martes, 23 de junio de 2015

Musicomicircus

El Palau Sant Jordi se vistió de gala para recibir a la banda de rock más caliente del mundo. Tras el ascenso a Montjuic, casi con la puesta de sol, el bocadillo de butifarra y la cerveza fría proveniente de unas manos del este de Europa, nos dirigimos hacia el pabellón. Estricto y correcto control de seguridad, y adentro. A la cabeza se nos vino el concierto de Scorpions del año pasado en Vista Alegre: allí todo fue confusión, colas serpenteantes y kilométricas (literalmente) que nos introdujeron en el barrio de Carabanchel, entrada al recinto cuando ya estaban acabando los teloneros, indicaciones confusas y personal casi inexistente. En fin, en el Palau fue todo lo contrario: fácil acceso, información y seguridad en todos lados. Menos mal que los Escorpiones nos hicieron olvidar rápidamente todo aquello.

A la hora en punto, los teloneros Dead Daisies salieron a escena. Difícil papeleta la de abrir para una de las grandes bandas de la historia del rock. Comandados por John Corabi (Mötley Crüe) y Marco Mendoza (Thin Lizzy, Whitesnake), quien tomó las riendas para interactuar con el público en su español chicano, se esforzaron en calentar motores durante sus 45 minutos de actuación. Con su hard rock angelino nos devolvieron a los locales de finales de los 80 de la costa oeste americana. La banda traía consigo a dos miembros de los actuales (y nefastos) Guns N´ Roses, el teclista Dizzy Reed y el guitarrista Richard Fortus, quien puso la imagen, las ganas y el desenfado sobre el escenario. Un grupo que es totalmente desconocido por estos lares, algo que supone un reto difícil de superar. Para paliar estas dificultades Mendoza recordó que "agarraran" su nuevo disco cuanto antes y se marcaron un par de clásicos que dejaron a la gente bastante satisfecha: Hush, el tema de Joe South popularizado por Deep Purple, y el archiversionado Helter Skelter de Beatles.



A estas horas, las gradas laterales ya estaban a tope de gente, no así la pista.

Faltaban tres minutos para las 9:30. Telón arriba con el nombre de la banda, esa marca que ha vendido y sigue vendiendo millones de objetos de merchandising. Suena por megafonía el lema del grupo: You wanted the best, You've got the best, the hottest band in the world... Kisssssssssssss.



Cae el telón, los acordes de Detroit Rock City resuenan acompañados por las primeras explosiones de la noche y confunden el sonido hasta casi el final de la canción. Sin descanso y con la ayuda de un genial equipo técnico, Simmons interpreta Deuce salvando la siempre difícil entrada. Mueve su cabeza de forma diabólica y teatral, estampa a la audiencia su ya clásico I wanna hear you entre estrofa y estribillo, le regala al público su encantadora mirada asesina y su lengua parece lamer la cara de todos los asistentes. Las cosas se ponen en su sitio.

Pero realmente, hasta que no sonaron los primeros acordes y versos de Psycho Circus, no nos dimos cuenta del mensaje y significado de aquel espectáculo: Hello! / Here I am! Here we are / We are one/ I've been waiting for this night to come / Get up! Now it's time for me to take my place / The make-up runnin' down my face / We're exiles from the human race / You're in the psy, You're in the Psycho Circus / I say Welcome to the show. Un despliegue absoluto de pirotecnia, luces, láser, brillantina, disfraces, maquillaje, papeletas que vuelan por los aires, cámaras que captan todos los detalles y que, a través de las enormes pantallas situadas estratégicamente, trasladan al público al escenario y acercan el escenario al público.



Sin duda alguna, el mejor de la noche fue Gene Simmons, el Demonio. Perfecto en la interpretación vocal, que alcanza casi el 50% del set. Dinámico en el escenario, lanza fuego por su boca y toma entre sus vampíricas manos una espada-antorcha que clava en medio del escenario para calentar aún más al encendido público. Tras la celebrada y coreada Lick it up, su personaje comienza a actuar desafiando al público con miradas que acompaña de rugidos que provoca su distorsionado bajo. Y tras escupir sangre por la boca y manchar la parte delantera de su traje, vuela a una velocidad endiablada hacia lo alto del pabellón para posarse en una plataforma desde la que comienza a interpretar God of thunder. El corazón se nos encogió. Juraríamos ante Dios que voló de verdad.



Paul Stanley hizo de maestro de ceremonias interactuando verbal y físicamente con el público. Introdujo cada tema en su contexto histórico, clásico tras clásico: I love it loud, War Machine (respaldada por un fantástico vídeo en la pantallas), Do you love me, Calling Dr. Love, Cold Gin o un grandioso The Creatures of the night... Habló del tamaño de sus plataformas, nos hizo competir con las gradas para ver quién aullaba más, nos mostró a través de las cámaras a la enfurecida Kiss Army española, agradeció nuestra asistencia y nos hizo creer (así lo aseguró) que el rock and roll estaba allí para nosotros, para "Baselona" (según dijo). Surcó una vez más el cielo blandiendo sus "armas del amor" para regresar con el "diamante negro" entre sus manos. Ya en la plataforma central que da vueltas como un tiovivo, a escasos diez metros de nuestra posición, se engancha la guitarra y exhala los primeros versos de Love Gun: I really love you, baby / I love what you've got / Let's get together, we can...get hot. Fue ahí cuando se pudo confirmar lo que ya se venía apreciando: su voz de agudos inalcanzables ya no es la que era. El muy listo dosificaba al máximo sus vocales y, cuando no llegaba a la octava alta, bajaba dos más. El muy seductor se mordía el labio, movía su cadera con sus típicos saltitos juveniles, guiñaba el ojo o enviaba un beso con la púa entre sus dedos. Más que suficiente para enloquecer al público y hacerle cantar hasta la extenuación. El héroe regresa al escenario tras su baño de masas a través de la tirolina mientras Eric Singer interpreta Black Diamond y su batería se eleva en una plataforma a lo más alto. No hay tregua.



El solo de batería de Singer consiste en tocar toda la cacharrería que tiene armada mientras la plataforma sube y baja. El solo de guitarra de Tommy Thayer, por llamarlo de alguna manera, se limita a excretar una escala tras otra sin ningún rumbo aparente, pendiente de que salgan despedidos los cohetes que tiene insertados en el mástil. Poca cosa para un buen guitarrista. Su duración es breve y no enturbia el espectáculo. Se toma más como el merecido descanso de unos señores de 63 y 65 años.

Los cañones de fuego se activan a la vez que Eric Singer golpea la caja y la traca de petardos no permite ninguna distracción sobre el escenario. El grupo se retira y regresa a escena rápidamente. Saludan y ataviados de sus instrumentos nos dan la última y esperada descarga: Shout it out loud, I was made for lovin´you y la festera Rock and roll all nite, con la que el público se desgañita finalmente bajo la lluvia de confeti que inunda el pabellón.

Las 11:00 de la noche. Una última caña en la barra del fondo mientras suena God Gave rock and roll to you II y con la sensación de que el espectáculo ha sido corto pero intenso.

Si te gusta la música, puedes escucharla. Si te gusta el cómic, puedes leer uno. Si te gusta el circo, puedes acercarte a la carpa. Si te gustan las tres cosas a la vez, tienes que ver a Kiss: Welcome to the show.

miércoles, 1 de abril de 2015

El príncipe torpe

El príncipe inclina el cuerpo y adelanta la cara. El sapo está justo frente a él. La papada se le hincha y deshincha sin cesar. Ahora que lo ve tan de cerca siente que lo invade el asco. Pero no tarda en reponerse y acercar los labios al morro del anfibio. Le da el esperado beso, pero no pasa nada. Vaya, piensa, seguro que no lo he besado con suficiente convencimiento, es tan repugnante. Un  nuevo intento. Ahora sí que llega la esperada metamorfosis, aunque el sapo hace lo posible por resistirse.



Allí estaba aquella supuesta princesa que esperaba. Pero desde el momento en que abrió la boca le pareció otra más, nada diferente. Además, estaba vestida como las otras, como todas. La tiró al suelo con su pierna izquierda y con su rabia.

En solo unos instantes el príncipe sintió cómo su brazo verdoso se le reducía y vio cómo se le caía algún diente, a la vez que iba menguando su cuerpo. Ahora lo estaba viendo todo muy distinto y en un momento dejó de pensar y solo pudo decir: “¡Croac!”.



miércoles, 4 de febrero de 2015

Vivir es horrible en tierras lejanas

Living is a problem because everything dies
                                                  Biffy Clyro



Vivir es un problema porque todo muere
el pensamiento de fondo de aquel niño de tierras lejanas
visualización externa de otras tierras más cercanas
tierras que no aceptan realidades foráneas
las propias nublan la perspectiva instantánea
y nos llenan de espasmos que hacen temblar los ojos

Vivir es un problema porque todo muere
me lo dijo Dios en un descuido inerte
en un gesto confidente
inmaduro
abierto
desesperante
ahogado en un hipido imberbe
es algo bíblico
quizás apocalíptico
levítico, pero real
nebuloso


Vivir es un problema porque todo muere
es viajar en coche con una pistola apuntándote en la nuca en
el asiento trasero
descubrir que la máquina del tiempo que había inventado
te traslada al tiempo que no tenemos
a los recuerdos en los que nadas
asegurándonos pardójicamente un horror de futuro

Vivir es un problema porque todo muere
preguntándonos cuándo será nuestro turno



                                                                  
                
                                                                                     Vikowski

sábado, 27 de diciembre de 2014

Willie Nelson, la historia interminable


¿Qué puede valorar un sacrílego sobre el country y de una de sus más destacadas figuras? Como no me hagan un recopilatorio del mejor country partiendo de lo mejor de los recopilatorios de los mejores artistas de country, estamos aviados.

Abarcar toda la carrera musical de un octogenario que tiene editados alrededor de 75 discos se hace una tarea ardua, incluso cansina. 75 discos en 52 años de carrera salen a dos discos por año, contando con los retiros y regresos. Pues eso.

Cuando no se conoce a un artista, normalmente uno se dirige a un grandes éxitos, a un recopilatorio (The Essential, 2003). Si tras un par de rondas no ha gustado lo que se ha escuchado, lo mejor será que no se siga intentando. Pero la tarea ya estaba empezada y había que terminarla.

(¿75 discos? ¿75 ruedas de churros?)

La vida de este músico es la lucha por la supervivencia, la lucha de muchos americanos que nacieron y vivieron en la Gran Depresión. A los trece años, muerta su madre y abandonado por su padre, ya se subía a los escenarios para eludir la recogida de algodón con sus abuelos. Desde ese momento supo que la música era su vocación, aunque intercalara trabajos eventuales como operador telefónico, podador de árboles, militar en las fuerzas aéreas, guardia de un club nocturno, obrero en un campo petrolífero o pinchadiscos. Una vida intrigante, sin ningún tipo de cerca que pudiera acotar su forma de actuar. Una carrera musical llena de luces y de sombras, de retiros y de regresos, de problemas con la justicia por evasión de impuestos y por posesión ilegal de marihuana. Un activista convencido, defensor de la agricultura familiar, de la marihuana, de los biocombustibles y del matrimonio homosexual; crítico con la Guerra de Irak y con la versión oficial del ataque terrorista a las Torres Gemelas (bastante curiosa su opinión, por cierto). Un hippie en toda regla, sin ironías.

Una vida musical que se inicia con los ritmos repetitivos de Funny How Time Slips Away, Hello Walls, Pretty Paper y Crazy, que cuentan historias de tierras distanciadas, realidades lejanas que pueden emocionar a la mayor parte del suroeste de los Estados Unidos y a parte de Canadá y Australia. Eso, que “cuentan” historias que emocionan a esas gentes.

Tarea ineludible era escuchar los tres discos que lo encumbraron: Shotgun Willie de 1973, Redheaded Stranger de 1975, Stardust de 1978. Desde esos años, Nelson es ya considerado el mayor representante del outlaw country, una escisión del country tradicional de Nashville, una diferencia que solo pueden percibir los expertos en esta música. Una interesante y preciosa historia la de sus letras. Eso, una.



(¿75 discos? ¿75 ruedas de churros?)

¿Composición musical? Hablamos de música, ¿no? Cuando escuchamos unos acordes que proceden del country, el cerebro nos traslada a lugares concretos que hemos asimilado como parte de nuestra otra cultura. Nos agrada esa traslación cultural, pero solo para contextualizar. El mismo efecto podrían haber producido los acordes ejecutados por un sitar en la India. Con una es suficiente.

Lo siento, pero me pasa como con los cantautores: que produzcan veinte o treinta discos, y a lo mejor extraeré un par de temas que me interesen (y me leeré veinte o treinta libros de poemas suyos sin ningún problema). Pero no me pidan que me fume un disco entero. Composiciones basadas en los tres mismos acordes de siempre con la única variación, en aquellas canciones un tanto mejor construidas, de un cambio de tono con el que se repite el estribillo una y otra vez hasta la extenuación y un cambio de ritmo al galope de un caballo que ni siquiera tiene el interés de ir desbocado.

(¿75 discos? ¿75 ruedas de churros?)

Digo yo, que esto de la música va, por encima de todo, sobre música. Y es que en cuanto a música, instrumentación, hay poca cosa: la música se convierte en una excusa para plasmar historias. ¿No será mejor escribir un libro? Sin duda, sería leído con gran entusiasmo.

No obstante, siempre queda la libertad de opinión sobre el arte, que para eso es arte. O esta es la mejor música del mundo o la majadería más grande jamás escuchada.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Record-mendaciones: grunge, un toque semiprogresivo y mucho rock and roll

Lightning Bolt de Pearl Jam: Sigue dando jugo. Quizás no sea el mejor disco de la mejor banda grunge de la historia, probablemente no, seguramente no. Pero la esencia de la mermelada de perla está justo aquí: esos medios tiempos emocionantes y contradictorios, que nos hacen ser felices al mismo tiempo que se nos cae una lágrima. Puro sello Eddie Vedder y Cía.



World on fire de Slash: Caminando en buena compañía. En realidad, esta es una doble recomendación: Slash, un disco de 2010 de colaboraciones, aunque muy logrado, y World on fire, en el que definitivamente al músico se ha unido Myles Kennedy formando perfecta conjunción. Alejado ya de la órbita que suponía Guns N´Roses, el peluche de Slash demuestra, si es que tenía algo que demostrar, que está en forma, como cuando de sus dedos brotaron auténticos clásicos como Mr. Brownstone o Nightrain. En esta etapa de su vida no quiere ni oír hablar de la reunión con los gunners, ese simulacro actual mal ejecutado liderado por el juguete roto que es Axl en la actualidad.



The Essential de Richie Kotzen: Cuerda para rato. Desde hace ya años conocíamos a este virtuoso guitarrista. Pero para este blog ha sido una sorpresa muy emocionante poder prestar oídos, primero, a su trabajo con The Winery Dogs, donde mostraba también su talento a la voz; y ahora, este disco recopilatorio (con parte eléctrica y acústica). Un rock básico hecho y mostrado con mucha maestría, cada acorde en su sitio, sin florituras pero intenso. Zas en toda la boca para los que piensan que los virtuosos solo hacen música para otros músicos.



Second Nature de Flying Colors: Sobrevolando horizontesEl segundo trabajo de esta superbanda, apelativo un tanto manido últimamente, es otro trabajo para enmarcar. Eso sí, tras la reiterada escucha de esta obra, nos atreveríamos a decir que la senda compositiva estuvo marcada por algunos componentes más que por otros (léanse Neal Morse y Mike Portnoy). Y eso se nota. Este segundo trabajo tiende más a la onda progresiva en detrimento del asombroso y atractivo eclecticismo de su ópera prima. Si exceptuamos el segundo tema Mask Machine, una creación que podía haber encajado perfectamente en el álbum debut, este trabajo toma esos derroteros, inevitables por otra parte. No obstante, es una obra accesible, ya que no abandona nunca el matiz comercial añadido, entre otros, por el cantante Casey MacPherson. El tiempo pondrá esta creación en el lugar que le corresponde, bien alto.



Lazaretto de Jack White: Como en madera y yeso. El exmiembro de los White Stripes lanza su segundo disco con resultados contradictorios. Al del look a lo Tim Burton, esto de la música a veces se le va de las manos. Da la impresión de que intenta cubrir algunas carencias musicales mezclando diferentes estilos, desde el folk hasta el garage, pasando por el blues o el country, la sicodelia o el poprock británico, o tiñendo sus creaciones con efectos de pedalera (¿intento de ser top trending?). Sin embargo, ha conseguido captar nuestra atención y, aunque no sea un disco cohesionado, vale la pena darle una oportunidad porque tiene cortes muy agradables al oído, producto de su maravillosa mente inquieta.




Shine de Bernie Marsden: La sombra de la serpiente es muy alargada. Acercarse al disco de Bernie sin mostrar una sonrisa cómplice en la boca es muy difícil. El viejo zorro ha creado aquí lo que pudo haber sido el álbum que precediese al Saints & Sinners de Whitesnake. Una humilde y apenas promocionada pero formidable obra, que registra los ritmos rockanroleros y bluesies propios de la época británica de la Serpiente Blanca, al que se le suman baladas, medios tiempos y un toque de AOR. Colaboraciones de lujo como Joe Bonamassa o los purple Ian Paice y Don Airey. Pero el guiño está claro cuando David Coverdale acepta de buen grado, tras su renovada amistad, revisar en este disco uno de los clásicos creados conjuntamente allá por el año 1978: Trouble



miércoles, 29 de octubre de 2014

Desde que soy mujer II

Pese a que han pasado ya más de ocho años, mi ritual de tocarme las tetas cada vez que me desnudo no ha dejado de celebrarse cada día. Durante la ceremonia de esta mañana, me he dado cuenta de que mis pechos siguen manteniendo la firmeza que la de otras mujeres de mi edad han ido perdiendo. Claro, juego con ventaja: los míos son mucho más recientes.

A lo largo de estos ocho años, como decía, he tenido tiempo de recoger más datos que no había previsto. Datos que confirman o ponen en mi pensamiento lo que le oí decir a un marinero una vez: "La mujer y la gaviota, cuanto más vieja más loca".

Durante este tiempo he seguido aprendiendo y descubriendo comportamientos y hechos que se repiten una y otra vez. Cosas como que las chicas más atractivas, espabiladas y con contenido aparente, acaban siempre con el podenco de turno. Es algo que, cuando era hombre, nunca llegué a comprender y, ahora que soy mujer, lo entiendo pero no lo comprendo. Quiero decir, que ahora lo sufro.

Echando la vista atrás, estos últimos años han sido confusos en cuanto a la recepción de los hechos que me han tocado vivir. Me refiero a mi evolución, no sé, ni yo misma me entiendo. La vida es más compleja.

Después de que me casé con Marcos, siempre acabo discutiendo con él porque intenta disculpar el comportamiento inapropiado de alguna de mis amigas. La culpa es de él y se convierte en el objeto de mi ira. Nunca me da la razón y me da mucha rabia cómo se lo toma todo. El muy burro incluso apunta que a lo mejor no debíamos habernos casado, que antes no teníamos esas discusiones. Además, me recuerda lo felices que éramos antes, antes de casarnos, un acuerdo al que habíamos llegado juntos.

Yo lo invito a reflexionar sobre algunas cosas importantes para discutirlas entre los dos. Cosas importantes como la nueva decoración de la casa que nos compramos hace dos años o si debemos llevarle un detalle a sus padres para el almuerzo del domingo. Y a él le da lo mismo, me dice que lo decida yo, que seguro que estará bien. Cuando se decide a participar en la reflexión, me lo echa todo abajo, no está casi nunca de acuerdo con lo que pienso yo. Eso sí, muy claro sí tiene que quiere ir a ver el partido con sus amigos, de eso sí está pendiente. Es como un crío, y nosotros ya no tenemos edad para estar con boberías. No está al tanto de nada y ha abandonado por completo los detalles de antaño. Lo peor es que cuando hablamos sobre eso contraataca con lo del sexo, argumentando que si él no lo busca jamás se produce el encuentro. Dice que ahora no me gusta que sea desordenado, algo que antes me parecía simpático. Por Dios, lo que hay que oír. Lo curioso es que a veces siento que tiene razón. Pero eso debe ser por mi pasado masculino y no me voy a dejar traicionar por esos instintos arcaicos. Ay, no sé, yo lo quiero, pero a veces es insoportable.

Los quehaceres de la vida íntima de una pareja no deben estar sujetos a un sistema prefijado. Es más, la palabra quehaceres no debería nunca aparecer en la misma frase que vida íntima. No sé qué parte de mí es la que se rebela contra esto.



No sé qué me pasa, pero ahora incluso me intereso por la herencia de Marcos. Sus padres son ya muy mayores y él está intentando desmarcarse de todo eso. Pero yo lo he empujado a pedir lo suyo, sobre todo porque le corresponde. No puedo permitir que lo pierda todo en favor de su hermana Ana, esa rata callejera.

Últimamente me veo más con las amigas, un grupito pintoresco integrado por compañeras del trabajo y al que se suman unas amigas de estas. Sin saber por qué hemos creado una alianza contra los hombres, nuestros hombres, los de casa y los del trabajo. Solo se salvan los recién llegados, pues estos nos dan pie a nuestras bromas y comentarios sexistas. Todas tenemos algo personal que nos une: vivir con nuestros maridos quejándonos de ellos. Supongo que el grupo de mi marido hará algo parecido. Aunque algo me dice, probablemente mi pasado masculino, que allí solo se discute el último fichaje de fútbol.

De todas formas, sobrellevo la situación desde que los martes por la tarde me acuesto con Juan, el chico que me soltó aquel piropo en la oficina unos años atrás. Es un tío resuelto, decidido, como si las cosas transcurriesen a su antojo. Es tan comprensivo, todo es tan fácil con él. Ay, no sé. No he pensado mucho acerca de este hecho con respecto a Marcos. Y cuando lo pienso, deduzco que él estará haciendo lo mismo por su lado.

A lo mejor me he vuelto una mala mujer. O no, a lo mejor simplemente me he vuelto una mala persona.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Púber



Nada de lo que parece ser importante me preocupa.
Para mí solo es urgente no poder estar
en los sitios donde no puedo estar.

Tengo ansias de estar al lado de todas las chicas
pero, en un abrir y cerrar de ojos,
el balón que porta un amigo
me hace olvidar cualquier encanto femenino.

Esta semana me gusta Ana
pero la semana pasada me gustaba Carla.

Carla me alarmó con un nosequedeinmaduro.
Ana no me dice nada de eso,
se limita a sentarse a mi lado
hasta que todos pasan de largo.
Lo pasamos muy bien juntos.

¡Maldito grano metastásico
que aparece en cualquier parte del cuerpo!

Odio que mi madre me obligue
a revisar el estado de la parte trasera de mis orejas.
¿Qué se cree?, ¿que no me las limpio?
Siempre con la misma música.

Aún sigo preguntándome
por qué demonios
me riñó el profe hoy en clase.
Yo creo que me tiene manía.

Ayer todo me sonreía.
Hoy todo está en mi contra.
Y, ¿mañana?

Sigo sin entender por qué siento cólera
y tengo ganas de suplicar a la vez.

Vikowski

jueves, 28 de agosto de 2014

Una curiosidad tan inocente

Al subir al avión elegí un asiento ni muy hacia adelante ni muy hacia detrás (ventaja que tienen los vuelos interinsulares). Tomé el lado de la ventanilla y, un momento más tarde, una sudadera verde empujaba la maleta de viaje en el compartimento de arriba, sobre mi cabeza. Era un chico negro de unos 28 años. No sé por qué digo la edad, en realidad nunca he sido bueno con esa tarea. ¿No les pasa a ustedes con la gente de otra raza? En un viaje a Europa me quedé mirando a una japonesa durante un buen rato, intentando adivinar su edad. Pero cuando ya casi la tenía, su pareja me agredió con su mirada y yo aparté la mía avergonzado. Iba a explicarle lo que hacía, que solo era un entrenamiento personal para mejorar mis predicciones, pero por razones lingüísticas y de tiempo, decidí recular y tomar otra dirección para perderme.

Una vez instalado en su asiento mi compañero de viaje, nos saludamos y quise entender al oír su acento que no hablaba mi idioma. Recordé mi historia europea y me dispuse a hojear la revista. Una de las azafatas, una chica joven y guapa pero con un estilo que la diferenciaba de otras compañeras, pasó asegurándose de que todo el mundo tuviera el cinturón abrochado. Cuando estaba a la altura de mi compañero, ocupó con su mirada nuestros cuerpos y me pareció que se detuvo algo más en ese momento. Segunda hojeada a la revista, aunque mi cabeza, siempre libre de cualquier mordaza que le intente colocar, se centró en la visión que tendrían las azafatas desde esa perspectiva.




Despegamos. En unos minutos ya estaba otra vez la misma azafata con la chocolatina. Desplegó una sonrisa que no estaba en el guion de la academia y urdió una estrategia para pasar unos segundos más en nuestros asientos: le indicó a mi compañero que podía bajar la mesita. Ahora, una ojeada a la revista para distraerme. No hubo suerte.


Cuando iniciábamos el descenso, la azafata volvía otra vez para comprobar si teníamos abrochado el cinturón. Pidió a mi compañero que subiera la mesita y lo ayudó con esta tarea. Proyectó la típica mirada de inspección, pero esta vez se detuvo algo más de lo normal en la zona pélvica de mi acompañante. La miré y descubrí que se ruborizaba. ¿Un lapsus poco profesional o una curiosidad tan inocente como la mía? El vuelo no dio para más.


martes, 29 de julio de 2014

Buñuel y su último suspiro

La imaginación es nuestro primer privilegio. Inexplicable como el azar que la provoca
L. Buñuel




Contaba su hermana que Buñuel salió una vez disfrazado en un festival de la escuela, blandiendo unas tijeras y cantando: «Con estas tijeras y mi espada y mis ganas de cortar, me voy a España a armar una verdadera revolución». ¿No podemos considerar esto una auténtica profecía?

Mi interés por Buñuel lo despertó un peculiar profesor universitario que decidió proyectarnos El ángel exterminador para hacernos ver en imágenes lo que expresan las palabras en los textos surrealistas. Sus películas han ido desfilando por la pantalla de mi casa desde entonces.

Buñuel nunca tuvo intención alguna de escribir una autobiografía. Pero Jean-Claude Carrière, su mano derecha en el cine durante más de veinte años, se empeñó en recoger los recuerdos del aragonés entre rodaje y rodaje. Buñuel accedió a que su gran amigo le ayudara a publicar esos recuerdos un año antes de su muerte en Mi último suspiro, pero dejó bien claro sus intenciones: «Mis errores y mis dudas forman parte de mí tanto como mis certidumbres. Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros y, de todos modos, el retrato que presento es el mío, con mis convicciones, mis vacilaciones, mis reiteraciones y mis lagunas, con mis verdades y mis mentiras, en una palabra: mi memoria».

La vida de este genial artista se lee como una novela. Es pura literatura y cine a la vez. De su cosmovisión podemos extraer todo un tratado sobre la vida, y también de la muerte. Que nazca con el siglo XX y muera con este agonizando, que conociera a grandes personalidades o fuera amigo de muchas de ellas como Lorca, Dalí, Unamuno, Magritte, Epstein, Primo de Rivera, Alfonso XIII, Salinas, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Borges, Ramón y Cajal, Juan Negrín, Crevel, Unik, M. Schultz, L. Aragon, Man Ray, Tristan Tzara, Max Ernst, André Breton, Tanguy, Santiago Carrillo, Saint-Exupéry, Lévy-Strauss, George Cukor, Hitchcock, John Ford, Fritz Lang (su inspiración) o Woody Allen entre otros, permite que su biografía se convierta en un relato de la historia del propio siglo.

Buñuel era hijo de un indiano acaudalado, pero siempre se interesó por la clase baja. No era hombre de obras sociales, su aportación la hizo desde donde mejor supo: el cine: «Siempre me ha parecido más atractiva la idea de incendiar un museo que la de abrir un centro cultural o fundar un hospital». Se ayudó del séptimo arte para  mostrar lo que en su juventud vivió, vio, sintió, soñó e interpretó en una España que aún vivía en la Edad Media. La muerte, la  fe y el sexo fueron conceptos que se confundieron desde temprana edad y nunca dejarían de acompañarlo. A ellos se unieron más tarde sus «placeres de aquí abajo», a saber,  el amor precedido del alcohol y seguido del tabaco:  «Los placeres, siempre deseados, se saboreaban mejor cuando podía uno satisfacerlos. Los obstáculos aumentaban el gozo». Pero, averigüen cuál se le daba mejor.

Es muy gratificante conocer de primera mano el encuentro en la Residencia de Estudiantes entre Buñuel, el  «aragonés tosco»,  Lorca, el «andaluz refinado» y Dalí, el tímido pero insolente, extravagante y provocador. Su vida no hubiese sido igual si no hubiese conocido a estos grandes de la cultura española. Allí se le reveló todo un mundo nuevo al que él mismo contribuyó sin mayor esfuerzo.  El momento en que le estampa a Federico sin inmutarse «¿Es verdad que eres maricón?» no tiene precio. ¿Los enfados duran para siempre o a veces duran lo que tarda en derretirse el hielo en una copa de ron?



Pero una España medieval seguida de una España sumida en un «odio irracional, brotado de un recoveco oscuro del inconsciente», no era el escenario adecuado para el desarrollo de su genialidad. Francia y su otra patria, México, se beneficiarían de su arte en primera fila, aunque Hollywood intentase seducirlo a golpe de talonario, as usual. La industria americana no comulgaba en absoluto con sus deseos y sus palabras hicieron temblar la reputación del mismísimo Oscar por culpa de una broma muy buñuelesca. Los americanos se sentían atraídos por lo que mostraba en sus películas, aunque no entendían una sola palabra, una sola imagen.

El interés de Buñuel por los sueños y la ensoñación, esencia de los surrealistas, tampoco fue entendido por la crítica. El artista nunca dejó de asombrarse al verse sicoanalizado a través de sus obras. Idiotas. ¿No comprenden que los sueños son inspiraciones y no perversiones? ¿No comprenden que los sueños solo existen por el recuerdo que los acaricia? Esto es lo que él siempre consideró interesante, algo de lo que siempre quiso hablar, incluso durante el canto del cisne de su último suspiro.

Nota: Hoy se cumplen 31 años de la muerte de Luis Buñuel.

domingo, 20 de julio de 2014

Averno de iniquidad: La noche del cazador

Nunca es más fuerte el hombre que cuando es niño. Durante esos cortos años de la infancia da muestras de una resistencia y una capacidad de aguante como Dios nunca volverá a otorgarle en lo que le resta de vida. Los niños lo soportan todo. Superan cualquier obstáculo

La descripción en una novela de un asesino degollando sin inmutarse a su víctima o arrancando sus extremidades mientras brota la sangre para dar un golpe efectista terrorífico, no me inquieta lo más mínimo. Todo cambia si el niño protagonista le revela lo siguiente a un mayor: «El señor Powell me da miedo. Me asusta más que la oscuridad o los truenos o cuando miro a través de la pequeña burbuja del cristal de la ventana en el vestíbulo del piso de arriba y todo lo que hay fuera se estira y tuerce el cuello. (…) Preferiría que me azotara a que me preguntara, porque el dolor de los azotes solo dura un rato mientras que las preguntas no cesan por siempre jamás, amén». Entonces la cosa cambia.

Los sombreros viejos, los zapatos viejos y los vestidos viejos adoptan siempre la postura, la forma y el volumen del cuerpo humano que los llevó una vez

La obra sumerge perfectamente al lector en un entorno hostil para la vida humana. Son los tiempos de la Gran Depresión, tiempos en los que la miel y la leche no manan en ningún lugar. Los niños juegan sobre la hierba, que se nos antoja grisácea, cantando una terrible canción:

¡Cuelga, cuelga, ahorcado!
¡Mirad lo que hizo el verdugo!

¡Cuelga, cuelga, ahorcado!

¡Mirad cómo se  balancea el ladrón!
¡Cuelga, cuelga, ahorcado!
Mi canción ha terminado


La noche del cazador es una impresionante novela de 1953 de un desconocido Davis Grubb inspirada en un cuento infantil norteamericano. Se trata de una vieja idea maniquea relatada en forma de fábula: Amor/Odio (Love/Hate). Nota: Por favor, no la relacionen con la perversión del lema que supuso aquella horrible serie de televisión hace pocos años.

El personaje central es Harry Powell, un predicador, un falso hombre de Dios, un perseguidor, un cazador, que lleva tatuado en sus manos esas palabras, símbolos del bien y el mal. Nadie mejor que Robert Mitchum para transmitir ese terror en la gran pantalla dos años más tarde, aunque su doblaje al castellano se muestre a veces un tanto ridículo. Un parecido rol le tocó desempeñar en 1962 en El cabo del miedo, cinta de la que tristemente hoy solo se va recordando la paródica apelación ¡Abogaaadoooo! que un humorista español extrajo del muy aceptable remake de 1991. Mitchum dejaba claro que ese tipo de papel lo bordaría siempre que se lo propusiese. Tanto que es probable que se dedicara el resto de su vida a interpretar este personaje, a "su" personaje.

John, el hijo de Ben Harper (una coincidencia homónima y musical), es el blanco de su persecución y el motivo es uno de los fatales enemigos de las sociedades justas: el dinero. El pobre chaval no sabe si esas “manos tatuadas con palabras antagónicas” están de su parte o de los “hombres de azul” que dirigieron a su padre a la horca. Como el propio autor deja plasmado en su libro, estamos ante un auténtico “averno de iniquidad”.

La película fue dirigida por un monstruo de la interpretación, Charles Laughton, al que siempre recordaremos por sus encomiables papeles en Testigo de cargo, La vida privada de Enrique VIII o como Graco en Espartaco. Aunque logró filmar el miedo, fue un estrepitoso fracaso de taquilla y no volvió a dirigir nunca más. Pasado el tiempo, el asunto se ve distinto y hoy en día es considerada una película de culto.

Miguel Ángel Palomo escribió para el diario El País que no sólo es “un clásico fundamental e inimitable; es también el más perverso cuento de hadas de las historia del cine”. Aun estando de acuerdo con esta afirmación, la novela supera enormemente todo lo que la gran pantalla presenta. Su lectura ensancha paulatinamente la oquedad en la que están instalados los ojos y obliga a pasar las páginas con mucho cuidado, como si aguardasen detrás las más horripilantes escenas. Se corría un riesgo, pero era inevitable su versión cinematográfica. El mismo Grubb era consciente de ello: “Es un caso lo bastante triste para tentar al cine”, dice uno de sus personajes al ver alejarse a Willa Harper, la viuda de Ben.


¿Es Dios uno de ellos? ¿Está Dios de parte de los dedos con nombres que son letras como las letras que hay en el reloj del escaparate de la señorita Cunningham?