El Palau Sant
Jordi se vistió de gala para recibir a la banda de rock más caliente del mundo.
Tras el ascenso a Montjuic, casi con la puesta de sol, el bocadillo de
butifarra y la cerveza fría proveniente de unas manos del este de Europa, nos
dirigimos hacia el pabellón. Estricto y correcto control de seguridad, y
adentro. A la cabeza se nos vino el concierto de Scorpions del año pasado en
Vista Alegre: allí todo fue confusión, colas serpenteantes y kilométricas
(literalmente) que nos introdujeron en el barrio de Carabanchel, entrada al
recinto cuando ya estaban acabando los teloneros, indicaciones confusas y
personal casi inexistente. En fin, en el Palau fue todo lo contrario: fácil
acceso, información y seguridad en todos lados. Menos mal que los Escorpiones
nos hicieron olvidar rápidamente todo aquello.
A la hora en
punto, los teloneros Dead Daisies salieron a escena. Difícil papeleta la de
abrir para una de las grandes bandas de la historia del rock. Comandados por
John Corabi (Mötley Crüe) y Marco Mendoza (Thin Lizzy, Whitesnake), quien tomó
las riendas para interactuar con el público en su español chicano, se
esforzaron en calentar motores durante sus 45 minutos de actuación. Con su hard
rock angelino nos devolvieron a los locales de finales de los 80 de la costa
oeste americana. La banda traía consigo a dos miembros de los actuales (y
nefastos) Guns N´ Roses, el teclista Dizzy Reed y el guitarrista Richard
Fortus, quien puso la imagen, las ganas y el desenfado sobre el escenario. Un
grupo que es totalmente desconocido por estos lares, algo que supone un reto
difícil de superar. Para paliar estas dificultades Mendoza recordó que
"agarraran" su nuevo disco cuanto antes y se marcaron un par de
clásicos que dejaron a la gente bastante satisfecha: Hush, el tema de Joe South
popularizado por Deep Purple, y el archiversionado Helter Skelter de Beatles.
A estas horas,
las gradas laterales ya estaban a tope de gente, no así la pista.
Faltaban tres
minutos para las 9:30. Telón arriba con el nombre de la banda, esa marca
que ha vendido y sigue vendiendo millones de objetos de merchandising. Suena por megafonía el lema del grupo: You
wanted the best, You've got the best, the hottest band in the world... Kisssssssssssss.
Cae el telón,
los acordes de Detroit Rock City resuenan acompañados por las primeras explosiones
de la noche y confunden el sonido hasta casi el final de la canción. Sin
descanso y con la ayuda de un genial equipo técnico, Simmons interpreta Deuce
salvando la siempre difícil entrada. Mueve su cabeza de forma diabólica y
teatral, estampa a la audiencia su ya clásico I wanna hear you entre estrofa y
estribillo, le regala al público su encantadora mirada asesina y su lengua
parece lamer la cara de todos los asistentes. Las cosas se ponen en su sitio.
Pero realmente,
hasta que no sonaron los primeros acordes y versos de Psycho Circus, no nos
dimos cuenta del mensaje y significado de aquel espectáculo: Hello! / Here I
am! Here we are / We
are one/ I've been waiting for this night to come / Get up! Now it's time for
me to take my place / The make-up runnin' down my face / We're exiles from the
human race / You're in the psy, You're in the Psycho Circus / I say Welcome to
the show. Un despliegue
absoluto de pirotecnia, luces, láser, brillantina, disfraces, maquillaje,
papeletas que vuelan por los aires, cámaras que captan todos los detalles y
que, a través de las enormes pantallas situadas estratégicamente, trasladan al
público al escenario y acercan el escenario al público.
Sin duda alguna,
el mejor de la noche fue Gene Simmons, el Demonio. Perfecto en la
interpretación vocal, que alcanza casi el 50% del set. Dinámico en el
escenario, lanza fuego por su boca y toma entre sus vampíricas manos una espada-antorcha que clava en
medio del escenario para calentar aún más al encendido público. Tras la
celebrada y coreada Lick it up, su personaje comienza a actuar desafiando al
público con miradas que acompaña de rugidos que provoca su distorsionado bajo.
Y tras escupir sangre por la boca y manchar la parte delantera de su traje,
vuela a una velocidad endiablada hacia lo alto del pabellón para posarse en una
plataforma desde la que comienza a interpretar God of thunder. El corazón se
nos encogió. Juraríamos ante Dios que voló de verdad.
Paul Stanley
hizo de maestro de ceremonias interactuando verbal y físicamente con el
público. Introdujo cada tema en su contexto histórico, clásico tras clásico: I
love it loud, War Machine (respaldada por un fantástico vídeo en la pantallas),
Do you love me, Calling Dr. Love, Cold Gin o un grandioso The Creatures of the
night... Habló del tamaño de sus plataformas, nos hizo competir con las gradas
para ver quién aullaba más, nos mostró a través de las cámaras a la enfurecida
Kiss Army española, agradeció nuestra asistencia y nos hizo creer (así lo
aseguró) que el rock and roll estaba allí para nosotros, para
"Baselona" (según dijo). Surcó una vez más el cielo blandiendo sus
"armas del amor" para regresar con el "diamante negro"
entre sus manos. Ya en la plataforma central que da vueltas como un tiovivo, a
escasos diez metros de nuestra posición, se engancha la guitarra y exhala los
primeros versos de Love Gun: I really love you, baby / I love what you've
got / Let's get together, we can...get hot. Fue ahí cuando se pudo
confirmar lo que ya se venía apreciando: su voz de agudos inalcanzables ya no es
la que era. El muy listo dosificaba al máximo sus vocales y, cuando no llegaba
a la octava alta, bajaba dos más. El muy seductor se mordía el labio, movía su
cadera con sus típicos saltitos juveniles, guiñaba el ojo o enviaba un beso con
la púa entre sus dedos. Más que suficiente para enloquecer al público y hacerle
cantar hasta la extenuación. El héroe regresa al escenario tras su baño de
masas a través de la tirolina mientras Eric Singer interpreta Black Diamond y
su batería se eleva en una plataforma a lo más alto. No hay tregua.
El solo de
batería de Singer consiste en tocar toda la cacharrería que tiene armada
mientras la plataforma sube y baja. El solo de guitarra de Tommy Thayer, por
llamarlo de alguna manera, se limita a excretar una escala tras otra sin ningún
rumbo aparente, pendiente de que salgan despedidos los cohetes que tiene
insertados en el mástil. Poca cosa para un buen guitarrista. Su duración es
breve y no enturbia el espectáculo. Se toma más como el merecido descanso de
unos señores de 63 y 65 años.
Los cañones de
fuego se activan a la vez que Eric Singer golpea la caja y la traca de petardos
no permite ninguna distracción sobre el escenario. El grupo se retira y regresa
a escena rápidamente. Saludan y ataviados de sus instrumentos nos dan la última
y esperada descarga: Shout it out loud, I was made for lovin´you y la festera
Rock and roll all nite, con la que el público se desgañita finalmente bajo la
lluvia de confeti que inunda el pabellón.
Las 11:00 de la
noche. Una última caña en la barra del fondo mientras suena God Gave rock and
roll to you II y con la sensación de que el espectáculo ha sido corto pero
intenso.
Si te gusta la música, puedes escucharla. Si te gusta el cómic, puedes leer uno. Si te gusta el circo, puedes acercarte a la carpa. Si te gustan las tres cosas a la vez, tienes que ver a Kiss: Welcome to the show.