Estuve unos días en Pehuen Co, cumpliendo con el ritual de las vacaciones: arena, sol, mar, tranquilidad, muchos árboles. Básicamente otro ritmo, desaceleración del día, tiempos lentos. Lo que se traduce como condiciones óptimas para la lectura. Fui con varios libros en la mochila, entre toallones y bronceador. Y leí, finalmente, Viajes con Heródoto, del polaco Ryszard Kapuscinski (1932 - 2007). Cronista, Kapuscinski recorrió el mundo del 50 en adelante cubriendo guerras, independencias, plagas, revueltas... Tenía una capacidad admirable para captar y describir el detalle cotidiano en medio de procesos globales. En un capítulo de Viajes con Heródoto se pregunta ¿cómo es el taller del griego? ¿cómo busca la información, cómo la escribe?. La misma pregunta se puede trasladar a Kapuscinski, y para responderla, recuerdo, hay un texto suyo que en el 96 publicó la revista Letra Internacional: Apuntes nómadas. El texto es extenso, así que seleccioné una parte que me resulta particularmente interesante por la pregunta que deja planteada ¿todo se puede escribir de la misma manera?:
Yo no soy esencialmente poeta, pero utilizo la poesía como ejercicio lingüístico; la poesía es irrenunciable para mí. Requiere una concentración lingüística extrema, y eso beneficia a la prosa. Mi prosa ha de tener música, y la poesía es ritmo. Cuando me pongo a escribir, tengo que encontrar un ritmo. En cuanto he encontrado el ritmo de la frase todo fluye. El ritmo le lleva a uno como un río, se nada en movimientos rítmicos. El ritmo lo encuentro mediante la intuición. Si no doy con la cualidad rítmica de una frase, la omito. La frase ha de encontrar primero un ritmo interior, luego la página y finalmente todo el párrafo. Así confiero a la prosa una dimensión poética. La poesía tiene una gran densidad, por lo que la prosa poética no puede abarcar demasiadas páginas.
Normalmente trato de encontrar frases breves, pues generan ritmo y movimiento. Son más rápidas y dan claridad prosa. Cuando escribí Imperio, constaté que si quería ofrecer una descripción más acertada necesitaba frases más largas. De pronto el estilo de mi escritura se transformó por completo. Se debía a la amplitud del asunto, que no puede abarcarse con frases breves. El estilo ha de ajustarse al objeto. Una descripción de la interminable amplitud del paisaje ruso requiere frases largas.
Además de la relación entre asunto y estilo, está la que liga al tema y el material lingüístico. Cuando escribí Rey de reyes, quería describir un poder autoritario. La mirada autoritaria de un poder autoritario tiene algo de anacrónico. Para expresar lo trasnochado del objeto debía despertar la impresión de algo superado, infinitamente envejecido. Mi crítica de la estructura autoritaria del poder se expresaba por medio de esta revelación de su extemporaneidad. También se trataba de revelar lo anacrónico de nuestro sistema autoritario en Europa del Este. De modo que leí cuidadosamente la vieja literatura polaca feudal de los siglos XVI, XVII y XVIII. Encontré maravillosas palabras olvidadas muy expresivas y llenas de matices, y con todo ello elaboré un vocabulario particular.
El idioma español se caracteriza por una riqueza barroca, una especie de efecto rococó, colorida y cuajada de fiorituras, de juguetona imaginación y una fantasía inconmensurable. La prosa de mi pieza sobre la «guerra del fútbol» entre El Salvador y Honduras no es, por ello, sencilla, y es poco transparente precisamente por recoger esas tradiciones hispánicas.
En África, el material lingüístico ha de poder describir cualidades tropicales. La literatura africana contemporánea no se escribe en las lenguas autóctonas, sino en francés o en inglés. Eso impide que se establezca un vínculo profundo con las lenguas tradicionales. Lo que uno puede apropiarse procede de los poetas nacionales de más edad. La poesía africana tradicional es ritmo, sencillez, repetición. A veces se repite una frase una y otra vez, y de esa repetición surge un efecto musical: la música, en el África tradicional, es fundamentalmente tambores, tambores que hablan. Sólo unos pocos escritores europeos han tratado de describir el ambiente y el clima de la espesa selva tropical. Probablemente sea Joseph Conrad quien más se haya aproximado a su esencia. La experiencia de los trópicos tuvo una enorme influencia en su prosa. Eso hace que aparezcan las repeticiones, los ritos, los misterios, algo surrealista, algo que lo rodea a uno sin que sea posible penetrar en el corazón de esa oscuridad. La lengua polaca no conoce esa tradición tropical y ha de vérselas con esa ausencia.
Siempre que se refiera a culturas foráneas, cada asunto requiere un cambio de estilo. Cualquier otra forma descriptiva resultaría artificial. Hay que dar la impresión de que se escribe desde el interior de ese clima particular, de esa cultura o situación.
Hay que crear una atmósfera en el interior de la prosa. No es posible describir el hielo siberiano de la misma manera que el ardor del desierto. En el Sahara sólo hay vida por la mañana y al atardecer. Durante el día, sus habitantes están paralizados por ese calor espantoso. Permanecen tumbados, esperando a que pase el día. Hay que describir esa lentitud, la parálisis, el paisaje totalmente muerto, la calma absoluta del calor tropical, el silencio del día tropical. La prosa ha de reproducir el vacío de esas horas. En el frío siberiano en cambio se libra un combate perpetuo con la nieve. Cuando se avanza por una capa de nieve muy alta, a menudo se siente uno perdido. Surge la sensación de sentirse amenazado por el entorno. El entorno es un enemigo. Hace un frío helador, y el frío es el enemigo. La naturaleza no es pasiva sino una fuerza activa que hay que combatir a cada instante. No hay referencias, y uno sabe que si sigue perdido más de dos horas, morirá. Se experimenta una tensión constante. Un miedo inconsciente. La buena prosa ha de reproducir ese estado de tensión y la presión de esa naturaleza agresiva y peligrosa.
Ryszard Kapuscinski, Apuntes Nómadas, en Letra Internacional, nº 44, Mayo-Junio 1996, Madrid.
Yo no soy esencialmente poeta, pero utilizo la poesía como ejercicio lingüístico; la poesía es irrenunciable para mí. Requiere una concentración lingüística extrema, y eso beneficia a la prosa. Mi prosa ha de tener música, y la poesía es ritmo. Cuando me pongo a escribir, tengo que encontrar un ritmo. En cuanto he encontrado el ritmo de la frase todo fluye. El ritmo le lleva a uno como un río, se nada en movimientos rítmicos. El ritmo lo encuentro mediante la intuición. Si no doy con la cualidad rítmica de una frase, la omito. La frase ha de encontrar primero un ritmo interior, luego la página y finalmente todo el párrafo. Así confiero a la prosa una dimensión poética. La poesía tiene una gran densidad, por lo que la prosa poética no puede abarcar demasiadas páginas.
Normalmente trato de encontrar frases breves, pues generan ritmo y movimiento. Son más rápidas y dan claridad prosa. Cuando escribí Imperio, constaté que si quería ofrecer una descripción más acertada necesitaba frases más largas. De pronto el estilo de mi escritura se transformó por completo. Se debía a la amplitud del asunto, que no puede abarcarse con frases breves. El estilo ha de ajustarse al objeto. Una descripción de la interminable amplitud del paisaje ruso requiere frases largas.
Además de la relación entre asunto y estilo, está la que liga al tema y el material lingüístico. Cuando escribí Rey de reyes, quería describir un poder autoritario. La mirada autoritaria de un poder autoritario tiene algo de anacrónico. Para expresar lo trasnochado del objeto debía despertar la impresión de algo superado, infinitamente envejecido. Mi crítica de la estructura autoritaria del poder se expresaba por medio de esta revelación de su extemporaneidad. También se trataba de revelar lo anacrónico de nuestro sistema autoritario en Europa del Este. De modo que leí cuidadosamente la vieja literatura polaca feudal de los siglos XVI, XVII y XVIII. Encontré maravillosas palabras olvidadas muy expresivas y llenas de matices, y con todo ello elaboré un vocabulario particular.
El idioma español se caracteriza por una riqueza barroca, una especie de efecto rococó, colorida y cuajada de fiorituras, de juguetona imaginación y una fantasía inconmensurable. La prosa de mi pieza sobre la «guerra del fútbol» entre El Salvador y Honduras no es, por ello, sencilla, y es poco transparente precisamente por recoger esas tradiciones hispánicas.
En África, el material lingüístico ha de poder describir cualidades tropicales. La literatura africana contemporánea no se escribe en las lenguas autóctonas, sino en francés o en inglés. Eso impide que se establezca un vínculo profundo con las lenguas tradicionales. Lo que uno puede apropiarse procede de los poetas nacionales de más edad. La poesía africana tradicional es ritmo, sencillez, repetición. A veces se repite una frase una y otra vez, y de esa repetición surge un efecto musical: la música, en el África tradicional, es fundamentalmente tambores, tambores que hablan. Sólo unos pocos escritores europeos han tratado de describir el ambiente y el clima de la espesa selva tropical. Probablemente sea Joseph Conrad quien más se haya aproximado a su esencia. La experiencia de los trópicos tuvo una enorme influencia en su prosa. Eso hace que aparezcan las repeticiones, los ritos, los misterios, algo surrealista, algo que lo rodea a uno sin que sea posible penetrar en el corazón de esa oscuridad. La lengua polaca no conoce esa tradición tropical y ha de vérselas con esa ausencia.
Siempre que se refiera a culturas foráneas, cada asunto requiere un cambio de estilo. Cualquier otra forma descriptiva resultaría artificial. Hay que dar la impresión de que se escribe desde el interior de ese clima particular, de esa cultura o situación.
Hay que crear una atmósfera en el interior de la prosa. No es posible describir el hielo siberiano de la misma manera que el ardor del desierto. En el Sahara sólo hay vida por la mañana y al atardecer. Durante el día, sus habitantes están paralizados por ese calor espantoso. Permanecen tumbados, esperando a que pase el día. Hay que describir esa lentitud, la parálisis, el paisaje totalmente muerto, la calma absoluta del calor tropical, el silencio del día tropical. La prosa ha de reproducir el vacío de esas horas. En el frío siberiano en cambio se libra un combate perpetuo con la nieve. Cuando se avanza por una capa de nieve muy alta, a menudo se siente uno perdido. Surge la sensación de sentirse amenazado por el entorno. El entorno es un enemigo. Hace un frío helador, y el frío es el enemigo. La naturaleza no es pasiva sino una fuerza activa que hay que combatir a cada instante. No hay referencias, y uno sabe que si sigue perdido más de dos horas, morirá. Se experimenta una tensión constante. Un miedo inconsciente. La buena prosa ha de reproducir ese estado de tensión y la presión de esa naturaleza agresiva y peligrosa.
Ryszard Kapuscinski, Apuntes Nómadas, en Letra Internacional, nº 44, Mayo-Junio 1996, Madrid.