26 nov 2010

Achetez le !





J’ai viré écrivain par inertie, par laisser-aller et par manque de talent musical.
Syncopes est un livre hybride, mutant, incatalogable.
J’ai écrit ce micro-roman à Paris afin d’expliquer à ma famille pourquoi je ne voulais pas rentrer au Guatemala.
Pour la plupart des guatémaltèques, notre pays est une métaphore de l’extrême, de la violence, du radical ; mais c’est le cas dans le monde entier.
Ce que j’ai essayé de faire, c’est fuir la violence comme simple thématique et faire que le langage se présente comme l’impossibilité même d’échapper à la violence.
Il suffit d’ouvrir un journal guatémaltèque pour voir en première page la réalité imiter de délirants fragments de fantaisie sanguinolente.

La poésie, c’est une subversion contre le réel, contre ce que nous pensons être le réel.











7 nov 2010

Utopía

(Publicado en La Comunidad Inconfesable)

Éste es el poema que me pediste que no te escribiera:
Es verdad que habría sido más fácil
Dejar a la perfección actuando como un espejo
Frente a tu rostro,
Pero ahora lo estoy escribiendo,
Y sólo me queda pedirte que lo olvides
Cuando llegues al punto final,
Es más hermoso lo que no se podrá ver,
A esto algunos le dicen Utopía,
Una palabra altisonante cuando no se sabe usar,
O cuando se aparece como una estrella apagada,
En medio de otros versos que desearían brillar
Como la luz del sueño donde estamos juntos,
Leyendo un poema invisible.

4 ago 2010

Manifiesto de la Literatura Ninja – 9 golpes


1. Desvanecerse en el tiempo – escribir en los intersticios entre presencia y ausencia. Delirar con las manos y disolver el cuerpo frente al Lector.

2. Volar entre los árboles. Hacer danzas etéreas entre los edificios. Que el lenguaje sea el movimiento y la fugacidad.

3. Manifestarse en células, clicas, dispositivos igualmente individuales y colectivos que traspasan fronteras y lenguas. Teletransportarse cada día. Lanzar los textos como estrellas hasta iluminar el cielo del nuevo territorio en su transitoriedad.

4. La literatura es un holograma mental que a veces aterriza en la página. Respetar, honrar a los viejos maestros del arte oral y de la tradición telepática que llega hasta nosotros gracias a sus rituales de siglos. El libro es muerte y es vida, en una inmanencia cíclica.

5. Enfrentar a nuestros adversarios narrando, de forma secreta, el thriller metafísico de su relación con nosotros. Perdonarlos porque no saben lo que hacen. Ser implacables cuando insistan en la injusticia.

6. Poesía es ficción, es autobiografía del Lector.

7. Escribir para alcanzar una posible e imaginaria síntesis entre el pasado y el futuro. Crear en el texto un axis mundi del presente eterno. La poesía es el artefacto explosivo que usamos para destrozar esos muros levantados entre pantalla-pdf-mente-hoja de papel-códice. Aprender a leer petroglifos, ideogramas. Practicar la caligrafía como un ejercicio de combate.

8. Este enunciado es imaginario.

9. Hacer aparecer y desaparecer textos, de acuerdo con la necesidad emocional y cultural del momento. No distinguir entre crónica, sueño, biografía, romance, juego de video. Navegar el hiperespacio capturando las sombras del texto que jamás nos atrevimos a escribir.


Ciudad Maya de Tikal, 2010.

Imagen: http://de.acidcow.com

23 jul 2010

Sobre ESCALERA A NINGUNA PARTE, de Alan Mills

Quiero comentar este libro de Alan Mills, llamado Escalera a ninguna parte. No como análisis literario, no como interpretación sociológica, más bien desde mi circunstancia de leedora. Por ello lo que voy a compartirles son las ideas, recuerdos, imágenes y sentimientos que experimentaba al leerle.
Y es que la obra literaria es quizá la más susceptible de ser expropiada a sus autores. Sólo pertenece a quien le da la vida, en su gestación; es el hijo en el vientre que, cuando nace, tiene a sus apellidos como única referencia a sus orígenes, pero una vez vista la luz ya es del mundo. Y entonces cambia.
Y desde su primera respiración fuera del vientre materno, con cada persona con la que se relaciona adquiere un nuevo significado.
De ahí que con mi lectura, Alan como autor queda desposeído de su obra, pues al llegar a mis manos, como a cualquier par de manos, al llegar a mis ojos, como a cualquier par de ojos, al toparse con mis sentimientos, al escarbar mis recuerdos y al revivir mis experiencias, el contenido de este libro cambia lo que era cuando nació.
Y se convierte inevitablemente en lo que yo quiero, dice lo que yo quiero que diga, se interpreta como yo quiero interpretarle, aunque no lo quisiese su autor. Y desde mi lenguaje, desde mis arquetipos y desde mis miedos, aunque no lo quisiese yo.

Sentimiento primero: la vivencia del tiempo
No me puedo detener, comencé a leer y no encuentro pausa. La busco, busco la puntuación, la coma, como para encontrar en las formas convencionales del lenguaje, el refugio en lo conocido. Pero no encuentro nada de esto, el libro todo es una narración sin una sola pausa.
Después de muchas páginas de lectura sin descanso, siento que las páginas leídas de vertiginosa manera son el mismo escenario de la vida que vivo en este preciso momento, la del sentimiento compartido por la red-mundo: en la velocidad con la que transita el tiempo hoy, quisiera encontrar a diario pequeños descansos para repensar, reflexionar, enmendar, cambiar de rumbo, o tan siquiera respirar. Pero la vida transcurre de prisa y sin pausas.
Siento que Alan le imprime al texto una velocidad que angustia, para contextualizarlo a uno en el espíritu de esta época.

La incertidumbre
Es un cambio total en mi costumbre lectora, un cambio a una forma de lenguaje que no creía posible, un cambio de golpe. Sin transición y sin dar explicaciones.
Es entonces un texto tan incierto como ha resultado que es la realidad, de acuerdo con los nuevos paradigmas de la ciencia; no le da a uno ni una pista, ninguna certeza para imaginar lo que vendrá. Porque no es un texto que esté escrito desde una temporalidad lineal, no hay una historia, con un principio, con un desarrollo y un final.

Lo oculto y lo visible
No puedo prefigurar a los personajes. Parece que el Desflorado es el personaje central, en un lugar llamado Guatepeor. Pero al igual que en Guatemala, en Guatepeor emergen y se ocultan a la vista pública, de manera intermitente, muchos personajes centrales. Como unas doñitas que se juntaban a tomar cafecito: “doña Chupi prima de doña Lucas y de doña Valiente”, las que, según cuenta Alan, cuando les entraba la comezón “se la quitaban rascando a machetazos los cuerpos ajenos”.
Ésta y otras partes de las historias, me regresaban constantemente a mi propia experiencia de la guerra, y a los relatos de masacres, desapariciones y torturas vividas en este país. Y también a los discursos de naturalidad de sus hechores, que la predicaban como un acto de amor por Guatemala.

Multilingüe de pensamiento
Este libro se expresa en muchos idiomas: en el español de Guatemala y el universal, pero también tiene frases que no pueden ser dichas más que en inglés, porque Guatepeor está inserta en la globalización. Es también bilingüe en maya k’iche’ y “castilla”, un idioma parecido al castellano que todo mayahablante domina cuando está aprendiendo el español.
Este bilingüismo de Guatepeor se parece al de Guatemala, porque es bilingüe de pensamientos duales, contradictorios, amarrados pero en lucha interna. O podría ser la dualidad incluyente del pensamiento maya. Esto se siente en la escena adonde me lleva de paseo un domingo, por el parque central, donde se mezclan los consejos de “Kama Sutra popular” con el milenarismo fatalista de los pastores evangélicos y la pasarela de la moda en la tradición de las mujeres indígenas. “K’i tat ¡quitate!”, dice dos frases juntas en dos idiomas, que son contrarias pero que suenan igual: “k’i tat” = “rico señor”, en k’iche’; “quitate”, en español.
Pero la visión más impactante de este bilingüismo de pensamientos contradictorios, es mi capítulo favorito: “RICOSABROSODELICIOSOYEXQUISITO”, escrito en “castilla”, donde Alan relata una historia que transcurre entre el amor y el desprecio, el vínculo sexual y la decepción amorosa de la “shumita de oro” con el “canchón de río”, entre la mujer indígena y el soldado ladino. En esta historia el sexo por amor es derrotado por la violación masiva de la guerra.

Al final: aprender a no llegar a ninguna parte
Si leo el final parece como que comienza, si leo al principio parece como que termina. De verdad parece una escalera, se la puede poner al derecho o al revés, lo leo de atrás para adelante y de adelante para atrás y cada capítulo es una historia en sí misma que no necesita ir al principio del libro para entenderse. Juntas todas las historias de este libro hacen una sola pintura que es como la totalidad del mundo, hecha de fragmentos que están articulados.
Para concluir mi comentario, quiero decir que este libro me dio mi dosis de recordación, de violencia, de sexo, y también de esperanza. En una parte del texto, Alan escribe que alguien montó la escalera a ninguna parte para que cualquiera pueda subirse, pero nadie lo intenta pues no tiene final previsible. Eso me puso a pensar que en Guatepeor nadie quiere asumir la incertidumbre de nuestro tiempo. Les incomoda su presencia, porque era más fácil creer que la escalera nos llevaba a un lugar. Y explica Alan que los niños sí la suben y bajan, “le encuentran sentido a caer en el vacío del que siempre hay Renacimiento”. Entonces pienso que todos los que han nacido en la incertidumbre, caen en sus trampas, en sus vacíos, pero de tanto subir y bajar, le descubren sus circuitos, su lógica de funcionamiento, que es lo que eternamente les permitirá renacer.
Saríah Acevedo.
Guatemala, 21 de julio de 2010.
Imagen: http://s482.photobucket.com/user/carito0707/media/5a44934cd9cd58b623705165823a0e7047c.gif.html

14 nov 2008

El realismo trágico de Alan Mills

Por José Córdova

Gabriel García Márquez había considerado que el «realismo mágico» era la única forma de trasladar fielmente la realidad latinoamericana a la escritura, ya que lo «mágico», según él, —aunado, además, a lo «barroco»— sirven para que una obra literaria —en este caso la de Gabo— sea verosímil, es decir, que la narración sea tan o más real, desde el punto de vista de que lo real, “tiene existencia verdadera y efectiva”.

Sin embargo, hubo una generación posterior que pensó que esta escritura «real maravillosa» de García Márquez no era definitivamente verosímil, ya que en las mismas narices de Macondo, existía un país ensangrentado en la violencia, tanto por parte del mismo Estado como por las Fuerzas Armadas y el terrorismo, la que aunada al narcotráfico y ésta, a su vez, a la miseria, el pandillaje y el sicarismo de las grandes urbes, hacían, no sólo de Colombia, sino también de casi toda Centroamérica continental, un territorio sangriento y terrible, casi imposible para seguir habitándola.

Es así que los nuevos escritores (como el colombiano Gustavo Bolívar) crearon lo que luego llegó a conocerse en la literatura latinoamericana como «realismo trágico» —aquí, literatura de los años de la «violencia política»—, pues ésta estaba totalmente desligada de esa excesiva verbosidad, y sin los efectos dramáticos con los que se subrayaba, en las antiguas novelas, lo que se pretendía trágicamente superior, puesto que en sí, lo trágico (violencia, y sólo violencia), finalmente, era el asunto que el novelista del «realismo trágico» quería retratar en su obra.

Y es desde esta perspectiva que Alan Mills (Guatemala, 1979) —utilizando los recursos del lenguaje popular y una «retórica callejera»—, nos da cuenta de la “realidad” de su país y parte de los extramuros centroamericanos (como la frontera mexicana por ejemplo): «me violaron pero quién me va a creer, pinche puta que soy, me levantan, conmigo está su purrún, su chinique, en este pellejo les gusta divertirse y apagar sus cigarritos, en serio que siempre me sentí fea, bien hecha mierda, y ahora estos cabrones viene a decirme: mire manaíta usté tranquila, en gustos se rompen géneros y en petates buenos culos, ve qué de ahuevo, por tanto daño apenas y me acuerdo de lo que decían, […] cómo miarde adentro, igual yo sólo les aviso que ya estoy panzona, cerotes, y que a este hijo le voy a poner carlos julián porque son los dos nombres que recuerdo: dale duro julián, pasala carlos, hacela mierda, te toca julián, sí, dos nombres nomás, pero yo sé que sus tatas fueron al menos cinco, tal vez seis chantes culeros, ay, noche más pisada, si los miro me los quiebro, juro que nunca voy a dejar que te digan hijo de la gran puta, no mijo, no mi carlos julián (p. 10)».

Y es también con esta impronta coloquial, latente en casi todo el libro, que Mills pretende ser cosmopolita —y posmoderno a la vez— para, sólo así, poder comunicarnos el retrato de una realidad social absolutamente violentísima e inhumana. No en vano el filósofo argentino Tomás Abraham postuló el concepto de «realismo trágico para dar una idea del modo en que los nuevos tiempos incidían en la conducta de la gente»; y, puesto que este «realismo moderno no depende de dioses, sino que es un realismo del cálculo de las cosas, pero con un perito mercantil alado (T. Abraham)», —es decir, del libre mercado con su ángel salido de ese capitalismo salvaje del que hablan los marxistas— el discurso trasciende, justamente en una postura casi sociológica más que literaria.

Ahora bien, dado que «los nuevos sujetos del poder son los capitales (Ibíd.)», al fondo siempre quedan los excluidos, los sin tierra, los que no tienen casa ni palabra, y, sobre todo, los inocentes; por eso Mills nos dice: «conozco otro pueblo, uno donde los niños ríen al caer la noche, están bien muertos pero risa y risa, travesiean con los chuchos que nunca tuvieron, se han echado encima una sábana de tierra que saben quitarse para soltar sus barriletes etéreos […]; sólo el ruido interpretaría con soltura la cantidad de silencio que expele una aldea fantasma, por eso la risa confiada de los niños al anochecer, por eso juegan entre el limo y no miran su sangre, esto va a persistir, nuestro destino es manifiesto, lo dice con llanto el Corazón del Cielo (p. 11)».

De ahí que, dejando todo atisbo de artificio metafórico, y por comedido que este ejercicio sea, el poeta utiliza atajos de rudeza, para que, de esta manera, no se altere la traumática realidad que crudamente evoca: «una tarde hermosa, afuera, en la pila de lavar, miré sin querer a cierto pariente mío ultrajando a la muchacha que enjuagaba la ropa, quedé paralizado, iluso quise imaginar algún alivio para ella, no era mucho el ruido, su boca mordía un trapo medio mojado que irradiaba dolientes burbujas engarzándose desde ahí hasta los cielos más desconocidos (p. 20)».

Sólo así, —en esta (y con esta) violencia explícita—, el poeta logra obtener una “pérdida repentina del conocimiento y de la sensibilidad” para postular un origen, es decir, referirse al sexo, (en un proceso de degeneración, en todas sus manifestaciones, tanto consentida como forzada) como una constante primigenia de la violencia, como si a través de él se engendrara todo atisbo de violencia; por ello el sexo se vuelve un trauma: «esas mujeres con sus vulvas chispeantes: flores del mal para este ensueño que muere (p. 21)», del que uno no prevé consecuencias: «por donde debiera pasar el tren no anda tren ninguno, ahí más bien desfila la sífilis, el vih, las diosas del papilomas y demás, ningún piano blanco en esas casuchas de orillera, ningún libro de cabecera para estos galpones polvosos, nuestros vagones abandonados anuncian que nos fracasó el hierro y de noche me siento ciudad no realizada transpirando a través de las llagas de sus putas, esqueleto vacío de volarse en su carne perdida (p. 14)». Es así como desde el inicio del texto hay una especie de autoinculpación: «me voy manchando, cualquiera diría esta noche no floreceré, toda calentura ingresa por un halo de luz desvanecida, tal música oscura y genética, mi situación presente no permite que me conmueva, iré sin freno hasta el fondo, cómo no voy a desear este desahogo si me enredo en la dislalia, quiero un habla, esta tensión es la única cosa que se suaviza en la medida del viaje (p. 9)», la misma que junto a todas estas imágenes truculentas de este «extraordinario poema de una violación permanente y, a la vez, una de las muestras más feroces y alucinadas de la gran poesía latinoamericana de hoy (Raúl Zurita)» descritas en 19 páginas terminan por enfermar, digamos traumar, mentalmente al protagonista: «doctor, doctor, / voy a contarle algunas cosas, / COSITAS / que quisiera olvidar pero no puedo (p. 29)».
·
Síncopes, 36 pp.
Alan Mills
Lima, Editorial Zignos, 2007

18 oct 2007

UN LIBRO DE VALOR

Presentación de Síncopes (Lima: Zignos, 2007; México: Literal, 2007; Bolivia: Mandrágora Cartonera, 2007) de Alan Mills


Por Nicolás Alberte


Síncopes, de Alan Mills, es un libro de valor. Un libro de valor en dos sentidos: es valioso y es valiente. O talvez, el gran motivo de su valía sea su valentía. Una valentía que proviene de la asunción de una doble derrota: la de una vida en las miserias de Latinoamérica y la de intentar salvar algo de ese naufragio desde la poesía.

Ya el título del libro da cuenta de ello: muerte en vida que es un síncope y sonido “menor”, nota breve después de la nota más larga, que es la síncopa musical. Las dos derrotas antes mencionadas. Desde el prólogo lo anuncia Raúl Zurita:

Síncopes constituye el extraordinario poema de una violación, de una violación permanente…”

Escribir poesía en cualquier lugar del mundo es perder antes de empezar, pero escribir poesía en Latinoamérica es una derrota desde el lugar de los derrotados. Periferia de la periferia.

Pero este canto perdedor, que no perdido, o canto de la pérdida, es el decir de alguien que no se entrega. Ahí reside su gran valor. Valor en el sentido de coraje. Valor en el sentido de importancia. Porque es el único lugar desde donde podemos, y debemos tal vez, escribir: en la periferia, valor de predicar en el desierto.

Primera derrota: desde dónde se escribe

Entre los epígrafes del libro hay una cita de Edmond Jabés: “nous sommes entrés par erreur./ nous avons frappé a la porte de service.” Entramos por error, golpeamos en la puerta de servicio. Esto nos sitúa: aquí estamos, en la entrada de servicio; eso somos: el servicio. Peor, entramos por error a un mundo al que no queríamos venir. Eso son los niños de América Latina, las violaciones que engendran, desde siempre, una infancia corrompida, inexistente. Y esos son los protagonistas de
Síncopes.

No hay posibilidad de infancia en la pobreza de América Latina. Somos los hijos de esa conquista por la fuerza que es la violación, violación permanente, como decía Zurita. Estos hijos no serán niños, porque la infancia es disfrute de la inocencia y la inocencia se corrompe cuando hay que trabajar, o cosas peores, para sobrevivir. Dice Alan: “este territorio pareciera la última puerta, aquí en Xibalbá” , aquí, en el infierno: desde ese lugar se escribe. Y se escribe poesía.

Pero la poesía lo trastoca. Ese inframundo, cantado por la poesía, reformulado, aparece desde el comienzo; los niños que no han tenido infancia, “que están bien muertos”, viven allí, juegan allí: “se han echado encima una sábana de tierra que saben quitarse para soltar sus barriletes etéreos” / “ allá las mutiladas de juárez y guatemala ofician como sus nanas” y también están allí “los pequeños ultrajados de basora”.

Es decir, están los desposeídos y “ahí han organizado la Gran Fiesta a la que todos deseamos ir”. Es una fiesta de inframundo y muerte pero la poesía crea un escape, ese lugar al que todos deseamos ir. El poeta comprende eso: “sí, esta vida no va ninguna parte, abandoné los barrios por puro miedo, atrás quedaron aquellos amiguitos aindiados con los que jugábamos pelota a media calle, hoy son asesinos a sueldo o han cambiado sus apellidos”.

Y no hay infancia para nuestros niños:


“a) hay criaturas que jamás tendrán calma, b) niñez accidentada es destino, “

Pero, si los niños de América Latina carecen de inocencia, Alan Mills tampoco la tiene: la poesía no servirá para terminar con eso en un mundo real:

"c) nuestra belleza no alcanzará para pulirle los huesos al hambre,”

Conociendo de antemano la derrota, se escribe poesía como posibilidad de salvar.


Segunda derrota: qué se escribe desde ahí

Hace poco, gracias a la traducción de Rodrigo Flores, conocí un texto en el que la poeta estadounidense Lyn Hejinian, reflexionaba sobre el pasaje tan comúnmente citado de Adorno: “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Escribe Hejinian: “La declaración de Adorno puede interpretarse (…) no como repulsa al intento de escribir poesía 'después de Auschwitz', sino a la inversa, como reto y mandato. La palabra 'barbarie', como viene a nosotros del griego
barbaros, significa 'extranjero' –esto es, 'no habla la misma lengua'– y precisamente es ése el deber de la poesía: no hablar la misma lengua de Auschwitz. La poesía después de Auschwitz debe ser bárbara; debe ser extranjera a las culturas que producen atrocidades. Como consecuencia, el poeta debe asumir la posición del bárbaro, tomando una perspectiva creativa, analítica y, a menudo, de oposición, ocupando (y siendo ocupado por) lo extranjero, por la barbarie de lo extraño.”

Y me permito citar esto aquí, porque ese es el lugar, para mí, en el que se instala
Síncopes, y ese es su gran valor.

Alguien pide la palabra:


“cómo no voy a desear este desahogo si me enredo en la dislalia, quiero un habla…”. Los desposeídos, los derrotados, quieren hablar, habla como desahogo, y hablarán a través del poeta, de la poesía: doble derrota, derrota doble.

Pero ¿cómo será esa voz? Primero, Alan, que como ya vimos, no es inocente, empieza por plantear una probable esterilidad de este habla:

“tal placer tradúcese paja, escritura de versos, uy, mentira más excitante, casi como imaginar la muchedumbre quitándome la ropa, esos humildes que quisieran bañarme en su gasolina para que yo sirva de antorcha…”

Ahí está claramente el lugar de la poesía, antorcha de esos humildes.

Y, sin embargo:

“si seguís pajeándote lo perderás todo"

Pero imnediatamente hay respuesta:

“bastardo mío en mí me he parido y soy mi estirpe toda, este testamento sólo beneficiará a la muerte: mis palabras van a centellear en la nada, como violonchelista tocando sobre una trinchera …”

Alan va más allá de esta trinchera, asume y continúa, cruza:

“Ya escuché decir que todo está dicho, que nada nuevo bajo el sol, que montémonos en hombros de gigantes, lo cierto es que una vez estuve en una galera a punto de ser violado y me salvé porque pude tartamudear el 'poema de amor' de roque dalton.”

Entonces sí, la poesía llega, adquiere un valor: salva. Y salva de la violación, de la violación de la que hablábamos antes. Roque Dalton es, precisamente, claro ejemplo de esta doble derrota, política y poética. Y qué es lo que dice en su “poema de amor” Roque Dalton, recordemos:

“…los eternos indocumentados,/los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,/ los primeros en sacar el cuchillo,/los tristes más tristes del mundo,/ mis compatriotas,/mis hermanos.”

Esa es la poesía que salva, la poesía de los desposeídos. Pero querer salvarse por poesía es asumir una derrota. “si seguís pajeándote lo perderás todo…” Escribir desde otro lugar, no hablar la misma lengua de Auschwitz. Saber de antemano el fracaso de un discurso que no será leído ni escuchado. Y eso es valiente. Ser San Juan Bautista es valiente, predicar en el desierto es valiente y necesario.

Tanto es así, que la poesía salva, o puede o quiere salvar, que sus principales contrincantes son otros discursos que anuncian salvación y que aparecen reiteradamente en
Síncopes, en diversas formas:

“diosita… gracias a tu ausencia intuí que de aquellas montañas va resbalando el hormigón que amasija los bares y nuestros castillos
rave, nuestro éxtasis lo trae el polvo de los muertos que olvidamos y se vende en los Megatemplos.”

“el pueblo apenas escucha: pare de sufrir, pare de sufrir y mi problema es parecido: no logro apagar la tele…”

“mis compatriotas buscan felicidad en el norte, allá verán casi la misma porno pero con rasuradas actrices del momento, los infiernos anales no truecan su geografía …”

“vamos a confesarle esto a nuestros coyotes … nuestros coyotes nos ofrecen un viaje al nirvana pero en sus piedras de crack no va conentrado el paraíso...”

La poesía como un discurso entre discursos en el mar de la posmodernidad, esa palabra tan manida, “yo siervo de la gleba posmo”, dice Alan, “yo apestado que mira”. Poesía redentora entre las peores formas comerciales de religión, entre los que mueren queriendo pasar al paraíso del norte, entre la droga, la televisión, los paraísos artificiales, poesía como religión. Poesía como pasado y como futuro.

“a) mi destino para el poema sería un pueblo que ya no existe, b) mi destino para el poema sería un pueblo que todavía no existe.”

Alan parece dudar todo el tiempo entre estas variables del valor, tiene el valor de dudar. Pero, en todo caso, poesía como algo inevitable.

“Doctor, voy a contarle algunas cosas
que quisiera olvidar
pero no puedo”

Y ese discurso posmoderno responde con ironía:

“Señor,
Lo entiendo,
También me duele,
Pero yo no soy su siquiatra,
En serio,
Ésta es una clínica
De reducción de peso”

Y, sin embargo, estas son las últimas palabras del libro:

“Doctor, doctor,
Voy a contarle algunas cosas,
COSITAS
Que quisiera olvidar pero no puedo”

¿No puedo olvidar? ¿No puedo contar? Eso es
Síncopes, para mí, el valor de contar de un modo valioso lo que no se puede contar, la asunción de una vida en el infierno y su canto como posibilidad o voluntad de salvación y de resistencia. Eso es poesía, para mí, cantar lo que no se puede olvidar y lo que no se puede contar ni dejar de contar.


Imagen: Erick González

17 oct 2007

PATRIA PORTÁTIL

Presentación de Síncopes (Lima: Zignos, 2007; México: Literal, 2007; Bolivia: Mandrágora Cartonera, 2007) de Alan Mills
por Rodrigo Flores

Síncope: Suspensión repentina de los movimientos del corazón y de la respiración, con pérdida del conocimiento. Síncope: Tomado del griego
synkópe, acortamiento, síncopa, colisión, desvanecimiento, derivado de synkópto, yo acorto, yo corto.

Escritura sincopada. Estructura suspendida. Lengua seccionada.

Síncopes: ¿Dónde comienza el verdugo y dónde la víctima?, ¿dónde la culpable escritura, dónde la parodia sádica? Escribir es magullar la lengua. La escritura: imperecedera transferencia de la violación: grafías y signos fuerzan la inmaculada página. Los límites entre víctima y victimario, entre violación y herida, entre trasgresión e interdicto, entre prosodia y habla, son cuestionados.

Alan Mills pone en juego esa lengua bastarda y tartamuda, producto de la imposición, y al hacerlo redimensiona el cuerpo del habla como objeto de proyecciones políticas. El cuerpo: “bastardo mío en mí me he parido y soy mi estirpe toda, este testamento sólo beneficiará a la muerte: mis palabras van a centellear en la nada, como violonchelista tocando sobre una trinchera, sí ya notarás que miento un poco”. Alan no distorsiona. Traduce un cuerpo político.

En el poema “Intensidad y altura”, César Vallejo testimonia la relación que tenemos los hablantes hispanoamericanos con un idioma que no es del todo nuestro: “Quiero escribir, pero me sale espuma,/ quiero decir muchísimo y me atollo”, y más tarde: “quiero laurearme, pero me encebollo”. Cuando Alan Mills clama: “chupá, lamé esta hinchazón del español” (Perlongher) está diciendo que cada vez que el guatemalteco habla reproduce esa violación, como victimario pero también como víctima. La imposibilidad de asumir plenamente la lengua está íntimamente relacionada con la imposibilidad de olvidar la historia, y específicamente, la historia de la violación: “doctor,/ voy a contarle algunas cosas/ que quisiera olvidar pero no puedo”. El duelo es permanente y desmesurado. Se articula como: “ficción de prójimo en llamas”, es decir como testimonio sacramental y simulacro dramático. Alan sabe que es imposible enunciar verosímilmente una historia como la de su país y recurre al travestismo de los hablantes tras el biombo de los Megatemplos bautistas, los kakchiqueles, el Popol Vuh, la Mara Salvatrucha, los kaibiles. Así, la lengua violentada deviene dialecto bastardo, secreto, poroso, maltrecho (P. 29).

Síncopes: Alan me ha hablado de su país. Alan me ha hablado de los asesinados en su país. Alan me ha dicho que los conflictos en Guatemala se parecen más a las guerras africanas que a los conflictos en Latinoamérica. Alan me ha hablado de Asturias, de Monterroso, de Alaíde Foppa, de Rigoberta Menchú. En diciembre de 2006 viajé a Guatemala y visité el lago Atitlán que está custodiado por tres volcanes. Me impresionó el contraste entre ambos elementos, el volcán asociado al fuego, y el lago.


Síncopes: La lesión es histórica, no es mítica. Sin embargo, el hablante no pretende salir de la contusión, así como no puede ni desea desembarazarse de su relación con la lengua. “La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El 'hijo de la Chingada' es el engendro de la violación, del rapto o de la burla”, observaba Octavio Paz a mediados del siglo pasado en El laberinto de la soledad. La enunciación no está asumida desde la posición del hijo descastado y vencido, deseoso de huir de su historia, que es la conclusión de Paz: “La historia, que no nos podía decir nada sobre la naturaleza de nuestros sentimientos y de nuestros conflictos, sí nos puede mostrar ahora cómo se realizó la ruptura y cuáles han sido nuestras tentativas para trascender la soledad”. Es más, el hablante de Síncopes no ocupa la postura del hijo, sino la de los padres, el violador y La Malinche, el gozo angustiado y la culpa cínica: “a ver, una niña de ojos achinados camina en la sexta avenida, se llama malintzin pero no lo sabe, últimamente le está costando conciliar el sueño pues tiene pesadillas con indios que le hacen el amor por Amor”.

Síncopes: territorio móvil, enunciación portátil. La prosa como espacio de mutación. El libro como cavidad inestable: “a) mi destino para el poema sería un pueblo que ya no existe, b) mi destino para el poema sería un pueblo que todavía no existe”. Xokomil varado en los belfos, atravesando el paladar.

Imagen: Erick González

'Síncopes', de Alan Mills



La poesía escrita en Latinoamérica es una de las más ricas que hay en el mundo. Pero dicha cualidad no descansa en la nada, que no se crea que la verdadera lira sólo yace en las pantanosas parcelas de la imaginación o inspiración, sino que ésta siempre ha gozado de una tradición que se ha ido solidificando desde que empezó a tenerse idea de ella, como un abanico que nos remonta a una variedad de tradiciones que acrisolan a la tradición española, francesa, germánica, inglesa, oriental y norteamericana.


Si tuviera que nombrar algunos nombres para que tengamos una idea de lo anteriormente dicho, no dudaría en mencionar a Octavio Paz, Rubén Darío, Enrique Lihn, Emilio Adolfo Westphalen, César Vallejo, Alejandra Pizarnik, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Carlos Germán Belli, José Emilio Pacheco, Raúl Zurita, Blanca Varela, Jaime Sabines y la lista puede ser larga y no creo que exista alguien lo suficientemente responsable como para contradecir lo que estoy afirmando. ¿Qué es lo que hace que una tradición sea rica?, pues la variedad. Variedad entendida en que si se está dispuesto a quebrar los moldes de la tradición, pues deben, primeramente, conocerse los soportes en los que ella se apoya. Nadie innova o crea una propuesta partiendo de la nada. La poesía, su comprensión, radica en el poder desentrañarla desde sus mismas bases para que de esta manera un proyecto poético adquiera fuerza y originalidad.La poesía no sólo es el derroche de la experiencia de vida trasladada al papel, es también un soterrado tributo de lo que se escribió antes, de lo que se escribe y se escribirá. Es por eso que muchas veces, la aparente facilidad de la escritura de la poesía lleva a no pocos a darse contra las paredes del olvido, producto del desmesurado e inane entusiasmo.


Entre los poetas de la nueva poesía latinoamericana que más destacan hoy por hoy, puedo citar a los siguientes: José Carlos Yrigoyen, Germán Carrasco, José Pancorvo, Héctor Hernández Montecinos, Diego Otero, Victoria Guerrero, Lorenzo Helguero, Alejandro Tarrab y algunos más. Uno de estos nuevos representantes de esta nueva poesía latinoamericana es el guatemalteco Alan Mills (1979). Demás está decir que él es el más representativo de su país. Es autor de un libro catalogado como referencial, Testamentofuturo. Sin embargo, es con su última entrega, Síncopes, que este poeta ha contribuido a colocar el cimiento de un proyecto poético a tomar en cuenta de ahora en adelante.


¿Qué ofrece Síncopes? Pues lo siguiente: una mirada introspectiva y feroz crítica social que parte de su entorno para regodearse con sangre en lo que también acaece en los países de América del Sur. Un activo desdén por la gran tradición poética anclada en la lectura casi total de sus exponentes; una fuerza irracional que sólo encuentra pláceme en la exploración de nuevas formas narrativas que no son tan nuevas, ergo, un sólido contenido estructural que nos remite a la mejor poesía anglosajona de los años cincuenta y sesenta, a esos grandes poetas menores que tan caros le fueron a Jorge Luis Borges. Mills es una epifanía que transgrede lo antes escrito en pos de una actitud reflejada en una prosa trabajada que contiene elementos más que suficientes para despertar en el lector la más irreparable duda sobre qué es lo que se está leyendo, la ambigüedad de género literario supura en cada verso, historias contadas con el desgarro del corazón latiente que ve en el destello formal el objetivo que muy pocos logran, cumpliendo así Síncopes un rol al que supuestamente no estaba destinado, ya que el libro no se queda en un alarde de musicalidad y armonía, por el contrario, Mills cuestiona, agrede, disecciona, en prueba tajante de que la originalidad no debe estar en el terreno del capricho estilístico y la ignorancia insuflada con vacua experiencia de vida; deviniendo de esta manera en un poemario que arde, quema y que también conmueve.


Nota: Síncopes es el mejor poemario de la colección internacional “País Imaginario” de la editorial Zignos.


4 oct 2007

ENTRE EL INSOMNIO Y LA NEGRA LUZ

Presentación de Síncopes (Lima: Zignos, 2007; México: Literal, 2007; Bolivia: Mandrágora Cartonera, 2007)
de Alan Mills


Por Héctor Hernández Montecinos


Quizá sean todos los fracasos de nuestras historias latinoamericanas, las hambres, las dictaduras de izquierda o derecha, la ignorancia, el Estado, la televisión, la pésima distribución de las riquezas, las fobias sin excepción, la delincuencia, todo esto sumado, multiplicado, restado y dividido lo que ha dado un contexto catastrófico en las sociedades civiles para que en tan distintos países estén apareciendo poetas jóvenes con obras tan radicales, duras, sucias, terribles, conmovedoras, poderosas, honestas, arriesgadas, sinceras y sobretodo escritas sin el menor miedo.

Estos poetas se vislumbran como anómalos en sus tradiciones respectivas, y por tal se ha intentado un silenciamiento desde las academias y las posiciones más rígidas de los
establishments locales, sin embargo estos contextos nómades y aciagos han resultado ser el escenario de una guerra simbólica que la poesía como género en extinción ha podido vislumbrar como un momento singular en la materialidad misma de las escrituras de hoy.

El fin de la poesía deviene su propia autorreflexión y la búsqueda incesante de sus propias posibilidades, de allí que hablar de su término no sea más que una metáfora para nombrar sus laberínticas entradas y salidas. La muerte no es fin sino pura conversión, eso ya lo sabe el autor que no ha desaparecido jamás sino que sólo se ha desplazado de ser un nombre a una función dentro de la escritura. Ficción, ficción y ficción hasta el agotamiento, esa pareciera ser la coordenada mutante de lo que se está escribiendo ahora. La ficción hace aparecer una desaparición, y por tal toda obra es ficción en el sentido de que la escritura es el trazo de lo que no volverá a ser lo mismo. La ficción es más real que la vida porque no se queda ni un momento en paz. No camina, sino que vuela, no habla sino que susurra gritos que nadie escucha pero todos saben que existen, porque la poesía por tal ha triunfado, aún es la voz de los muertos, aún es un habla desconocida que el mercado no ha podido comprar, aún la lengua poética no es madre ni padre, a lo sumo hermana, hermana muerta de un niño que todavía no nace.

Síncopes de Alan Mills (Ciudad de Guatemala, 1979) es una de esas voces que desde lo más oscuro de la realidad deambula por las ruinas de cualquier ciudad, pues todo el occidente está en ruinas y ese es su esplendor. Mills lo sabe y por tal las hace brillar con un lenguaje descarnado, desolador, emotivo y desafiante. Este libro si algo expele es vida, entendiéndola en el peor sentido que pueda tenerse de ella, es decir una no muerte, y desde esa agonía empírica que se enmarca en la catástrofe global es que la radicalidad de estos textos pasa por el simple hecho de cerrar los ojos, estirar la mano y dejar que el lápiz hable toda la noche y el autor sólo recuerde esa noche en vela que es el poema.

Síncopes es sin duda este largo insomnio donde las voces se montan unas con otras y a la vez nadie, pero todos hablan. Es el reino de los muertos, y sus voces sumadas son la luz de una cotidianeidad que de tan próxima es aterradora y fugaz. Mills escribe con sangre una pesadilla colectiva que todos hemos permitido, y quizá, hemos deseado, pero al poder contemplarla como texto se nos convierte en una crónica fantástica del día a día. Pliegues de cuerpos, deseos proliferantes, territorios que huyen, y una discursividad clínica que parodiza al lector figurizándolo como madre, hermana, doctor, amigo, pues tal vez esta invención metafórica del lector sea la mayor penetración que un poema pueda llevar a cabo. Nada se construye en el papel, pero sí en las nuevas formas de cómo leer, de cómo entender lo que se lee o dejar de entenderlo.

Síncopes es parte de estas nuevas escrituras que ponen cortapisas a ese lector burgués que acumula sentidos detrás de cada palabra y que buscan en los versos preguntas que hacer a la sociedad. Este libro se ríe de eso y le da la espalda a los ojos que lo leen, él discurre, habla consigo mismo, se burla, insulta, llora, se va y vuelve y todo y nada ha cambiado de lugar. Los Megatemplos aparecen y desaparecen en un zapping vertiginoso, la página en blanco es una gran pantalla donde vemos ficcionalizada la ficción y es lo más próximo a una realidad, a una crónica fuera del tiempo, a una carta de amor.

Síncopes es una carta de amor, sí, para nadie, escrita desde la muerte, desde donde todos pueden hablar y no hay jerarquías. Un amor a lo fugitivo, a lo que se desliza por entre los cuerpos, los lugares y los intersticios de las lenguas, las jergas, los coloquialismos y las más bellas malas palabras e incorrecciones del idioma. Alan Mills ha escrito una obra poderosa, iluminadora y peligrosa, porque ya en esta escritura no hay objeto sujeto ni dialécticas, sino que un coro siniestro que habla desde el más allá sobre un presente que para nosotros lectores es pasado y futuro a la vez. Como bien señala Raúl Zurita en la reseña que acompaña al libro, al lado de la gran poesía están las más terribles pesadillas renovadas, desde el mercado hasta la moral, y por ese hecho innegable es que Síncopes de Alan Mills es un ‘testamento futuro’ de la poesía latinoamericana, una perla negra y un triunfo, porque es la comprobación de una esperanza, un sueño que a todos nos concierne y que vemos crecer en Latinoamérica como una promesa que nunca nos hicimos pero que sí estamos viviendo.


Santiago de Chile, septiembre 2007
Imagen: Erick González

11 ene 2005

Fotografía con autorretrato

De engaño a engaño va la luz y no calla.
Da un salto la luz y es el vacío entre dos cuerpos.
Ese espacio iluminado recuerda a la permanencia
o a la necedad de querer ver y ser en la luz.
De engaño a engaño va la luz y no cesa.
Nada termina si no hay un límite oscuro.
Ese límite oscuro somos nosotros.
Flash.


A Christian Panebianco y Silvia Favaretto