Hago una selección de libros para llevarme a la playa, y releo páginas marcadas de La vida descalzo, de Alan Pauls, mezcla de autobiografía marítima y ensayo sobre "la playa" que Sudamericana editó en 2006, y que recuerdo haber leído de un tirón y con mucho entusiasmo. Acá uno de los pasajes subrayados (con la recomendación fervorosa de que lean el libro completo) más el bonus de Ursula Andress saliendo del mar:
Estamos en Jamaica, en la isla donde se atrinchera el Dr. No, y lo que Bond contempla atónito desde detrás de su palmera, una barricada no muy distinta de la que nos protegía a mi hermano y a mí, igualmente atónitos, en la oscuridad del Atlantic, es una criatura sobrenatural, mitad humana mitad marina —a tal punto que cuando Úrsula Andress terminaba de salir del agua yo no podía entender cómo su cuerpo no remataba en una cola de sirena sinuosa y brillante, tapizada de escamas tornasoladas—, que parece dar a luz la especie a la que pertenece, una especie compuesta de un solo especimen, ella misma, en el momento mismo en que emerge del océano. (He aquí una de las fatalidades que condenan la playa al kitsch: probablemente haya pocos momentos tan ridículamente metafóricos como la salida del mar.) Si Bond, impecablemente vestido, es el intruso, el que llega de afuera, el extranjero urbano, Honey Rider, que busca caracoles semidesnuda, es la representación aggiornada de la nativa, la local, la que ocupaba la playa antes de la llegada del intruso. La escena, además de excitante, resulta bastante menos estúpida de lo que parece; es erógena porque lo que elige poner en escena, antes que una consumación sexual, es el nacimiento de un objeto de deseo único y mítico —es el mar, aquí, el que crea
Alan Pauls, La vida descalzo, Sudamericana, Buenos Aires, 2006.