumarle una definición letal. Los defensas temblaban cuando el delantero con físico de velocista les encaraba. Frenarlo era cuestión de soltar una patada a tiempo y rezar para que no te la partiera.
Dejó jugadas para el recuerdo. Ante el Valencia el iletrado futbolista puso en duda las arduas investigaciones sobre el espacio-tiempo y se coló por un resquicio inexistente entre dos defensas ché que jamás que aguantaron con incredulidad la bronca del sargento Ranieri por no haber levantado más violentamente la pierna.
Por supuesto, no se puede dejar pasar la ópera prima de Ronaldo: el gol al Santiago de Compostela en San Lázaro. Este tanto, que merece la categoría de obra de arte, tomó como modelo el gol de Maradona a Inglaterra pero dejando atrás la sutilidad del Diego para aderezarlo con un instinto animal incontrolable. Esa noche en San Lázaro, Ronaldo terminó de convertirse en el dios del fútbol del momento.
Luego está el otro Ronaldo. El que regresó de la muerte futbolística tras superar dos graves lesiones. Era un Ronaldo muy distinto. Su sprint continua siendo endiablado, pero de menos recorrido. El área se convirtió en su hábitat natural, donde podía explotar al máximo su letal definición.
Esta segunda versión de Ronaldo comenzó a dar sus pasos en el Mundial del 2002 donde volvió a ser el jugador decisivo y mediático de su primera época, aunque el pelo que lucía –más vale olvidarlo- no le ayudaba demasiado. Abandonó el Inter por la puerta de atrás, sin haber levantado el Scudetto, para pasar a enfundarse la galáctica camiseta del Real Madrid de Florentino Pérez.
En el Santiago Bernabéu vivió su etapa más fructífera como profesional, en lo que a títulos se refiere. Tampoco tardó en ganarse al teatro blanco y marcó su primer gol a los pocos minutos de debutar. Sin embargo, vivió una relación de amor odio con la afición merengue, que le señalaba por su exceso de peso y sus sonadas celebraciones de cumpleaños.
Pasados los años y con varios títulos a las espaldas, la Copa de Europa continuaba brillando por su ausencia en la sala de trofeos particular de Ronaldo. Por eso mismo, tomó de nuevo un vuelo Madrid-Milán, pero esta vez para vestir de rossonero a las órdenes de Carlo Ancelotti y su corte de veteranos hambrientos de títulos.
El Milan sí ganó la Copa de Europa esa temporada, pero Ronaldo lo tuvo que ver desde la grada, puesto que ya había disputado minutos en esa competición con el Real Madrid. En San Siro también comenzó con buen pie e incluso estuvo a punto de repetir la jugada de Compostela –milagro cortesía del Milan Lab-.
Ronaldo estaba recuperando su mejor tono físico y afrontaba la presente temporada con ilusión, pero varios problemas musculares le impidieron arrancar y finalmente llegó la fatídica lesión de rodilla. Los mejores pronósticos prevén nueve meses de baja. Ronaldo vuelve a mirar de frente a la muerte deportiva. ¿Conseguirá burlarla de nuevo?
Foto: Goal.com