A Carlos Huerta y Javier Morán
Bajo la mirada de una puesta de sol
y siguiendo el rumbo inexplorado
de la calada del último cigarro.
Con la resaca de la lluvia y su silencio
mientras descifro el amargor de un “lo siento”.
Observando el escaso resplandor
que una jarra de cerveza le brinda
a mi abundante depósito de recuerdos.
Bajo el susurro incesante de todos los destrozos
que un mal día permitieron mis errores.
En la ventana que muestra lo que no fue
aunque estuviese a un simple golpe de palabra.
Todos esos momentos más aquellos
que no nacieron para la literatura
son dignos para acompasarlos
con un mantra que lucha
para abolir la desidia:
¡Hay que seguir cantando!
Nunca fui un hijo de la derrota
y mucho menos heredero de la afonía.
No amenacéis mis alboradas,
ya que los gallos rojos
nacimos para borrar del viento
las listas negras y su atroz sonido.
Al final este transcurso de años
solo sirve para mostrarme en el espejo
y analizar lo básico: ser o no ser.
Para desgracia de la derrota
mi respuesta, ahora,
no fue concebida para la negación.
Sea ayudado por cuerdas de una guitarra
o teclas de un acordeón,
mi temblor de piernas
y las dosis de miedo al fracaso
naufragan con destino al olvido.
Ya nadie escribe en un encerado
las palabras ayer o frustración.
Me considero alumno de lo inalcanzable
y algunas de vuestras leyes me impulsan a ello.
Y si aun así surgen dudas,
insisto, ¡Hay que seguir cantando!
Que la poesía, y la música,
al final de la noche, paguen la cuenta.