- He oído pasos.
Creo que ha sido mi madre quien lo ha dicho.
Y de pronto... se va la luz. La casa a oscuras, apenas se ven nuestras siluetas.
Todo el mundo calla con cierto nerviosismo aguardamos a que alguien se levante y atine a dar los plomos.
Hace un rato en la calle, casi llegando a casa de mis padres, mi sobrina María ha visto con total seguridad como se recortaban unas figuras cruzando la luna llena.
Es la hora de cenar y todos esperamos entre el comedor y la cocina contigua: abuelos, padres, hijos y la tía Carmen; un total de once.
Los cuatro críos son los más inquietos. Los demás agudizamos el oído. Mi padre da por fin la luz y nos vemos la cara. Mi madre se adelanta a todos y, cruzando el pasillo vacío, abre la puerta del salón con mucho cuidado; nota como entra una corriente de frío, la puerta de la terraza - que en invierno siempre está cerrada- se encuentra abierta.
- ¡Veo unas capas! – grita mi madre.
Nadie se marcha del comedor, los chiquillos remueven su inocencia cada vez más inquietos y le dan la mano o se abrazan a quien se encuentra más cerca.
La bandeja de mantecados, vacía; las copitas de anís, a medio beber.
- ¡Vamos, venid todos!
papeles de regalo
tirados por el salón,
noche de reyes