La historia que voy a contar sucedió, me sorprendió y además vino a dar un vuelco de 360º a mi vida, en Marzo de 2004. Momento en que cursaba el ingreso a la Facultad en la ciudad de Córdoba, con 17 enlanubedepedos años de edad.
Si bien esa inexplicable llama fulgurante que uno tiene al terminar la secundaria se iba apagando, todavía me quedaba resto como para suscribir a cualquier proyecto con una efusividad de la que, en este último año de penurias propias de los vaivenes que pasaré a relatar, carezco por completo.
Es que el inevitable paso del tiempo va apaciguando ansiedades y herejías tan gradualmente que su efecto es casi imperceptible, razón por la cual, nos vamos olvidando cosas que no nos modifican y tampoco importan un carajo, pero recordando certeramente otras que nos marcan cual vaca que va al matadero, de por vida.
La memoria apenas si me puede convencer de que, quien suscribe, es la misma que años atrás no daba dos mangos con cincuenta ni por ella misma.
De manera que el significado, o mejor dicho, la interpretación que se de a los eventos va cambiando conforme las pibas se transforman en mujeres, los amigos en hermanos, los hermanos en mejores amigos, los novios en ex novios, los ex novios en desconocidos, los desconocidos en Papanoeles y Reyes Magos y los Papanoeles y Reyes Magos son los padres que, por si fuera poco, son TODO lo que tenemos… hasta que aprendemos a manejar.
Así las cosas, queda advertida, amable platea, sobre la dudosa veracidad y buen gusto de los hechos aquí narrados.
Pues bien, sucedió que por alguna extraña razón había rendido las cuatro materias propuestas como requisito de Facultad con excepcionales notas, como no podía ser de otra manera para sostener el prontuario de traga que llevaba a cuestas desde que nací, prácticamente. Lo cual me catapultaba directamente a un recital de Alejandro Sanz -LO SE. LO SE. NO LO DIGAN. YA SE ME PASÓ- en el mes de Marzo de 2004, promesa de mi padre que, por supuesto, como Señor que es, cumpliría a rajatablas su: 'VAMOS A VER A ALEJANDRO SANZ, GORDI'. Así que chocha la tipa, esperando al viernes para volver a Rafaela y encontrarme con mi entrada.
Creo que fue jueves, el día anterior, que me enteré [subrepticia e inesperadamente gracias a un amigo RE COPADO de esos que tienen mucho tiempo libre para desperdiciar conectados al MSN y que, sin ser la excepción de la regla, NO PUEDEN CERRAR EL OJETE NI DE CASUALIDAD que mi viejo, tal vez aprovechando un break de alguna neurona (o creyéndose Highlander, no se) se había accidentado].
Viajar de vuelta esa noche fue, por lejos, una de las situaciones más desesperantes de mi vida, con la sensación de ser una bolsa de rolitos arrojándose a un volcán, convulsión que respondía al desconocido pero esperable escándalo venidero.
Llegué a casa de madrugada y mi vieja, que me esperaba en casa, intentó, con todos los ovarios que encontró disponibles, balbucear un 'tu padre esta internado, en terapia, se reventó la cabeza', intentando inútilmente convencerme de que, después de la hermosísima noticia, duerma, y vaya a la clínica al amanecer, ya que hasta las 18 horas del día siguiente no me dejarían verlo.
No me calentó. Me fui igual, a cagarme de angustia a una sala de espera, como buena tarada que soy. Pero con un pilón de libros y ejercicios que debía resolver para la vuelta a Córdoba.
A la noche del orto había que sumarle la poca concentración que solía tener en esa época, donde cada mosca que volaba era la excusa perfecta para rascarme una teta, o las dos, y había que restarle, además, el hecho de que mi cabeza obviamente estaba haciéndole piquete ocular a la puerta que decía, 'SALA DE CUIDADOS INTENSIVOS, NO INGRESAR SIN AUTORIZACIÓN', mientras las hojas de ejercicios de Física me hacían compañía moral.
El resto de mis allegados, de los que conocían la situación, ni siquiera estaban enterados de lo que en ese momento era para mí, el acontecimiento más de mierda del mundo y todo el sistema solar; aunque decir ésto, claramente no alcanzara para demostrar la incompatibilidad entre sentimientos y calculadoras, pues intentando resolver un cálculo de tirantes, mientras la cabeza me tiraba por dentro, casi me había carcomido por completo.
Después de la segunda hora de espera, poco me interesaba si el sistema reticular del problema 1 se hacía re mierrrrrrda al aplicarle carga. En lugar de integrales e inercia, se me figuraba una fantasmal imagen de una sala de espera, poblada de gentes que no sabia quienes eran pero que parecíamos todos de una tierra remota, o de Thriller, que se yo. Una tarea tan racional y mecánica como resolver un problema de Física se mezcló aterradoramente con lo más irracional de los Físico.
Es que intentar explicar de forma lógica y rigurosa los vericuetos del destino es definitivamente imposible. A los pocos eslabones de una posible cadena de causas y efectos uno llegará inevitablemente a una contradicción. Y sin embargo, falaz y todo, ahí estaba yo más preocupada por los caprichos terrenales que por la estricta matemática que rige las inquebrantables leyes del Universo.
Esbocé entonces un par de muy dudosas hojas -nunca entregadas al profesor- que se acomodaron a modo de piedra fundamental de una inexistente pila de cálculos y números que de un momento a otro yacerían en el basural.
Ya liberada del escollo entre mi 'deber ser' y mi vida, nada ni nadie podía interponerse. Todo se reducía a cerrar los ojos y esperar pacientemente que las horas pasen.
Y pensaba. Me la pasé una semana en esa misma silla incomoda de sala de espera, que yo quería hacer sillas mas cómodas, pero que tendría que ser después, porque ahora no podía. Pensaba que durante mi infancia el universo que yo conocía era más bien acotado. Y me daba cuenta qué, en ese momento, se había hecho inmenso, tanto, que ni siquiera lo podía imaginar.
El día que decidí enfrentar esa puerta de la Sala de Terapia como cuarenta veces en una hora, lo hice dudando más que la heroína que decide entre la gloria y la derrota.
Y aquí es la parte del relato donde debo explicar lo que sentí en ese momento. Pero esa es una tarea para la cual no estoy capacitada en absoluto, así que solo diré que con la tozudez que me caracteriza, desoyendo a todo el panel familiar que indicaba: 'no entres', casi sin darme cuenta y en ese continuo discurrir del tiempo por el sendero donde caben infinidades de potenciales episodios, pasé la puerta, disfrazada de blanco, como el resto de los fantasmas que me rodeaban.
Sé que entre llanto y llanto, en algún momento le agarré la mano y le dije:
- 'Papi, soy yo'.
Y el tipo, que hacía más de una semana no daba señales, me apretó la mano tan fuerte que el aleteo de la mariposa que puede sentirse al otro lado del planeta.
Y a partir de ahí no supe más nada.
Seguí llorando. Lloré tanto de alegría, de tristeza, de esperanza, de fe, de enojo; y así consumí las lágrimas que me venían en el talonario de llantos de toda mi vida.
Por eso ahora me río de todo, porque las lágrimas se me gastaron.
Apenas unos cinco minutos después de mi exclamación sin exclamación: 'ME APRETO LA MANO' los médicos y las enfermeras iban, venían, corrían, entraban y salían, un zapatazo en el orto me condujo directamente a la sala de espera. Otra vez a esperar que sean las 18 de todos y cada uno de los días de mierda que pase ahí adentro, esperando que cada día sea el último.
Entonces lo pasaron a una sala de cuidados intermedios. Y yo miraba mi alrededor y no obteniendo ninguna clase de explicación a lo que estaba pasando, intenté no pensar más en el tema y hacer lo que fuera necesario en el momento.
Hacer, para palear todo mal. Sin importar cómo, dónde, por qué ni para qué. Darle mucho a los que te dieron todo, aun la vida.
Y mientras todo eso pasaba y las entradas al Estadio de Vélez Sarfield dormían en el cajón de mi escritorio, un día me di cuenta que era sábado, y me puse a escuchar el recital de Alejandro Sanz en la radio. En la 100.
En ese clima, por un momento me convencí de que las cosas 'POR ALGO SON'. Aun así, al día de hoy, a veces me parece una justificación tan acotada, carente de sentido, y agarrada de los pelos de la desesperación que la única que te queda es, no pensar.
En esos entretiempos aprovechaba a ir a caminar por el pasillo, para cambiar el aire que no cambiaba, pero era lo mas cerca de respirar que había. Un pasillo. Agradecí a la vida no ser fumadora, ni drogadicta, porque mi hubiera dado un cáncer de pulmón seguido de sobredosis. Contrario a esto, enloquecí con crucigramas, juegos de ingenio y cualquier cosa que mantuviera mi cerebro ocupado para no escuchar como se quejaba este hombre. Se quejaba como si lo estuvieran torturando. Se quejaba todo el día. Menos cuando le hablaba. Así que deje de dormir y le hablaba. No dormía nunca, recuerdo. Recuerdo todos los dolores, el ropero contra el cual me apoyaba, los olores. Lo que no me acuerdo es como subsistía.
Miré esos dos años de clínica y rehabilitación hasta con indiferencia, como si se tratase de cualquier otro menos de mí. Negada. Pero de repente me paré, obedeciendo a un impulso que me tiraba hacia arriba. Es que de alguna manera éste hombre se las arregló para salir de donde estaba. Y empezar de cero, desde la unidad básica del habla, desde aprender a manipular la comida, desde poder atarse los cordones, desde caminar: primero alrededor de una mesa, luego alrededor de un patio, y después alrededor de la manzana de casa, llegando a puntos en que se cagaba de risa de mi con un irónico: '¡DALE GORDA APURATE, MOVE LOS GLUTEOS!' porque iba tan rápido que me dejaba atrás.
Y yo me reía. Me volví a reír Serán ganas, pensaba. Ganas de vivir. Las mismas que ponía yo para estar ahí y no resolviendo problemas de física, ni armando puentes, ni tapándome de enduido, ni mandando a la concha de la madre al boludo de Diseño porque no me pone la nota que me merezco por romperme el ojete en su cátedra mediocre que no me importa un carajo más que para tener mi titulo, ese que quiero desde 2004.
Y acá estoy, luego de haber retomado la vida y con ella, los estudios, a punto de recibirme, corroborando que, por más que la física demuestre con dos formulitas la dilatación del tiempo y encima se jacte de entender los mecanismos que hacen funcionar el Universo… y mientras otros dicen que el tiempo es una magnitud psicológica y ante la menor falta, le echan la culpa al inconsciente, sin remordimiento alguno del consciente, que PUEDE FALLAR.
El tiempo que transcurrió desde Marzo de 2004 y fines de 2006 fue inusitadamente largo.
No todo es cuestión de dividir distancia por velocidad.
Uno más uno siguen siendo dos, pero algunas veces -inexplicable pero afortunadamente- la naturaleza desconoce la lógica y te da tres, o cuatro, o mil.
Tal como me sucedió a mí, y a los cientos de personas que estuvieron presentes esos dos larguísimos años, supongo que uno puede concluir que las más de las veces esto tiene que ver con la fuerza física, pero no de la que se estudia, de la otra. Otras veces, eso no alcanza y lo que distingue a los héroes de los cobardes son precisamente momentos como éstos, inexplicables.
Por más que tuviese en mi montones de cosas atragantadas y como tratando de certificar ante la escribanía celestial la concreción de esa realidad, estaba -y estoy- convencida de que en aquel Marzo de 2004 hubo un fallo en la lógica del DESTINO. Tal vez el demonio subalterno encargado de hacerme explotar los tímpanos con Ale Sanz, se distrajo por un segundo, y le hizo explotar un tímpano a mi viejo, para salvarle la vida.
Y aunque ya hayan pasado varios años, todavía sigo sin comprender cabalmente qué sucedió en realidad. Menos aún por qué. Pero sí para qué. Entre tantos que 'uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras'. Yo las dejo inmortalizadas acá, y este hombre que, como Señor que es, cumpliría a rajatablas su: “VAMOS A VER A ALEJANDRO SANZ, GORDI”, cumplió.
Casi 10 años después, nunca tarde, y aunque ya no me guste Alejandro Sanz, igual vamos, pero lo llevo yo, porque aprendí a manejar.
Feliz Cumple, Papi. Por muchos más.