Solo se inventa mediante el recuerdo
Alphonse Karr
El
otro día estaba leyendo un libro y algo hizo que me detuviese, algo
que ahora mismo no recuerdo. Era algo que había leído y quería
comprobar documentalmente. Como un resorte, cogí el móvil, como
hago siempre, a modo de manual de consulta inmediata. Pulsé la barra
de Google pero no supe qué teclear. El cursor parpadeaba, me miraba.
Intuí que tenía la mano en la cintura, en forma de jarra, con un
gesto de "estoy esperando", pero no pude contestarle. No
supe. Volví al libro que me estaba leyendo. Era... ¿Cómo era el
título? No recuerdo. Era una escritora danesa. O era una escritora
francesa. Nada. No recuerdo nada. Ah, sí, eso, Nada, ese era el
título.
Por
la tarde, conversando con unos amigos sobre música, comenzamos a
recordar influencias de unos músicos sobre otros músicos. Las
canciones de las que hablábamos me recordaban claramente a sus
intérpretes, a sus composiciones, pero no era capaz de recordar cómo
se llamaban. Los veía en mi cabeza tocando en el escenario, pero ni
rastro de sus nombres. Escuchaba sus acordes perfectamente, pero no
era capaz de recordar ni un título. La conversación se paralizaba
por momentos para esperar por mis referencias musicales, que no
aparecían. ¡Qué imagen estaría dando, por Dios! Pero esto tampoco
lo recuerdo.
Luego
pasamos a las películas, y a las series de televisión, de las que
solo fui capaz de recordar temáticas y argumentos, pero nada sobre
los actores y sus interpretaciones. Justo
cuando pasaban por allí unos familiares lejanos que decidieron
saludarme, de los que no pude recordar sus nombres, un amigo me
hablaba de otro amigo común del colegio. Me dio su nombre y
características físicas y síquicas, pero mi cerebro no acercó
imagen suya alguna.
Achaqué
todo esto a la gran cantidad de información que se va acumulando en
nuestros cerebros, la que acumulamos todos cada día, la que llega
por todos lados desde que abrimos los ojos a primeras horas de la
mañana, o de la tarde, o de la noche. ¿Estaría acercándose ese
Alzheimer galopante que va invadiendo los discos duros de nuestra
sociedad? ¿Quizás la culpable sea cierta bebida espirituosa que
ingiere mi organismo en cantidades desproporcionadas de vez en
cuando, o a menudo? No sé ahora mismo si lo achaqué a otra causa.
No lo recuerdo.
El
lunes pasado, sin ir más lejos, ¿o fue el viernes?, me preparé
para salir de casa. Llamé al ascensor, llegué a la planta baja,
abrí la puerta de la calle, recorrí dos manzanas y entré en una
farmacia. El dependiente que estaba al otro lado del mostrador me
indicó con un gesto que era mi turno, pero... Sí, así fue:
arrastré una m larga buscando en mi cabeza el motivo por el que
estaba allí, pero no surgió la más mínima idea. No sé cómo se
me ocurrió, pero en unas décimas de segundo me vi contestándole al
dependiente algo absurdo: "No se preocupe, estoy echando un
vistazo". El hombre mostró un gesto forzado de complicidad,
giró su cabeza para buscar a sus compañeros de trabajo y avisó con
la mirada de mi presencia sospechosa en el establecimiento. Todo ello
lo sé porque vi ese gesto a través del cristal del nuevo expositor
de complejos vitamínicos. Al menos, eso es lo que yo recuerdo. Es
sorprendente como la memoria difumina los hechos.
Anoche
me llegaron a la cabeza, de pronto y sin avisar, una lista de títulos
de libros y otra muy larga de nombres de músicos. Tenía todos los
datos numéricos de la deuda económica de los países de la Unión
Europea, podía recitar ¡de memoria! los miembros más destacados de
la Generación del 27, la lista de clase de 8º de EGB con nombres y
primeros apellidos, los títulos de canciones de más de trescientos
discos con referencias de su autor y año de publicación, podía
recitar diez o quince poemas de la historia de la literatura
española, las alineaciones del Fútbol Club Barcelona de las últimas
cinco temporadas, las mejores películas americanas con sus
directores y actores principales, y hasta la tabla periódica de los
elementos. Pero no pude recordar para qué recordaba todo eso. Era
una llegada aterradora, más aterradora aún que la sensación de no
recordar. Quizás porque empiezas a vomitar toda esa retahíla de
súbito, sin más, y puedes llegar a parecer un demente.
Entonces
pensé que todo podía estar motivado por una maniobra que había
realizado hacía ya unos meses en casa. Decidí que era el momento de
abrir espacio, de tirar a la basura todo aquello que ya no era útil.
Pero este es un acto que sabes cuándo inicias pero no cuándo
finalizas. El detonante está en tirar un viejo recuerdo: aquel
llavero que te trajo tu hermana cuando fue de viaje a Alemania; una
fotografía de aquella excursión que hiciste al parque nacional con
un grupo del que ya no recuerdas la mitad de sus nombres; un horrible
sacatapas que compraste en Portugal; ay, aquellas cintas de casete de
toda aquella música generacional que sigue sonando en mi cabeza y en
mi alma... En definitiva, que empecé a desechar cosas que entendí
que eran inservibles sin darme cuenta de que, en realidad, lo que
estaba haciendo era enterrando mis recuerdos.
Últimamente
he decidido apuntarlo todo lo más rápidamente posible, pero creo
que normalmente me olvido de hacerlo. Ahora mismo no recuerdo. Un
amigo me dijo que no me preocupara, que eran tonterías mías pero,
que si me quedaba más tranquilo, que se lo comentara al médico de
familia en cualquier consulta rutinaria. Pero el caso es que siempre
que voy a consulta me olvido de hacerlo. Ya ven, juzguen ustedes
mismos si es para preocuparse o no.
Pero,
¿qué les estaba contando?