Dado un cielo nublado y tú cada día más flaco, observas a esa pareja de extranjeros, casi culpables de ancianidad, en su afán de lustrar con los dedos el indefenso mapa de cerámica condenado a la pared de la estación, que diría un alma sensible frente a las agresiones grafiteras. Te parece, a esa distancia de oreja, que hablan inglés y por ayudar con las dos palabras que conoces en ese chapapote de idioma, te acercas y dices “Stop” y “Fútbol”, lo cual unido a la facha mamarracha que define tu estampa, les despejas todas las dudas acerca de tu salud mental. Como buen de aquí que naciste, continúas el intercambio en castellano y ellos, que nada entienden, a todo asienten sonriendo, por si acaso eres peligroso. En fin, que hablas con ellos y os hacéis íntimos.
Silencio.
De pronto y no más tarde, acontece un graznido. Imaginas al tenor de carrasperas enlutado y al abrigo de la espesura, o sea, un cuervo escondido, leches, y por haberte estropeado la meditación de ciertas reflexiones serenas en las que flotabas ingrávido te ofendes y le increpas un “¡Ahí se esconde cualquiera, tú, bicho, ve y mira si te pones chulo en un desierto de sal!”. El ave se molesta y te dedica su disco con todo lo ruidoso que le sale del pico. Es un escándalo, pero graznas con él y os hacéis íntimos.
Silencio.
Se ha detenido el tiempo, por consiguiente, la Realidad se escapa y corre a toda prisa para no llegar tarde al futuro. En este contesto, entra en escena el hombre del saco al hombro. Le calas al momento, es el típico irresponsable de su papel que deja la carga en el suelo, sin pudor ninguno de hacerse incongruente, desentendido del sentido de su presencia, como si lo posado fuera de otro. La vida le recrimina por descastado de lo consecuente y al tipo no se le ocurre otra que echar mano al táctil y cosquillearle la pantalla a buenas horas, ja, cuando hace años que ya es tarde para disimularse con estos paripés de ternura... Aunque se desenmascaró sobrado, a ti plim, porque siempre fuiste un inútil en eso de intentar discriminar a nadie; de natural te sale que hablas con él y os hacéis íntimos.
Silencio.
Ahora, una dama... Sí, se lleva llegar. Qué señora. Qué presencia. Cómo viste. Viste pantalón de pastel y chaqueta de leopardo; calza botas pistacho fosforescentes. No hay glamour más exquisito que aquél que te obnubila entre la carcajada mental y la vergüenza ajena... ¡¿quién fuera payaso para enloquecer de amor?! … Cantar y bailar poseso cual indio tarahumara adobado en peyote, saltar a lo canguro borracho, ojos desorbitados, lengua fuera, con las flechas de Cupido clavadas en el culo hasta el hueso... Pero no. Lo vuestro es imposible... Pero no obstáculo, de manera que hablas con ella y os hacéis íntimos.
Silencio.
Cuando ya te ves al filo de una trombosis estética, te rescata un falso alivio: Llega (Gracias a la moda) el tren y te engulle con los demás todos juntos. El ingeniero que dibujó esto en lo que sea que te has montado se doctoró con la tesis “Optimización de ángulos y curvaturas de superficies en en el rendimiento de las cocteleras” y encontró trabajo en una fábrica de vagones, departamento de diseño. Qué meneo. Sabes que no vas a notar la diferencia si descarrila, mientras ves cómo se te van desatando los cordones de los zapatos y sientes crujir el calzoncillo en el asiento. Se te romperá fijo, lo compraste en los chinos.
¿Silencio? Las narices. Qué ruido, eso es un infierno y no lo iguala una estampida de búfalos en un tablao flamenco. Dan ganas de ir a la guerra para estar más tranquilo. Pensando en tablaos, una flamenca, la revisora, te pide el billete a traición y por la espalda, como si no lo tuvieras. Te parece justo, tú tampoco confías en ella, una persona tan delgada podría ser una percha con pretensiones antropomórficas. Te da miedo su parálisis facial y ese uniforme pasado de tallas que ondea los traqueteos sin tropezar el supuesto cuerpo que supuestamente contiene. ¿Será persona física que pague impuestos o será la revisora fantasma, en otro tiempo “La niña de la curva” esa famosa, ahora ya crecidita y aquí contratada por ahorrarse la FEVE un seguro?
Te devuelve el billete, dice “Gracias”; contestas “De nada, excepto 1'95 que me costó”.
Sonríe, así que gana todo el montante de la porra el hombre del saco al hombro, el único que apostó por el “Sí, es capaz”, pero no te importa, eres feliz porque charlas con ella, os hacéis intimísimos y tus hijos no serán obesos ni aunque los lleves a comer hamburguesas a esos lugares de mierda que te callas, pillín.
viernes, 9 de octubre de 2015
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