Me rencontré en Facebook con unos cuantos amigos poetas chilenos a los que les había perdido un poco el rastro en el último tiempo. Entre ellos Yuri Pérez, que en un viaje de hace unos cuantos años nos recibió en su casa de San Bernardo a Cucurto y a mí, los argentinos de viaje, y a la comitiva santiaguina que por esos días, con infinita paciencia, nos alojó y alimentó: Cristian Gómez, Sergio Parra, Paloma Castillo, el Chico Figueroa (que me regaló una primera edición de La musiquilla de las pobres esferas, de Lihn), Antonio Silva y David Bustos. No está en la foto Germán Carrasco, en su casa esa noche, con parte de enfermo. En San Bernardo comimos como dioses un cocido que preparó Yuri, leímos en el jardín, y tomamos todo lo que nos pasó cerca, ya sea en vaso o en botella.
Mientras espero que me lleguen libros nuevos para saber en qué andan, subo este texto de Yuri del libro Cumbia, de 2003:
EL BOLICHE DE MI MADRE
Robaron el boliche de mi madre. Hoy Martes. Se llevaron el aparato telefónico. Una docena de huevos. Desapareció el cubrepisos adquirido en la feria persa. Se ha perdido el bicarbonato de Sodio. La receta de fluoxetina. Los malditos abrieron la caja de las monedas y sacaron de ella 1800 pesos que mi madre había destinado a la compra de papas, cebollas y ají de color. Robaron dulces, chocolates, galletas, arroz, jurel en tarro, lápices Bic, canela y el letrero CON QUE CARA PIDE FIADO SI CUANDO TIENE PLATA COMPRA EN OTRO LADO. Los tomates no existen, ni el ajo, ni los repollos, ni la caja de cartón habilitada para la sal, ni la foto del Papa. Se llevaron el talonario de boletas, no sé con qué fin, una tira de Metamizol Sódico, el paño para limpiar la vitrina de los dulces, el pan añejo, las tabletas antiácidas, la guía telefónica, la libreta de los créditos, la calculadora y los libros de contabilidad. Quemaron la silla de Coca Cola. Los Mercurios del siglo pasado. Los calendarios eróticos de Gloria Trevi, sus memorias, sus descargos. Quemaron la sonrisa de la casa. Robaron la ampolleta, los enchufes, la pala de la basura, la comida de los perros, el desodorante ambiental, las monedas de 5 pesos. El papel higiénico no, ni el cloro, ni la cera, ni el champú, ni el Rexona, ni el aceite emulsionado, ni el óxido de zinc. Tampoco las máquinas de afeitar traídas a Chile por un turista Quechua. El jabón Lux está en la repisa de siempre. También la pasta de zapatos y la crema para el acné. Dejaron el cortauñas, los encrespadores de pestañas, el maquillaje y los espejos de bolsillo tipo Barbie. El libro de Nerval no fue tomado. Ni Vallejo. Ni De Rokha. Ni Esenin. Ni Stella Díaz. Ni Romeo Murga. Las obras completas de Mistral siguen sobre la misma mesa. También las de Pedro Antonio González. Las de Pessoa. Las de Carlos Pezoa Veliz. Los poemas de Miguel Serrano. Se llevaron Los Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada de Neruda y los torpes intentos líricos de un vecino de infancia. Decidieron no llevarse el suplemento económico de La Cuarta. Ni la bomba cuatro, ni sus primas, ni sus hermanas. Ni el calendario de la Cicciolina. Mi madre gana 60.000 pesos al mes por concepto de ventas libres de impuestos. Con esta plata alarga su vida y huye de la trombosis. Con esta plata compra ansiolíticos. Calcio. Complementos Vitamínicos. Fierro. Ropa usada. Chancletas. El resto lo gasta en los caprichos de Modesto Segundo Pérez Pérez. Vino tinto. Aguardiente. Sucedáneo del café. Sucedáneo del jugo de limón. Hoy quise saludar a mi madre por teléfono.
Mientras espero que me lleguen libros nuevos para saber en qué andan, subo este texto de Yuri del libro Cumbia, de 2003:
EL BOLICHE DE MI MADRE