... sí, no, sí, trece margaritas desojadas y todas de igual signo. Arrojó una moneda al aire, observó calmoso su tintineo: cruz de nuevo. ¿Azar, mala suerte? El revólver resplandecía reflejando la luz mortecina de la vela. Asió el arma, encajó una bala en el tambor y lo hizo girar caprichosamente. La vida sólo es un juego. Respiró hondo, apretó el gatillo: perdió. Un sonido estridente tatuó sus sesos en la pared. Quedó allí, desleído en un charco de sangre, garabateado en el silencio.
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viernes, 16 de septiembre de 2011
viernes, 9 de septiembre de 2011
Yo sólo la vi caer...
Abrió el ventanal. Cortó el cordón umbilical que le unía a la vida y, retando a la ley de la gravedad, se arrojó al vacío. Mientras peregrinaba por el acantilado de la muerte, caviló en el mas allá: ¡puta vida!, no había túnel oscuro, ni luz cegadora, ni vio su existencia despedazada en fotogramas. Nada, sólo el vértigo infinito del fracaso. La vida le había vuelto a engañar, pero esta vez no se dejó vencer y, antes de chocar contra el suelo, dejó de respirar traicionando así a la muerte.
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viernes, 2 de septiembre de 2011
Os escribo desde el mas allá.
Hace días que tengo el mismo sueño absurdo, desatinado. Me despeño por un precipicio, el descenso es infinito, eterno. Nunca llego al final. Me despierto sudoroso, angustiado, atormentado. De eso hace ya algunas semanas. Creo que no es un sueño. Miro a mi alrededor y no sé dónde estoy; lo presiento, pero me cuesta creer que el infierno sea así.
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viernes, 26 de agosto de 2011
Gritos
No escribo con música; me embarulla, me distrae. Hoy sí; para aislarme, para evadirme, para no oír los gritos de esa mujer que habita contigua a mi apartamento, ni los gemidos del chaval, impotente, ante los envites de ese bárbaro en el cuerpo de su madre. Llueve a mares, y las gotas tintinean en el asfalto como alfileres que se me clavan en la conciencia, que aflojan mi corazón. Hoy quisiera no ser yo, ser otro, en otro ser, en otra vida, estar dormido y despertar acunado sólo por el silencio.
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miércoles, 24 de agosto de 2011
El Amor no sabe de números
Se reencontraron. Su relación era una nube de puntos dispersa en un eje de coordenadas imposible. El último día ella encontró la solución, a todos sus problemas: "te quiero, eres un loco fantástico, pero no puedo seguir tus locuras". Silencio. Sus vidas, dos líneas asintóticas que no convergían en ningún lugar del plano. Sólo el destino, caprichoso, había permitido alguna intersección. Él mantuvo la tesis que la realidad siempre es compleja, poliédrica, como una igualdad con demasiadas incógnitas; que el amor es una matriz de doble entrada, de ésas que se utilizan para resolver un sistema de ecuaciones simultáneas. Le apuntó que los sentimientos también son abstractos, que pueden sumarse y multiplicarse, que dependen de varios parámetros. Pero el silencio no sabe de números; es un círculo maldito que nunca consigues cuadrar. En ese momento, cuando los decibelios de la mudez son insoportables, te preguntas: ¿por qué la felicidad es una línea tangente a la vida, un trazo o blicuo que siempre te roza pero nunca converge en tu perímetro? También le señaló que él sólo deseaba llenar su espacio geométrico, ser la bisectriz de su corazón, su circunferencia. Ella le acarició la cara y besó sus labios; le susurró que tendía a él, que era su derivada, su número neperiano preferido, su algoritmo. Le formuló que el recuerdo podía llegar a ser infinito, y el olvido sólo era un cero a la izquierda. Antes de marchar se miraron: la ternura y el cariño elevados a la máxima potencia. Hace tiempo que no se ven, él se siente conjunto vacío. Los dos saben que el futuro es la mayor de las incógnitas. Cosas del amor.
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