miércoles, 5 de octubre de 2011

La Princesa Localina

En un reino tan lejano que solo venia representado en mapas del tamaño de cinco pieles de vaca cosidas, vivía la princesa más bella de todos los cuentos de princesas conocidos y por inventar, se llamaba Localina y para describirla es necesario recurrir a los tanes: Tenía los ojos tan grandes que hacia arriba le ocupaban toda la frente y hacia los lados le llegaban a las orejas; sus pestañas eran tan largas que cuando parpadeaba ponía a todas las moscas contra la pared; su cuerpo era tan esbelto como los números de la nómina de un ministro; sus movimientos tan elegantes que cuando tropezaba hacía tirabuzones en el aire antes de estamparse contra el suelo; y su voz tan dulce que a quien la oía el oído le formaba miel en lugar de cera y toda la corte aplaudía pidiendo un Bis cuando la princesa se desgañitaba gritando insultos a los lacayos por cualquier tontería, como acostumbraba. A la princesa le gustaba oler las flores de los jardines de palacio, perseguir a las mariposas y capar gatos con la espada de su padre, el rey Seborreico I.
Ya de pequeña mostró una inteligencia precoz cuando escapó de palacio a gatas el día de su bautizo para ir a presentar disculpas a una malvada bruja que por descuido de sus padres no había sido invitada a la ceremonia. La bruja, especialista en hechizos somníferos, pasó de los rencorosos planes de dormir a todo el reino, a dormir a la niña con una pastilla de las que venden los alquimistas, sin receta, de forma que la criatura no diera guerra mientras llegaban sus padres para llevársela, previo pago de dos monedas de plata, porque la bruja era mala, pero no tonta, y si les parecía caro, que buscaran otra canguro, que ella ya estaba hasta las tetas muy ocupada en buscar un reino donde la ningunearan ya de una puta vez como es debido, que ya padecía insomnio de buscar una escusa para poner a roncar en alguna comarca a todo lo despierto, pero todo, todo, que no quedara desvelado ni un búho caído de cabeza en el puchero del café. Años más tarde lo consiguió, pero eso es otro cuento, en otra parte, donde un príncipe baboso morreó sin permiso a una indefensa y bella durmiente.
Volviendo a la biografía de nuestra princesa, cuando la niña tuvo el cabello lo suficientemente largo, el rey la ató por el pelo a una pata del trono para que no causara más problemas, harto ya de que la niña tomara prestados objetos que hallaba a su alcance, para manipularlos cual ingeniosa artesana y transformarlos en otros con los que asustaba a las gentes de palacio. El colmo fue aquella cajita del diablo, con botones numerados que emitían pitidos de flauta al apretarlos y de la que salían voces humanas como si el mismísimo Demonio hubiera encerrado dentro almas en pena de pecadores difuntos.
Así fue como nuestra Localina creció atada, con un radio de alcance que con los años se fue alargando a medida que crecían sus cabellos. Al llegar a la adolescencia comenzó a suspirar tanto por su soledad sentimental que los pulmones se le desarrollaron potenciando la ya sin par belleza, despertando en palacio exuberantes miradas, turgentes admiraciones y prietos comentarios.
Soñaba Localina románticas fantasías o fantasiosos romanticismos y anhelaba el día en que su cabello le permitiera alcanzar la charca de los príncipes encantados, tal que ocurrió casualmente en su diez y ocho cumpleaños, después de estar tanto creciéndole el pelo. De la cabeza. Y así, enamoradiza, pero racional, no cachonda, aunque lo primero suele llevar a lo tercero porque lo de en medio (racional) se ofusca, inició la nada fácil tarea de encontrar un príncipe adecuado.
La charca estaba seca, las ranas se había bebido todo el agua. Formaban éstas una colina, por amontonadas, de varios metros de altura. Nadie se extrañe, es lógico en un mundo lleno de reinos, con príncipes mal criados deambulando ricamente vestidos, sobre briosos corceles y en actitudes gallardas. Hablando en cristiano: haciéndose los chulitos, hasta topar con alguna bruja ignorantona, de esas reprimidas que solo saben hacer el hechizo de la rana, por facilón, sí, el que viene en la portada del betseler "Magia para torpes"...
En fin, que me distraigo. Pues allá pasaba los días la princesa Localina cogiendo ranas y tirándolas por los aires, pero a toda leche, que parecía un sexador de pollos ludópata trabajando como un loco para intentar pagar sus deudas de juego, hasta que la pilló su madre, la reina María Zoófila, quien le recriminó tan impropia conducta.

-¡¿Qué haces con las ranas, niña?! ¡Que son para besarlas, no para destriparlas contra los árboles!
- Buscar la que quiero, mamá, antes no doy ningún beso.
- Pero hija, si son todas iguales.
- Eso digo yo.
- Entonces, ¿qué buscas?
- Una que tenga dinero, joder, mamá, que pareces tonta...
- ¡¿Cómo te atreves?! ¿Así te he educado yo? ¡Ahora mismo vas a tu padre!

El rey, al ser informado del percance por la reina, valoró que su hija era ya una persona adulta, inteligente, cabal, con autodeterminación, y digna portadora de los valores de la monarquía, y por todo ello la liberó de su atadura con un espadazo que le vino al pelo.

- ¡Buaaaaaaaa, buaaaaaaa, mi peloooo, mi lindo peloooo, buaaaaaa! ¡¿por qué no soltaste el nudo, papá?! ¡Buaaaaaaaaaaa!
- Porque llevas toda la vida apretándolo a tirones! ¡Eso no lo suelta ni un marinero culturista! ¡Y deja de ir a la charca, allí nunca sabes lo que te va a tocar! ¡Ya te busco yo pretendientes!
- Pues yo he leído en un cuento que...
- ¡He leído! ¡He leído! ¡Todo lo arregláis con leer, los jóvenes de ahora! ¡Mírame a mi: no sé leer ni escribir y he llegado a rey!
- Jo, papá, pero es que el abuelo, que en paz descanse, era rey, y tú, como hered...
- ¡Ni abuelo ni hostias! ¡Que yo empecé de príncipe y he llegado a lo más alto sudándome mis infamias! ¡Y vale ya de contestar a tu padre, que te encierro en una torre y no te dejo ver ni a un peluquero que te adecente!
- Tú no me quieres, ¿verdad papá?
- ¡Pero hija! ¿cómo se te ocurre decirme eso?
- Siempre quisiste un niño, todos los reyes sois iguales. Me tratas como a un chico.
- ¡Mentira y gorda! Anda... Mi cielo... Toma, mira, te dejo mi espada, para que veas, y ahora vete a jugar a los jardines, que papá tiene mucho que hacer.

Supongo que ahora entendéis el porqué de que la princesa desahogara sus frustraciones feministas capando gatos con la espada de su autoritario padre. O eso me dijo el médico de palacio, Simónfredo. Bueno, en realidad se llamaba Sigmun Froid, pero le cambiamos el nombre para que dejara de ser el hazmereir del reino. De Alemania vino. ¡Qué nombres más tontos ponen por esos países...! Solo se escapó un triste minino, muy listo, se calzó unas botas para salir corriendo por encima de los espinos, nadie le persiguiera. Dicen que llegó a otro reino y triunfó en la vida con su astucia. Pero eso es otro cuento.
Se sabe que cuando no se ama a nadie la vida no tiene sentido, y heles aquí a todos los felinos privados del órgano de expresar el amor, sin ilusiones, desmotivados. Así es: dejaron de cazar. También. ¿Consecuencia? Plaga de ratones.
A no se sabe qué lumbreras de la Corte se le ocurrió decirle al rey que contratara a un flautista para acabar con la plaga. Al "músico" había que verle. Tenía las típicas pintas de esa clase de gente que te hace pensar "Éste, o se ha pasado la vida llevando hostias o no ha tenido nunca al lado a alguien que le diera una bien dada y a tiempo". Vestía todo de cuero negro; pantalón pitillo pegado como una mancha de brea; sobre pelo en pecho, chaleco tapa tetillas; botas altas con tacón de dos palmos; Con los cintos, las correas y las muñequeras se podían aparejar dos burros, todo con más clavos que el ataud de un vampiro guardado en un convento, y cadenas como para embutir a media docena de delincuentes; el pelo era pura greña espida que llegaba a la cintura; la cara dibujada (cosas de artistas) con harina y hollín que parecía una mofeta el desgraciado; flaco, flaco como de pasar más hambre que un mejillón pegado a un campanario y con más mierda que la escoba de la carbonera. Tocaba tan mal que los ratones se suicidaban tirándose al río, y encima bailaba como un endemoniado, sacudiendo las greñas como si tuviera un avispero dentro, con una violencia que salpicaba de piojos las coladas puestas a secar en los balcones.
Por poco le linchan las mujeres. El rey le exilió sin pagarle, y el caso es que se largó con una pila de juventud tras él, como embrujados todos, oye, que bailaban igual que el loco, gritando y señalando el cielo con la mano haciendo el gesto de los cuernos, los muy herejes. Con el tiempo, este muchacho sentó cabeza, tuvo un hijo que aprendió a tocar de verdad la flauta, pero bien, que le seguían personas y animales, de gusto que daba escucharle. Pero eso es otro cuento.
Sigo con éste. Volviendo al tema, el rey, muy cuco, envió emisarios a empapelar todos los reinos de aquí a Matapolcacas con carteles proclamando una convocatoria de príncipes aspirantes a la mano y resto de la princesa, cuyas virtudes, innumerables, se ensalzaban detalladamente con un lenguaje culto, florido y seductor. No se presentó nadie.
Por indicación del sabio Saladínsalidín, asesor de farras del rey y experto reclutador de inexpertas doncellas que el rey citaba en sus aposentos privados para conocer la opinión pública sobre las necesidades del pueblo llano, se volvieron a distribuir carteles, pero esta vez con la princesa retratada de ombligo para arriba, lo que se llama "Un busto". ¡La madre que parió al busto, que bien pintado estaba! ¡Qué artistas tenia la corte, qué realismo! La princesa estaba que se salía. Del cuadro. A pie de retrato, una breve reseña: "La quiero casar". Firmado Seborreico I.
Total, un atasco de cagarse, todos los caminos del reino atascados, más príncipes que en el Concurso Internacional de Niños Mimados. El rey, a lo suyo, seleccionó a los cinco más atractivos, desde el punto de vista político, esto es, a los herederos de los cinco reinos más ricos y poderosos.

- ... Y no se hable más, hija mía, que una boda es un negocio. Con todo, espero que descartes al príncipe Ripiondo, porque tiene más pluma que el Parque Doñana, y encima escribe poemas, el piporrón. Muy forrao, sí, pero se meta el oro por donde no esquiva nada.
- Lo mismo digo, papá.
- Muy bien, hija. Otro que no me gusta es el príncipe Sapiéntomos, porque sale a su padre, el rey Magnanimón III de Etiquea. Son gentuza, no se les conoce una guerra, todo lo resuelven con diplomacia, los muy cobardes. Así se aflojan los siervos, pierden la bravura, caen en el vicio de comer a diario, empiezan a reír, se distraen de sus labores... La paz es una gangrena, hija, nadie la vea por su reino.
- Sí, papá, tampoco me gusta Sapiéntomos, tiene cara de enciclopedia. Yo al que quiero es a ese (Señala uno de los príncipes con el dedo).
- ¡¿Queeee?! ¡¿El príncipe Pulgarpito?! ¡Mi hija bebe! ¡Borracha!
- Que no, papá, que le amo sobria.
- ¡Pero si tienes al lado al príncipe Esteroideo de Bicepsburgo! ¡Dos metros de tiarrón! ¡Unos brazos como patas de caballo! ¡Sale a correr en calzones por el bosque y mata los jabalíes a escupitajos en las orejas! ¡Eso es un hombre!
- Lo que tu quieras, papá, pero tiene menos conocimiento que arrascarse el culo con un cangrejo.
- Bueno... Bueno, no tan aprisa... ¿Y qué me dices del príncipe Sadicando? Dicen de él que es digno vástago de su padre, el rey Gerundio El Ladino, afamado en gestas, el mejor rompedor de pactos de la historia, catedrático en conquista, matanza y saqueo, infatigable subidor de impuestos...
- Que sí, papá, ya le veo con mi suegro largar juntos a la guerra y volver todos los días perdidos de sangre y apestando a sudor. No es vida. Amo a Pulgarpito...
- ¡De eso nada!
- ...Es guapo y sensible...
- ¡Que no!
- ... y alegre, ha venido todo el tiempo echando migas de pan a los pajaritos del bosque, y listo que es...
- ¡Localinaaaaaaa, localinaaaaa, no me calientes la orinaaaaaaaa!
- ... que no se desorienta ni caminando solo por el bosque todo el día...
- ¡Basta!
- ... Y siempre hablando cariñosamente de...
- ¡Que te calles!
- ... Sus papás y sus hermanitos...
- ¡¡¡¿POR QUÉ NO TE CALLAS?!!!
- Jo, papá...
- Estás castigada. A la torre. Te casas con Sadicando, empreñas y a gestar sola a la torre. Así no distraes a tu marido, que ya le tengo yo planeado me conquiste unos reinos.
- ¡Buaaaaaaaaaaaaaa!
- Es igual que llores, ¡a la torre! ¡Sola!
- ¡Buaaaaa! ¡Jo, papaaaaa, déjame con unos gatitos por lo menos! ¡Buaaaa... Snif, snif, y la espada... ¡¡¡BUAAAAAAAAAAAAA!!!
- ¡¡¡NOOOO!!!

En fin, que fueron felices y comieron ratones ahogados. Hablo de los gatos, que quedaron muy contentos de la justicia del rey.
¿Las personas? Como siempre:creándose problemas entre ellas, ya sabéis como es eso.

Y conelporrín colocado
este cuento se ha acabado.
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